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9 de octubre de 2006

El club de la diarrea

Los autores de Bogotá bizarra, Andrés Sanín, Sebastián Chalela y Juan David Sánchez, se animaron a escoger lo que para ellos, después de tres años de investigaciones, es lo más exótico de su guía: una purga colectiva. Un extracto para leer sentado en el inodoro.

Por: Andrés Sanín
Entre ejercicios aeróbicos, exclamaciones escatológicas y charlas sobre la digestión, unas 15 mujeres en sudadera tragan una pastilla llamada Destroyer y beben nueve vasos de una sustancia espesa homeopática. La idea: ir repetidas veces al baño para purgarse y desintoxicar el cuerpo. Toda una escena surrealista a lo Buñuel.

"¡Un aplauso para el hígado, bravo; un aplauso para el colon, bravo; un aplauso para el corazón, bravo!", se oye a lo lejos en el Centro Médico Omed, a las afueras de Bogotá, cuando el cemento queda atrás y el verde manzana de los potreros sabaneros genera una sensación de tranquilidad. Es la voz de Efrén, seguida de un coro de señoras vestidas en coloridas sudaderas de algodón. Este discípulo del doctor Dairo Melo Melo, gracias a su rutina de ejercicios y pese a haber superado los sesenta años, se mueve como un saltimbanqui mientras dirige una sesión de desintoxicación colectiva con más de quince personas, en su mayoría mujeres mayores que bordean la edad de jubilación.

"Le sirve para el gusto y para que no le dé susto", dice Efrén, mientras tres señoras empiezan a repartir el primer vaso de la mañana con una sustancia espesa y amarillosa preparada con diente de león, alcachofa, bilis de buey, cáscara sagrada y cloruro de magnesio en dos cuencos de barro rojo y a la misma temperatura del cuerpo, que hace pensar en las conocidas y alucinantes tomas de yagé.

Con ese primer sorbo todos se tragan un par de pastillas. Se llama el Destroyer y con sus ingredientes a base de boldo, cáscara sagrada, mineralín, calcio, zinc y cromo, entre otros, es una bomba atómica en el estómago que se encarga de limpiarlo todo. "¡Salud!", exclaman las mujeres y beben con muecas de niño tomándose la sopa. Luego, a cada una le reparten un par de hojas de papel higiénico y el instructor apunta con el dedo índice al techo. Va a enseñarles a sonarse frente a un papelógrafo en el que ha dibujado el sistema digestivo para que una médica les vaya explicando, durante las pausas que hacen entre ejercicio y ejercicio, los complejos y laberínticos intríngulis del ciclo alimenticio.

Todos exhalan al tiempo por la nariz: ¡Puuuuuuuuuuf...! ¡Uuuuuuuuffffffff! Luego introducen el dedo en cada fosa nasal y lo giran como limpiando una copa de cristal. En cuclillas, se mecen, suben, bajan y suben de nuevo, en la perfecta sincronía de un ballet nasal y terminan con las graves notas que producen al bombear por la nariz "Inhalo amor, contengo amor, exhalo amor", dice suavemente Efrén. Luego, como un muñeco articulado, hace el spagat y grita con el respectivo eco del público: "¡Soy vital, soy saludable, soy energía, soy fuerte, soy fuerte, soy saludable! ¡Yooooooo pueeedoooooo! ¡Yoooooo pueeedoooooo!".

Toman otro vaso de la sustancia espesa, descansan un rato mientras atienden una conferencia sobre el apetito y vuelven con las "técnicas del doctor Dairo Melo Melo". Efrén les muestra cómo masajearse el estómago con un aparato especial que inventó su maestro, para evitar el estreñimiento y exclama, a renglón seguido, cual Jorge Barón de la digestión: "¡Entusiasmo, entusiasmo, entusiasmo, entusiasmo!". Van trotando sobre un mismo punto. Baten los brazos como hélices de helicópteros afanados por llegar al trono y Efrén va contando: "110, 120, 121... ¡Siéntanlo mucho! Yo manejo el tai chi, el taichiviada". Todos ríen y ahora esta especie de maestro Miyagui aparece sobre un pedestal y hace movimientos de karate para mejorar los discos de la columna.

Gmmmm. Gmmmm, gmmmm, suenan cuando exhalan en grupo como caballos relinchando. Efrén abre los brazos como un cristo crucificado y empieza a dirigir al grupo con movimientos de karateca en cámara lenta. Pasa al patíbulo a la primera persona. Toma un poco de papel de los cuatro rollos que hay sobre un muro y camina lentamente hacia uno de los diez baños que hay, todos sin seguro, para consuelo de los pudorosos que odian ser sorprendidos en el sublime momento del alivio.

Una empleada del lugar hace rollitos de papel higiénico, probablemente para economizar papel, y otra les pasa a los asistentes agua de linaza. La gente se va parando al baño con el rabo entre las piernas y Efrén contraataca con sus exclamaciones escatológicas: "¡Movemos el bolo fecal saltando! ¡Masajeamos las 5.000 vellosidades intestinales! ¡Aflojamos el estómago y los esfínteres!". Todos inhalan y exhalan a toda velocidad. ¡Uf! ¡uf! ¡uf! Hinchan y deshinchan el estómago. "¡Soy fuerte, soy energía, soy fuerte, soy salud, soy vital!", gritan mientras dan patadas en el aire. "¡Soy feliz! ¡Vamos a calentar el bolo fecal!", exclama Efrén con excitación y empiezan a hacer abdominales de nuevo. "¡Entusiaaaaaasmo. Se activa la digestión!".

Acostados, boca arriba y sobre colchonetas, mecen el cuerpo, levantan las piernas estiradas y el trasero de todos queda expuesto hacia su maestro. En cualquier momento una diana de trompeta pestilente podría rasgar el silencio, pero es Efrén quien lo hace con la canción de la adolescente española Melody: "Las manos hacia arriba, las manos hacia abajo, como los gorilas, ju, ju, ju...". Termina y vuelve a la carga para animar a sus pupilos: "Sigan así... Uh, uh,uh. Saquen ese mal aliento. ¡Esa halitosis que no las deja acercarse a sus maridos! ¿Estreñimiento, vaginitis, prostatitis, incontinencia, cáncer de matriz?", pregunta el maestro Efrén.

"Haga mariposas y cuide la vara que es el gran barón, trabaje los esfínteres y evite la incontinencia. ¡Ánimo, juventud! Frígidas, ¡a comer polen! Impotentes, ¡a comer polen! Coman polen y calienten esa cola fría. Arrímenla bien al templo, estiren y acerquen sus ovarios. ¡No dejen morir sus nalgas! Presionen, levanten glúteos. Trabajen ese colon. Duerman como nació el Niño Dios: desnudas. Tomen sus senos y levántenlos. Lleguen así a la oficina y, mientras los sujetan, saluden a su jefe: ¡Hola, jefe!".

Tras los nueve vasos y los ejercicios de Efrén nadie se ha salvado de visitar repetidas veces el baño hasta alcanzar algo así como la cagada perfecta. Con esos aeróbicos digestivos y la ayuda de la pócima mágica han logrado desintoxicarse, limpiar el cuerpo por un mes y perder todo tipo de pudor y asco por lo escatológico. Han "hecho del cuerpo" un verdadero performance colectivo y toda una escena digna de película surrealista de Luis Buñuel. Ya pueden ir en paz, comerse el almuerzo macrobiótico que incluye el paquete de $20.000 y darse un baño turco o una tina en barro en este alucinante spa sabanero que heredaron los hijos del famoso homeópata, el reputado doctor Dairo Melo Melo.