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7 de septiembre de 2006

De rumba con... una cristiana abstemia

Nada de baile, nada de trago , solo música de contenido religioso. me esperaban dos largas horas de conversación en las que la palabra "dios" se repetiría "como las estrellas del cielo y las arenas del mar"

Por: Luis Fernando Afanador
Nada de baile, nada de trago , solo música de contenido religioso. me esperaban dos largas horas de conversación en las quela palabra “dios” se repetiría “como las estrellas del cielo y las arenas del mar” | Foto: Luis Fernando Afanador

De rumba con una cristiana. Pero con una cristiana de verdad. La propuesta, debo confesarlo, en vez de espantarme, me llenaba de curiosidad. ¿Qué tal una como Rachel (Kelly MacGillis), la hermosísima y recatada amish de Testigo en peligro, que baila con
Harrison Ford en una de las escenas más sensuales del cine? Los amish, para los que no lo saben y no vieron la película, son una secta radical que se niega a la vida moderna y a que sus miembros entren en contacto con personas ajenas a su religión.

Aunque los carismáticos de Colombia no son los amish y es difícil encontrar un rostro como el de Kelly MacGillis —lo sé, no necesito que me lo recuerden— era inevitable hacer alguna asociación, tener alguna pequeña fantasía. Aclaro: apenas una mínima e inocente fantasía. Por eso me parece injusto y desproporcionado que la realidad se hubiera desquitado de una manera tan cruel.

Desde el comienzo, tuve la certeza de que las cosas no iban por buen camino. La cita no fue en una discoteca de moda sino en un café de Galerías. Y la hora, la menos romántica que puedan imaginarse: un domingo a la 1:30 de la tarde. No voy a presumir diciendo que los domingos en la tarde hago unos planes maravillosos, que me sobran las propuestas de asados en fincas sabaneras, pero no soy tan regalado: a menos que hubiera una linda amish de por medio, jamás habría aceptado pasar una tarde de domingo en el centro comercial Galerías. En serio, cualquier cosa es mejor que eso: hasta quedarse en casa y ver por televisión el poco emocionante campeonato de fútbol colombiano.

El lugar se llamaba G-12. No, no es el nombre de un grupo de rock inglés, sino una sigla que quiere decir el grupo de los 12. Y 12, no hace alusión a los países más ricos que cada año se reúnen en algún pueblito de Suiza para decidir qué países pobres del mundo van a llevar del bulto, sino a los 12 apóstoles: el grupo de los 12 apóstoles. En 1983, el señor César Castellanos —esposo de la senadora Claudia Castellanos— estaba leyendo la Biblia y, según dice, recibió de Dios una revelación profética: "Sueña con una iglesia muy grande, porque los sueños son el lenguaje de mi espíritu… la iglesia que tú pastorearás será tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar, que de multitud no se podrá contar". Y, entonces, el señor Castellanos se convirtió en el pastor Castellanos y con unos pocos amigos —sus 12 apóstoles, la célula inicial— fundó una iglesia: la Misión Carismática Internacional. Obedeciendo al pie de la letra el mandato divino —en realidad, yendo un poco más allá—, se han expandido por Colombia y por otros países. Hoy en día se han convertido en un emporio: hacen conciertos, alquilan coliseos y estadios, tienen emisora, página web, publicaciones y miles de seguidores, aunque todavía están lejos de ser "como las estrellas del cielo y la arenas del mar". Este café, es el primero de varios —por supuesto serán 12— que proyectan abrir en Bogotá para tener un lugar de esparcimiento de acuerdo con sus creencias religiosas, vale decir, todo muy sano para no ir a "ofender a Dios".

Allí, en ese café donde lo más estimulante que se puede tomar es un expreso con Coca-Cola, esperaba a mi anhelada Maíz, que en realidad resultó ser una muchacha tierna y tímida de 20 años, acompañada de su querido hermano de 26. Nada de baile, nada de trago y solo música de contenido religioso. Adiós pequeñas fantasías. Me esperaban dos largas horas de conversación en la que la palabra "Dios" se repetiría "como las estrellas del cielo y las arenas del mar". Pedí un expreso doble con Coca-Cola.

Karen y César. Así se llaman mis inesperados acompañantes de esta "rumba". Son dos convencidos militantes de la Misión Carismática. César es un operario de una empresa textil que a los 16 años —me dice— descubrió a Dios: "Me invitaron a una reunión de jóvenes en el coliseo El Campín. Yo era una persona deprimida, que no le encontraba sentido a la vida, pero cuando conocí a Dios todo cambió: me sentí con un valor y un propósito para estar en este mundo que no era simplemente vivir aquí, como mucha gente, sino conocer un ser que es hermoso, que existe. Uno no puede explicar lo que Dios lo cambia a uno". Empiezo a darme cuenta de que hacerle una pregunta a César es como activar una cinta pregrabada: "Todas las personas tenemos momentos difíciles, pero nosotros nos refugiamos en Dios y eso es lo que nos ayuda a levantarnos. Usted nunca va a ver a un cristiano por ahí llorando, tirándose al piso, porque los problemas no son más grandes que nosotros".

Karen, quien trabaja los fines de semana en una agencia de eventos, descubrió a Dios hace cuatro años, también cuando tenía 16. No habla como un casete, pero sus convicciones son igual de firmes: "Nosotros le entregamos nuestro corazón a Dios. Y cuando uno le entrega algo es porque uno está dispuesto. Los católicos —no es por criticar a nadie— van a una iglesia, pero siguen viviendo como llegaron, no tienen un cambio. No tienen el mismo compromiso. Salen de la iglesia y uno los ve tomando en las cantinas, fumando, diciendo groserías y esas son cosas que a Dios no le agradan. Cuando uno cree en Dios debe dejar las cosas que a Dios no le agradan". ¿Y cómo sabe —le pregunto— que a Dios no le agradan esas cosas? "A Dios no le agradan. No sé si ha escuchado los mandamientos: a Dios no le gustan las mentiras como un modo de vida. Al tomar, la gente hace show, se enloquece, al otro día se enferma. ¿Para qué hace uno cosas que le afectan? Nosotros buscamos a Dios para estar mejor cada día".

Karen y César van al culto los domingos, en el coliseo El Campín. Luego, a veces, vienen aquí a G 12, donde pueden escuchar música y ver videos en su ambiente. Solo oyen música cristiana. Tienen todos los géneros: rock, reggaetón, salsa, merengue, vallenato, ranchera, baladas. A César le gusta mucho el rock y en particular Hillfong United, un grupo australiano y Delirious, un cantante inglés que hizo la banda sonora de Las crónicas de Narnia y que no suena nada mal:?

You give me everything

Give me hope within

You‘re the song I sing

You give me everything

Give me hope to win

You‘re the song I sing?

Karen prefiere el reggaetón ¿Reggaetón? ¿No es ese un baile demasiado erótico? De inmediato se enciende la grabación: "Es parecido, mas no es igual. Las personas que tocan tienen un espíritu diferente. No es el mismo reggaetón de Daddie Yankee o Don Omar. Son diferentes porque son tocados con un espíritu que agrada a Dios, a la persona por la cual nosotros vivimos que es Jesucristo". Uno de los grandes éxitos del reggaetón cristiano es Funky:?

Lo que yo traigo es flow

Cuando yo ando con mi flow

Nadie me puede parar soy un vencedor

Ya todos saben que en esto tenemos el swing

Música heavy con letras clean

Hola rebélate motívate

En un guerrero de Jesús conviértete

Rebélate sal del silencio cristiaaano

Con el poder del soberaaano

Motívate, llegó la bendición

Somos vencedooores

Vamo a meterle candela al enemigo

Te traje una música que duuura

Cris-to Cris-to

Búscalo pa que sientas

Buuuscalo

La letra podrá ser muy edificante, pero ese ritmo endiablado trae su veneno, su paganismo escondido. ¿Cómo hacen para no bailar? Dice Karen: "Nosotros no bailamos, danzamos, nos ponemos a saltar, a disfrutar de la música, pero no tenemos necesidad de ir a cogernos porque no hay necesidad. Tenemos una forma diferente de divertirnos. No necesitamos ni de un trago, ni de un cigarrillo, ni de estar bailando. La gente joven no es feliz. Ellos creen que la felicidad está en ir a una chiquiteca o discoteca, en fumar —uno ve niños de 14 años fumando, drogados, borrachos— y eso lo produce la soledad de no tener a Dios en su corazón. Los alcohólicos y los drogadictos llegan a eso porque muchas veces no han recibido el cariño de sus padres, los han rechazado y por eso caen en eso".

Y si, de repente, le gusta alguien, ¿qué hace? "La idea es que sea cristiano. Llevarlo a Dios primero, porque si no tiene las mismas ideas va a haber choques. A una persona que no conoce a Dios le va a gustar ir a discotecas. Cosas que a mí no me gustan y va a haber choques y esa no es la idea. Uno tiene muchos amigos, va a cine con ellos, se divierte, igualmente es amistad. El principio es ser amigos todos y ya cuando sea el momento de hacer una pareja uno la hace. Nosotros no nos apresuramos. Todas las cosas tienen su momento".

Karen, detrás de su timidez, es una muchacha bonita y, además, tiene 20 años: se entiende que no tenga afán de que "sea el momento". Pero César, ya con 26 y menos atractivo, debe andar más impaciente. Por molestarlo y por ponerle un toque de humor a esta "rumba" ya demasiado "heavy", le pregunto: ¿César, usted todavía no se ha enamorado? "De Dios. Pongo mi vida delante de Dios, mi mente le pertenece a Dios, mi corazón le pertenece a Dios, todo de mí le pertenece a Dios. En el momento en que él decida ponerme una pareja va a ser una persona que me va respetar y va a estar conmigo y al igual yo le voy a corresponder como un esposo". El casete avanza más rápido de lo esperado; sin embargo, no me rindo: ¿De verdad no le hace falta una mujer? ¿No se desespera? "Le estoy pidiendo a Dios por ella". ¿Y qué le ha dicho Dios? "Él me ha dicho que tiene una mujer para mí".

¿Realmente alguien se puede divertir acá? Hago esa pregunta para mí mismo, porque no es necesario verbalizarla, ya sé la respuesta que me van a dar: "Claro, aquí se siente la presencia de Dios, el espíritu de Dios. En mi corazón, mentalmente circulan cada una de las palabras que cantan en esta melodía: hay alegría, hay amor, hay una paz que no podemos encontrar en otro lado. Esto llena, llena".

Como si estuviera leyendo mis pensamientos, César me aclara que ellos también realizan actividades normales como los demás jóvenes: juegan fútbol, baloncesto; leen a Oscar Wilde y a García Márquez. César es hincha de Millonarios y Karen de Santa Fe. ¿Y cómo hacen para no echarle la madre a un árbitro cuando se roba un penal? Se ríen y me cuentan que en sus respectivos trabajos se burlan de ellos y les dicen "pastores", que les gustaría estudiar en la Universidad Nacional, pero que no han podido entrar. Por primera vez siento que la conversación fluye espontáneamente, que se ha creado un clima de confianza. Pero la sensación es pasajera, dura hasta que César me pregunta: "¿Ya fue a misa?". No. "Ah, claro, así son lo católicos". Yo no soy católico, soy ateo. "¡Ay, no! Si Dios es tan bonito", dice Karen francamente preocupada por mi alma. Ella no sale de su asombro: "Entonces, ¿la naturaleza no le parece un milagro?". Desde luego que sí, un milagro inexplicable y sin firma de autor. César pone play al casete, pero yo me desconecto: lo oigo sin oírlo. De los argumentos pasamos al desencanto: se han decepcionado de mí. Qué pena, no fue mi intención. "La rumba" ha terminado y, por fortuna, no ha dejado resaca: mañana es lunes de trabajo.

Me voy pensando en el cristianismo. ¿Por qué esa actitud siempre en contra del placer y del sexo? ¿Por qué siempre el mal está en el cuerpo y no en otra parte? ¿La culpa es de Platón que se inventó la división entre el cuerpo y el alma? De los Evangelios, que en Romanos, dice: "Os ruego, hermanos, …que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios". Tal vez no, tal vez solo se trate de una interpretación sesgada, porque en El cantar de los cantares se dice todo lo contrario: "Bésame con su boca a mí el amado,/ son más dulces, que el vino, tus amores:/ tu nombre es suave olor bien derramado,/ y no hay olor que iguale tus olores:/ por eso las doncellas te han amado".

Me he puesto un poco trascendental, lo reconozco, y no ha sido culpa mía. No pude ver fútbol, me prometieron una rumba que nunca llegó —ay, la amish nunca llegó— y, por si fuera poco, me estaban tirando línea: tenía que defenderme.