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12 de junio de 2008

El museo de los relojes

Es un museo en todo el sentido de la palabra, pero no igual a los que un turista suele visitar. En el santuario de Omega, las obras de arte no son lienzos ni mármoles, sino máquinas relojeras de increíble precisión.

Biel es la única ciudad de Suiza que tiene dos idiomasoficiales; así, todo debe estar escrito en francés y alemán. En alemán, Biel; en francés, Bienne, En Biel/Bienne está el Museo de Omega. Con apenas 50.000 habitantes, la ciudad es conocida por sus relojes. En sus calles hay sedes de Rolex y de varias marcas del Grupo Swatch, el grupo relojero más grande del mundo. En el número 96 de la calle Stämpfli, funciona desde diciembre de 1983 el museo Omega, donde la casa relojera guarda las piezas más valiosas de sus 160 años de historia.

Las visitas son guiadas —debe saber francés, inglés o alemán, porque no hay en español—, la entrada es gratis y la cita debe ser concertada previamente por teléfono (dejamos el número por si acaso: +41 0 32 343 9211). Justo al frente, con las montañas Jura al alcance de la vista, está la sede principal de Omega —la misma desde 1880—, donde se hacen relojes que hoy son para el público, pero que el día de mañana podrían cruzar la calle para convertirse en pieza de museo.

Imposible nombrar cada una de las joyas, aunque Claude Racine, encargado del museo, asegura que son 3.134. ¿Quién podría refutarlo, si él es quien recibe a los visitantes, responde todo tipo de preguntas y además lleva el inventario de lo que entra y sale de lugar?

Ahí está el Speedmaster, reloj que acompañó a los astronautas a la Luna. La Nasa lo escogió luego de que fuera el único de un nutrido grupo de relojes que pasara todas sus pruebas de calidad; lo curioso es que la gente de Omega no sabía que su joya estaba siendo probada, ya que un funcionario de la agencia espacial norteamericana fue a comprarlo a una tienda de relojes como cualquier cristiano. Años después, la Nasa mandó hasta Biel/Bienne una parte del centro de mando con el que manejaba desde Houston todos los viajes espaciales. La consola pesa unos 500 kilos y es solo una parte de un inmenso computador que ocupaba dos cuartos de tamaño descomunal.

Al otro lado del salón se encuentra un cronógrafo con el que se cronometraron varias competencias de las Olimpiadas de México 1968, la primera vez que se utilizaron medios electrónicos para medir el tiempo en todos los deportes; 34 años antes —Los Ángeles 1932— Omega había hecho su debut olímpico y a la fecha ha sido el cronometrador oficial en 21 juegos olímpicos. En Beijing 2008 se mantendrá la tradición. .

El arte se encuentra con el arte en una pieza única: una escultura de Salvador Dalí llamada La premonition de Tiroirs, coronada en su cara por un reloj Omega, sin duda una de las piezas más valiosas del lugar. Sin embargo, hablar de dinero en el museo Omega es tarea inútil; toda pieza tiene un valor que se ha multiplicado hasta el infinito a medida que pasan los años.

Una joya que hoy no está, pero que supo ocupar una vitrina del museo es La Rose des Temps, el reloj de mesa con más complicaciones del mundo. Esta obra maestra es creación del artista Dominique Loiseau, quien consumió diez mil horas de trabajo entre 1983 y 1984 para unir las nueve mil piezas que lo conforman. Con 9 centímetros de diámetro, 18 de alto y 32 funciones diferentes (signos del zodíaco, altímetro, termómetro, fases de Luna, solsticios y equinoccios), en Omega gustan referirse a La Rose des Temps como "Un objeto de meditación". La pieza fue vendida hace unos años, pero una foto está ahí para recordarla.

El escritorio donde Louis Brandt —fundador de la marca en 1848— fabricaba los primeros Omega, ocupa un rincón especial y está con todos sus componentes, con sus herramientas originales en orden, como si el relojero hubiese tomado un descanso para almorzar. Muy cerca está el primer reloj de pulsera repetidor de minutos (de 1892), el cual daba la hora con sonidos cuando había poca luz y era imposible ver los números. Relojes usados por el ejército británico en las dos guerras mundiales; el Templo Griego, reloj ganador del Grand Prix de Paris en 1900; el reloj de bolsillo usado por Lawrence de Arabia; el cronómetro que ostentó en los años treinta el récord mundial de precisión; el primer reloj diseñado para definir una carrera por fotofinish (1949). Todos hacen parte de la historia grande de Omega, tan asombrosa como irrepetible.

Lo mejor de Omega es que por haber sido usado por soldados, astronautas, deportistas, artistas y hasta por James Bond, Cindy Crawford y George Clooney, no quiere decir que no pueda lucir en la muñeca de un hombre común, aunque, ya sabemos, una persona que usa Omega nunca será del común.