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15 de junio de 2004

Cuánto dura un colombiano sacando papeles

Por: Andrés Sanín

Es una de las cosas más desagradables que le pueden pasar a un hombre: botar la billetera. El corazón se nos acelera, las manos torpes escarban en cada bolsillo y la memoria busca una huella del objeto perdido. El motivo, robo o descuido, da igual. La plata no importa. Al menos no tanto como los papeles que había en la billetera y el tiempo que costará reponerlos.
Salir del laberinto de la tramitología puede tomar un par de días, pero, si se escoge el camino equivocado, la pesadilla puede prolongarse. Para saber en concreto cuánto tiempo dura reemplazar la cédula, el pase y la tarjeta militar, recorrí el laberinto sin afanes ni brújula, cronometrando cada paso que daba.
Día 1, 9:30 a.m. Empecé por el pase. Primer error: exigían cédula y denuncio por pérdida. Fui entonces a sacar la cédula en la Registraduría Distrital, en la carrera 7a. con 17. A la entrada, como si fuera presa de aves de rapiña, me rodeó una multitud que ofrecía en coro sus servicios. "¡El RH. la foto. laminaciones!".
El cronómetro marcaba 1 hora 14 minutos y estaba otra vez en el sitio equivocado: certificaban la contraseña pero no la expedían. Los del RH me orientaron y retomé el rumbo correcto.
A dos cuadras, en el Banco Popular, hice una fila de 10 minutos con 53 segundos para consignar $30.000 que cuesta la cédula. Luego, en una estación de policía, simulé denunciar la pérdida de los papeles (15 minutos); fui a tomarme una foto fondo blanco a color de 3x5 (12 minutos 30 segundos) y finalmente caminé hasta la Registraduría Local de la Candelaria (3 minutos 21 segundos).
12:05 p.m. Ya era tarde. Los turnos los habían asignado a las 8 de la mañana y tuve que volver al otro día a hacer a una fila que empezó a formarse desde las 6, bajo el entendido de que a quien madruga Dios le ayuda.
Día 2, 6:35 a.m. Madrugué, pero Dios no me ayudó. La fila era de cuadra y media y los del RH revoloteaban como moscas desde las 4 de la madrugada. No abrían y cada vez me alejaba un puesto más de la entrada. Eran los colados que habían comprado un lugar adelante con una nueva versión del dicho que podría ser algo de este estilo: quien paga no madruga y Dios igual le ayuda. "Ni modo de quejarse, pues van y lo chuzan a uno", dijo mi vecino de fila.
8:02 a.m. Después de hora y media de espera, repartieron los turnos. Mi cita era a la una de la tarde. Volví y esperé sentado media hora hasta que me llamaron. "Sus papeles", me dijo una de las funcionarias que atendía y me sentí como un estúpido cuando contesté, so pena de quedar con dos cédulas, que estaba simulando sacar la copia de la cédula 'perdida', pero que en realidad no la quería. Para evitar el ridículo, tuve que revelar que lo hacía para escribir un artículo. Sus caras se transformaron y llenos de paciencia me explicaron el proceso, mientras me pasaban de un lado a otro, siguiendo mi pantomima.
Entregué un recibo de consignación (2 segundos). Anotaron mis datos en un computador (3 minutos 12 segundos). Con la guillotina cortaron las fotos (15 segundos). Me tomaron las huellas de todos los dedos de las manos (2 minutos 43 segundos) y me limpié con una estopa vieja y usada que, por cuestiones de presupuesto, se había salvado de ir a la caneca. Me paré contra un metro pegado a la pared, saqué pecho y recorrieron con la mirada mi cuerpo en un tiempo que no alcancé a cronometrar. Finalmente imprimieron una contraseña como si fuera la mía, le pegaron una foto y dijeron que ahora debía certificarla.
2:35 p.m. Con mi contraseña 'imaginaria' volví a la Registraduría Distrital. El edificio es tan lúgubre como el trámite. Es una especie de biblioteca vieja de varios pisos, pintada por dentro en tonos pastel descoloridos, donde reposan más de cinco millones de huellas.
Subí unas escaleras que crujían por entre un túnel oscuro. Al fondo, un letrero impreso en computador, iluminado por una luz tenue de neón, anunciaba que ahí certificaban las contraseñas. Me asomé por una ventanilla diminuta a entregar la contraseña y esperé una hora mientras cotejaban las huellas, firmaban y sellaban los documentos recibidos.
Día 3, 11:10 a.m. Habiendo recobrado la identidad, el camino se despejó. Me tomé de nuevo unas fotos para el pase con fondo azul de 3x4 (7 minutos 4 segundos), conseguí el examen médico que certificaba que estaba cuerdo, que veía y que mi RH era el típico A+ (1 hora 35 minutos 45 segundos). Añadí el denuncio y fui al Sett (Servicios Especializados de Tránsito y Transporte) de San Diego, en la calle 26 con carrera 7a., uno de los puntos de este centro de servicios de transporte al que hace más de siete años le entregaron en concesión los trámites relacionados con las licencias de manejo expedidas en Bogotá.
1:05 p.m. El Sett parecía un Blockbuster, un centro de trámites del primer mundo incrustado en medio de 'la capital del hueco'. De nuevo, la apariencia del lugar era el reflejo del proceso, una maquinita de trámites perfectamente sincronizada en la que todo ocurría en el mismo lugar. Al día expedían alrededor de 55 pases, cada uno de los cuales fabricaban en solo dos minutos.
Solicité un formulario (5 minutos). Luego me asignaron un turno (6 minutos 4 segundos). Hice otra fila para consignar en la ventanilla de enfrente $82.100 (4 minutos). Me senté 15 minutos y pasé al punto de recepción de documentos. Finalmente, esperé dos horas mientras imprimían el pase 'imaginario' e hice una última fila de 5 minutos para que me lo entregaran.
El proceso fue rápido, pero no faltó quien, por $10.000, ofreciera conseguirme un examen virtual sin que tuviera que ir al médico, o, a cambio de $130.000, hacerme el trámite completo.
Día 4, 7:35 a.m. Fui por la tarjeta militar al Distrito N° 4 en la carrera 7a. con calle 104. No había más de 10 personas. Eran bachilleres de colegios de estratos altos que en algún momento temblaron ante la idea de cargar un fusil.
Tuve 'mala suerte': no estábamos en la época de congestiones, cuando los padres se agolpan, a empujones, frente a la puerta del Distrito, afanados por el destino de sus criaturas. Esos días, el Mayor sale con altoparlante en mano, asigna turnos y organiza a la gente en lotes, según el motivo de su visita. Los que llegan tarde pueden demorarse el día entero.
Cuando hace más de seis años iba a preguntar en el Distrito N° 1 si había salido mi libreta, tuve que lidiar con más de un recluta con ínfulas de general, golpear la puerta implorando que me atendieran y oír más de cinco veces que estaba cerrado el Distrito porque se encontraban en concentraciones, charlas en colegios o correrías.
Esta vez todo salió bien. Revisaron en el sistema mi situación militar y, como aparecía resuelta, me entregaron un recibo por $54.000 que debía pagar en el Banco Ganadero de la Esmeralda, a más de 80 cuadras del Distrito.
8:05 a.m. Trancón de ida: 1 hora. Fila en el Banco Ganadero: 18 minutos 33 segundos. Trancón de venida: 1 hora 13 minutos.
A la vuelta, desfilé por filas de dos o tres personas, de nuevo simulando que entregaba unas fotos, esta vez de 2,5 x 4,5, fondo azul rey, y de corbata, pues así lo exige el protocolo castrense; el recibo de consignación, dos fotocopias de la cédula ampliadas, la denuncia por pérdida y el formulario de datos del solicitante. Me demoré 13 minutos en ese trámite, pero tuve que esperar dos días para recoger la libreta, lo que significó un total de tres visitas.
Mi odisea duró una semana. Si pusiera un minuto tras otro, diría que me moví trece horas en los terrenos pantanosos de la burocracia y que gasté $200.000. Solo faltaría esperar un año la cédula e ir al 20 de julio por la estampita del Divino Niño que llevo con los demás documentos para que me cuide la billetera de manos inescrupulosas y no tenga nunca, en serio, que recorrer este laberinto.

-Haya que tomarse tres tipos de fotos distintas para documentos que tienen prácticamente el mismo tamaño (fondo azul rey, blanco y azul, de 3 x 4, 2,5 x 4,5. y 3 x 5 cm).
-Exijan para la tarjeta militar salir en la foto de corbata. ¿Aceptarán la foto de un punk que salga con corbata, tatuajes, piercings y sin camisa?
-Cobren $15.300 por el pase para vehículos de tracción animal e informe una cinta pregrabada, a través de la línea call center del Sett, que el duplicado de esta licencia "tiene un costo de cero pesos, el cual podrá cancelar cómodamente en el punto de atención a usuarios, PAU, más cercano". ¿Quién entiende?
-Exijan saber leer y escribir para sacar la licencia de conducción de vehículos de tracción animal, requisito que en los demás tipos de pase lo acredita el centro en el que se tomó el curso de conducción. ¿Habrá algún centro de aprendizaje de conducción de zorras?
-La consignación de la tarjeta militar solo pueda hacerse en un banco que queda a más de 80 cuadras de algunos de los distritos en los que se realizan los demás trámites.
-Dentro de las instalaciones del Sett haya gente que ofrezca exámenes médicos falsos por $10.000 y tramitadores que por $130.000 hagan todo el proceso. ¿Por qué nadie los expulsa del lugar?
-Sacar un duplicado del pase cueste más del doble que la copia de la cédula.
-La Registraduría no tenga suficientes recursos para comprar estopa o papel nuevo para que la gente se limpie la tinta con la que le toman las huellas dactilares.
-Cobren $54.000 pesos por la copia de la tarjeta militar y siga siendo una cartulina plastificada descolorida aparentemente fácil de falsificar, a la que le pegan la foto con colbón.
-Haya que certificar la cédula en un lugar distinto al que la expiden para que tenga validez.
-Nadie atienda cuando los de reclutamiento se encuentren en concentraciones, correrías, conferencias en colegios e inscripciones.
-La cédula se demore un año mientras que otros documentos que también requieren seguridades, como las tarjetas débito, estén listas en pocos minutos o máximo en un par de días.