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19 de junio de 2007

El colombiano más alto

"Póngale cuidado a lo que va a pasar de ahora en adelante", me advirtió Asdrúbal, el hombre más alto de Colombia, cuando comenzábamos el trayecto, a pie, que nos llevaba hacia la Plaza de Bolívar. Sabía de qué estaba hablando. No había recorrido un metro cuando todas las miradas se dirigieron hacia donde estaba. La gente hacía corrillos en las puertas de los almacenes y cuchicheaban mientras lo miraban con cara de "no puede ser". No se inmutaba. Caminaba erguido y sin mirar a nadie, como si de una celebridad se tratara.

Por: Catalina Gómez Ángel
| Foto: Catalina Gómez Ángel

 
Su cuerpo se balanceaba de un lado para otro mientras los brazos largos se movían en oposición a la dirección de las caderas. "¿De qué país es, parce?". "¿Verdad que es de Estados Unidos?", le gritó un mimo que rompió el hielo y se atrevió a acercársele. No le contestó. Tuvo que hacerlo su hermano mayor, Hugo. "No, no es gringo, es de Bucaramanga". "No, no juega en ningún equipo de básquetbol", volvió y respondió Hugo ante las insistentes preguntas del mimo.

En cuestión de segundos tenía un gran grupo de personas detrás de él. Cada uno se empinaba y le gritaba como si se encontrara en un cuarto piso: "¿Cuánto mide?" "¿Cuántos años tiene?". Las pocas veces que quiso responder dijo en voz baja y sin detener su paso: "2,24", "21 años". Y así le repetían una y otra vez. No les bastaba con que Asdrúbal ya hubiera contestado, necesitaban verificar por sí mismos lo que habían oído de boca de los otros. Los más atrevidos se le acercaban por su espalda y trataban de comparársele en estatura. El más alto no le llegaba a la mitad del brazo. Hugo, que mide 1,80, no le llega al hombro. "Estoy mamado de ese jueguito de que la gente se quiera medir conmigo", dice.

Solo la insistencia de una señora logró convencerlo de que se detuviera y se tomara una foto con ella. "Ahora no van a parar, póngale cuidado", dijo. De nuevo tenía razón. Desde entonces no paró de posar. En la Plaza de Bolívar los corrillos a su alrededor fueron aún mayores, mientras él, como si nada pasara, les daba de comer a las palomas. Cuando estiraba su brazo tres palomas alcanzaban a posarse al tiempo. La gente se le paraba al lado y muchas veces sin pedirle su consentimiento le tomaba fotos. Los fotógrafos ambulantes hicieron el gran negocio. "Si yo me mandara a la Presidencia, la gente votaría por mí, qué se le va a hacer si así es la fama", dijo sin que dejara notar una pizca de ironía en su cara.

Se empezó a sentir "famoso", dice, desde que siendo un adolescente atraía las miradas de todos los que se lo cruzaban en Bucaramanga. Sobre todo después de que cumplió los 17 años y superó la barrera de los 2.02 metros. Desde entonces ha tenido que contestar miles de veces la pregunta de cuánto mide y cuántos años tiene. Y es que su cara de niño no encaja con su estatura, con el tamaño de sus manos que parecen unos guantes de béisbol y con el de sus pies (actualmente calza 58), que de lejos duplica al de la mayoría de los mortales. Muchos lo miran como si fuera un fenómeno natural. "Lo que me emputa, perdón la expresión, es que la gente no sabe preguntar y dicen unas cosas muy ofensivas". Lo que más le saca de quicio es que le digan "Huy, que h.p. tan grande", aunque hay comentarios de todo tipo: "Oiga, hermano, usted se quedó chiquito", "¿no se consiguieron uno más pequeño?", "¿por qué nació tan grande?", "usted parece descendiente de Goliat", "¿tiene zancos?". Lo único que le hizo soltar una carcajada fue el comentario de un indigente que, después de observarlo por un largo rato, le dijo: "Yo le ayudo a cobrar por cada foto y nos volvemos millonarios". Con los años ha aprendido a capotear cada una de estas situaciones. Llamar la atención de la gente es la causa de muchas de sus tristezas pero, al mismo tiempo, el origen de su seguridad. Lo hace sentir mayor e importante.

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Desde que era un niño, Asdrúbal sobresalía entre sus compañeros. Esto no parecía extrañarle a nadie porque todos los hermanos Herrera eran altos. A Elsa, su mamá, el crecimiento exagerado de su hijo menor se le había convertido en un martirio, pues tenía que comprarle ropa y zapatos cada tres meses. Pero fue después de los once que la diferencia se hizo más dramática.

A los siete años el niño comenzó con unos dolores de cabeza fortísimos que le impedían hacer cualquier actividad. "Muchas veces salía para el colegio y en el camino empezaba a vomitar del dolor", cuenta Elsa. La situación se hizo tan grave que tuvo que dejar de estudiar y empezó a aislarse de los otros niños. "Se quedaba quietito todo el día", dice Elsa. Su cara empezó a deformarse y perdió visión. A los once años, después de muchos exámenes, descubrieron que tenía un tumor en la hipófisis, productor de la hormona de crecimiento. Sufría de gigantismo. De inmediato le realizaron una cirugía en la que le tuvieron que abrir la cabeza. El propósito principal era protegerle la visión. En una segunda instancia, se pretendía controlar el crecimiento "a través de retirarle la causa", según el neurocirujano Gabriel Vargas, quien realizó la intervención y es todavía el médico de Asdrúbal.

Su visión estaba a salvo, ya no le dolía la cabeza y los rasgos de su cara eran normales, pero él continuó con su crecimiento exagerado debido a que había quedado un residuo del tumor. También existe la posibilidad de que hayan tocado algún punto del cerebro que disparó este crecimiento; eso ha pasado en otros casos de gigantismo como el del hombre más alto del mundo en la actualidad, el ucraniano Leonid Stadnik, que mide 2,54 y sigue creciendo. La diferencia de estatura con los otros niños era tanta que no quiso volver al colegio a pesar de la insistencia de su mamá. "Las personas con este problema tienen dificultades para sociabilizar", dice Vargas además de asegurar que Asdrúbal tuvo, y ha tenido, momentos de depresión severa. Patología normal en estos casos. "Nunca he tenido complejos por eso, por el contrario, me gusta ser alto", dice él. De todas maneras, por sugerencia de los médicos, tuvo que ir al psicólogo hasta los dieciséis años para que le ayudara a llevar su situación.

A los quince años decidieron hacerle otra operación. Esta vez no le abrieron la cabeza sino que le hicieron una cirugía endoscopio endonasal (es decir, por la nariz), y aunque los médicos aseguran que fue un éxito, tampoco paró de crecer. Se le hizo radioterapia, y tampoco. Los exámenes muestran que el tumor ya no existe, pero el endocrino que lo ha tratado desde pequeño, Jaime Matute, explica que debe de haber quedado algún remanente pequeño en el sitio donde está la hipófisis, que no se detecta con la resonancia. La última medida fue aplicarle una inyección mensual, Sandostatin Lar, que detiene el crecimiento. Matute dice que ha funcionado, que la última vez que lo vio había parado de crecer. En la casa de Asdrúbal dicen que creció tres centímetros en los últimos meses.

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"Qué nobleza la de ese muchacho", dice uno de los hombres que se paró a observarlo en la Plaza de Bolívar, a pesar de que Asdrúbal no se fijaba en nadie. Se portaba como una estrella que sabe que lo miran, pero que no hace nada por caer bien. No hay mejor descripción que se haya hecho sobre él, diría más tarde su hermano Hugo. Cada vez que ve a alguien con problemas se conmueve y quiere ayudarlo. Ha llegado a regalar ropa suya a personas necesitadas, así sepa que a los otros no les va a servir. Lo mismo pasa con los animales. Si por él fuera tendría un zoológico, pero por el asma de su mamá tiene prohibido tener animales en su casa. Durante las fotos hechas para este reportaje, había tratado con la mayor ternura posible a Edward, su opuesto, el hombre más pequeño de Colombia. "Vamos, hermano, siempre adelante", le dijo mientras trataba de chocarle el puño. La mano de Edward era un pequeño punto en la de Asdrúbal, que posaba con gran experiencia. "Me han hecho muchas fotos para salir en la prensa, por ejemplo, en Vanguardia Liberal me han entrevistado varias veces".

Esta disposición para posar en las fotos contrastaba con la desgana con que contestaba las preguntas sobre su vida, como si hablar le molestara. Nunca desarrolla una idea, solo deja mencionadas las cosas y cuando se le pregunta más sobre lo que estaba hablando ya no quiere hablar sobre eso. Como con desgana. Lograr contacto visual, además, es casi imposible. Dicen en su casa que es callado, que cuando no sale se queda viendo televisión. Es adicto a Animal Planet, Discovery Chanel y a las películas de vampiros. También cuentan que algunas veces lo ven llorando, que se pregunta por qué le tocó vivir a él esta situación. Incluso explota muy fácil ante un comentario. "Cualquier cosa lo saca de casillas", dicen. Como si tuviera un gran resentimiento. Le encanta, eso sí, jugar con los niños del barrio, que lo adoran. Es experto jugador de pintas, aunque por su altura tiene que hacerlo arrodillado.

Ante los otros parece un tipo decidido, optimista y alegre. Tiene un grupo de hip hop llamado Black Eagle, con el que se reúne todos los sábados a practicar y algunas veces baila en discotecas de Bucaramanga (el reggaetón, dice, no le gusta); es un experto jugador de billar y ha tenido cuatro novias en su vida; la que tiene actualmente se llama Jennifer y mide 1,88 m, según él. "¿Cómo la conquisté, pues echándole el cuento", es lo único que dice sobre el tema a pesar de la insistencia. "¿Cuál cuento, pues el cuento". Se la presentó un amigo el día que jugaban un partido de básquetbol. Cosa que no debería hacer, pues sus rodillas y sus tobillos están bastante lesionados y por eso tuvo que retirarse hace un año. Jugó con la selección Bucaramanga y con el equipo Los Búcaros, pero su sueño de ser profesional se quedó en plena ilusión. " No me voy a dejar pelar —por operar— las rodillas porque sé que me van a dejar peor", dice, al tiempo que se levanta el pantalón y muestra cómo tiene rotos parte de los ligamentos cruzados.

A simple vista parece tan seguro, que cuando un hombre le preguntó su estatura para ganarse una apuesta le respondió: "Nunca apueste en mi nombre, hermano". En su casa les da miedo que la gente se aproveche de él y que lo busquen solo por curiosidad. Su familia, sin embargo, le da toda la libertad para que haga su vida. "Él se levanta como a las doce y se va hasta por la noche. No tengo idea de lo que hace por fuera de la casa, le dejamos vivir su vida", cuenta su madre, la persona que en estos años ha estado más cerca de Asdrúbal. Es ella también la que lo levanta en la madrugada para darle sus tres pepas diarias y la que le prepara su Ensure de desayuno, todo para compensar su alimentación. Algunas veces se siente muy cansado y débil, está tres kilos por debajo de su peso ideal que debería ser 107 kilos. Es resabiado para la comida.

Una vez le propusieron trabajar en un circo, recuerda su hermana Naidú. "Le dijimos que él no era ningún payaso, que no era una persona rara". También le propusieron, entre muchas cosas, trabajar con los enanos toreros, vestirse de payaso para atraer clientes para un almacén y lanzar su nombre al consejo de Bucaramanga. "Le digo todo el tiempo que se quiera a él mismo, que el hecho de que sea grande no tiene nada de raro", dice su madre.El morbo en torno a su cuerpo no tiene límites. Hay señoras que al verlo preguntan: ¿cómo será? Una vez en Santa Marta una pelada le dijo que ella quisiera conocer todo eso que tenía. Y mientras caminaba por la calle de Bogotá para este reportaje, otra se acercó y preguntó que si todo el cuerpo era proporcionado. "La gente sí es boba", respondió. No hay duda de que causa curiosidad entre el género femenino.

En la Plaza de Bolívar, en medio de las marchas de protesta por el recorte presupuestal a la educación pública que se realizaban por esos días, muchas niñas se le acercaban a coquetearle, lo miraban a los ojos y le pedían que les diera un beso en la frente, o en la mejilla…"Si tuviera platica las invitaba a salir". Advierte que si él fuera una mala persona habría tenido la oportunidad de aprovecharse de muchas mujeres. "Mujeres, mujeres es lo que hay. A mí me llueven", dice. Según los endocrinos consultados, las personas a las que se les extrae la hipófisis desde pequeños se les frena el desarrollo sexual. Por tal motivo necesitan que se les suministre testosterona para que su desarrollo sea normal, como en el caso de Asdrúbal. "Nunca he hablado de ese tema con él", dice el doctor Matute. Nadie de su familia lo ha hecho.

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El problema a la hora de montarse en la montaña rusa del parque El Salitre no fue qué hacer con los pies. Se había subido en el primer vagón y el espacio para los pies era tan amplio, que los de Asdrúbal cupieron. La dificultad era que la especie de chaleco que se usa para evitar que la gente sea expulsada del coche cuando este da las vueltas no le hiciera daño. Su torso es tan grande y sus hombros tan anchos que esta protección parecía como un traje para niños cuando cubrió su cuerpo. Al final pudo amarrárselo bien y montar por primera vez en su vida en una atracción de este tipo. Y es que la altura le trae muchos inconvenientes en la vida diaria.

La cama está adaptada a su medida. La de su casa mide 2.30 y tiene colchón ortopédico para que no le dé dolor de espalda. El problema es cuando está de viaje, pocas veces encuentra una cama en donde quepa. Y esto le trae consecuencias en todo su cuerpo, pues queda adolorido. Cuando viaja en bus o en avión tiene que pedir la primera fila, pues de lo contrario sus pies no caben de ninguna manera. En el cine tiene que pedir la última fila, en el puesto que da hacía los pasillos para poder aguantar toda la película sin pararse. La ropa tiene que encargarla a una modista porque no hay nada que le sirva. Y los zapatos debe pedirlos, con todo el esfuerzo económico que significa para su familia, a Estados Unidos, pues aquí los que se consiguen de su talla son de plataforma, y a él solo le gustan los tenis.

Es lógico que no quiera crecer más. Desde hace dos años se le metió en la cabeza que iba a viajar a Houston o a Cuba para que le hicieran exámenes y descubrieran por qué no ha dejado de crecer. Sueña, incluso, con la posibilidad de que exista una operación para reducir la estatura o una malla que le impida crecer. Para poder hacer este viaje está realizando una campaña para recoger fondos. Visita las empresas y pide que hagan una colecta. En todas partes ve una oportunidad de negocio. En el hotel Cosmos 100, donde se hospedó en Bogotá, solicitó cita con el gerente para contarle su historia y pedirle que hiciera una colecta entre sus empleados. En la biblioteca del Congreso de la República hizo lo mismo. Ese es su trabajo. La estrategia le ha funcionado, pero no tan bien como él dice. Exagera mucho, pero mucho, sobre la cantidad de dinero que dice haber recogido, pero eso es normal en él. Proyecta cosas que todavía no tiene. En su casa lo dejan seguir con la idea, pero también le piden que no se engañe. Que sea más realista, que deje de fantasear y acepte su vida como le tocó. Saben que su propósito es difícil y no quieren crearle muchas ilusiones.

Pero él no quiere agotar ninguna posibilidad. Su curiosidad no tiene límites, y sabe muy bien que las personas que sufren de gigantismo pueden padecer problemas del corazón. O que su cuerpo puede verse afectado si sigue creciendo más. Él quiere evitar que eso pase. "Lo que todos soñamos es tener hijos y formar una familia. Eso sí, después de los 30 años porque primero quiero vivir mi juventud".

La puerta del taxi se abre. Asdrúbal tiene las rodillas casi apoyadas sobre su pecho pues no cabe en el asiento delantero del carro. Con toda dificultad trata de sacar la pierna derecha. Voltea su tronco, agacha los hombros, baja la cabeza que siempre cubre con una cachucha para tapar los calvos que le dejó la radiación y saca la otra pierna. "Bueno, muchas gracias, nos vemos pronto", dice con una sonrisa supercariñosa. Y camina rumbo al TransMilenio. En la fila todo le llega un poco más arriba de su cintura. Parece pertenecer a un mundo diferente. Es Gulliver en el país de los enanos.