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16 de diciembre de 2015

El gringo que combatió con Fidel

En la Revolución cubana solo dos extranjeros llegaron a tener el rango de comandante. Uno fue el Che Guevara y el otro, el norteamericano William Morgan. Una periodista investigó la increíble historia de cómo ese héroe de la Revolución fue fusilado por Fidel Castro.

Por: Sara Malagón Llano
Fotografía: Cortesía El País de España | Foto: Cortesía El país de España

William Morgan no tenía por qué combatir en Cuba y, sin embargo, se convirtió en una pieza clave de la Revolución. En 2012, “The Yankee Comandante”, un reportaje de David Grann publicado en The New Yorker, quebró su anonimato. Ese reportaje llevó a Adriana Bosch a hacer un documental, American Comandante, que el pasado 17 de noviembre revivió por la cadena PBS la historia que varios cubanos y estadounidenses han querido mantener sepultada.

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En 1942, un circo llegó a Toledo, Ohio. Alexander Morgan, un ingeniero republicano, captó el acontecimiento en una corta película casera protagonizada por su hijo, William. Un año después, el pequeño “Bill” huyó para unirse al circo. Su padre lo encontró en Chicago.

Desde muy joven, William Morgan tuvo problemas con la autoridad. Fue expulsado de dos escuelas y abandonó la tercera para entrar a la Marina. En 1946, a los 18 años, cumplió su sueño de enrolarse en el ejército y fue enviado a Japón. Meses antes se había casado con una desconocida, 24 horas después de haberla encontrado en un tren, y en Japón dejó embarazada a otra mujer. Por ello se fugó, y se convirtió así en un desertor. Morgan fue entonces deshonrosamente expulsado del ejército y condenado a trabajos forzosos. Pasó tres años en una prisión federal. Para sus padres, conservadores y patrióticos, la expulsión de William fue una tragedia: “Quisiera que fuera un chico del que pudiera estar realmente orgullosa y no tener que colgar mi cabeza de la pena por haberlo parido”, dijo su madre, Loretta Morgan, conocida como Miss Cathedral por sus obras realizadas junto a la Iglesia católica.

Al salir de prisión, Morgan intentó adaptarse de nuevo a la vida. Fue lanzador de llamas en un circo en la Florida, donde conoció a una encantadora de serpientes con quien se casó y tuvo dos hijos. Después fue cobrador de deudas, payaso y guardia de un bar. Poco a poco se fue acercando peligrosamente a la mafia de Ohio, y luego, a la de Miami, donde se estableció en 1954. Allí oyó hablar por primera vez de los movimientos que se estaban gestando en Cuba contra la dictadura corrupta de Fulgencio Batista, quien dos años antes se había tomado el poder a través de un golpe de Estado.

Desde entonces, Miami se convirtió en el punto de llegada de exiliados cubanos y en centro de la oposición que empezó a cristalizarse alrededor de la figura de un joven abogado cubano, Fidel Castro, quien pregonaba la defensa de la democracia y la garantía de las libertades individuales. El entusiasmo y el fanatismo de ese puñado de muchachos lo contagiaron de un espíritu revolucionario que coincidía con sus propios valores. “Quería ser un soldado y probablemente no iba a tener otra oportunidad, mucho menos después de haber sido expulsado del ejército de su país. Creo que vio allí la ocasión para volverse parte de algo importante”, dice David Grann.

El acercamiento de Morgan a Cuba empezó con la propuesta de entrar armas a la isla y siguió con una mentira: le dijo a un grupo de exiliados que un amigo con el que había luchado en la Guerra de Corea, un tal Jack Turner, había sido atrapado en un viaje a Cuba traficando armas, asesinado por los guardias de Batista y arrojado a los tiburones. Su motivo para ir a la isla era, entonces, un sentimiento insatisfecho de venganza. Sin embargo, según Grann y el escritor Michael Sallah, Morgan nunca estuvo en la Guerra de Corea.

En 1956 abandonó a su familia y se fue a La Habana. Fidel Castro guiaba la Revolución desde la Sierra Maestra, al otro extremo de la isla. Morgan quería pelear a su lado, pero el campamento estaba demasiado lejos y las rutas, atestadas de soldados. Decidió entonces llegar a Escambray, a mitad de camino, donde otro grupo guerrillero también se entrenaba para combatir al régimen. Era el Segundo Frente Nacional de Escambray, fundado y dirigido por Eloy Gutiérrez Menoyo, un español de 23 años.

La llegada de un gringo treintañero, blancuzco y obeso al campamento produjo mucha desconfianza. Durante las primeras semanas le hicieron subir y bajar una montaña, lo privaron de comida, lo obligaron a atravesar un campo lleno de espinas venenosas, hasta que se le hinchó la cara, bajó de peso y le creció la barba propia de los “barbudos” de la Revolución. Con el tiempo, dio muestras de ser hábil con cuchillos y experto en artes marciales. Todo eso lo había aprendido en el circo.

Un día, una estudiante humilde que huía de los soldados de Batista llegó a Escambray en un caballo blanco. Se llamaba Olga Rodríguez y fue la primera guerrillera del Segundo Frente. Tiempo después habría de convertirse en la tercera esposa de Morgan, en el amor de su vida y en la madre de sus otras dos hijas, Loretta y Olguita.

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En 1958, el Segundo Frente tenía 500 guerrilleros y no había perdido batallas desde la llegada de Morgan, quien para ese entonces comandaba un grupo llamado Los Tigres. Se había convertido en una figura importante. “Estoy aquí para pelear por la libertad de un pueblo que nosotros, los norteamericanos, damos por hecha”, le escribió a su madre.

También en el 58, Castro le dio la orden al Che Guevara de ir a Escambray para que incorporara el Segundo Frente a su Movimiento 26 de Julio. Llegó con un ejército famélico y exhausto a sus espaldas y fue mal recibido. Semanas de diplomacia y persuasión lograron la alianza, pero desde el principio afloraron tensiones entre los fieles a Castro y los fieles a Gutiérrez Menoyo, que se mantuvieron hasta el giro que pronto daría la Revolución.

El 8 de enero de 1959, Castro entró triunfante a La Habana, después de la huida de Batista a República Dominicana. A pesar de que el Segundo Frente había contribuido de forma definitiva, y de que Morgan se había tomado Cienfuegos y había sido nombrado comandante de la Revolución, Gutiérrez Menoyo y sus soldados fueron excluidos de posiciones políticas importantes.

Dos meses después, los norteamericanos Leo Cherne y Frank Nelson fueron al hotel Capri, donde Morgan se hospedaba. Iban en nombre de las mafias, preocupadas por el inminente cierre de los casinos en la Cuba revolucionaria, para ofrecerle a Morgan un millón de dólares por la cabeza de Castro. Detrás del plan estaba el dictador dominicano Rafael Trujillo, quien había refugiado a Batista.

Morgan le contó a Gutiérrez Menoyo y juntos fueron a ver a Fidel. En mayo, por orden de Castro, Morgan voló secretamente a Miami para averiguar los detalles del complot. El objetivo último era tomarse Cuba a través de un levantamiento de los soldados de Batista y una invasión de República Dominicana. Entonces Castro preparó una emboscada en la casa de Morgan y lo que llamaron una “guerra falsa” en contra de Trujillo en Trinidad. Morgan había actuado como un agente doble, y Fidel lo llamó “un cubano más”, un “héroe de la república”. El episodio lo hizo famoso dentro y fuera de Cuba, pero le costó la ciudadanía estadounidense.

Tiempo después, Morgan montó un criadero de ranas para exportar las ancas. Creía tener por fin una vida tranquila, pero el ambiente empezó a enrarecerse. El dirigente revolucionario Huber Matos fue arrestado por decir que el comunismo se había tomado Cuba, y los periódicos, uno a uno, se fueron cerrando. Morgan, que siempre declaró públicamente su desprecio por el comunismo, sintió que la Revolución había sido traicionada cuando Cuba se convirtió en un satélite de la Unión Soviética. Entonces trató de formar, de nuevo en Escambray, una guerrilla cuya misión fuese esta vez derrocar a Fidel Castro.

Sus movimientos fueron interceptados por la inteligencia de Fidel, y el 17 de octubre de 1960 Morgan fue citado en el Instituto Nacional de Reforma Agraria, fue arrestado y encerrado en La Cabaña. El 9 de marzo del 61 fue llamado a juicio por traición a la Revolución, acusado de ser agente de la CIA. Esos juicios eran una farsa y siempre se sabía cuál sería la condena. En la noche del 11 de marzo, Morgan fue llevado al pelotón de fusilamiento. Se rehusó a ir vendado y esposado, se quitó el rosario que colgaba de su cuello, se negó a arrodillarse como se lo exigieron, y dijo: “No me arrodillo ante ningún hombre”. Le dispararon primero en una pierna, luego en la otra, y lo remataron con ráfagas de balas hasta dejarlo irreconocible. Más de 200 ejecuciones habían tenido lugar en La Cabaña durante los dos años anteriores.

Las investigaciones de Sallah y Grann sostienen que Morgan nunca fue un espía de la CIA. Sus acciones contrarrevolucionarias fueron por iniciativa propia. “Fue una versión del gobierno para restarle la importancia histórica al Segundo Frente”, dice Sallah. Lo mismo dijo Gutiérrez Menoyo en vida: “Nunca fue un agente. Es una mentira del régimen de Castro para justificar sus acciones”.

Loretta madre y Olga Rodríguez lucharon durante 50 años por que a Morgan se le devolviera la ciudadanía estadounidense. Le fue restaurada en 2007, pero sus restos todavía permanecen en Cuba.

fotografías: cortesía el país de españa