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30 de noviembre de 2013

Zona Crónica

El Reinado del Bambuco

Uno no se cansa de ver el sanjuanero huilense. Porque es un baile preciso, breve, en el que un hombre conquista a una mujer. En dos minutos, en tres pasos y ocho figuras básicas, ocurre todo.

Por: Luis Fernando Afanador. Fotografías por Álvaro Cardona
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La música es alegre, la letra es festiva, sencilla, pero la danza nunca pierde su misterio. Por eso se puede escenificar una y otra vez en el curso de un día, por eso su encanto ha permanecido intacto a lo largo de 52 años, desde que, en 1960, la folclorista Inés García de Durán se inventó esa sugestiva coreografía que mezcla el folclor con una danza galante de corte europeo. Una gran idea. Y un recurso bastante útil a la hora de organizar un festival. Se exaltan las tradiciones: la música del sanjuanero, compuesta por Anselmo Durán Plazas, en 1936, recoge elementos del rajaleñas y del bambuco fiestero del sur del país. Pero con un toque distinguido y cosmopolita: ese baile galante bien podría bailarse en los grandes salones. Para completar la tríada, la letra, compuesta por Sofía Gaitán de Reyes, le da la nota rumbera que ha incitado a millones de colombianos y extranjeros a “pegarse la rodadita”: En mi tierra todo es gloria / cuando se canta el joropo, (bis) / y si es que se va a bailar / el mundo / parece poco... / sigamos cantando, sigamos bailando, / sigamos cantando, ¡carambas!, / que me vuelvo loco.

El sanjuanero no es un baile fácil. La sincronía de la pareja tiene que ser perfecta. Un paso de más —o un paso de menos— y queda faltando o sobrando música. Es una buena idea que a las candidatas de los departamentos para ser reinas no les baste con ser bonitas: tienen que bailar bien el sanjuanero porque el pueblo —“el pueblo es el que decide”, se dice en Neiva— no come cuento, tienen que convencerlo bailando bien. Y para ello, las reinas deberán someterse a un entrenamiento riguroso —a veces extenuante— con sus parejos, los bailarines de sanjuanero, que son toda una institución. Hay entre ellos dinastías, nombres legendarios, figuras. Saben que son claves para que una candidata gane, como César Marino Andrade, que ayudó a conquistar la corona a Lucy Abuchaibe, María Cristina Lalinde y Martha Querubín.

Saber bailar el sanjuanero es lo que importa, lo que se premia. Sin embargo, no es el único criterio, hay otros elementos que se tienen en cuenta según lo deja ver la respuesta de Irma Sus Pastrana, una de los jurados de 2012 y de anteriores versiones del reinado: “Necesitamos una mujer que ayude a divulgar nuestra cultura, nuestro folclor y nuestro sanjuanero, que es tan importante; debe ser una embajadora de la cultura huilense y bailar excelente porque es nuestra insignia. Para mí el baile lo es todo… le pondría un 60 %”. Un “todo” del 60 % es un todo incompleto. ¿Qué más se tiene en cuenta? No es claro, pero parecería ser una suma de belleza, simpatía, carisma y preparación académica en porcentajes que quedan a discreción de un jurado compuesto por seis personas.

Las fiestas de Neiva, las conocidas fiestas de San Pedro, además de Reinado Nacional del Bambuco, son también una muestra folclórica que busca resaltar las tradiciones de una región agrícola y ganadera. El festival nació cuando el Huila se hizo un departamento independiente del Tolima y necesitaba reafirmar una identidad propia. Y había de dónde: desde la colonia, en esa región se celebraban las fiestas religiosas en honor de San Juan Bautista —24 de junio— y de San Pedro, que coincidían con la época en que terminaban las cosechas. Cuando en 1960 la Asamblea Departamental del Huila aprobó la organización del Reinado, las fiestas ya eran una tradición popular.

¡Iiiii... San Pedro! Estoy en el casino de oficiales del Batallón Tenerife, el primer baile oficial del Sanjuanero Huilense con las 19 candidatas. A medida que van pasando al escenario improvisado, al lado de la piscina, voy haciendo un repaso de las ocho figuras del baile:

La invitación: con paso caminado, el hombre toma a su pareja de la cintura y la invita a bailar. Los ochos: sin darse la espalda, empiezan a trazar dos círculos formando un ocho. El coqueteo: la mujer se levanta la falda hasta la pantorrilla y le quita el sombrero para ocultar un supuesto beso. Después, levanta el sombrero, lo muestra al público y, haciendo un pausado giro, lo pasa por la barbilla del hombre y lo pone en su cabeza mientras le jala del cuello su pañuelo rojo que este sujeta del otro extremo: quedan frente a frente haciendo cruces bajo el pañuelo. La arrodillada: el hombre se arrodilla y la mujer, con suavidad, sin soltar el pañuelo, ondea su falda y en puntas de pie, con paso arrastrado, da vueltas alrededor suyo y en la última vuelta, más cerca de él, simula un beso. La levantada del pie: el hombre se para y avanzan juntos, dando saltos, levantando los pies, bambuqueando. De repente, en un giro rápido, ella de nuevo le quita el sombrero y huye. Se contonea con gracia, se cubre el rostro con el sombrero, hasta que lo arroja al piso. La arrastrada del ala: tres veces él tratará de recoger el sombrero y tres veces ella lo alejará con la punta de su pie, arrastrándolo del ala. El secreto: la mujer lo levanta y, volviendo al paso caminado, se cubren los rostros con el sombrero. El hombre le hace una propuesta y ella, aterrada, con los ojos muy abiertos, le dice que no con el índice de la mano derecha y se aleja mostrándole la pantorrilla y golpeándose el codo. La salida: finalmente, unidos por la cintura y con sus manos libres sujetando el pañuelo, bailan sonrientes frente al público.

Diecinueve veces veo —¡sin aburrirme!— cómo una mujer recatada y coqueta es conquistada por un hombre galante y persuasivo. “Todo el sanjuanero me parece bonito, pero el momento que más me gusta del baile es el coqueteo, porque es donde la reina me rechaza y yo sigo bailando”, ha dicho Carlos Manuel Lozano, un niño de 10 años que fue parejo de la ganadora del Reinado Infantil. Los jurados se encuentran presentes y, por supuesto, “las autoridades cívicas y militares del departamento”. Empiezan a perfilarse las favoritas: la señorita Huila, la local, María Fernanda Parra, que baila muy bien y es aplaudida con entusiasmo. La “señorita” Bogotá —muy arriesgada esa costumbre de seguirlas llamando señoritas a estas alturas del siglo XXI—, Paola Andrea Novoa, también satisface al exigente público, lo mismo que la de Caquetá, Luby Disney Toro, que baila con Julián Mahecha. Pero Julián Mahecha, uno de los parejos estelares, el más apetecido por la reinas, sufre un desmayo. No puede seguir bailando. La gran damnificada es Paloma Perilla, señorita Cundinamarca, que llevaba un mes ensayando con él. No se adapta a su nuevo parejo, un amigo de Julián, y le va muy mal —casi se cae— en la “arrastrada del ala”, una de la figuras claves para los conocedores.



En la noche hay un concierto en la Calle del Festival, con Maelo Ruiz y Sergio Vargas. Salsa “rosada”, nada que ver con un festival folclórico, pero “el pueblo es el que decide” y ahora el pueblo es globalizado. La Calle del Festival, situada a unos kilómetros de Neiva, es un larguero que no parece tener fin. El piso es de pasto, irregular y mal iluminado. Compramos VIP, que es la boleta más accesible, 20.000 pesos más 5000 de un billete de la lotería del Huila que hay que comprar obligatoriamente (¿). VIP es un decir: ni con binóculos se puede ver la pantalla gigante, y ni pensar en los cantantes. Pero llega la música, increíblemente se oye, y entre la muchedumbre es posible encontrar un resquicio para “azotar pasto” al ritmo de Maelo: No entiendo cómo tú pretendes / ser feliz / con ese idiota que te trata / como a una cualquiera /… Te va a doleeeer…

Al otro día es el desfile acuático. Por el río Magdalena, en vestido de baño, montadas en canoas adornadas, las candidatas muestran sus atributos físicos. Y sus defectos: cicatrices, celulitis. La belleza sí importa. La candidata de Nariño, que no había sorprendido con su baile, gracias a su figura, sube su puntaje en esta revista náutica denominada “Neiva 400 años”.

Breve pausa para almorzar y comer el famoso asado huilense. El de verdad, porque el del día anterior en el batallón había dejado mucho que desear. Vamos a un lugar en las afueras de la ciudad. Este sí es el auténtico: los pedazos de cerdo previamente adobados con especias y asados lentamente en horno de leña, parejo por todos sus lados; el insulso, que contrarresta la sal; la yuca; la arepa “oreja ‘e perro”; la chicha. Ya no es fácil conseguir un buen asado porque se ha ido perdiendo la tradición de “pelar el marrano”, común en las fincas hace 50 años, y las familias de ahora prefieren comprarlo en restaurantes.

En la tarde, por la avenida circunvalar, es el desfile de chivas. Un bonito espectáculo que exalta la cultura campesina. Veintiocho buses escaleras provenientes de diferentes poblaciones del Huila, cargados de toda clase de objetos: productos agrícolas, animales de granja, comidas típicas, instrumentos musicales, personajes tradicionales. Mientras más, mejor. La alegría de sus ocupantes —que no ocultan las garrafas de Doble Anís— contagia a la multitud que apenas puede contener la policía. La ganadora es, desde luego, la más atiborrada: la chiva La Sanjuanera, del municipio de El Pital. La segunda es La Sampedrina, de El Tarquí.

Hay que ir al desfile en traje típico y vestido de baño en el club campestre, en la vía a Campoalegre. Hay un trancón monumental y tardamos hora y media en lo que debieron ser 20 minutos. Viaje perdido: el club campestre colapsó: ya no cabe una persona más. Regreso aún más lento: a pie, mientras tratamos de contactar el taxi que nos trajo. Paramos a la entrada de la Calle del Festival. Esta noche es el concierto de Vicente Fernández, que ha despertado un verdadero furor en la ciudad. Hotel acordonado, medidas presidenciales de seguridad. Ya no hay boletas, las VIP las están revendiendo en 120.000 pesos. General, que eran gratis, no hay. Los palcos, que cuestan 15.000.000, menos. ¿Quiénes pueden hacer vaca para pagar esa suma? Que respondan las autoridades. “Concierto apoteósico”, dirá al otro día un diario local. Vicente Fernández mata Festival. No para nosotros, que sin ninguna tristeza nos dirigimos a la zona rosa, tres veces más grande y más llena de gente que la de Bogotá. No todo lo acaparó Vicente Fernández. Salvo el sanjuanero huilense, hay sitios y música para escoger. Escogemos salsa vieja, no rosada. Zona rosa también mata folclor.




El domingo en la mañana es el Gran Desfile Folclórico, de nuevo por la avenida circunvalar. Por motivos obvios, los organizadores han ido sacando los eventos del centro de la ciudad hacia la periferia. Pasan las 19 reinas en sus carrozas, las comparsas, la reina popular, la reina infantil, las bandas papayeras, los bailarines extranjeros, los grupos de danzas de Indonesia, Argentina y México que vinieron a la Muestra Internacional, los harlistas y sus chicas —¿colados o invitados— , y cerrando, 2000 jinetes y amazonas. Una de las reinas más aclamadas ha sido la señorita Cundinamarca, que se ha sobrepuesto a la mala suerte inicial en el primer baile y ha revelado su carisma. A su paso, la gente le gritaba: “¡Paloma! ¡Paloma!”. Gran desfile y, sin duda, el acto más concurrido del Festival. En el olvido de las páginas judiciales quedará la muerte de Fabián Nelson Gutiérrez, un joven de 17 años que en pleno desfile fue apuñalado por defender a un vendedor ambulante que iba a ser atracado.

Llega la gran noche de coronación en el coliseo Álvaro Sánchez Silva. Se ven muchas mujeres con polleras y hombres con camisa blanca y pañoleta rabo de gallo. Las delegaciones animan a sus candidatas. Otro pálido salsero, Mickey Tavera, es la estrella invitada. “¡Esa es!, ¡esa es!”, grita el pueblo huilense cuando ve a su candidata bailar un soberbio sanjuanero. Sin duda es la mejor. Y después, tal vez, la señorita Cundinamarca, Paloma Perilla, quien, de nuevo con su parejo Julián Mahecha, ya recuperado, ha hecho un baile impecable y es finalista. Pero el pueblo no manda, manda el jurado: gana Paola Andrea Novoa, de Bogotá. Huila es virreina y Daniela Eljach, del Magdalena, es princesa. La gente lo entiende y lo acepta con nobleza. Entre los opitas hay un acuerdo tácito: es mejor que gane una candidata foránea que se esforzó en aprender ese difícil baile y no una muchacha que se crio entre sanjuaneros. Lo que les molesta es que hayan excluido del grupo de finalistas a unas que merecían estar y hayan incluido a otras que no. Dice alguien indignado: “Esto es un robo. Cómo dejan por fuera a niñas como Caquetá o Cundinamarca, que llevan años bailando y son profesionales en el tema, y sí incluyen dentro de las cinco finalistas a Nariño, por ejemplo, candidatas que ni siquiera saben bambuquear”. La señorita Antioquia increpa al jurado. Varios periodistas locales se van indignados. Nada grave. Más bien algo positivo: el baile sigue siendo el protagonista, el que enciende la polémica. Y todo será gloria en esta tierra el próximo año cuando se vuelva a cantar el joropo.

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