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9 de octubre de 2008

El filoso, García Márquez, el sexo de los niños

Por: Eduardo Escobar
| Foto: Eduardo Escobar

Confabulación es una revista virtual que leo con cariño por el aire sesentero de rebelión que tiene, tan pasado de moda, que me llena de nostalgias. La última trae una conversación con Franco Volpi, un filósofo italiano que visita Colombia con frecuencia, y que a veces me da el lujo de visitar mi casa con una botella de whisky de alcurnia y una suculenta amiga. Hablamos siempre de lo mismo. De la política, de Dios, de Nietszche, del amor y de otras bagatelas.

Allí, el profesor de la Universidad de Padua, traductor de Heidegger y Schopenhauer, pone un reparo a la última novela de García Márquez, que me sorprende. ¿Acabó contaminado por el puritanismo de la aristocracia del altiplano cundiboyacense a través de la lectura de Nicolás Gómez Dávila? Volpi es uno de los principales divulgadores de la obra del bogotano en Europa, y una vez me dijo que tenía los Escolios en el nochero como fuente de reflexión constante.

Volpi es autor de un libro sobre el nihilismo, y de unas conversaciones con Albert Hoffmann, descubridor del LSD. Estudioso de Nietszche, piensa que este es sin par por la calidad estética y la profundidad de su obra. Nietszche registró, dice Volpi, las convulsiones de nuestra época, y la búsqueda de nuevos recursos simbólicos encuentra en él un primer análisis que proyecta su sombra sobre la cultura contemporánea suscitando entusiasmos y anatemas.

Volpi dice que Colombia es un país de gente maravillosa con gran capacidad para improvisar y crear que vive de manera extrema el bien y el mal, y que está lleno de contradicciones estridentes. Por eso asombra más que un hombre tan comprensivo se refiera a la pedofilia promulgada, la expresión es suya, en la Memoria de mis putas tristes, donde a sus noventa años el protagonista quiere una noche de amor con una virgen y satisface su indecente apetito gracias a una dueña de burdel. ¿Pedofilia? ¿Pornografía? Pregunta Volpi. ¿Y, por qué, pregunta, permitimos al gran escritor imaginar un viejo que compra una niña? ¿Su novela divulga una ficción pedófilo-pornográfica que a menudo se traduce en realidad? ¿En cuál esquizofrenia vive una sociedad que pretende cerrar páginas obscenas en la red pero acepta que un poderoso multiplicador cultural como un premio Nobel propague lo mismo? Sin prédicas ni moralismo es preciso plantear el problema. Dice Volpi.

 Uno podría pensar que Volpi condena Madame Bovary como propaganda de la mentira conyugal; el Ulises de Joyce porque Bloom sufre un deleite húmedo ante la visión de una niña coja en una playa; y Lolita, que narra la pasión de un hombre maduro por una huérfana en plena pubertad. ¿Por qué Volpi no menciona el que tal vez constituye el origen del llamado abuso infantil, es decir, la condena occidental-católica del sexo, y la negación hipócrita del derecho de los niños a la sexualidad?

En China el abuso sexual de niños era desconocido hasta la proliferación de las sectas cristianas. Se dice. Las culturas más inocentes, menos cargadas por el sentimiento de culpa, no restringen el acceso de los niños a los enigmas de la naturaleza de la reproducción y del deseo. En un viejo grabado japonés una pareja se da a sus juegos eróticos mientras unos críos indiferentes juegan con muñecos junto a la cama. ¿Y las abuelas fundadoras de esta nación no fueron a veces madres a los catorce años, sin que sea posible achacar a su precocidad las desgracias de este país pérfido? ¿Cuántos años tenía Beatriz cuando Dante comenzó a amarla? El arte, y Volpi debe saber mejor que yo, no tiene que ver con la moral. Es el registro de la vida, de la belleza del mal, y de los peligros del bien. García Márquez no debe ser culpado de indecencia, la expresión es de Volpi, otra vez, porque entre los malditos atractivos de Colombia en este siglo degenerado tenga que contarse la prostitución infantil. Dijo un chistoso que hoy añadimos a la tragedia de la coca el infame mercado de la cuca.

Además, el protagonista de Memoria de mis putas tristes acaba de protector de la niña, purificado por la ternura, si bien me acuerdo. En la novela de Kawabata que le sirvió de modelo al fabulista de Aracataca, los ancianos lúbricos se comprometen a no tocar las ninfas de alquiler, pero es demasiado sacrificio para un viejo putañero de la zona tórrida.

En su tratado del nihilismo Volpi señala que este engendró una crisis de desencanto, pero también disolvió dogmas e ideologías enseñándonos una razonable prudencia del pensar que nos capacita para navegar entre los escollos de la actual precariedad. La caída de lo Absoluto que Volpi distingue en el nihilismo es la respuesta a su condena de la novela de García Márquez. Estamos obligados a repensarlo todo. Aunque implique dolor y espanto. Incluida la gula sexual de los viejos. Y la verdadera condición de los niños que Freud señaló al llamarlos polimorfos perversos.