Home

/

Historias

/

Artículo

14 de enero de 2009

El hombre de las 2.425 suturas

Luis Cuadrado, o Kalimán, está vivo de milagro. Su cuerpo es un mapa conformado por cientos de cornadas, obtenidas en una de las tradiciones más extravagantes y peligrosas del país, las corralejas sincelejanas de enero.

Por: Juan Carlos Guardela Vásquez. Fotografía: Amira Silva © 2008
Luis Gumercindo Cuadrado lleva más de 35 años poniéndoles el pecho a los toros como mantero en las corralejas sincelejanas. | Foto: Juan Carlos Guardela Vásquez. Fotografía: Amira Silva © 2008

1.

VERÁS CÓMO FUE:

A las cinco en punto de la tarde. En la corraleja de Sampués, Sucre. El 30 de diciembre. El toro 24 salió por el portón Ron Medellín. Los patos, los banderilleros, los payasos, los borrachos se cuelgan de la baranda.

Kalimán, abajo, en la tierra llena de vidrios y astillas, lo esperó a pocos metros, casi encima.

El 24 es negro criollo, casi azul.

Kalimán tiene bluyín blanco, manta blanca, suéter blanco y su divisa: el turbante blanco.

En el palco la Banda Juvenil de Chochó toca La Lorenza, un porro triste, premonitorio.

"Es jugao", pensó Kalimán con la muleta levantada esperándolo e intentó un pase de pecho.

—Olé, ¡no joda! —gritó el gentío y agregó juapirreos y llamados de vaquería.

Hijueputean, sudan. Pero el pase resultó tosco, descuadrado. Kalimán corrió a su izquierda. El toro giró, buscándolo. Ahora es el uno frente al otro.

Kalimán hizo pase un natural, a lo bárbaro. En los palcos la gente gritó, palmoteó.

Sobre todo gritó, porque Kalimán está mal parado, sin espacio.

La muleta se confundió con la capa sobre la cara del animal. Entonces el toro empujó sus cuernos sobre su enemigo pero quedan por fuera del cuerpo, como una grapa gigante.

Kalimán se golpea entonces contra la baranda.

Gritos.

Cabeza y espalda vuelven a reventar contra la madera. La Lorenza dejó de sonar.

Todo se volvió lento. En cámara lenta lo vemos. Lo hemos visto muchas veces.

Kalimán cae a la tierra llena de vidrio y astillas y de nuevo los cuernos lo buscan.

El pitón derecho del animal ensartó su pómulo derecho.

El turbante vuela.

Kalimán siente que el pitón está entrando a su cráneo.

El animal lo levanta y cae, de nuca, en la tierra sucia.

Vuelve y embiste el 24. Esta vez el cacho entró al abdomen.

Kalimán vuela. La carne entonces se abre en el lado del hígado. Kalimán otra vez en el suelo. El toro espera, como cuidando su presa.

"¿Lo van a dejar matar?", gritó un hombre.

Pero nadie hace nada.

La gente maldice al toro y maldice a Kalimán por semejante descuido.

Un muchacho intenta llamar al toro, lo chifla, pero el toro no abandona su presa.

Son instantes eternos. Una mujer chilla: "¡No joda, lo van a dejar morir!".

Ahora el cacho penetra el muslo derecho llegando casi a la femoral.

Carne que se abre. Susto que se abre. Sangre que se abre.

Kalimán cae cerca de la baranda. Quiere gritar. Pero, ¿dónde están su boca, su lengua, su garganta? La relación con su cuerpo es vaga. ¿Cuál es la extensión de sus piernas? ¿Cuántas extremidades tiene? Se abandona.

Una desesperada montura vuela a la cara del animal y lo distrae, por fin.

Por instinto, Kalimán se lleva las manos al abdomen para defender de la mugre de la tierra unas cuerdas: nervios, girones de carne, tripas.

Lo último que se vio de él fueron sus vetustos spike de beisbolista, los ripios impúdicos de su bluyín y su capa.

Afuera, en la arena sucia, el toro 24 quedó invicto bajo una lluvia de piedras y de madrazos.

2.

KALIMÁN ES AMUCHACHADO.
Un metro con sesenta y algo. Su mujer aterrada lo mira. Está con tubos en una camilla del Hospital Regional de Sincelejo. Ahora (sin capa, sin turbante) es Luis Gumercindo Cuadrado Ramos. Se queja. Tiene la boca torcida por la incisión, 19 puntos desde la comisura hasta la oreja. En el abdomen hay sajas inmensas y viejos caminos, grietas blanquecinas en su piel de cobre. Escupe un líquido amarillo en un vaso. Expele olor a antibióticos. "Me destaponó, mi hermano. Dios me está haciendo luces", dice.

Sin pedírselo muestra las cornadas: una de 15 centímetros en el muslo derecho. "Casi me revienta la femoral".

El cacho entró también por la zona del apéndice para salir a la altura del hígado. "Esta me arde todavía".

Un camino desde el ombligo hasta el plexo solar. "Mira cómo supura".

Su rostro es amarillo anémico.

El toro 24, de Arturo Berrío, había jugado en 34 plazas y al mediodía del 31 de diciembre ya se había hecho famoso por haber sacado las tripas a este hombre. Pero, señoras y señores, es puro embuste. Porque ahora están aquí los periodistas entrevistándolo y él, muy orondo, muestra sus heridas como un atlas y mantiene su rostro erguido con orgullo.

La gente le deja dinero, pañales desechables, frutas, juguitos.

Nábora María Espitia, su esposa, lo vio desde los palcos con sus dos nietas. Señalaba la figura menuda del abuelo cuando voló entre los cuernos. Han sido lustros de susto. Ya está aburrida. El turbante se perdió y Nábora se queja: "Muchos se meten y fingen ayudar a los heridos para robarles. Desagradecidos. Con tanto que se arriesga uno".

El intermediario que lo contrató esa tarde no pagó pero Kalimán, a pesar de su situación, no dice nada. Espera.

"Esto es un arte, la gente lo necesita. Los manteros somos como payasos", se resigna Kalimán. Y lo dice una y otra vez a los periodistas.

"No tengo el corazón de piedra. Me gustaría que me despidieran como a ‘Happy‘ Lora o a Valderrama".

Se le humedecen los ojos y acomoda lo que el cuerno le dejó de cachete.

Tiene los ojos del color de un mango biche.

3.

ABAJO, LOS MANTEROS
muestran galanura y barrigas. Son héroes menesterosos con su pellizco de gloria. En el palco el gentío, el whisky caliente y una energía que obliga al juapirreo y a mentar las madres a los toros. Es una pulsión del inconsciente colectivo.

A cada rato hay un herido, un giro mortal, una saja. Todo es difuso, rápido.

El toro corre pegado a la baranda, diez garrocheros lo castigan, no se cansan. Alguien hace tinto en una olla tiznada que el toro destroza. Cinco o seis son los manteros que en verdad torean, los demás son los "patos" que se arriesgan en un berroche absurdo.

De esto hay un negocio inaudito. Capturar imágenes de cogidas, editarlas, pasarlas por el Canal 12 de Sincelejo y venderlas en DVD en los pueblos de la sabana. El dueño es Arturo Orozco, quien paga a un camarógrafo que va desde Magangué hasta Caucasia, desde Pueblo Nuevo hasta Barranquilla. Para verlas hay que tener nervios de acero. Son un compendio de cornadas, colisiones y caballos con las tripas afuera. Muestran la barbarie que muchos critican.

"Yo no vivo de esto —miente Arturo—, pero hay que mostrarle a la gente lo que ocurre con esta tradición".

José Pérez, el camarógrafo, a más de uno ha visto morir en el tierrero. Sugirió a quienes tienen la prometeica labor de "embanderillar" a un toro desde un tanque que soldaran un gancho al fondo para agarrarse de una manila.

"El toro los huele y los saca", dice y ve las imágenes de la cogida de Kalimán en un monitor.

"Estaba saliendo mucho toro rejugado esa tarde y él estaba borracho. Le dije que no saliera. ‘No le pares bolas‘, respondió. Es que el Kali pertenece a otro tiempo. Esto ya no es más que un negocio".

En las imágenes un hombre obeso es corneado ocho veces. No se desprende del cacho. Cae desnudo, mugriento. Se le ven las heridas y su sexo escondido como un pájaro asustado. Sobre todo eso, sobre todo la gente festejó eso. Se salvó, según Arturo. Lo atendieron en enfermería y luego, desnudo, subió a los palcos a pedir dinero diciendo: "Soy el encuerao, yo fui el cogío. Ábranse que aquí viene el cogío".

Arturo busca entre las cintas y pone algunas en relente para aumentar el dramatismo. "Esta es de las mejores", dice. Es un hombre con el tendón de Aquiles deshecho. Se ve la extensión tendinosa de los músculos de la pantorrilla y el chorro de sangre, y concluye diciendo:

"Estoy por hacer un especial de las diez mejores cogidas. Esta es la primera".

4.

LOS HERIDOS SON
atendidos en unas carpas fuera de la corraleja donde médicos, enfermeras y Defensa Civil realizan una labor frenética.

Los cortados llegan sucios de baba de toro, de sudor de caballo, de fango, algunos sin ropa. Sudan a cántaros y eso hace que la sangre salga a borbotones. Hay guantes quirúrgicos, suturas, gritos. Tinacos con sanguaza. Todo es rojo. Todo sobresale en herida. Eso sí, todos respiran hondo y con miedo.

Hay puyados en la cara, en los muslos, en el ano. Hay pisados en el pecho, en la mano, en el pie. Los guantes lavan las heridas con galones de jabón quirúrgico.

Algunos atestiguan que el cacho del toro tiene en su superficie púas o astillas que se incrustan en la carne y causan pasmosas infecciones. A muchos no los hiere el pitón sino esos fragmentos que, ensartados, van más allá del pellejo infligiendo tanto dolor como un fuetazo con pringamoza en la carne viva.

A la carpa llega un hombre consciente y con una tronera en el abdomen que muestra sus entrañas. De inmediato se lo llevan en ambulancia.

Hay un pisado en la frente cuya piel quedó hacia atrás de tal manera que se aprecia el hueso frontal. El hombre mira al aire, busca asirse a algo que ve.

Un muchacho grita de dolor con su dedo índice mutilado.

Un dedo enguantado escarba una grieta en un costado.

Un hombre en voz alta dice: "No me siento esta pierna, no me siento esta pierna. ¿Qué me pasa, doctora?", aunque su herida es en el pecho.

Llega uno con el trasero roto. No se deja atender y una de las enfermeras lo regaña: "Tienes que pelar el jopo o si no te mueres de la infección".

A un borracho le hacen una sutura enorme en las costillas. Mira a la cámara, saca un billete y aguantando el dolor, ordena: "Ve, compadre, cómprate una botella de ron".

Entra un hombre de unos sesenta. Mira de un lado a otro. "¡Estoy cortao en el culo! ¡Estoy cortao en el culo!".

Acto seguido, se oye la rabia de un muchacho: "¡Mierda, mi viejo!".

Ambos se miran. "¡Estoy cortao en el culo!", repitió el viejo mirándolo.

El muchacho estalla en rabia: "No joda, ¡estás jodido!".

Afuera, como reclamando el hecho de dejarse cornear, un grupo de cínicos hace bromas horribles a los heridos. "¡Se te va a salir la mierda!". "¡Te vas a morir por marica!".

Mientras tanto, la brisa entre la tierra sucia arrastra algodones.

5.

KALIMÁN PINTA SOBRE
una mesa Rimax en la sala de su casa en Sampués, un pueblo ubicado a unos diez minutos de Sincelejo. Es el segundo día de corrida y prepara los enseres de la faena. Lo hace con una cinética aparatosa y con goterones de rojo. Lo hace sin camisa y se le ve el torso lleno de rajaduras, caminos sinuosos, inmensos alacranes. Pinta el logo de un noticiero de TV en el capote, que es una extensa tela de yersi amarilla. Será el capote que llevará esa tarde su hijo, José Domingo, a quien llaman el ‘Kalimancito‘ y quien a sus 16 años ya participa en las jornadas de toro a lo largo de la costa. Está molesto con el muchacho porque cobró demasiado por la publicidad. El muchacho lo mira engreído. Kalimán lo insulta: "Ni que tuvieras la fama que yo tengo".

En las paredes hay fotografías: con ganaderos, con un grupo de fans, con su mujer, pagando una manda en San Benito de Abad. Arriba, en el travesaño, unos 30 trofeos en hilera.

Los últimos 24 años los ha vivido con Nábora. Con ella tuvo a Sulay, la ‘banderillera del tanque‘ de 26 años, quien se retiró con tres cornadas. Otro es Jáder Antonio, quien a los 18 ha recibido cinco.

A su alrededor revolotean tres nietos que no lo dejan trabajar. Bajo la Rimax tiene el desayuno sin terminar: huevo cocido, arroz calentado y medio litro de café. Siempre había escuchado que los toreros comen solo bofe asado.

Kalimán aprieta los labios con fruición y suelta los trazos de su vida.

Nació hace cincuenta años en Montería. Su primera "manteada" fue en diciembre de 1971. Su padre, Luis Gumercindo Cuadrado Villegas, se lo llevó a Nechí, Antioquia, donde cuidaba una finca. Lo hacía madrugar a ordeñar. Una mañana el pequeño intentó quitarle un ternero a una vaca y esta le dio una coz. Enfurecido el padre le pegó, le secó las lágrimas y lo obligó a torear la vaca con una sábana. Tuvo miedo porque a sus 11 años había visto al toro Balay matar a un torero en Ciénaga de Oro, pero se atrevió.

"No hay otra forma de desquite. Tendrás miedo toda la vida. Si no lo haces te pego con pringamoza".

Lo hizo. La vaca lo tiró dos metros.

"Levántate".

Asustado, se colocó en posición. La vaca arremetió y otra vez fue al suelo.

"Levántate o te clavo".

Esta vez la vaca lo tiró en un chiquero. El padre dejó el tono de reprimenda y empezó a carcajear. Luis estalló en risas aunque le dolió el cóccix.

Con los días volvió a torear la vaca, le cogió el gusto.

Tiempo después, en las corralejas de Nechí, su padre lo mandó con leche en un mulo. Contrariándolo la vendió y lo que hizo fue comprar una sobrecama. Movido por el destino se metió a la corraleja, la primera que vio en su vida. Sintió el llamado de la madera y el de los animales. Amarró en uno de los portones al mulo y entró. En el tierrero se hizo amigo de unos manteros de Tenche: Antonio Flórez y Julio Flórez. Esa tarde toreó y los Flórez le indicaron cómo hacerlo.

Días después se unió a ellos y viajó a torear a las fiestas de San Jacinto del Cauca. Allí un buey lo levantó por el cinto diez metros a lo largo de la corraleja. La gente en los palcos festejó con estruendo, pero para él fue como un bautismo. Ya no temía a los toros.

Cuando el padre se enteró le pegó. Pero el muchacho prometió que iría a cuanta corraleja hubiera en el mundo. Semejante decisión entristeció al padre. Luis recorrió la costa y el padre mandó a decir a los ciento cincuenta primos desperdigados por los siete departamentos que no le dieran comida si se presentaba por allá. Pero ya ganaba dinero acompañando a los Flórez.

Entonces fue el llanto de la madre. Por largo tiempo ella viajaba en decrépitos buses a los pueblos fiesteros. No midiendo las consecuencias se metía a la corraleja y lo sacaba por los cabellos. Hasta que un día le exigió a su madre que respetara su decisión.

Practicó, aprendió trucos y se separó de los Flórez, pero de ellos no olvida un dogma agorero: "Después de las cinco los toros cortan o matan".

Luis fue boxeador en Montería, atleta en San Marcos, mecánico en Sincelejo, conductor de Unitransco a lo largo de la costa, echador de ruleta en Ciénaga de Oro, ciclista en Sincé. Ganó trofeos en las corralejas y le apodaron el ‘Competidor‘. "Nombre jactancioso", dice.

En 1976 se puso un turbante de terlenka y ‘Bene‘ Ramos, locutor de Radio el Sol en Nechí, al ver su histrionismo le endilgó el remoquete de Kalimán del Sinú por el héroe de la revista mexicana. Después mandó hacer ropa blanca y tomó en serio su rol.

Conoció a cinco mujeres con las que tuvo ocho hijos. Algunos no quieren conocerlo aunque les dio el apellido a todos. Hasta que llegó Nábora María, "mujer y madre" quien le parió tres más y lo acolita en todo. Viaja con él pasando los sustos y atendiendo sus desangres.

6.

KALIMÁN TOREA
A pocos metros del toril y pegado a la baranda. No tiene idea del toro que saldrá. Se lo critican. Dicen que está loco. Pero para él eso es la medida del arrojo.

Enseñó esta técnica a Euclides Torres, de Cereté, y al ‘Mono‘ Mejía, de Ciénaga de Oro. Ambos manteros murieron usándola.

El último año no ha sido nada bueno. El 17 de febrero de 2007 sufrió tres cornadas en Palmito. Fue operado en el Hospital Regional de Sincelejo. De este percance quedó con un tubo para hacer sus necesidades. Pero pudo más el fragor y acaso la necesidad que el 3 de agosto, en Sabaneta, Antioquia, sufrió otras dos. Dicen que fue la Providencia porque en Medellín descubrieron que tenía los intestinos "mal acomodados", así que se los cuadraron. Y por último las cuatro cornadas del 30 de diciembre en donde casi pierde la vida.

Kalimán aprovecha y dice a los periodistas que se merece un digno retiro con honores.

7.

"LA OBRA DE
Dios es la Suerte", dice al referirse a la peor cogida de su vida. La sufrió en El Reparo, Córdoba, en enero de 1984, bajo el presagio de las cinco de la tarde, con el toro ‘El Tigre‘ de la ganadería Arroyabe. El "malparido toro" le quitó furor a su obra en este mundo. Le enterró el cuerno en el límite entre el ano y los testículos. Lo llevó varios metros ensartado hasta que cayó luego de que su carne cediera y se abriera en dos su cavidad abdominal.

Duró un mes en coma, nueve en el hospital y dos años en recuperación. "Estuve del otro lado".

Yo no lo digo, pero en Sincelejo se asegura que ‘El Tigre‘ dejó a Kalimán sin pene. Un médico me dijo que es como un maniquí con un canuto. Ante esto Nábora, su mujer, ríe diciendo que es mentira. Yo insisto en la pregunta. "Esas son maricadas de la gente. Me pasa por la fama", dice Kalimán.

Pero, ¿qué más cojones se puede pedir a un hombre con tanta valentía y con un talento que cobra precio tan alto? A pesar de sus reservas Kalimán me contó un secreto: los Niños en Cruz. Un talismán enterrado en su piel que se alimenta de sangre y que no permitirá nunca que muera corneado. Se trata de los piojos de un animal (no me dijo cuál) que son rezados y sometidos a una preparación.

Luego de aquella cornada del 84, una mujer de San Marcos se los regaló y se los metieron en los pulgares. "Cuando me coge un toro ellos tejen mi piel".

Según él, en el hospital no le dio fiebre ni dolor y cicatrizó rápido debido a estos niños en cruz.

La verdad es que dos semanas después el rostro de Kalimán está desinflamado y la sutura del abdomen seca aunque con una pequeña pústula. Pero una mujer en el barrio La María de Sincelejo me dijo que los Niños en Cruz cobran caro ese servicio contra la muerte: tendrás una ruina eterna.

8.

AL TERCER DÍA
de corrida lo llamaron muy temprano desde la oficina de prensa de la Alcaldía, un grupo de periodistas norteamericanos quería entrevistarlo. Así que se puso su indumentaria para ir a lo suyo. Se miró al espejo. Se puso el turbante, su capa. Se vio la saja en un espejo. Impostó la voz soltando el discurso de la famosa serie radial mexicana: "Caballero con los hombres. Galante con las mujeres. Tierno con los niños. Implacable con los malvados. ¡Es Kalimán!".

Se puso sus spike maltrechos de beisbolista.

Nábora, Kalimán y yo caminamos las calles de Sampués a coger el bus hacia Sincelejo. La gente lo mira con asombro. Ante un grupo de curiosos nos hizo correr detrás del bus unas tres cuadras. Entendí que lo hizo para que vieran su recuperación.

Al ver que la buseta tiene un reproductor de DVD le pidió al chofer que pusiera su cogida.

La gente miró la pantalla en suspenso.

Justo en el momento de su cornada Kalimán gritó como si le doliera, y enseguida estudió los rostros de quienes estaban absortos viendo el pequeño televisor. Se dio por bien servido recibiendo, de nuevo, el premio de saberse distinto a los demás hombres.

9.

EL 19
de enero repartió cientos de volantes impresos por él:

"Novillada de despedida al Kalimán del Sinú. 37 años en el toreo. 56 cornadas. 127 trofeos. 938 corralejas. 2.425 puntos. 11 hijos y 6 mujeres".

Mostraba sus cicatrices en las esquinas, le daban plata, lo abrazaban.

Ese mismo día el hijo de un ganadero se enteró de que se preparaba una novillada en su honor, así que ladró: "¿Ajá? Nadie lo mandó a meterse. Allá él".

El hombre, de alguna influencia, no descansó hasta que la novillada en homenaje se clausuró. Entonces la Alcaldía decidió darle una "digna" despedida el último día de corraleja que consistió en llevarlo en hombros, darle una placa y sacarlo por el portón Ron Medellín.

Lleno de dignidad, Kalimán, llorando, ofreció, como exvotos, sus atuendos al alcalde.

Entonces le prometieron un dinero que luego de ocho meses no le han entregado.

Queda impuesta así la desconsideración para un hombre que en su humildad ha ofrendado su cuerpo a la más acendrada, compleja e inaudita tradición de Colombia. Un oficio en el que nuestro héroe habla con la muerte y vuelve para contarlo teniendo como únicos aliados el capote y el vigor de sus piernas.