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23 de septiembre de 2010

El hombre traidor

Por: Ariel Magnus*
Ilustración Jean Paul Zapata | Foto: Ariel Magnus*

No olvides en tu sueño de pensar que eres feliz, que la dicha es un hecho profundo, cuando acaba .

César Vallejo.

 
 

Con el zapato derecho sobre una hoja de diario y la hoja de diario sobre la silla, la camisa engominada y el pelo almidonado, Lasse terminaba de sacarle lustre a su calzado con un paño de gamuza. También la mesa donde acababa de apurar una taza de café, la pequeña cocina en general, incluso la sala con el sillón estampado de flores al otro lado del pasillo, todo se veía impecable y lustroso, como si el zapato derecho fuera el último elemento al que Lasse le estuviera sacando brillo luego de pasarse toda la noche frotando cada rincón del departamento con su gamuza beige. Ahora era de mañana, más específicamente ese momento de la mañana en que los rayos del sol se colaban entre su edificio y el de enfrente, iluminando la sala entera, una franja del pasillo y hasta un ángulo del lavavajillas en la cocina. En su época más oscura, durante los veinte meses que pasó en el departamento luego de perder su primer empleo, Lasse había calculado cuánto tiempo entraba el sol según la época del año. A un día como el de hoy la planilla que confeccionó en su momento le asignaba veintitrés minutos, y aunque a Lasse le hubiese gustado calcular también los segundos, afortunadamente hacía ya una eternidad que no tenía tiempo para ocuparse de esas cosas.

Un cambio de luz anunció la entrada de su esposa, Christina, el pelo malamente recogido en un improvisado rodete. La bata abierta dejaba ver unos pechos rendidos de gruesos pezones púrpura, un abdomen apenas abultado y un pubis tan lanoso que parecía protegido por un bombachón negro. Era muy alta, casi más que su marido, que en la empresa era de los más altos, además de antiguos.

—Pero qué bonito —se cerró la bata Christina, como si la avergonzara presentarse desnuda ante un hombre tan atildado.

—Sip. Hoy el vejete tiene que estar elegante

—se dejó abrazar Lasse—. Pelle Wiger quiere verme.

—¿Y qué quiere ese de ti? —imprimió ella una nota de incertidumbre a una situación que él intentaba tomarse con naturalidad.

—No sé, ya veremos —desestimó Lasse, dubitativo, las dudas que también a él lo habían asaltado durante la noche.

Cambió de pierna, pero la pregunta ya había hecho pie: ¿qué podía querer Pelle de él para citarlo con tanta ceremonia? Sus oficinas estaban a un piso de distancia, bastaba un llamado por el interno y él subía en cuestión de segundos. Pero esta vez lo había mandado llamar por su secretaria y con un día de antelación. ¿A él solo o a otros también? Pensar algo malo era convocarlo, pensó Lasse, y se concentró en su zapato izquierdo.

—Lasse... —lo abrazó Christina—, hoy tengo franco. Me gustaría que te quedes conmigo.

—A mí también —levantó apenas la cara blanca—. Pero qué imagen daría. No falté ni una vez en catorce años.

—Con más razón —le acarició el rostro enharinado.

—Todo tiene su tiempo, querida —Lasse volvió a pisar con los dos pies, sacó el papel de diario y lo tiró en la pila que se acumulaba en un rincón—. Hay un tiempo para el trabajo y un tiempo para lo demás.

Reacomodó la silla, tomó la pomada y el cepillo que estaban al lado del horno y los guardó junto con la gamuza en el último cajón. Cuando quiso cruzar la puerta, Christina se le interpuso abriendo los brazos. Esa noche tenían entradas para ver al mago Orsson y no habría tiempo para lo demás.

—No, no, no —le cerró el paso tres veces sin perder la sonrisa, el vientre asomando de nuevo a través de la bata entreabierta.

—Todo tiene su tiempo, querida —Lasse al fin logró hacerla girar y pasó hacia el otro lado.

—Viejo aburrido —protestó ella.

Lasse tomó su saco y Christina lo ayudó a acomodárselo, resignada. De fondo se escuchó el canto de los pájaros. ¿Y si se quedaba? ¿Si faltaba por primera vez en catorce años, justo cuando tenía una cita con Pelle Wiger, para sacarle lustre al cuerpo de su esposa, como en los viejos tiempos, tirados sobre el sofá o incluso la alfombra, aprovechando los quince minutos de sol?

—Hasta luego —se despidió sin beso.

—Hasta luego, traidor.



(*) Este capítulo hace parte de El hombre sentado, la nueva novela de Magnus que saldrá publicada en noviembre en Editorial Eterna Cadencia.