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12 de agosto de 2003

El peor dia de gobierno de César Gaviria

Por: César Gaviria Trujillo

En un periodo de cuatro años de gobierno en Colombia suceden muchas cosas y cuando se es el Presidente, algunas de ellas lo suelen perseguir incansablemente por un tiempo. Siempre que me preguntan si cuatro años no es un tiempo muy corto para un periodo presidencial, contesto con toda sinceridad que sí, pero no en Colombia. Recuerdo algunos incidentes durante mi gobierno que fueron difíciles, pero a la vez simpáticos por la forma como la opinión pública los registraba y porque por varias semanas se llevaron parte de nuestras energías. No suelo escribir o comentar sobre estos temas, ya que no los puedo dejar de tratar en forma trascendental, pero después de la insistencia de Daniel Samper Ospina recordé que también tenían su lado divertido. Para hacer eso hay que dejarlos decantar en el tiempo.
En el segundo semestre del 94 se dieron algunos episodios, o más bien líos, que tenían presencia en los medios todos los días y que me obligaban a actuar y a responder preguntas e inquietudes casi a diario.
No recuerdo bien la secuencia de estos episodios. Lo que sí recuerdo es que eran casi omnipresentes. Podría comenzar por el aterrizaje forzoso de un helicóptero militar de Venezuela en Arauca que creó una gran tensión, entre otras cosas porque a pesar de que era un asunto que debía ser manejado por las autoridades ejecutivas y por los canales diplomáticos, terminó en manos de la Fiscalía General y de nuestros medios de comunicación. Por momentos, aquello parecía como la víspera de una confrontación militar entre Colombia y Venezuela, a pesar de que se trató de un incidente totalmente accidental, que no tenía nada que ver con ninguna intención bélica.
Luego, el episodio del uso del avión presidencial para transportar un conjunto vallenato para una celebración en palacio. Decidí cancelar de mi propio peculio todos los costos que esto causó tan pronto tuve conocimiento de ello y antes de cualquier debate. Sin embargo, esto no fue suficiente, ya que el avión presidencial (más conocido hoy como "La cafetera") tenía una "dignidad propia" que se había afectado o lastimado por el hecho de transportar un conjunto vallenato. Nunca entendí bien la indignación de tantos por un asunto que poco tenía que ver con el interés público. Entendí el asunto cuando un día desprevenido, en uno de los tantos desplazamientos por la ciudad, leo en la circunvalar un graffiti que decía: "Arriendo Fokker para parranda vallenata".
Otro tema que exigía la atención diaria del Presidente estaba relacionado con las serias discrepancias que surgieron en ese periodo con el fiscal Gustavo de Greiff en relación con el tema de la eventual entrega del Cartel de Cali a través de la política de sometimiento a la justicia. Luego de la muerte de Pablo Escobar, en noviembre del 93, la gente estaba fatigada de la lucha contra el narcotráfico y la pesadilla de sus secuelas de violencia. Por eso el gobierno estaba obligado a administrar esa política con rigor y severidad para evitar repetir algunas de las desafortunadas experiencias que habíamos vivido con el Cartel de Medellín. No obstante, a nadie parecían interesar nuestros temores y prevenciones, y terminamos en un enfrentamiento que nos desgastó mucho, cuando casi todos los forjadores de opinión se alinearon al lado del Fiscal.
Falta por mencionar un incidente, que desde el punto de vista institucional fue el más complejo. La presencia de un grupo de ingenieros militares norteamericanos que realizaban ejercicios conjuntos con nuestras Fuerzas Militares en Juanchaco. Estas eran actividades bastante rutinarias no sólo en Colombia sino en toda América Latina.
Quedarían en Juanchaco una escuela y un puesto de salud como gesto de buena voluntad de estas actividades. Yo desde luego no había sido informado de esto y no recibí en los primeros días información alguna pues el Ministro de Defensa, Rafael Pardo, estaba seriamente enfermo.
Los carteles de la droga se movieron con intensidad y lograron en pocos días generar la sensación de que estábamos invadidos por tropas norteamericanas y que ello no se había puesto en conocimiento del Senado. Los aspectos factuales no parecieron interesar a nadie. El Presidente debería ser enjuiciado así no hubiera sido informado y así se tratara de un asunto rutinario sin mayor trascendencia. El propio Consejo de Estado se pronunció de manera sumaria y precipitada extralimitándose en sus funciones de una manera palmaria.
Todos estos no eran incidentes menores y le daban motivo suficiente a mis contradictores para explotarlos a diario. ¿Cómo fue entonces que se desvió la atención de todos y que estos temas pasaron súbitamente a un segundo plano y desaparecieron como por encanto de los medios y de las preocupaciones de la opinión publica? No fue respondiendo cada interrogante o contratando costosos asesores de comunicación. Todo se dio de una manera muy simple y accidental. Un buen día salió la noticia de que los colombianos teníamos una espía propia. En Estados Unidos habían capturado a Aldrich Ames, acusado de uno de los mayores casos de espionaje y traición en la historia de Estados Unidos. Su esposa resultó ser colombiana y al parecer tenía conocimiento y también alguna responsabilidad. En medio de todo el escándalo surgió un niño colombiano que quedaba sin sus padres porque los dos habían sido detenidos por espionaje. El país no volvió a hablar de nada más. Lo único que interesaba era saber si nuestra ciudadana era espía o no, qué tanto sabia, cómo fue su vida en Colombia, quiénes fueron sus compañeras de colegio, etcétera.
Pude terminar mi mandato de una manera tranquila viendo cómo los colombianos se entretenían con episodios más divertidos que los que me causaron a mí entre preocupación y sorpresa. Me pude dedicar a terminar asuntos inconclusos, a recapitular sobre lo que eran nuestros logros y limitaciones, y a tratar de dar garantías a los participantes en la campaña presidencial. Pude dejar a un lado estos hechos que tal vez eran solo la consecuencia de la falta de noticias dramáticas en esos meses y que fueron reemplazadas por el caso de la espía colombiana, un tema de un interés arrollador. Por eso cuando alguien me pregunta como saldrá uno de mis sucesores de alguna conjunción de circunstancias adversas (que en Colombia se dan por centenares) yo siempre tengo una respuesta: descubran una espía y ya. Todas las tribulaciones desaparecerán como por encanto.