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19 de octubre de 2018

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La noche con un patrullero de la noche

Reportear la noche bogotana es un oficio que exige aguante, paciencia y credulidad. ¿Qué pasa en la vida de un periodista nocturno de esos que cuentan lo que usted nunca ve por estar dormido? Acompañamos en su desvelo a uno de ellos a recorrer las frías esquinas de una urbe desangelada.

Por: Adrián Atehortúa

11:20 P.M.

Según el celular, la temperatura es de 9 grados, pero la noche se siente mucho más fría: el cielo está despejado de una manera anormal, el viento pasa helando en tandas de pocos segundos, Transmilenio hace sus últimos servicios y las avenidas de Bogotá se ven interminables e imponentes por los pocos carros que hay a esta hora. En el Oxxo de la estación de Texaco de la 30 con 19 hay cinco mesas ocupadas por policías y paramédicos del crue, una patrulla permanece a la espera sobre la calle con las luces azul y roja parpadeando y cada tanto pasa un indigente a hurgar la basura que otro indigente ya hurgó minutos antes. (La mula más joven del mundo es colombiana y tiene 11 años)

Aquí se reúnen de lunes a viernes los reporteros que trabajan como patrulleros de la noche, es decir, periodistas que trasnochan para tener a primera hora de la mañana el reporte de los crímenes, riñas, accidentes, borrachos, muertos, operativos y demás cosas que solo pasan –o que pasan con más frecuencia– cuando la ciudad duerme. Hoy acompañaré a Fabián Trujillo, uno de ellos, a hacer su trabajo.

Hace nueve meses comenzó a trabajar como periodista para el programa La Nocturna, de RCN La Radio, al igual que para el noticiero de las 4:00 a.m. de Yolanda Ruiz, y desde entonces conoce la noche como pocas personas en Bogotá. Su turno empieza las 10:00 p.m., pero prácticamente está alerta a cualquier novedad desde que sale de su casa –en el barrio Hortúa, donde vive con su esposa y su hija– hacia la torre de control de RCN Radio, en Teusaquillo. Cada dos semanas le toca hacer reportería en la calle durante dos semanas y, prácticamente, se dedica a dar vueltas por Bogotá a bordo de una camioneta hasta las 5:00 a.m.

Quedamos de encontrarnos a las 11:00 p.m., pero Fabián aún no llega porque desde que salió la noche ha estado movida. Su trabajo le hace tener un sentido de la puntualidad completamente escrupuloso y por eso, minutos antes de las 11:00, escribió por chat que tardaría unos minutos porque “ahí han salido algunas cosas”. En una nota de voz, explica: “Nos vemos en 20 minuticos que estoy en la 85 que hay un casito. Ya nos vemos”. En otras palabras, es síntoma de que la noche está movida, entonces hay trabajo. O sea, todo va bien.

“Ir bien” en términos de los patrulleros de la noche es, en parte, que algo le pase a alguien, algo que uno no quisiera que le pase a uno y que, por supuesto, ellos no quisieran que pasara. Cuando oigo la nota de voz por segunda vez caigo en la cuenta de que nunca he presenciado el momento en que se produce un accidente de tránsito –espero nunca presenciarlo bajo ninguna circunstancia–, rara vez me he topado con uno ya producido, y mucho menos he visto un cuerpo saliendo de un carro, o sangre saliendo de un cuerpo que sale de un carro. Puede que eso pase hoy, pero, de solo pensarlo, de inmediato sé que no quiero que eso pase hoy.

Minutos después, Fabián vuelve a enviar una nota de voz: “¿Todo bien? Ahí voy llegando, es que había un choquecito y tocó parar a mirar la vaina. Todo bien que ahí ya llego”. En efecto, dos minutos después, sobre la bahía de la estación de gasolina, aparece la camioneta de RCN en la que se moviliza Fabián. Se baja del asiento del copiloto y camina hacia el Oxxo. Tiene 32 años aunque no aparenta más de 25, está envuelto en dos chaquetas ajustadas, usa una bufanda que le tapa la mitad de la cara, trae las manos metidas en los bolsillos y después de saludar y de comentar sobre el exagerado frío de esta noche, aclara con una voz de locutor nato:

?No, era un caso de un ciclista que lo atropelló un carro. Pero no hay declaraciones todavía.

No es medianoche aún, faltan cinco horas para que acabe su turno y Fabián ya ha visto dos accidentes. Y eso que la noche no está tan movida, como dirá más tarde. Sin embargo, no hay suficiente material para que pueda ser noticia porque no tiene declaraciones de lo que pasó. Entonces debe esperar a que pase algo que sí pueda reportar.

12:40 A.M.

Fabián se graduó de Comunicación Social en la Universidad Cooperativa de Colombia en 2010 y siempre le han gustado la radio y los medios digitales. Primero trabajó cinco años en Colmundo Radio desde la cabina de control, luego dos en el portal primerapágina.com cubriendo temas económicos, pero nada de eso tiene que ver mucho con lo que ahora consiste su trabajo periodístico. Para empezar, ahora trabaja solo de noche y la dinámica de su labor depende de su habilidad para conseguir información en caliente. La mitad de los temas son, claro está, temas crudos.

-¿No te da miedo?

-Al principio, claro que me daba miedo. Ahora uno ya sabe cómo hacer más las cosas y debe tener claro que hay un límite, por mi seguridad y la del conductor que me acompaña.

-¿Y qué te dicen en tu casa?

-No, pues, me piden que me cuide mucho.

Desde que los periódicos populares como El Espacio cerraron sus puertas, hace cinco años, la noche en Bogotá es territorio de Noticias Caracol, CityTV, Noticias RCN y RCN Radio. Y todos sus reporteros se reúnen sagradamente como una especie de club noctámbulo en las mesitas del Oxxo de la 30 con 19. Fabián es, de lejos, el más discreto y el más joven de todos, además del único que trabaja en radio y que hace reportes en vivo. Como tiene que tener material nuevo cada hora para hacer transmisiones en vivo desde donde esté, hace todo tipo de notas. (Un día en la sala de deportados del aeropuerto El Dorado)

Aunque parezca increíble, en Bogotá puede haber noches en las que, periodísticamente hablando, no pasa nada. Por eso, junto a Daniel Arias, el compañero con el que se turna las salidas de campo, Fabián hace cubrimientos especiales que prepara con antelación o conoce personajes de la noche bogotana a los que puede visitar en cualquier momento para una nota de color o una entrevista atemporal. Hace tres semanas, por ejemplo, se dedican a ir a la Terminal de Transporte de Salitre para ver cuántos venezolanos llegan a diario a la ciudad y pasan la noche ahí. Hacia allá nos dirigimos.

Mientras vamos, me cuenta cómo sería una noche movida: tres o cuatro accidentes tal vez, especialmente si es la noche del jueves y la madrugada del viernes y ha llovido. Habla de la vez que en una sola noche hubo tres explosiones en Bogotá y estaba solo en cabina y le tocó salir a ver el resultado de las tres, gracias a que un taxista amigo le informó por Whatsapp. Ese ha sido el día que más ha sentido miedo. También, habla de una mujer en las drogas que se la pasa en La Soledad con un perro llamado Chimboloco y que le contó historias inverosímiles que luego comprobaría que eran ciertas. De todo lo anterior, nada se compara con la noche en la que vio a dos indigentes peleando por una caneca de basura: eso ha sido, sin pensarlo mucho, lo más impresionante que ha visto.

En la terminal ya conocen a Fabián y una vez llegamos el protocolo se reduce a un saludo de uno de los vigilantes de turno y un “allá están durmiendo” como toda indicación. En el módulo 5 de la terminal hay un olor intenso a cebolla y cilantro, como de un caldo pasado de condimentos que hierve en una olla exprés que nadie ve pero que no para de pitar y domina con su susurro aturdidor todo el bloque desde un local llamado “Man y Comio”. Al lado del local, en un espacio que no tiene más de siete pasos de ancho, hay 28 venezolanos que pasan la noche en un tumulto organizado, envueltos en cobijas, rodeados de sus maletas, intentando dormir a pesar del olor, del ruido y del exceso de luz blanca que permanece encendida toda la noche.

Son jóvenes, mujeres, ancianos, parejas… Están tirados en el suelo, apoyan la cabeza sobre cualquier cosa que hace las veces de almohada improvisada –una maleta, un jean enrollado, una caja– y en general se les ve indecisos entre taparse la cara o los pies porque las sábanas no dan para cubrirse ambas partes al tiempo a menos que se acurruquen. Sin embargo, no son los únicos. Al final del pasillo, saliendo, frente al último parqueadero de la bahía hay otro grupo. Son 19 en las mismas condiciones pero, a diferencia de los que están adentro, el frío de la noche les llega de cara, al igual que el ruido de los buses. Fabián saca su grabadora de reportero y su celular y, tratando de no pisar a nadie, da pasos muy cuidadosos entre los que duermen. Va preguntando si alguien puede hablarle, pero en general la gente está tratando de dormir.

Un hombre alto, flaco, ojos castaños, sale de su sábana y se pone de pie. Se llama Raúl, tiene 38 años, usa un buzo de lana vieja, se le caen los pantalones y tiene los tenis rotos. No tiene problema en hablar un rato. Fabián le hace un par de preguntas, todas indagando si ha recibido alguna atención especial por parte del gobierno colombiano. El hombre dice que no, que ha ido a la Cancillería a buscar la tarjeta especial que le permita trabajar en Colombia, pero no ha podido. Está trabajando en Corabastos bulteando desde las 4:00 a.m. y todo lo que se gana lo ahorra para ver si logra arrendar algún lugar en el sur por 200.000 pesos. Cuando sale del trabajo, regresa a la terminal y ahí duerme a la suerte del clima hace una semana. Dice que todos los días se rebusca la manera de bañarse y de comer algo. Cuando le pregunto si le puedo hacer una foto dice que no rotundamente: su familia en Venezuela no sabe la situación en la que se encuentra en Colombia y teme que de alguna manera se entere.

Fabián escucha y graba todo. Luego, sabiendo que no es el primero ni será el último testimonio de este tipo que escuchará en un buen tiempo, da un apretón de manos y se despide.

1:30 A.M.

Por un chat grupal, Fabián recibe la información de un taxi robado que la policía incautó con 30 kilos de marihuana. Hoy, gracias a Whatsapp es más fácil que Fabián esté en contacto con grupos de la policía, de paramédicos, de socorristas, de otros periodistas, que durante la noche van comentando o reportando novedades. “A la comisaría de Suba”, dice nomás, y la camioneta arranca para allá. Es increíble cómo cambia todo de noche. Bogotá parece otra. Las calles están tan despejas que la camioneta no tarda más de 20 minutos en llegar a Suba y a lo largo o lo corto del recorrido no se ve ni una mugre.

Cuando llegamos, imagino acción: agentes de la policía con armas, perros antinarcóticos, un taxi destruido y abaleado. En realidad es como entrar a un evento social hecho en el patio de la estación de policía. Los periodistas están merodeando por ahí para no entumecerse del frío, tinto en mano, y hablan con los policías pero nadie pregunta todavía por lo que pasó sino todo lo contrario: están hablando como en un coctel, preguntan cómo va todo, qué más de la vida.

Dos policías disponen una mesa larga al costado de la patrulla, la cubren con un mantel verde muy institucional y empiezan a poner sobre ella los 30 bloques de marihuana en un orden perfecto. “Imprima, por favor, un letrero que diga ‘Marihuana’”, ordena un policía. Cuando traen el letrero, se ve claramente cómo va tomando forma el escenario que mil veces ha visto uno en las noticias sobre casos como este. Y viene el toque final: traen al capturado. Lo escoltan dos policías ejemplarmente uniformados, lo centran en el cuadro final de espaldas a la mesa y en 3, 2, 1 empieza todo a lo que vinimos. Todos sacan sus cámaras y sus luces y empiezan a grabar. El capturado tiene una camisa rosada y aún de espaldas, sabe cómo pararse para este momento, como si lo hubiera ensayado previamente. Un policía registra todo también con un celular.

Toda la acción dura, por mucho, 20 minutos. De nuevo, un par de apretón de manos más y Fabián regresa a la camioneta a ver qué hay para hacer.

2:45 A.M.

Regresamos a la esquina de la 30 con 19. En 15 minutos Fabián sale al aire por unos minutos y luego, religiosamente, a las 3:00 a.m. en punto se detiene, donde sea que esté, y empieza a revisar los audios que ha hecho en la noche para seleccionar las partes que saldrán al aire, enviarlas a alguien que está en la torre de control para armar la nota y tener el material listo para el noticiero de las 4:00 a.m. En otras palabras, está editando. La camioneta en la que se transporta Fabián funciona como una especie de minicabina radial: tiene micrófonos, cables, radioteléfono y una enorme antena para que pueda entrar en contacto con el programa. (Un día como un conejillo de indias en el único laboratorio sexual de Latinoamérica)

Mientras termina de organizar todo eso, un bus del sitp que parece a punto de ser enviado a chatarrización, se detiene en la esquina por el costado de la 30. Pone las luces estacionarias y espera. Cuatro mujeres con pinta de oficinistas aparecen y traen un papel en la mano que, luego se sabrá, es el registro de un denuncio. No conformes con haber denunciado ante la policía, quieren que su caso se denuncie en medios y han venido a hablar con los periodistas que aún están acá reunidos a la espera de noticias. Las mujeres se acercan al equipo de Caracol Televisión, que sin duda es el más visible y el más popular, y los periodistas no dudan en comenzar a grabar de inmediato.

El caso, en resumen, fue que el bus fue atracado por delincuentes a la altura de Unicentro. La mujeres, al parecer, eran las únicas pasajeras y, aprovechando el papayazo, los ladrones no solo les robaron lo que tenían sino que también, dicen, cometieron “vías de hecho”. Ya era tarde, acudieron a la policía que no pudo hacer mayor cosa, pero tenían que hacer la denuncia. El equipo de Caracol graba todo diligentemente mientras los demás esperan. Una vez terminan la entrevista, las mujeres regresan al bus y el reportero de RCN Televisión se acerca a preguntar.

-¡Oiga! ¿Qué le pasa? –gritan en el equipo de Caracol–. ¡¿No ve que esa es mi historia?! No me puede ver grabando porque ahí mismo se pega, ¿no?… ¡Mediocre!

El reclamo acapara todo lo demás y, no habiendo terminado la pataleta, el bus arrancó con las pasajeras abusadas que ya habían pasado por una larga noche al igual que su conductor y los demás colegas solo vieron cómo el sitp se alejó ridículamente lento por la 30 hacia el norte y con él se les escapaba la posibilidad de una noticia más. Lo mismo hace el equipo de Caracol.

Todos los demás se quedan viendo un chispero. Como último recurso, preparan trípodes, luces y cámaras en un rincón de la estación de gasolina y esperan a que aparezca el comandante de la policía encargado de coordinar las actividades de esta madrugada y dé un resumen detallado de todo.

Llega en el acto. Es un tipo pequeño, rígidamente uniformado, sonriente y, a diferencia de los demás policías, se le ve fresco, sin rastro de trasnocho o cansancio. Se entera de la riña por la primicia de hace unos minutos y hace un gesto como quien dice “¡qué bobada!” y se compromete a que habrá un mejor control de esas cosas. Como si estuviera compensando el percance, se pone a disposición de los periodistas para responder lo que sea de lo que vieron en su reportería durante la noche, y habla con pelos y señales del taxi robado que fue encontrado con 30 kilos de marihuana en Suba. Se siente una tranquilidad entre el grupo en general.

A pesar de todo, Fabián reconocerá más tarde que, bien lo saben, siempre vale más la voz de un testigo de un ciudadano que tres voces oficiales. Para él es regla de oro. Pero el frío está pegando duro y la preocupación se le pasa al rato.

3:55 A.M.

Faltan dos horas para que acabe el turno de Fabián, pero son también las dos horas más intensas, las dos horas por las que cobra sentido el resto del trabajo de la noche. Fabián toma un tinto y un ponqué gala con el conductor que lo secunda en logística radial improvisada y desde la camioneta, herméticamente cerrada para que no entre ningún sonido, da órdenes y coordenadas breves para estar con todo listo a la hora de empezar el noticiero. Suena la voz de Yolanda Ruiz en la radio exactamente a las 4:00 y saluda con la actitud de las estrellas de la radio que parecen saber todo de antemano desde hace mucho, aunque en realidad acaban de llegar al trabajo.

-Fabián Trujillo nos tiene toda la información de la noche. Buenos días, Fabián, ¿cómo está?

-Buenos días –suena la voz con firmeza, sin contratiempos–. Una noche de doble chaqueta y bufanda por el frío a esta hora. El resumen de la noche: siguen llegando los venezolanos a la Terminal de Transporte de Salitre. Dicen que hasta el momento no han recibido los beneficios que ha prometido el gobierno. En otras noticias…

Y resume hábilmente y de memoria todo lo que vio en un minuto y medio. Afuera ya no está la policía y los colegas hacen lo mismo que Fabián, revisando material, esperando a ver si se quedan un rato más o se van a editar. Todo el mundo tiene cara de querer irse ya para su casa, pero el día apenas comienza. No ha sido una mala noche, en términos periodísticos. Ya son las 4:08 a.m. y el celular dice que hacen 8 grados de temperatura a esta hora. La camioneta se queda estacionada en la esquina de la 30 con 19 donde todo empezó hace unas horas cuando nada había pasado, mientras Fabián termina el resumen. Luego parte hacia la torre de control de RCN para ultimar detalles. Ahí se quedará hasta que salga el sol y pueda irse de nuevo a casa, mientras el resto de la ciudad despierta.

*Periodista. Es colaborador de medios como Arcadia, Semana, Esquire y El Mercurio.

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