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9 de mayo de 2003

De madrugada

Por: Jorge Franco

Por los ojos y por los oídos nos metieron la frase: "Al que madruga Dios le ayuda". Y algo de cierto debe tener este improperio porque sólo con la ayuda de Dios, del diablo o de cualquier Ser Supremo es posible madrugar. El hombre carece de fuerzas para levantarse por sí solo, en un rango aproximado entre las cuatro y las diez de la madrugada. No hay cerebro que aguante el despreciable ruido de un despertador, por más armoniosos y melódicos que traten de inventarlos; no hay voz lo suficientemente dulce para pronunciar un antipático "levántate ya"; no existe el tacto adecuado para la mano que se atreva a tocar al durmiente sin que lo deje sumido en un aborrecible estupor.

Lamentablemente vivimos en un mundo madrugador donde con entusiasmo se hacen planes para "mañana a primera hora". Y a esa hora se congestiona el mundo con todos los que se levantaron con el alba para llegar primero. Pero ¿a dónde? Seguramente a los laboratorios a sacarse sangre, que para eso le encanta madrugar a la gente; o para hacer fila en cualquier lado y armar aglomeración con todos los que llegaron temprano para evitar aglomeraciones. O para que les rinda el día, pero si bien aplican el refrán de la Ayuda Divina, olvidan a aquél que dice: "No por mucho madrugar amanece más temprano", o mi favorito: "Al que le van a dar, le guardan".

No hay que extrañarse si los males del mundo tienen que ver con el maldito resabio de levantarse con el sol, ¡o antes! Porque los que dicen estar muy frescos y muy lúcidos en las mañanas, hay que verlos a comienzos de la tarde, con cara de enfermos, caminando despacio, oliendo a cansancio. Ellos, otra vez con la barba que se quitaron a las seis de la mañana; y ellas, con el maquillaje resquebrajado de tanto retocarlo desde que madrugaron. La mayoría no tiene la opción de despertarse al tiempo con las ganas y el ánimo; les toca temprano porque así lo imponen los que creen que en la cama se engendran los vicios y las malas costumbres, ignorando que en la cama se piensa, se reflexiona, se ama, se hacen planes, se sueña despierto. No saben que en la cama más que acompañados estamos más con nosotros mismos; y que no digan que eso lo pueden hacer igualmente en la noche porque los he visto llegar moribundos, trastabillando, quedarse dormidos apenas ponen la cabeza en la almohada, justificando el cansancio con un "es que hoy me levanté muy temprano".

Se necesitan muy pocos ejemplos para argumentar que el mundo está mal por culpa de los madrugadores; basta con decir que George W. Bush ya está maquinando guerras cuando despunta el día, que madrugan Tony Blair, Aznar, Juan Pablo II, los ministros, los alcaldes, los presidentes, los políticos, los gobernantes y todos los que han hecho de este planeta un mierdero. Madrugan los guerrilleros colombianos, no porque los despierte el monte, sino sus remordimientos; los violadores para ver entrar los niños al colegio; los asesinos para no llegarle tarde al futuro muerto, y hay que ver cómo madrugan los banqueros; madrugan las malas noticias en los periódicos, madrugan los curas para evitar la deliciosa erección mañanera, los policías junto con sus diablas intenciones y a primerísima hora tocan la puerta los cobradores.

Sería bueno que se entrara a estudiar los efectos de un madrugón en las enfermedades del hombre y su vínculo con males como el alzheimer, el parkinson y hasta el cáncer. A mí me consta su relación con el estrés, con la gripa, con la caída del pelo, con el envejecimiento prematuro y con el subdesarrollo. Me consta el error de quienes creen que madrugando Dios los ayudará, porque lo único cierto es que al que madruga le da más sueño y se cansa más temprano.