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16 de abril de 2009

El coatí de mi secuestro

Un coatí fue su mejor compañía en la selva mientras estuvo en cautiverio. Hoy el sargento Arteaga, libre, sigue unido a este animal que ahora mantiene lejos de su hábitat a pesar de que es prohibido. ¿Qué tan reprochable es?

Por: José Miguel Arteaga (Liberado en la Operación Jaque)
| Foto: José Miguel Arteaga (Liberado en la Operación Jaque)

Estando secuestrado, en una de nuestras innumerables marchas a través de la manigua del Vaupés, escuché un ronroneo que venía de un matorral. Uno de los guerrilleros de inmediato capturó lo que se movía y del matorral sacó dos diminutos coatíes que peleaban por liberarse.

El coatí, también llamado cusumbo, es un animal pequeño, muy sociable y a veces la guerrilla lo incluye dentro de su menú gastronómico. De inmediato pedí que me dejaran tener a uno de los animalitos. Los guerrilleros no me dieron una respuesta pero cuando llegamos al campamento, el comandante alias ‘Ciro‘ me regaló el coatí. Era una hembra muy pequeña de un mes y medio de nacida aproximadamente, los seis militares que estábamos en cautiverio en ese lugar nos encariñamos con el animalito. Lo bauticé la Niña.

Durante los primeros tres días estuvo amarrada, ya que en dos ocasiones me mordió y trató de escaparse. Luego se acostumbró a nosotros, dormía conmigo en la hamaca y no se me despegaba por ningún motivo. Mi compañero, el sargento Flores, era una especie de "padrino" de la Niña, él siempre estaba pendiente de ella y me ayudaba a cuidarla.

El coatí andaba por todo el campamento y curiosamente no se dejaba cargar de los guerrilleros, realmente les tenía bronca y eso era motivo de mofa. Era tanto el apego del animal conmigo que no se volaba y siempre aparecía cuando yo silbaba o al escuchar mi voz.

Durante las largas caminatas se trepaba encima del morral que llevaba y ahí se quedaba sin moverse. Como era tan pequeña me tocaba alimentarla y le conseguía lombrices y otros insectos. Son animales muy nobles, cuando algo les molesta emiten un silbido y se tapan la cara con sus patas, son animales limpios. La Niña no tenía pulgas y no olía mal, las pulgas aparecieron cuando llegó a Bogotá.

El día de nuestra liberación, la guerrilla trató de quitármela, ella no se dejó, mordió a varios guerrilleros y se aferró a mí. Me la monté en el hombro, ya que tenía las manos atadas, nos subimos al helicóptero y en el momento en que nos anunciaron que era el Ejército Nacional de Colombia, la euforia fue total, pero les confieso que fui el único que no pudo saltar ni abrazarse con los demás: el animal que permanecía en mi hombro no me dejaba, creo que fue un momento de felicidad que vivimos los dos.

Cuando llegamos a Bogotá mi coatí apareció en todas la fotos que le dieron la vuelta al mundo, desde ese momento prometí no separarme de la Niña. Por ejemplo, en la rueda de prensa que tuvimos con el Presidente de la República, el coatí estuvo conmigo, lo metí en un bolsillo de mi chaqueta y ahí durmió, en plena Casa de Nariño, con toda la tranquilidad del caso.

La Niña es parte de mi vida, me acompañó en las malas y ahora en las buenas sigue conmigo. La cuido mucho y es parte de mi familia. Me ha tocado tenerla escondida, le tengo su veterinario particular ya que si la llevo donde un especialista en una institución que maneja este tipo de animales, me la quitan y eso no lo voy a permitir. Llegó a mí en la selva, sufrió a la par conmigo, no me ha dejado solo y si ahora la regreso a su hábitat, estoy seguro de que morirá.

Sé que es prohibido tenerla, pero mi caso es especial. A mi lado nada le falta y hoy come fruta, huevos de codorniz, queso, bocadillo, salchichón y jugos, come como una reina.

La tengo en un lugar seguro donde le sobra amor y está bien de salud. Sé que de ahora en adelante la tengo que tener un tanto oculta. No tengo hijos pero cuando me preguntan si los tengo, digo que sí, que tengo a mi Niña.