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30 de mayo de 2014

Zona Crónica

Crónica desde el camerino

Daniel Samper Pizano nos regala el detrás de cámaras de un encuentro cargado de belleza interracial y, por supuesto, fútbol.

Por: Daniel Samper Pizano
Crónica desde el camerino

—Unos caballeros, cómo va a decir uno lo contrario —afirma una de las modelos mientras la maquillan en el vestuario que ese día llamaron “de las niñas”.

—Yo pensé que iban a ser muy mirones, te digo —comenta otra.

—Y hasta tocones —dice la tercera—. A mí me advirtieron que tuviera cuidado con ellos.

—Pues nada de eso, mija. Muy serios, muy formales —ratifica la cuarta.

—Sí, unos señores.

—Unos caballeros.

El vestuario de ellas

El vestuario de las niñas es un cuarto pequeño con mesas donde reposan numerosos potingues, parafernalia de maquillaje y tazas de café. Son cuatro. Dos paisas: la rubia Kathy Sánchez, que desde hace seis años modela en Berlín, y la achinada o ajaponesada Akemi Nakamura. Una barranquillera, Paola Mendoza. Y una sanandresana, la pelirroja Tania Tenorio, que vive en Bogotá. Todas les quitan el aliento al Cronista y a los futbolistas que ocupan el vestuario contiguo.

Las cuatro visten una pequeña bata azul bajo la cual están prácticamente desnudas. En los momentos de mayor abrigo lucen una especie de tanga, diminuta y excitante versión de la pantaloneta de la Selección Colombia. En los momentos de mayor exposición al frío, a la cámara y a los ojos de los lectores llevan una microprenda llamada “el básico”, que es una diminuta tanga blanca cuyo destino fatal consiste en desaparecer en el laboratorio de Photoshop.

Llegaron a las seis y media de la mañana, dos horas antes que ellos y que casi todo el personal. Son férreamente profesionales. Posan casi desnudas bajo la llovizna sin proferir una sola queja y repiten veinte, treinta veces una pose, hasta que el fotógrafo, el maestro Alberto Oviedo, anuncia los cinco últimos disparos y allá van: cinco, cuatro, tres, dos, uno… Luego un grupito de asistentes las cubre con las batas azules y regresan a su vestuario.

Kathy es hincha del Deportivo Independiente Medellín, Akemi del Nacional, Paula del Junior y Tania del Santa Fe, quizás por presiones del Gran Jefe, aquel que desde la distancia planea y dirige al equipo de SoHo. Ninguna es aficionada al fútbol. Tania vio la teleserie La selección, pero ni ella ni las otras han visto un futbolista de cerca. Tampoco han asistido nunca a un partido ni han pisado un estadio, ni les han asaltado ganas de hacerlo. Salvo hoy, cuando visitan el estadio Metropolitano de Techo, en Bogotá, sede de los equipos La Equidad y Fortaleza, donde tiene lugar la sesión fotográfica de ellas con ellos.

En eso que ahora llaman “el imaginario popular”, uno de los mitos del deseo colectivo es el de la Hermosa Doncella y el Príncipe Azul, sentimiento calcado de los cuentos de hadas. En nuestro tiempo lo representan el Atleta —símbolo de lo viril— y la Reina de Belleza o la Modelo, epítome de lo femenino. Muchas parejas lo encarnan en la vida real: Shakira y Piqué, el defensa del Barcelona; David Beckham y una Spice Girl; la Señorita Colombia 1972, Ana Lucía Agudelo, y el goleador del Deportivo Cali Jorge Olmedo.



El vestuario de ellos

Ellos son ocho estrellas del fútbol que militaron en la selección absoluta y regalaron tardes memorables a los colombianos: Víctor Hugo Aristizábal, el Tino Asprilla, Marcos Coll, Óscar Córdoba, Willington Ortiz, el Pibe Valderrama, Iván Valenciano y Eduardo Vilarete. El mayor, Coll, tiene 78 años y el menor, Aristizábal, 42. El ambiente en su vestuario es completamente distinto al de las niñas. Abundan las ocurrencias, las anécdotas y los chistes, muchos de los cuales ruborizarían al señor procurador general de la nación. Aquí no hay batas. Tampoco desnudos, sino “viejas glorias” del balompié en calzoncillos, camisetas, medias, guayos… Los futbolistas se visten y desvisten entre risas y tomaduras de pelo, como lo hicieron durante toda la vida.

El Tino es el más hablador. Él solo animaría una fiesta. Ahora está contando de sus caballos. Son caballos de paso, que caminan con la elegancia de Franz Beckenbauer, el campeón de fútbol alemán. Tiene 12. Su preferido se llamaba Caleño y murió de infarto hace pocos meses a los 12 años. Ahora trabaja una yegua, Parafina.

Hay cuatro costeños, dos vallunos, un paisa y un tumaqueño. Aunque el encuentro ocurre en un clásico escenario bogotano, donde hace medio siglo se citaban los aficionados a la hípica para ver correr a caballos legendarios como Triguero y Tarzán, en el grupo de estrellas no hay ni un rolo. Entre bromas y recuerdos visten de nuevo el uniforme de la Selección Colombia. Piden una o dos tallas más grandes que la que solían usar, porque ahora revelan un promedio de ocho kilos más en la barriga. Solo uno de ellos, Valenciano, bajó diez kilos desde la época en que era un falso gordo y un auténtico goleador.

Esta vez no saldrán a meter goles en el prado verde sino a posar durante una larga sesión de fotografía. No hay fútbol. No hay partido. Pero sí hay nerviosismo, porque, pared de por medio, en el vestuario rival esperan cuatro bellas modelos casi desnudas.


MOMENTOS
Las antiguas estrellas que representaron a Colombia en los campos de fútbol de cuatro continentes recordaron al Cronista los momentos más emocionantes de su vida profesional. 
El momento de Marcos Coll
Mi momento más emocionante fue el gol olímpico contra la Unión Soviética a los 20 minutos del segundo tiempo, el 19 de junio de 1962. Adolfo Pedernera, que era el técnico, me hacía cobrar los córneres en curva con pierna derecha desde el costado izquierdo y al Zipa González, que era zurdo, los de la derecha. Yo sabía que el más peligroso era el que llegaba al arco a media altura, porque el portero pensaba que era del defensa y el defensa lo dejaba para el portero. Exactamente así ocurrió: el defensa giró al ver el balón, la bola picó en el suelo, cogió efecto y cuando la descubrió el portero, Yashin, ya estaba adentro. Habíamos empezado perdiendo 3-0 y con este gol, el único olímpico que se ha anotado en una Copa Mundo, nos pusimos 4-2. Al final lograríamos la hazaña de empatar a cuatro.
El momento de Aristizábal
Fue cuando jugaba una final en las filas de Cruceiro contra Flamengo, ante 110.000 personas en el Maracaná. Éramos visitantes y entre la multitud estaban regados apenas 10.000 hinchas del Cruceiro. Ganamos 3-1 y fue una locura.
El momento de Valenciano
Llegábamos a jugar los de Junior contra Nacional en 1993, en Medellín. Era un partido clave para el título. Fue durísimo. Empatamos 3-3, y allí cogimos impulso para ganar el campeonato. No recuerdo una emoción mayor que esa.
Ellas y ellos revueltos
Han pasado casi dos horas y por fin uno de los 24 miembros del equipo de SoHo se asoma al vestuario de ellos y les pide que acudan al estudio, en uno de los amplios espacios bajo la tribuna. Ellas aún no están presentes. Oviedo los alinea a su gusto y deja espacios vacíos para ellas. Tras un par de minutos, llegan por fin las modelos en sus batas azules. Nadie saluda a nadie. Durante varios segundos nadie respira. Nadie habla. Reina un aparatoso silencio como el que precedió al hundimiento del Titanic. 
Ellos se ponen tensos y serios, como si posaran para la cédula de ciudadanía. Ellas ocupan los lugares asignados, se oyen las instrucciones del Maestro; alguien consulta algo por algún sistema electrónico con el Gran Jefe y de repente se oye la orden esperada (¿y temida?):
—Por favor, quítense las toallas.
Es un ucase comparable al “¡fuera segundos!” de los cuadriláteros de boxeo, pero mucho más suave: cuatro acudientes despojan a las niñas de sus leves abrigos y ahora la escena muestra a ocho o nueve futbolistas (Córdoba llegó tarde) y, entre ellos, cuatro chicas ataviadas tan solo con una patriótica tanga. Ellos se fingen ciegos, sordomudos, torpes, trastes y testarudos. Los ojos fijos hacia el frente. Ni una miradita de reojo, ni un giro leve de la cabeza para observar esas maravillas que la naturaleza ofrece a pocos centímetros de sus bíceps. Lo que se llama unos señores, unos caballeros.
El Maestro, que vive en Nueva York y vino tres días a Bogotá a realizar la larga sesión fotográfica, imparte una nueva orden:
—Las chicas se mueven; los señores, quietecitos, por favor.
Entonces ellas empiezan a cambiar de pose a cada disparo de la cámara, a mover las manos, la cabeza, a acercarse a sus vecinos, a alejarse un poco, a cambiar la pierna de apoyo, a mirar de manera provocativa, a entreabrir los labios. Los fotógrafos miran con ojos de artista, los asistentes con ojos de socorristas y el Cronista con ojos gozosos de lector.
Pero ellos no. Ellos no miran. Continúan paralizados. Parecen jugadores de futbolín.
MOMENTOS
El momento de Willington
El momento más emocionante de mi carrera fue cuando gané mi primer título con Millonarios. Era el año 72 y me estrenaba como jugador. En el último partido empatamos en Bogotá y bastó ese empate para ser campeones. Del estadio salimos a la sede del club, y luego, en un carro de bomberos, a la pila de La Rebeca, en la calle 26. Después gané otros títulos con otros equipos, pero el que más recuerdo fue el primero.
El momento de Vilarete
No sé si fue el momento más emocionante, pero sí fue mi momento histórico. En marzo de 1977, la Selección Colombia se enfrentó a la de Brasil en el Maracaná ante 100.000 personas en el torneo clasificatorio para la Copa Mundo de 1978. Perdimos 6-0. El cuarto gol fue un disparo maravilloso de Marinho que celebró con sus compañeros. Puse la pelota en la mitad de la cancha para sacar de nuevo, pero la fiesta de los brasileños se alargaba como un carnaval. Entonces, a manera de protesta, me senté encima del balón. La foto le dio la vuelta al mundo y ahora se recuerda más mi sentada que el gol.
El momento del Pibe
El momento más emocionante que viví en un campo de fútbol fue aquel partido contra Alemania en el estadio del Milán el 19 de junio de 1990, cuando pasamos a octavos de final. Perdíamos por 1-0 y faltaba un minuto para acabar el partido. El resultado nos mandaba de regreso a casa. De pronto, el Bendito Fajardo me manda el balón, veo un huequito entre los defensas y tiro allá la pelota. Corre Freddy Rincón y la mete por entre las piernas al portero Illgner. Gooooool: nos parecía mentira.
El momento del Tino
No lo dude, fue el cuarto gol en la clasificación contra Argentina en aquel histórico 5-0 en septiembre de 1993. Les estábamos pasando por encima cuando le quito la pelota a uno de los volantes, me voy con ella por la izquierda, entro al área penal, veo que el arquero me sale y se la toco, tac, con la pierna derecha. El balón se metió por el ángulo, me tiré al piso a dar volantines.
Posando bajo la lluvia
Varias veces vuelven a reunirse ellos y ellas ante las cámaras o, por lo menos, ellas con algunos de ellos. En una de las escenas, Kathy se tiende en el suelo, frente al grupo. En otra, Tania abraza al Tino. En otra, las cuatro rodean al Pibe.
—Las chicas serias, los jugadores sonríen —ordena el Maestro.
Hecho.
—Ahora se cogen de gancho, pero todos serios.
Hecho. De gancho por instrucciones del fotógrafo. Es lo más lejos que llegan. Mejor dicho, lo más cerca. Aquí hay pixeles, no erotismo. Bajo un despliegue de luces y parasoles de refejo (flex), el Maestro y sus asistentes disparan y animan a sus víctimas.
—Biútiful, Kathy…
—Paula, superbién…
—Preciosa, Tania…
—Tino, perfecto…
Llegan nuevas sesiones en el campo de juego. Está lloviznando. Las batas azules ya no son asunto de pudor sino recurso para evitar la pulmonía. Todos acatan las instrucciones que el Maestro imparte y las que transmite desde lejos el Gran Jefe.
En un sector del estadio espera, humeante, el almuerzo que prepara con su combo Daisy, la capitana de la cocina. Ellas, ellos y el resto del personal hacen silenciosa y educada fila para servirse la comida mexicana. 
Daisy comenta al Cronista con picardía:
—¿Sumercé sí viste que Vilarete solo pasó una vez pero se sirvió comida como para tres?
Vilarete lo niega y señala el cadáver desgonzado de las tortillas como prueba de su austeridad.
—¿Y lo que había encima dónde lo pusistes? —pregunta Daisy.
Como noticia excepcional, se produce un breve diálogo entre Kathy y Córdoba. El antiguo portero, que hizo historia en el Boca Juniors, le explica cómo es la vida bajo los tres palos y las emociones que cultiva ese hombre solitario en su precaria madriguera.
MOMENTOS
El momento de Córdoba
No es lo más emocionante, pero sí lo más extraño que me ha pasado en un campo de fútbol. En la Bombonera, el estadio del Boca, un hincha me puteaba todos los domingos. Como el público está muy cerca a la cancha, yo lo veía perfectamente y me grabé la cara. Un día, al acabar el partido, fui a recoger mi carro y me lo encontré. Le pregunté entonces por qué, siendo hincha del Boca, no paraba de insultarme. “Perdoname —me dijo—: yo te puteo por cábala. Siempre que te insulto ganamos”. Quedé desconcertado, pero le dije: “Entonces tranquilo, hermano, sígame puteando”. Y fuimos campeones nacionales, campeones de la Libertadores y campeones de la Intercontinental.
La jornada termina. Atardece sobre el estadio vacío. Ellos se cambian en su vestuario y se marchan a distintos barrios y ciudades. Ellas, fatigadas, acuden a bañarse en las mismas duchas donde lo hacen cada domingo otros futbolistas. Allí toma las últimas fotos el Maestro. El Cronista, entretanto, se dirige al puesto de comidas de Daisy, repite tortillas de tres sabores, pide un plato de sopa, arrima dos arepas al plato, exige vaso grande de refajo y remata con un combo de bocadillo y queso. Es el único autorizado para consumir comida a su antojo. Además, lo esperan en la puerta un conductor y un automóvil para llevarlo acasa.
Son las ventajas que se presentan cuando el Cronista es padre del Gran Jefe. 
Lo que se dijeron sin hablar
El Cronista se proponía captar los diálogos entre ellas y ellos. Pero no hubo diálogos. Después de varias horas de posar juntos, se registraron apenas unas pocas palabras de cortesía. Fue así como el Cronista se convirtió en correveidile, que indagaba a los unos y a las otras lo que habrían querido preguntarse y llevaba mensajes de un vestuario al otro. Este es el resultado del correo entre personas que no pudieron dialogar.
Akemi pregunta al Pibe: ¿Quién le habría gustado ser en el mundo del fútbol si no fuera usted?
Pibe responde a Akemi: Faustino Asprilla.
Akemi pregunta al Tino: ¿Quién le habría gustado ser en el mundo del fútbol si no fuera usted?
Tino responde a Akemi: Gianfranco Zola.
Valenciano pregunta a Paola: ¿Por qué todas las modelos son flacas?
Paola responde a Valenciano: Porque es parte de nuestra profesión tener cuerpos esbeltos. Esto exige dieta para llegar al peso necesario y disciplina para mantenerse.
Tino pregunta a Akemi: ¿Vos naciste en Tokio o en Colombia? ¿Comés comida japonesa?
Akemi contesta al Tino (en perfecto paisa): Mi apá es japonés, pero mi amá es antioqueña, de apellido Gómez. Como por igual frijoles y sushi.
Vilarete pregunta a Kathy: ¿Por qué decidió ser modelo?
Kathy responde a Vilarete: Porque desde niña tenía la actitud, me gustaba, tenía el cuerpo que hay que tener y la disciplina superexigente que se necesita.
Coll pregunta a Tania: ¿Es casada?
Tania responde a Coll: Sí. Con un director de cine. No tengo hijos.
Coll (al saber la respuesta): Lástima.
Tania pregunta a Coll: ¿Qué es lo que más extraña del campo de fútbol?
Coll responde a Tania: Todo.
Kathy pregunta a Valenciano: ¿Cuál ha sido el partido en el que más sufrió?
Valenciano responde a Kathy: En 1995, un partido de Junior en Barranquilla, en el que se metieron atrás los jugadores del Quindío y por más que lo intentábamos no podíamos hacerles daño. Casi muriéndonos, metimos el único gol en el minuto 89 y ganamos.
Willington pregunta a Paola: ¿No le da pudor salir en las fotos en topless, sobre todo al lado de varones?
Paola responde a Willington: Sí, un poco, pero el pudor se maneja profesionalmente. A una modelo profesional le da lo mismo posar sola o con otras personas.
Paola pregunta a Willingon: ¿Cuál fue su mejor año como futbolista?
Willington responde a Paola: 1983, cuando fuimos campeones con el América.
Tania pregunta al Tino: ¿Qué opina sobre el actor que lo representa en la serie de televisión La selección?
Tino responde a Tania: Excelente. El morocho (Ómar Murillo) me imitó muy bien y la serie ha sido muy buena y muy vista.
Tania pregunta al Pibe: ¿Qué opina sobre Édgar Vittorino, el actor que lo representa en la serie de televisión La selección?
El Pibe responde a Tania. Muy bueno. Desde aquí lo felicito.
Kathy pregunta a Córdoba: ¿En qué piensas mientras estás en la portería?
Córdoba responde a Kathy: En ordenar la defensa, en ver cómo atacan los rivales, en gritar a los volantes.

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