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10 de septiembre de 2004

Cómo vive un esmeraldero

Yesid Nieto personifica lo que en el occidente de Boyacá todos conocen como la segunda generación de esmeralderos: no pasa de treinta y cinco años, no toma trago, no apuesta a los gallos, no usa joyas y no escucha rancheras.

Por: Andrés Ramírez Suárez

📷Yesid Nieto personifica lo que en el occidente de Boyacá todos conocen como la segunda generación de esmeralderos: no pasa de treinta y cinco años, no toma trago, no apuesta a los gallos, no usa joyas y no escucha rancheras. Su ropa y la de su familia son compradas en la tienda Versace de Milán, donde es considerado uno de los mejores clientes. “El año pasado vendí una esmeralda en Milán en el doble de precio del que me ofrecían en Bogotá y como no esperaba ese platica extra me compré los quince mil euros que me dieron por la piedra en ropa. Pasé una tarde entera y casi no puedo gastar la plata”, dice el menor de un clan de diez hermanos. Nieto nació y se crió en Bogotá y se define políticamente liberal. Creció en el seno de una familia humilde y muy solidaria. Quizá por eso dentro de sus empresas trabajan su padre, hermanos, sobrinos y otros familiares. Es un hombre tímido al que le gusta compartir sus secretos solo con sus grandes amigos (que no son muchos). Su mano derecha es Adriana, su joven asistente, a quien le consulta todas sus decisiones de negocios. Además, le maneja la agenda, dirige las secretarias de las empresas y lo acompaña a todas sus reuniones, incluso al exterior. En Bogotá, ella es la que maneja el carro en el que se desplaza. Yesid se levanta todos los días a las seis de la mañana a leer el periódico y a escuchar a Julio Sánchez Cristo. Cuando está en Bogotá reparte su tiempo entre dos apartamentos o se va a una casa búnker en una finca en la sabana desde donde atiende sus negocios. 📷 📷 📷 📷 📷 📷 Compra su ropa en Milán, colecciona carros y caballos y es el vocero de las familias que controlan el 80% del mercado de esmeraldas del país. Hablar personalmente con él toma tiempo. Hay que esperar varios días para que su asistente le explique el motivo de la reunión. Si a él le parece importante, devuelve personalmente la llamada. “Ya lo mando a recoger”, dice, y cuelga el teléfono sin dar tiempo a cualquier interpelación. Así uno esté en el lugar más alejado de la ciudad o en una reunión importante, hay que dejar lo que se esté haciendo para esperar que sus escoltas lo recojan a uno. Esta norma es inquebrantable porque a la finca no se permite la llegada de visitantes en carros desconocidos. Por ‘la casa Nieto’ desfilan diariamente políticos, prelados, militares y empresarios que visitan a su dueño por motivos de trabajo. La casa se asemeja a antiguas fincas coloniales de la sabana y parece más un museo que un sitio campestre. En sus paredes están expuestas obras de Guayasamín, Grau, Gordillo y Manzur. También hay una escultura de Botero. Los pisos están enchapados en mármol y tiene un jacuzzi en el cuarto principal. En la finca hay una casa anexa equipada con todas las comodidades, allí viven por lo menos quince escoltas. La seguridad se complementa con un circuito cerrado de televisión y doce perros guardianes. Pero más que una casa, el diseño realmente corresponde al de un moderno centro de negocios. En el primer piso están las oficinas contables de las empresas y el despacho principal. En el segundo piso, además de las habitaciones, está el centro de tallado de esmeraldas, donde cinco artesanos transforman las rústicas piedras que llegan de las minas en finas piezas de exportación. El trabajo de estos artesanos comienza con un estudio previo para determinar el mejor sitio de corte de la esmeralda. Un error en este proceso puede costar millones. Por eso practican constantemente en cuarzos sin valor y usan herramientas de última generación importadas desde Israel. Conociendo las piedras, las cortan con una sierra de punta de diamante y las pulen para darles las diferentes formas preestablecidas comercialmente que van desde cuadrados, rectángulos, corazones, lágrimas, óvalos y otros. Con la forma preliminar, la esmeralda se traslada a un laboratorio en el primer piso donde otro experto las somete a diferentes procesos con químicos, hornos y cámara de vacío. Allí se les da la forma definitiva con un tallado hecho con la precisión de un microscopio. Finalmente, las esmeraldas vuelven a la talladora para ser pesadas e inventariadas. A pesar de su juventud, Nieto es el vocero de un grupo que aglutina a poderosas familias, como los Murcia, Gonzáles, Pulido, Espejo, Rincón, Cañón y Rojas. Ellos controlan cerca del 80 por ciento de las esmeraldas que exporta Colombia, y ocupan el lugar que dejó el mítico Víctor Carranza. Sus dominios se encuentran en las minas de los municipios de Pauna, Briceño, Buenavista, Maripí y Tunungua. El contrapeso lo ejercen las familias Triana, López, Obando, Moreno, Campos, Bohórquez y Molina. Su riqueza es reciente y está ligada a la mina La Pita, ubicada en Maripí, de donde han salido en los últimos años las esmeraldas más apetecidas por comerciantes, joyeros y clientes en todo el mundo. “De la mina hemos exportado esmeraldas desde quinientos hasta veinte mil dólares”. Su valor radica en la transparencia del cristal y la pureza de su color, que la hacen única, cotizándola a un precio que oscila entre los cinco y quince millones de pesos por kilate en Colombia. En Nueva York este precio llega a los cinco mil dólares por kilate. La Pita fue descubierta por una campesina que accidentalmente se encontró una esmeralda al frente de la mina. Pocos creyeron en el descubrimiento y pronto la historia se convirtió en leyenda. Los que sí dieron validez al hallazgo fueron los socios de Yesid. Durante varios años invirtieron, sin ningún resultado, millones de pesos en la exploración de la montaña. Cuando la ruina se veía como el destino inevitable de los inversionistas, comenzaron a brotar de las paredes de la mina cientos de esmeraldas. “Muzo ha sido explotada más de 400 años y todavía tiene esmeraldas. La Pita tiene un potencial similar y apenas la hemos explotado siete años”, dice. Cuando Yesid Nieto quiere hacer un alto en su jornada de trabajo, llama a su entrenador personal de tenis, que siempre está disponible para alistar la cancha privada. La finca también cuenta con gimnasio, cancha de fútbol y voleibol de playa. Su próximo proyecto es transformar esta casa en un hotel privado de lujo que albergará a sus clientes norteamericanos, europeos, israelíes y japoneses que vienen al país para escoger las mejores esmeraldas. Para ellos, tendrá a disposición un carro blindado, sus escoltas y un helicóptero. Actualmente, cuando recibe la visita de sus socios extranjeros les contrata intérprete, modelos y guías para que los acompañen y les enseñen la ciudad. “Me acabo de asociar con uno de los comerciantes de esmeraldas más importantes del mundo. Cuando voy a Estados Unidos me atienden muy bien, por eso cuando ellos vienen trato de que se lleven la mejor imagen de nuestro país”. Con sus clientes entabla relaciones en ferias de esmeraldas de Europa, Asia y Estados Unidos. Este año viajó a Italia acompañado por una ex señorita Colombia que contrató para atender su stand. Pero su solvencia económica no depende del inestable mercado de las esmeraldas. Por eso ha construido un conglomerado de empresas que manejan estaciones de gasolina, lechería, ganadería y distribución de cerveza en Boyacá. “La cultura de los antiguos esmeralderos era enguacarse y salir corriendo a gastar la plata en gallos, trago y putas, para después volver sin un peso a la mina y repetir el ciclo una y otra vez”. Por eso, los esmeralderos más jóvenes están siguiendo el ejemplo de Yesid y han empezado a invertir las utilidades de las minas en otros negocios. Otro aspecto que lo diferencia de sus socios es su gusto por la política. Fue él quién impulsó recientemente el pacto de colaboración firmado en Chiquinquirá entre los esmeralderos y el gobierno para la erradicación de cultivos ilícitos. Frente al micrófono, en un reciente concejo comunitario en Otanche, le expuso al presidente Álvaro Uribe la propuesta que su grupo le tenía: “Por cada cien pesos que aporte la nación para programas sociales nosotros ponemos diez”. Cuando quiere salir de la ciudad lo hace hacia una finca donde tiene un criadero con casi 50 caballos de paso fino, entre los que se encuentran grandes campeones como Tentación de Zacatecas y Solemne del Ocho (hijo de los legendarios Atrevido del Ocho y Su Alteza del Ocho). A los caballos los hace competir en válidas nacionales o los usa para montarlos en cabalgatas de ferias de pueblos de Boyacá. Por seguridad, Nieto no acostumbra a salir de rumba, pero cuando lo hace tienen que reservar espacios de discotecas para que él, sus invitados y sus escoltas puedan estar tranquilos. Confiesa que su debilidad son los carros, por eso tiene un BMW y un Mercedes Benz deportivos únicos en Colombia. “Mi primer carro fue un Daihatsu que me fiaron a los 17 años. Tengo un gran recuerdo de él, si lo viera lo volvería a comprar”. Además de la ropa y los carros, la imagen de ejecutivo que se esfuerza en proyectar la complementa con un tratamiento de ortodoncia y una dieta que le prohíbe las harinas y las grasas. Su restaurante favorito es Hatsuhana y su plato preferido el sushi. Cuando entra a un restaurante no lo hace solo, tiene como política hacerlo con sus escoltas -no por seguridad- sino porque “no me gusta que me vean comer solo”. El anonimato que tiene Yesid en Bogotá termina cuando aterriza en el helipuerto de la mina en el occidente de Boyacá. Allá, la faceta de empresario capitalino se transforma en la de un ‘patrón’ esmeraldero. Él mismo maneja su camioneta desde donde pasa revista a sus trabajadores, escucha las quejas de la gente y se entera de cualquier novedad que le cuentan las autoridades del pueblo. Cuando visita la región lo hace para reunirse con sus socios o porque las minas “pintan” (cuando de las paredes empiezan a brotar esmeraldas). Entonces, él y sus escoltas se internan durante varios días en la profundidad de la montaña para dirigir el trabajo de sus mineros. Durante esas jornadas carga en el bolsillo trasero del pantalón al menos cinco millones de pesos que utiliza para los gastos diarios de empanadas, gaseosas, almuerzos y “otras cositas que se necesiten”. En la zona es más que un esmeraldero; la gente lo ve como un benefactor. Y para él es importante que sea así. Por eso, la mayoría de sus empleados son jóvenes del pueblo que estaban desempleados y a quienes contrata generalmente por petición de sus madres que lo buscan cuando ven aterrizar el helicóptero. Yesid reconoce que su actitud paternalista con la gente se debe a que en su juventud también fue minero. Su riqueza comenzó a construirla cuando visitaba en las vacaciones del colegio las minas de Muzo. “Pasaban meses sin encontrar ni una piedrita, con mi hermano nos tocaba pedir la comida y la dormida fiada. Viví en carne propia el difícil oficio de ser minero, pero mi meta era salir de la pobreza y ser tan importante como los esmeralderos que ahora son mis socios. Eso ya lo logré”. Durante esta época, además de acumular algo de dinero, conoció el comercio de las esmeraldas. Sus ganancias las invirtió en un negocio de distribución de motos que le permitió amasar un capital que años después invirtió en La Pita. También vio caer en la miseria a muchos esmeralderos que algún día fueron millonarios. Por todo esto se opone a la propuesta de arrojar la tierra de la mina al río para acabar con los tumultos de personas que diariamente se agolpan en la puerta a escarbar en busca de una piedra. “En este negocio podemos comer todos”, afirma. Y de esa tierra ‘desechada’ se surte en su mayoría el mercado de la Jiménez en Bogotá. Veinte años de guerra y más de tres mil muertos dejó el enfrentamiento que libraron diferentes familias por el control de las esmeraldas en el occidente de Boyacá, y que terminó con la firma de un acuerdo de paz hace quince años. Pero para consolidar este nuevo período los dueños de las minas necesitaban encontrar un vocero ajeno a las disputas familiares de la región y también con el suficiente peso para aglutinar tantos intereses encontrados. Se llama Yesid Nieto.