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17 de marzo de 2004

Edmundo Cachín Medina

En exclusiva para Colombia, un cuento de Roberto Fontanarrosa sobre 'Cachín' Medina, un boxeador que no conoció nunca la humillación de ir a la lona. Con cabeza sobre los hombros o sin ella.

Por: Roberto Fontanarrosa

Todavía me acuerdo bien de esa trompada. Fue un derechazo en directo, seco y fulminante como un hondazo, que lo tomó a Medina lanzado al ataque, caminando. La recuerdo porque, a pesar de que eso ocurrió en el sexto round, fue el golpe que, para mí, definió la pelea. ‘Cachín‘ mandó al ataque, como siempre lo hacía, abierto, la guardia desarmada, con esa guapeza indígena que lo caracterizaba y el contragolpe lo agarró viniendo. Fue un morterazo. Creo que ninguno de nosotros vio la mano. Se escuchó un estampido y vimos la cabeza de Medina salir despedida hacia el ring-side. No lo digo metafóricamente. El derechazo de Donald ‘Varicela‘ Dinsmore arrancó la cabeza de Medina. La cabeza desapareció de cuadro y hubo una ducha de sangre espumosa que cubrió a los espectadores de las primeras filas y a nosotros, los periodistas. Edmundo ‘Cachín‘ Medina quedó clavado en el medio del ring, con las piernas agarrotadas y, ahora sí, por fin, la guardia alta.
Recuerdo que, después del "¡Uhhh!" que provocó en los cuatro costados del "La Brea Stadium Center" de Los Ángeles el tremebundo derechazo del grone sobre la humanidad de nuestro crédito pugilístico, nos miramos con Ruiz Elías, que relataba las incidencias de la puja al lado mío: no podíamos creer que ‘Cachín‘ Medina siguiese en pie tras tamaño impacto. Pero el mendocino era de fierro, aunque no lo admitiésemos nosotros ni el mismo referí, el sudafricano Cecil Vereeniging, quien inició el conteo de protección.
¿Por qué le cuenta? ¿Por qué le cuenta? -escuché gritar indignado a Pellizeri, desde el rincón de Medina. Y tenía razón, pese al aturdimiento que sin duda había provocado el golpe en ‘Cachín‘, este se mantenía de pie, erecto, con la guardia armada y dispuesto a continuar la lucha. Medina abría los brazos en un gesto de incredulidad y luego retornaba los puños protegiendo la zona alta. Pero el árbitro no se detuvo hasta llegar a los "ocho" reglamentarios.
-¡Es muy difícil ganar acá! -escuché vociferar, por completo alterado, a Ruiz Elías. El público atronaba el estadio y la temperatura debía estar cerca de los 50 grados.
-¡Voló el protector bucal del argentino! -oí también acotar muy cerca mío. No me había percatado de eso, encolerizado como estaba ante la actitud del árbitro. Máxime, considerando que el nuestro ni siquiera había tocado la lona. No la había rozado ni con un guante.
Es más, el formidable derechazo del moreno lo había clavado en su sitio, eso sí, pero no había llegado a hacerlo retroceder. Quizás si la cabeza de ‘Cachín‘ no hubiese sido arrancada de su implantación natural, tal vez si los músculos y arterias del cuello hubiesen soportado el mandoble, en ese caso, sí, el cuerpo de ‘Cachín‘ hubiese sido catapultado hacia atrás, arrastrado por el vuelo de la cabeza y, es posible, incluso, que hubiese ido a parar a la horizontal ignominia del tapiz. Pero no, el tortazo impresionante del grone lo había decapitado limpiamente y el cuerpo fibroso de Medina seguía allí, un hito en medio del ring y esperando, ya a pie firme, el próximo embate del campeón.
Palpé mi camisa bajo la corbata y advertí que estaba empapado en sudor. La fina llovizna de sangre que nos llegaba desde el cuadrilátero, más que refrescarnos, nos entibiaba. Donald "Varicela" Dinsmore se lanzó sobre el nuestro como un tigre apenas el árbitro finalizó el conteo de protección. El minuto siguiente, hasta el salvador sonido del gong, fue una persecución incesante del negro sobre ‘Cachín‘, quien, con las piernas y brazos agarrotados procuraba prendérsele de cualquier parte con tal de no terminar con su humanidad sobre la lona.
Pocas veces he visto una expresión tan cargada de
ferocidad como la que se advertía en aquellos dos pequeños y perversos ojos de ‘Barracuda‘ Dinsmore.
Apenas ‘Cachín‘ inició el retorno, vacilante, hacia su rincón, yo también abandoné mi puesto y me acerqué.
-¡No te tocó! ¡No te tocó! -lo alentó Pellizeri, cuando ‘Cachín‘ se hubo desplomado sobre el banquito, en tanto, con una esponja húmeda, procuraba eliminar los rastros de sangre de las botas del desafiante.
-La venís llevando bien, pibe -lo confortó, también, Martín Lejarza, masajéandole las piernas trémulas.
Sin embargo, ‘Cachín‘ meneando ese rojo muñón que le asomaba entre los hombros, dijo:
-¡No veo! ¡No veo casi nada del ojo izquierdo!
Don Luis Pellizeri se hallaba empeñado en controlar la hemorragia.
-No es nada -mintió-. Tenés muy hinchado el párpado.
-No veo. No veo nada -escuché que insistía ‘Cachín‘.
-¡No podés aflojar ahora, pibe! -lo sacudió por los hombros don Luis-. ¡No podés aflojar! ¡Esto es el título del mundo! ¡No es una pelotudez cualquiera! ¡Es el título del mundo!
No podía saberse si ‘Cachín‘ negaba con la cabeza porque no la tenía, pero yo, con alguna experiencia en el mundo del boxeo, juraría que era lo que estaba haciendo.
-¡Pensá en tu vieja, allá en Mendoza! -acicateó don Luis, apelando a la vena sentimental-. ¡En tu abuelo que está en el ring-
side, en tu novia, en los muchachos que se vinieron desde Tunuyán para verte, ‘Cachín‘! ¡Pensá en todos ellos! ¡No podes aflojar, carajo!
Podía sonar un poco cruel el empleo de aquel sistema casi extorsivo para lanzar de nuevo a la pelea a un púgil que ya contaba con muy pocas o, tal vez, ninguna posibilidad de alcanzar la victoria. Pero el boxeo es un deporte duro, una pelea por el título del mundo no es una oportunidad que se consigue todos los días y lo cierto era que la sangre que manaba de las seccionadas arterias del cuello se había detenido en su fluir.
Cuando ‘Cachín‘ se puso de pie para enfrentar el séptimo round, llegó un rugido de entusiasmo desde el sitio alto de las tribunas, donde se había abroquelado la seguidora barra de argentinos. El "¡Vaaaamos, ‘Cachín‘!" volvió a oírse, nítido, cuando sonó el gong llamando a la pelea.
Reconozco que todo aquello me había sorprendido. Yo tenía conocimiento de la mandíbula de cristal de Edmundo ‘Cachín‘ Medina. Me había contado que una vez, en Rancul, Emérito Santamaría lo calzó en la pera al mendocino no ya con un impacto directo, sino con un movimiento de su mano derecha que no era otra cosa que un saludo hacia un familiar que se hallaba en las graderías. En esa oportunidad ‘Cachín‘ había puesto los ojos en blanco y se había desplomado inerte sobre la lona para despertarse dos días después en la calidez de su hogar, cuando ya su madre desesperaba pensando hallarse ante otro caso de vida vegetativa. Pero en la noche del "La Brea Stadium Center" de Los Ángeles, lo que le había flaqueado era el andamiaje del cuello, revelándose de una fragilidad llamativa. Admito, no obstante, que los directos del grone eran las coces fulminantes de una mula. Y en el séptimo round, de esos piñones, de esas manos tremebundas que salían disparadas con la velocidad y contundencias de misiles eludiendo la guardia de ‘Cachín‘ hasta macerar las carnes castigadas de este, pude contar más de ochenta. Faltando un minuto, el tronchado cuello del mendocino volvió a sangrar y, aún hoy, no me explico cómo pudo hacer ese muchacho para retornar a su rincón por sus propios medios al reclamo del gong. De nuevo me acerqué hasta allí, ya que había visto la severa figura del médico trepando al ring para observar si ‘Cachín‘ podía seguir. Confieso que rogué por que el facultativo diese por terminada la pelea, si es que podía llamarse pelea a tal carnicería. Sin embargo, el médico estudió un par de
segundos el orificio de la tráquea, palpó con cuidado algunos terminales nerviosos e hizo a Pellizeri una aprobación con su cabeza. Podía seguir. Creí que eso alegraría al veterano hacedor de púgiles, a juzgar por lo que le había oído decir en el descanso anterior. Pero me equivoqué.
-Mire, pibe -le oí decir, junto al lugar donde habría estado, hipotéticamente, la oreja de ‘Cachín‘ Medina-. Usted ya hizo suficiente. No es pavada aguantarle ocho rounds a ‘Varicela‘ Dinsmore. Ya nadie le va a decir nada en la Argentina. Al contrario. Usted ya es un héroe nacional. Usted ya guapeó más que suficiente. Si no puede seguir, dígame y le tiro la toalla.
Don Luis conseguía mantener su voz en un tono
decoroso, pero pude ver lágrimas en sus ojos como así también en los de Settimini y Lejarza.
-¡No! -se ofuscó ‘Cachín‘-. ¡Sí, en cualquier momento, lo saco, don Luis! ¡El negro es fuerte pero le entran como a cualquiera! ¡Tengo que terminar los quince round, don Luis, tengo que terminar!
Ni él mismo creía en la posibilidad de una mano providencial que diese por tierra con el campeón de los medianos. Confuso, debilitado por la pérdida de sangre, disminuido físicamente por la pérdida de la cabeza, exigua su reserva de aire, era ingenuo suponer que pudiese alcanzar a una roca como
Donald ‘Varicela‘ Dinsmore y voltearlo por toda la cuenta.
-¡No puedo hacerles eso a los muchachos, don Luis! -insistió ‘Cachín‘-. ¡No puedo perder por nocaut! ¡No puedo hacerles eso a los muchachos que se vinieron desde allá!
-¡Vaaamos, ‘Cachín‘! -se escuchó, solitaria, la voz de aliento desde la tribuna, sobre el rumoreo incesante de los yanquis que comentaban la paliza a la que estaba siendo sometido nuestro crédito.
-¿Escucha? ¿Escucha, Don Luis? -se animó ‘Cachín‘-. ¡Ese negro no me puede tirar!
Y también vale recordar otro detalle: en su prolongada carrera profesional de 36 peleas, a pesar de sus cinco derrotas, Edmundo ‘Cachín‘ Medina nunca había sabido de la humillación de ir a la lona, nunca había visto elevar la mano de su rival desde la vergonzante posición yacente, salvo el caso de aquel malhadado golpe de Emérito Santamaría, en Rancul, donde tampoco había visto nada dado su estado de total inconsciencia. Y ahora no podía caer ante los ojos del mundo entero, depositario de la confianza y el orgullo de todo un país.
No obstante, en el décimo round, ‘Cachín‘ Medina fue ocho veces a la lona, siete en el undécimo, dos en el duodécimo (aquí ‘Varicela‘ se tomó un descanso aduciendo cierto dolor en los nudillos) y nuevamente ocho en el decimocuarto. El público no podía creer en esa demostración casi inhumana de coraje, fortaleza física y anímica, y la gritería ensordecedora pedía, suplicaba, exigía a Dinsmore que destrozara al argentino.
La barra nuestra había enmudecido. Sólo de tanto en tanto, en algún momento de relativo silencio producido al caer de nuevo ‘Cachín‘, o ante el estupor que producía su reincorporación, se dejaba oír una voz trémula: "¡Vaaamos, ‘Cachín‘!".
Aquel último descanso previo al round final, el rincón de Medina era un infierno. ‘Cachín‘ volvió a sentarse convertido en un moretón gigante.
Tenía hematomas y cardenales hasta en las pantorrillas, los codos pelados de tanto caerse y la sangre manaba
libremente por las arterias que asomaban, enredadas, por su cuello tronchado.
-¡Basta pibe, esto es una locura! -procuró ponerse firme don Luis Pellizeri. ‘Cachín‘ no contestó nada, no tenía
aire para hacerlo. Pero un puntapié que pegó contra el balde de plástico fue más clarificador que cualquier respuesta. Faltaba un solo round, tres minutos apenas lo separaban de la gloria de retornar a la Argentina con los honores del derrotado digno, de ese campeón moral que tantas satisfacciones nos ha dado a través de nuestra historia deportiva. Ya sería imposible disuadirlo de continuar la pelea. Y otra vez el aliento desde lo alto de la tribuna vino en su ayuda.
-¡Vaaamos, ‘Cachín‘! o ‘Cachín‘ levantó la mano, exigiéndole a don Luis que prestase atención a ese grito, a ese reclamo, a ese apoyo.
-¡No me puede tirar! -exclamó Medina, por último. Y se lanzó al decimoquinto round.
No olvidaré mientras viva lo que fue aquello. Porque el negrazo se abalanzó sobre el nuestro como un búfalo, desesperado, incrédulo ante tanta tozudez, ante tanta terquedad, ante tamaño heroísmo vano e inconducente.
Le pegó como si lo odiase, como si lo conociese de antes, como si ‘Cachín‘ le hubiese insultado la madre. Siete veces fue ‘Cachín‘ a la lona y tantas otras se puso de pie, ya parecía una exhibición de flexiones. Faltando treinta segundos nos pusimos a saltar y el gong final nos sorprendió brincando como pibes, llorando de emoción y unidos en el coro de "¡Argentina! ¡Argentina!".
Donald ‘Varicela‘ Dinsmore, ‘El plesiosaurio repugnante de Portland‘ como lo llamaban en su hogar, había ganado por 43 puntos (en mi tarjeta yo tenía contabilizada una diferencia a favor del yanqui de 38 puntos, aunque aquello no modificaba las cosas) pero el triunfador parecía el nuestro sobre el ring. Sus segundos, don Luis, periodistas y muchos argentinos residentes en Los Ángeles saltaron al tapiz e improvisaron un carnaval de vítores y abrazos como si ‘Cachín‘ hubiese ganado. Hasta llegué a escuchar que alguien le decía que le habían robado la pelea.
En medio de aquel pandemónium, segundos después que ‘Varicela‘ Dinsmore con rostro contrariado, se acercaba a felicitar a ‘Cachín‘, el micrófono inquieto de Ruiz Elías
logró filtrarse entre brazos, gritos y apretujones hasta la carótida del mendocino.
-¡Para la Argentina, campeón, para la Argentina! -se desgañitó Ruiz Elías.
-¡Tenía que terminar de pie! -alcanzó a gritar, sollozante, ‘Cachín‘-. ¡Por todos estos muchachos, por todos los que vinieron a verme desde la Argentina, por los amigos de Tunuyán, por esa voz de aliento que me llegaba desde la tribuna, no podía caer!
-¡Grande, ‘Cachín‘, grande! -vociferó un muchachón, a quemarropa, sobre el micrófono.
-¡Hice todo lo que pude! -terminó ‘Cachín‘-. ¡Hice todo lo que pude! ¡Más no podía hacer!
Los diarios americanos brindaron abundante información sobre la pelea. Pero lo que más llamó mi atención fue una notita corta, dentro de una de las secciones que habitualmente suelen dedicarse a diálogos previos o posteriores al evento, anécdotas, apostillas y detalles jugosos
Parece ser que, en la mañana siguiente a la noche del combate, uno de los encargados de la limpieza del "La Brea Stadium Center" encontró, en las graderías de la tribuna popular, entre hojas de diarios, vasos descartables de gaseosas y latas de cerveza, la cabeza de ‘Cachín‘ Medina. Cuando la levantó, sostenida por el pelo, la cabeza aún insistía en un hilo de enronquecida voz: "¡Vaaamos, ‘Cachín‘!".