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22 de julio de 2009

Cómo hacer un disco que fracase en ventas

Cuando Pablo Carbonell era cantante de Los Toreros Muertos hizo millonaria a su disquera, pero en esta ocasión el músico español da certeras recomendaciones para hacer todo lo contrario. Sígalos y nunca triunfará en el negocio de la música.

Por: Pablo Carbonell
| Foto: Pablo Carbonell

Lo primero para hundir una discográfica es firmar un contrato por los discos que la compañía quiera. No se preocupe si son muchos o pocos, ellos no podrán grabarle ninguno porque usted convertirá esa flamante multinacional en un puesto ambulante de comidas rápidas.

Para fichar con una compañía lo mejor es mostrar una cinta grabada con guitarra y voz y, muy importante, un buen juego de piernas. Para grabar las canciones utilice la cocina de su casa, para las piernas apúntese a un gimnasio. Recuerde que las canciones no deben tener más de tres acordes, en cuanto al juego de piernas lo mejor es que tenga dos. Si pone más acordes los ejecutivos las encontrarán incomprensibles. Si tiene más de dos piernas abandone su carrera musical y preséntese en el circo más cercano.

Afirme que la simpleza de arreglos de sus canciones demuestra la contundencia de las mismas y asevere que el producto cuanto más simple sea más público encontrará. Nadie le quitará la razón.

Llega el momento de elegir productor. Lo mejor es que este sea su primo; no hay nada como la familiaridad para liarse a tiros, nunca mejor dicho, en un estudio de grabación. Si su primo es cocainómano se asegurará unas sesiones tan creativas como improductivas. Sería ideal que el estudio se encontrase en el domicilio de su primo y que haya perros, niños, señora con aspiradora, un cuñado con una radial y vecinos intempestivos. El fracaso está casi asegurado.

En un disco primero se graba la batería. Llame un batería de jazz: ¡cuánto daño! Estos músicos soberbios, en el más amplio sentido de la palabra, son capaces de cualquier malabar con tal de ocultar su falta de tempo. Tengo un amigo que opina que los redobles de un batería de jazz y el rayo se parecen en que nunca se sabe dónde van a caer ni los destrozos que van a provocar. Los baterías cuando escuchan los temas y para agradar al cantante dicen que ellos tocan pegado a la letra y se palmean el pecho llevando el ritmo como si estuvieran buscándose el mechero. Si hace esto usted sabrá que ha dado con su batería y que las horas de vida de la discográfica están contadas. La mente de un batería de jazz parece calcular ritmos que van del dos por cuatro al siete por dieciséis en un pis pas, pero en realidad lo que hace es sopesar si venderá o no la alfombra para llegar a fin de mes. Una de sus particularidades es que tras grabar escuchará dos redobles, el tucumprá y el tracapum, y comentará que el sonido es espectacular y la suerte que hemos tenido alcanzando lo sublime en una canción tan tonta. Mientras, y para celebrar el fin de su jornada, presentará la factura. Una factura que fracturará la autoestima del mandamás de su discográfica.

Busque un bajista adicto a los ansiolíticos. Los mejores son los que desprecian el afinador porque no recuerdan qué nota corresponde a cada cuerda. No son difíciles de encontrar. Un bajista, al contrario que un batería, puede pasarse meses grabando el bajo de un tema. Su mente y su esfuerzo se centrarán en meter una nota con cada bombo espasmódico del batería de jazz, lo más normal es que tras cinco horas de esfuerzo y haber grabado dos dummmmba, dumbadummmm decida recostarse en un sofá y se quede dormido hasta el día siguiente.

Cuando haya concluido el bajo y la batería, dos o tres meses como mínimo, empiece a llamar a guitarristas que no le cobren y agasájelos como se le ocurra. Las borracheras hasta las seis de la madrugada están garantizadas. Si ordenamos por interés los afanes humanos diríamos que son: uno, volar; dos, ser invisible, y tres, tocar la guitarra en un disco. Le saldrán guitarristas de debajo de las piedras. Todos querrán colaborar desinteresadamente en su disco, todos querrán vaciar de cerveza la nevera de su primo.

La cualidad esencial de su guitarrista es que pone el amplificador a todo volumen en el centro del estudio. Para la gente normal la música es un encadenado de notas que producen una armonía. El guitarrista de rock que usted necesita cree que la música es un sitio donde ellos se suben a hacer unos solos interminables. Otra gran virtud del guitarrista que arruinará su disco es que su virtuosismo le permite tocar la canción antes de que haya sonado un solo acorde de la misma. Por raro que le parezca hay guitarristas así a manta. No se le ocurra darle más indicación que la de sé tu mismo y con gran dedicación el guitarrista dejará su canción de tal manera que será imposible distinguir qué era estribillo y qué estrofa.

Todavía puede hacer más. Llame a ese músico de aspecto enfermizo que dice haber conectado con seres de otras galaxias y pídale que introduzca unos arreglos de teclado en su disco. El personaje de marras se tomará muy en serio enviar en su disco una serie de sonidos cacofónicos con la esperanza de conectar con civilizaciones extraterrestres y ser invitado a pasar un fin de semana a Ganímedes. No le contradiga jamás. Usted anímele a meter mooooogs, furrruuummmplumplufff, ñeeeeeeckkkkks y todo lo que le venga en gana. Lo peor que le puede pasar es que venga una nave espacial y lo devuelva a Marte.

Ahora es el momento de poner su voz. Como no reconocerá ni sus canciones le será imposible expresar sentimiento alguno, así que vaya a la discográfica y solicite que le concedan presupuesto para sustituir al batería de jazz. La compañía pensará que después de lo gastado merecerá la pena el dispendio con tal de sacar algo. Cuando el nuevo batería acabe vaya a la discográfica desolado porque los temas no caminan: el bajista toca fuera de los bombos, el guitarra fuera de tiempo, el teclista no encontró el camino… Es el momento de derramar unas lagrimitas en la solapa del ejecutivo y acto seguido acusar a la compañía de abandonarlo. Amenace con demandarlos, con hablar a la prensa, con destruir el disco, y saquéeles a saco. Ahora meta en su disco a la banda municipal de su pueblo y al organista que tocó en su boda si es su deseo. Luego vaya a la compañía y acúselos de que han tardado tanto en grabar su disco que ahora siente las canciones como de una etapa anterior, que usted tiene otro repertorio nuevo, otras aspiraciones y que ninguna compañía va a obligarlo a defender un material tan idiota. Salga dando un portazo y escóndase para ver salir a los empleados con sus enseres en cajas de cartón. Ahhh, el jazz…, ¡cuánto daño!

Si este método le parece complicado hay uno más sencillo que consiste en bajarse la música de internet. Pero está más feo.