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10 de enero de 2007

Disparos en Vietnam

cuando me dan la orden de disparar, pienso en cómo hasta una guerra cruel puede transformarse en un negocio turístico, y en los campos de batalla que serán un parque de diversiones

Disparar un fúsil en un campo de batalla también puede ser parte de tus vacaciones. Viajando uno aprende rápido la lección: el turismo puede transformar todo en un gran negocio. Incluso, un campo de batalla donde hasta hace poco caían bombas de gas mostaza y la gente se escondía en túneles para evitar la matanza.

Hasta que llegué a Vietnam, nunca antes había disparado un arma de verdad. Recordaba algunas pistolas de agua y un viejo rifle de plumillas al que siempre le temí, pero jamás había jalado el gatillo de un arma con esas balas de pólvora capaces de reventar una cabeza o atravesar un pecho y seguir silbando.

"Por solo seis dólares recorrerás los túneles de Cu Chi y podrás revivir la guerra en que derrotamos a Estados Unidos", me dijo Kim, y para cerrar la venta, insistió: "¡Y podrás disparar tú mismo!... Cinco, bueno, te lo dejo en cinco. Okay, cuatro dólares, pero lo compras ahora".

Kim tenía su oficina de venta de tours en Phan Ngu Lao, la calle de agencias de viajes y peluquerías y revelados de fotos y comida al paso y estacionamiento de motos, en el barrio más trotamundos y bullicioso de Ho Chi Ming, la ex Saigón. En la calle Phan Ngu Lao y alrededores, los turistas consiguen todo más barato: hoteles, iPods, Blackberrys, Internet, maletas, mochilas, arrolladitos, mujeres, niños, pastillas, masajes.

La zona de los túneles subterráneos de Cuchi, donde hace 31 años se escondían durante semanas enteras los vietcong para evitar las bombas, quedaba a dos horas en bus y hervía de turistas. Había llegado la hora de revivir, en persona y disparando un fusil en el propio Saigón, un día de aquella famosa guerra donde fue derrotado Estados Unidos. No dejaba de ser curioso, por cuatro dólares bien capitalistas podías recrear mágicamente el triunfo del comunismo en esta zona del sudeste asiático.

Nunca antes disparé un arma de verdad y, gracias al periodismo portátil y esto de viajar contando historias, me tocaba debutar ni más ni menos que con un fúsil AKA en pleno campo de batalla vietnamita.

La excursión comenzó en una sala donde había un gran mural de los túneles y donde pasaban una película en blanco y negro sobre la historia de estos túneles escarbados por los vietnamitas. Llegaron a ser unos 250 kilómetros de pasadizos, donde tenían salas de reuniones, dormitorios, pozos y hasta hospitales.

El recorrido por dentro de los túneles es incómodo y se debe hacer de rodillas. Por la estrechez de las bocas no es recomendable para gordos ni para hipertensos. Los caminos son de tierra, aunque se han pavimentado y ensanchado algunos de ellos por donde pasan los turistas. El encierro se siente y se oyen las balas de la zona de tiro. La sensación de avanzar y avanzar de rodillas, sin poder levantarte, es claustrofóbica. Algunos se asustan por la oscuridad, aunque hay pequeñas luces en parte del trayecto. Después de unos minutos la salida es un alivio, más si se piensa que aquí adentro algunos vietnamitas pasaban años. Al final del recorrido, en la zona de tiro, hay un bar donde uno se puede comprar algún refresco para el calor, o distintos souvenirs de guerra: balas, casquillos, encendedores grabados, medallas, cascos, insignias y medallones. En el mesón de ventas hay una lista de precios para los que van a disparar. Las balas del AK 47 cuestan un dólar cada una.

Compré cinco. Eran verdaderas. En la zona de tiros, un japonés que andaba con un grupo del Rotary de Tokio, descerraja una metralleta con 50 tiros. Le sacaban fotos. Los disparos sonaban muy fuerte. Un militar cargó mis cinco balas en el fusil y me indicó el blanco.

Cuando tomas en tus brazos un fusil AKA te das cuenta de que son livianos, que hasta un niño los puede cargar en brazos. Se sabe que son ideales para guerras populares, tal vez por eso Hugo Chávez ha importado toneladas de viejos AKA en los últimos años. Pero también, su facilidad de maniobra los convierte en perfectos para jugar con ellos en las vacaciones.

Cuando me dan la orden de disparar, pienso en cómo hasta una guerra cruel hoy puede transformarse en un negocio turístico, y en todos esos campos de batalla de hoy que mañana serán un parque de diversiones. Entonces aprieto firme el fusil, pongo el blanco en la mira, y hago lo que tengo que hacer: ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!