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13 de mayo de 2010

Dejad que los pollos vengan a mí

Mientras cada vez más curas son descubiertos con las manos en las masitas, el cardenal Castrillón intenta defender a sus degenerados cofrades. El autor de esta diatriba no quiere dejarlo pasar.

Por: Roberto Palacio F.
| Foto: Roberto Palacio F.

No me queda más que reconocer que Evo Morales estaba en lo cierto. Todos recordamos cómo hace unos días en la I Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático y la Madre ‘Tiella‘, atacó despiadado a los transgénicos con todas las herramientas de la ciencia: "El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres". He ahí todo el asunto por el cual nos rompíamos la cabeza intentando establecer si las causas de la homosexualidad había que buscarlas en los genes o en la cultura…no. ¡En el pollo! No es meramente coincidencial que hace unas semanas el secretario de estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, declarara desde Chile que científicamente se había comprobado que la causa de la pedofilia era la homosexualidad. Nada que ver con el celibato, según él. Un dato más, de deliciosa complexión confesional. El obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, un recio chapetón de cara dura que sale en la prensa cargando en sus brazos un bebé de plástico, decía en 2005 sobre los bebés de carne y hueso: "Si te descuidas, te provocan". También Álvarez considera la pederastia un resultado de la homosexualidad y más aún, no solo hay jovencitos que consienten que los abuses, debes estarte revisando la sotana porque se te meten, tío, ¡se te meten! Para compendiar: el pollo es la causa de la homosexualidad (Evo), la homosexualidad lleva a la pedofilia sacerdotal (Bertone) y no se crea ni por un instante que la desviación de las hormonas del pollo afecta a los curas, es problema de los abusados; ellos son los gays (Álvarez). Evo, perdónanos, no te habíamos entendido. No hay duda de que el pollo ha desatado esta locura efebofílica.

Bueno, quizá el pollo sí vuelva homosexuales a algunos pocos hombres de Dios, pero hay cierta nobleza y tozudez en la homosexualidad sacra que la aleja de la moda pasajera y concupiscente con la que la asumen los niños abusados. Quizá ni siquiera se trate de homosexualidad. ¿Cómo va uno a ver comportamiento desviado de su ser como hombres en un grupo de recios machos que liderados por el varonil monseñor Rubiano se saludan mordiéndose el labio inferior, se besan los anillos y que como adolescentes temerosas consideran que hay que estar vigilantes para que en cualquier momento no los seduzcan? Es enfermo saltar a esa conclusión.

Con toda razón, la ‘lumbrera‘ de los jesuitas, Alfonso Llano, en el tono de un cuáquero bilioso se quejaba de la hipócrita y enferma sociedad que se le ocurre acusar a la curia cuando ella abusa de los niños. Pidiendo silencio y perdón para los curas pederastas, escribía en su columna de El Tiempo del 11 de junio de 2002 una defensa airosa y casi poética de las víctimas del pollo:

"El mito griego nos cuenta cómo a Tántalo, muerto de hambre y de sed, lo sumergieron en una laguna con el agua hasta el cuello y una rica bandeja, llena de frutas y vinos, que le llegaba hasta el borde de los labios y no se le permitía consumirlos. Así somete el mundo moderno a los sacerdotes: ‘Miren, huelan, pero no coman ni beban‘, y algunos comen lo que tienen más a la mano y es más débil e inofensivo: los niños. Y se levantan los fariseos, los medios, y ponen el grito en el cielo, rasgando sus vestiduras podridas y fétidas, por supuesto, y acusando a los sacerdotes de impuros y perversos".

Uno se pregunta cómo a monseñor Castrillón no se le ocurrió la fórmula del pollo de Evo en su reciente entrevista con Ángela Patricia Janiot por CNN, en donde se lo ve abierto a las explicaciones científicas, aparte de relajado y fluido. Más bien le ha dado por meter toda suerte de explicaciones improbables en su defensa ante las brutales e injustas acusaciones de que encubre pederastas, como en su carta de 2001 al obispo francés Pierre Pican en donde lo felicita por no denunciar a un cura que abusaba de menores. Los masones lo persiguen, dice. Parece que el buen cardenal también lee a Dan Brown. Incluso al pobre diablo le ha echado la culpa, pero todos bien sabemos que este está muy ocupado habitando dentro de Ratzinger. Además, el diablo la juega contante y sonante. Cuando tentó a Jesús en el desierto no lo hizo con niños. Hay más problema con una madre que le mete condones a su hija en la maleta antes de salir de paseo, declara en entrevista Castrillón; esa sí está matando una criatura, solo que esta tiene la portentosa propiedad de no existir. ¡Cuánto nos hubiéramos ahorrado en materia de sonsa discusión sobre el aborto si la ley hubiera especificado que para cometer un homicidio, la persona asesinada debe haber sido concebida! Si evitar la concepción es un asesinato, una masturbada es equivalente a cincuenta masacres de Auschwitz. Que me juzguen en Núremberg porque confieso que por el lavamanos he dejado fluir varias veces toda la población mundial.

Pero no es de extrañar. Monseñor Castrillón es un experto en excusas descaradas e improbables. Poco se recuerda que el 24 de julio de 1984 admitió, en una reunión regional de la Celam haber recibido dinero de los carteles de la droga de Pablo Escobar a pesar de que otros prelados lo rechazaron. Argumentó que lo recibía para evitar que fuera a actividades ilegales tales como la prostitución. No se nos advirtió que iba para la nobilísima causa de proteger pederastas, algo a todas luces menos grave que la prostitución, en la que, por lo general, hay sexo consentido entre adultos, casi siempre exceptuados de tener que cumplir con votos de castidad. Lo más hermosamente edificante de la historia, su parábola, es que luego de haber recibido el dinero, Castrillón se siente en la obligación de oficiar como padre espiritual y les advierte a los narcotraficantes que ese dinero no les salvará el alma. Obviamente se refería a que ese dinero no bastaba para salvarles el alma. Lo que no mostraron los medios fue cómo mientras trastabillaba estas palabras, se alejaba contando un fajo de billetes desmesuradamente grande.

Así es que en realidad no entiendo cómo este asunto ha desencajado al cardenal; se lo ve irritado, con prurito debajo de los anillos, como cuando a uno le preguntan por esa borrachera en la que se sonó con las cortinas, o cuando llaman del banco en domingo a recordarle esa cuotica. Si a los médicos y a los abogados les perdonamos los episodios de mala práctica profesional habrá que hacer lo mismo con los curas, argumenta iracundo Castrillón. Claro que la inserción anal no consentida con menores en algunos países no se considera un accidente. No es lo más común que uno oiga al médico decir: "Caramba, yo te estaba operando la apéndice y… ooops… terminé violándote". O al abogado: "Disculpa, mientras escribía la minuta te lo metí en la boca… error mío". Ya con no aprenderse los nombres de los muertos por quienes cobran para decir una misa hay bastante de mala práctica profesional.

Lo advertía Benedicto: toda la sociedad debe hacer actos de contrición. Comencemos nosotros por hacer un nimio sacrificio y entregarles a nuestros niños. Consideremos que como sociedad les debemos al menos eso a los curas: lo más inocente y emblemático de la especie humana. Verás, hermano cristiano, pecar es una especie de problema técnico. Así como el ‘warning‘ de no meterle mano a un electrodoméstico por prevenir un ‘shock‘ eléctrico es para el normal de la gente y no para el electricista, de la misma manera no fornicar con niños es para el cristiano de la calle y no para el cura. Ellos saben lo que hacen. Al final de la entrevista con Ángela Patricia Janiot, monseñor Castrillón, hastiado de estar hablando con una mujer, termina vociferando en latín. Aunque mi conocimiento de la lengua de Ovidio está un tanto oxidado, y aunque debo confesar que no entendí del todo lo que se dijo, creo haber escuchado algo por las líneas de: pichare cum otrum pedofilus cacorrum non piace; pollitum in flore deliciosum est. Claro, puedo estar equivocado. Debo estar comiendo demasiado pollo.