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9 de octubre de 2008

Dos asesorías gratuitas

Dos asesorías gratuitas

Por: ANTONIO GARCÍA ÁNGEL

Es una mañana fresca de octubre. El politólogo, constitucionalista, historiador, antropólogo, violentólogo, filósofo, escritor y asesor presidencial José Obdulio Gaviria conduce su Renault 12 hacia la "Casa de Nari", como cariñosamente le dicen algunos amigos del gobierno al lugar donde está su despacho. La mente de José Obdulio, aunque no "superior" como la de su jefe, se mantiene en movimiento. Los pensamientos bullen y se organizan de una manera que a él mismo le sorprende. En ocasiones así, tan llenas de objetividad, sindéresis y lucidez, José Obdulio no puede evitar sentirse como un Heidegger o, mejor, un Kissinger.

Mientras disfruta del próspero paisaje que ve alrededor, repasa algunas ideas para el nuevo libro que está escribiendo: A Uribe también lo que no es de Uribe, que ya está casi listo y en el cual demuestra por qué Uribe ya era importante durante la campaña libertadora, argumenta los motivos que hacen de Policarpa Salavarrieta y Lara Bonilla insignes uribistas, explica que el 10% valioso de la Constitución del 91 se debió sobre todo al Partido de la U y, por último, demuestra que sin ninguna duda la desmovilización del M-19 fue producto de la Seguridad Democrática. Un texto muy bien documentado que, sin embargo, levantará ampolla entre los burdos e ignorantes académicos que siempre salen a contradecirlo.

De repente el ring tone de su celular, una excelsa pieza del pianista Richard Clayderman, lo saca de sus cavilaciones. Mira la pantalla, sonríe y contesta: "Hola, Jota Jota, en este momento voy para Palacio" (le encanta decir Palacio). Su amigo, el asesor venezolano con el que compartieron agradables tertulias, está contento: "Qui'hubo, mi querido Jose O —sin tilde y alargando la o en una resonancia propia de su acento—, ¿cómo va la pachanga por allá, mi pana?". José Obdulio procede a actualizarlo, y ambos sueltan unas carcajadas, producto del famoso y nunca bien ponderado sentido del humor que ambos comparten. "Ajá, vale, conseguí trabajo en Ougudea Oriental, un pequeño país africano. Ganamos las elecciones, compadre, porque logramos hacer creer a la opinión pública que Umkele Disinga, nuestro candidato rival, practicaba actos sadomasoquistas con niños enanos retrasados mentales; además nos levantamos un video familiar de 1986 donde Disinga baila una canción de Michael Jackson, y tú sabes que ese tipo luego se blanqueó… ¡Acá el tema racial es una cantera de posibilidades, mi chamo!, ¡arrasamos!". "Ah, eres un genio", lo felicita José Obdulio, y cuando está despidiéndose, un policía motorizado lo hace detenerse, baja de la moto y se acerca al carro. "Estaba hablando por celular, voy a tener que hacerle un parte". Por supuesto que José Obdulio no tiene el mal gusto de preguntarle al policía si sabe quién es él, pero sostiene una charla con ese despistado e ignaro agente de la ley. José Obdulio lo mira compasivo y le pregunta "¿usted sabe lo que es un celular?". El policía, un poco perplejo, le responde que un teléfono. "No, no, mi estimado amigo: el celular remite a las células". El policía frunce el ceño, desconfiado. José Obdulio continúa: "celular, adjetivo sustantivado que deriva del vocablo célula, apelativo que se da a las pequeñísimas unidades especializadas que conforman a los seres vivos. Unidades que, por lo general, no sobrepasan el diámetro de unas pocas micras. Por tanto, usted no podría haberme visto hablando por celular". "Oiga, ¡no se quiera pasar de vivo!", protesta el policía. "Además debo decirle que usted no está en capacidad de ponerme un parte". "¿Por qué?", pregunta el agente. "Porque lo integral sería el todo, pero si me va a poner parte, tiene que decirme si se trata de la mitad, de dos tercios, de un octavo o cuatro quintos. ¿Cuál es la unidad de partición que está utilizando

, se lo pregunto porque yo soy abogado". El policía se rasca la cabeza, "pues no sé, ¡un parte es un parte!". "Pero además en un universo platónico…", lo interrumpe José Obdulio, "donde prime lo axiológico sobre lo meramente factual…". Al cabo de quince minutos el policía le pide excusas, pues no lo había visto hablando por celular. De hecho, no lo había visto jamás, pues José Obdulio es un "ente ortodoxo de significación sociopolítica". El policía se rasca la cabeza una vez más, lo mira de nuevo, se monta en su moto y se larga. José Obdulio lo ve perderse a lo lejos y se siente bien. Tuvo oportunidad de instruir a ese pobre hombre. Su felicidad se ve interrumpida por la llegada de una lánguida familia con una cartelera raída donde dice "alludenos, somos desplasados". José Obdulio mira su reloj, calcula que puede tomarse un momento para explicarles a estos pobres diablos que no son desplazados sino migrantes urbanos, y que los paras y las Farc ya no existen. Y quizá enseñarles un poco de ortografía.