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27 de mayo de 2013

Zona cónica

En busca del embajador de la India

Uno de los clásicos del cine colombiano se basó en un hecho real: un tipo llegó a Neiva en 1962 diciendo que era el embajador de la India. La ciudad enloqueció y durante tres días no pararon los homenajes. ¿Qué fue de la vida de Jaime Torres, el hombre que engañó al gobernador, a la clase alta de la ciudad, e inspiró la película?

Por: Isabella Portilla

Son siete. Todos los días se encuentran en la tienda de Benito Álvarez. Se abrazan como si no se hubieran visto en años, y al sabor de un tinto inician una tanda matutina de chismes.

A las ocho en punto, dando inicio a otro ritual, emprenden camino hacia el Pasaje Metropolitano, en donde ocupan por horas un lugar que ellos mismos bautizaron “El culódromo” porque, según cuentan, en Neiva no existe pasarela igual por la que desfile tanta belleza.

—¿Cómo es su nombre? —José Eustasio Rivera.
—No, le hablo en serio, ¿cómo se llama?—Simón Bolívar… ¡Ja, ja, ja! Es en serio, así me puso mi mamá: José Eustasio Rivera, como el escritor.
—Don José Eustasio, ¿vivía usted en Neiva cuando sucedió el episodio del embajador de la India?
—Claro. Eso fue una vergüenza para la crema y nata de la ciudad. El tipo como que era de Agrado, o de Garzón, hablaba mucho inglés, mucho francés, y terminó engañando a todos los ricos de Neiva. Me acuerdo que cuando iba en una caravana para San Agustín, la tuvo que parar porque le dieron ganas de orinar y lo taparon con un lienzo en la mitad de la carretera. Todo el mundo tenía curiosidad de ver cómo meaba un embajador... pero eso aquí lo saben todos, solo que le quitan y le ponen para que quede más chistoso.

Era trigueño, casi cobrizo. No alcanzaba a medir 1,70 metros. Tenía ojos y pelo negros y de contextura era delgado. El segundo lunes de diciembre de 1962 viajó a Neiva con el ánimo de descansar de su labor catedrática en el colegio Andrés Bello de Ibagué, donde era profesor de español.?En Girardot abordó un autovía en el que entró saludando a los pasajeros con una tímida venia. Cuando se sentó, abrió una revista Life y sintió que del otro lado del asiento un par de ejecutivos lo miraban con celo.

—¿Esa revista es en inglés? —preguntó uno de ellos.

El hombre alzó la mirada y le respondió con un “sí” gangoso y mal pronunciado.

Entonces, los tres empezaron una conversación en la que el extraño hablaba mezclando diferentes idiomas y, de paso, dejaba perplejos a sus compañeros de viaje.

—Perdone usted, ¿por qué habla tan enredado? —inquirió ansioso el más joven.?Por lo que se le alcanzó a entender, el hombre contestó que no dominaba el castellano, porque no era de esas tierras, sino de la India.

Al oír esto, los ejecutivos, que eran paisas, no dejaron de interrogarlo hasta que supieron de su misma boca que estaban frente al embajador del país de las vacas sagradas.

Al llegar a Neiva, deslumbrados con semejante visita, lo condujeron al hotel Plaza en donde se registró como Shari Lacshama Dharhamdhah.

Por boca de los dos ejecutivos, la alta clase opita supo que el mismísimo embajador de la India los visitaba. De repente la noticia estalló. Al diplomático le sobraron invitaciones de las personalidades más importantes de la ciudad. Álvaro Díaz, a quien apodaban Aldichar, un afamado comerciante opita, lo recibió en su propia casa; Oliverio Lara Borrero, el más distinguido industrial de la región, dueño de los criaderos más grandes de ganado cebú y quien había visitado la India en numerosas ocasiones, estuvo atento a su encuentro. Como la ropa que traía estaba sucia y, según contó el embajador, se había extraviado su maleta en el viaje, Yesid Lugar, propietario del almacén Yelú, lo vistió y calzó con lo mejor de su almacén.

Las autoridades gubernamentales también dispusieron su recibimiento ese mismo día. Por pedido del gobernador, Gustavo Salazar Tapiero —quien no se encontraba en la ciudad—, Enrique Martínez Orozco, el secretario de Gobierno, organizó un almuerzo en el club La Espantosa, al lado de Ignacio Solanilla y Alberto García, secretarios de Hacienda y Agricultura. Allí hicieron la presentación oficial del diplomático ante la alta sociedad. Asado huilense y sancocho de gallina le fueron servidos, pero al hombre, por ser vegetariano, la gastronomía local le causó repulsión y mandó a reemplazar las viandas por frutas y verduras.

Los tres días siguientes fueron de convites, festines, y reuniones. Para ese entonces, el embajador de la India se había convertido en el rey del Huila.

Pero pronto la inquietud empezó a rondar por Neiva.

En la noche de Santa Bárbara, mientras se celebraba otro festejo en honor del exótico personaje en el casino de la ciudad, el Chivo Cabrera se percató de que el embajador era Jaime Torres: un antiguo compañero del seminario. Al comentarlo, sus amigos reaccionaron incrédulos y hasta reprendieron a Cabrera, recalcándole que estaba juzgando a una honorable persona.

Sin embargo, quien sería años después secretario de Educación y director del Icetex sabía muy bien que se trataba de Jaime Torres; entonces se dio a la tarea de comprobarlo.

—¡Jaime! —gritó Cabrera dirigiendo su voz hacia el embajador.

Inmediatamente este volteó la cabeza y se percató de la presencia del hombre que conoció años atrás en el municipio de Garzón.

El embajador empezaba a perder el control y, sin embargo, mantenía su mentira en medio del círculo aristocrático que pagaba sus tragos. En un momento de la noche, cuando se vio libre de beneplácitos y adulaciones, y más que nada de compañías (para ese instante indeseadas), llamó a Cabrera al baño.

—Deja que los demás se rompan la cabeza, y permíteme disfrutar de mi falsa identidad —le susurró en un inexcusable tono de complicidad.

Pero Cabrera, quien desde el seminario aborrecía la actitud chocarrera de Torres, omitió su petición y lo denunció frente al coronel José María Vivas.

Al escuchar a Cabrera, Vivas lo amonestó por semejante injuria.

—Le falta otra vez al respeto al señor embajador y me veré obligado a encarcelarlo —le advirtió el coronel enceguecido.

Al parecer, Torres se había librado de su compañero de seminario. Sin embargo, la sospecha de su verdadera identidad empezaba a clavarse en el gobernador.

Al día siguiente, y tras la condena de una mala noche a causa de la incertidumbre, don Gustavo Salazar Tapiero quiso aclarar el embrollo. Invitó al diplomático y a un limitado grupo de personas a La Angostura, una plácida finca próxima a la ciudad, que servía de refugio para tratar temas delicados. Allí puso al descubierto ante los presentes los rumores del falso embajador, pidiéndole a este, con prudencia, que confesara la verdad. Acorralado en ese momento, a Jaime Torres no le quedó más remedio que delatarse.

Desde ese instante quedó detenido por las autoridades municipales.

—Abogados no le faltaron. Yo no me acuerdo quién lo sacó; el hecho es que aquí se armó un tropel, pero no le pudieron hacer nada porque en nuestro Código Penal no está contemplado ese delito.

—Mira, José Eustasio, el que lo sacó de la comisaría fue el mismo que lo retuvo, Jesús López Alarcón, quien también había estudiado con él en el seminario... Me acuerdo de que después fuimos a tomarnos unos tragos con Torres a Curitiba y nos contó la odisea.

—¿Qué les contó?—Pues que por poquito no lo descubren.

—¿Usted cómo se llama y cuénteme cuántos años tenía cuando eso pasó?

—A mí me puede decir Camilo. Pero no pregunte tanto por mí porque si no, no la suelto. Yo tenía unos 25 años y, como yo, había un montón de gente que estaba feliz por el engaño de este pillo.

—¿Por qué, don Camilo?

—Porque esa fue una ofensa para la gente de la jai.

—¿Quiénes fueron los más avergonzados?

—Uhhh, un montón de gente, desde el gobernador, hasta los del club, ¡uy! y las mellizas Ferro, que eran lo más selecto de la crema y nata de aquí.

—¿Las dueñas del hotel Plaza?

—Las mismas. Figúrese que se casaron dos hermanos con dos hermanas.

—Después de eso, ¿volvieron a saber algo de Torres?

—Hmmm… —interrumpe otro viejo—. ¿Ese no era el sobrino del obispo de Barranquilla, de Félix María Torres?

—Cómo no, Jaimito. Lástima que ya está muerto.

—Pero Torres era un tipo sumamente inteligente, sagaz. Él hizo la misma cosa que aquí en el llano. Recorrió todo el departamento en una avioneta haciéndose pasar por representante de la ONU.

—¿Cuándo fue eso, don Jaime?

—Antes de venir aquí.

—¿Usted cómo se enteró?

—Ese día que fuimos a tomar a Curitiba, él mismo nos lo contó. El papel que cogía lo representaba divinamente; ese no era ningún pendejo. Era muy inteligente, muy instruido. Cómo sería que don Oliverio Lara, que estuvo en la India, quedó aterrado y no dudó ni un minuto de que era el embajador.

—¿Usted cree que era mitómano?

—No. Él tenía conciencia plena de que lo que quería era mamar gallo. Enfermo no creo que estuviera.

Después del suceso, Jaime Torres retornó a Ibagué. Seguía dictando clases de español en el desaparecido colegio Andrés Bello, y a la vez enseñaba inglés y francés a particulares.

Eran vísperas de San Pedro. Camilo Salas, el entonces promotor departamental de Acción Comunal en el Tolima lo conoció por medio de un amigo en común del magisterio. Salas, oriundo de Neiva, no dejó de preguntarle por qué diez años atrás no lo detuvieron en su tierra. “Yo no fui impostor; es más, a mí me nombraron embajador de la India; yo solamente les seguí la cuerda”, le respondió el profesor Torres.

Según Salas, la versión narrada por Jaime Torres Holguín distaba mucho de la que la gente tenía como cierta. Le contó que la historia había empezado un día que decidió regalarse unas lujosas y solitarias vacaciones en Neiva, por lo que eligió para hospedarse el Plaza: el mejor hotel de la ciudad. Para relajarse del trajín del viaje, empezó a practicar yoga al lado de la piscina del hotel. En esas, una aseadora, extrañada por las contorsiones del residente, le preguntó si era extranjero y, por puro mamagallismo, le contestó que era hindú. Cuando menos se percató, la aseadora le había informado al gerente que dentro del hotel estaba el embajador de la India. Al poco tiempo, la enarbolada élite opita delataba por medio de invitaciones y lujos su ignorancia y su mentalidad provinciana.

Después de la captura, las autoridades quisieron condenar a Torres, tras acusarlo de impostor. Pero el profesor, que era tan hábil como consciente, les respondió que no tenía la culpa de que en Neiva la gente sufriera de brutalidad, pues Colombia en ese momento no tenía relaciones diplomáticas con la India.

Camilo Salas, hoy director de la Academia de Historia del Huila, lo recuerda parco, de vida social escasa y, sin embargo, admirable por su viveza y grandilocuencia.

—Se le notaba que era un lector voraz; esa, creo, era su enfermedad. Mitómano no era; mitómano es el que dice mentiras e inventa mitos y no creo que cuando ejerció el magisterio fuera así. Incluso me he topado con alumnos de él que recuerdan con gran agrado sus clases. Sabía latín, griego, inglés, francés. Pudo ser un excelente diplomático. Para mí era un caballero. Inteligente. Pintoresco, sí, pero caballero.

De Torres no se supo nada en mucho tiempo. Lo último que escuchó Camilo Salas era que había muerto en España. Al Huila llegaron rumores lejanos: la Soberana Orden de Malta, a la que pertenecen muchos expresidentes colombianos, le había rendido honores fúnebres a uno de sus integrantes más ilustres, al mismo que una vez fue embajador de la India en Neiva.

En el acta de matrícula del seminario de Garzón está escrito que Jaime Torres nació el 21 de noviembre de 1936. Era hijo de don Julio Torres y doña Eugenia Holguín. Al parecer, en el momento de registrar el lugar de nacimiento, los padres de Torres o el notario tuvieron un lapsus, pues en el acta figuran dos ciudades de donde podría ser oriundo: Bogotá o Cali.

Según el padre rector del seminario, Herminio Valderrama, se sabe que Torres hizo sus estudios de primer a cuarto año, y obtuvo de ese instituto educativo su grado de bachiller en 1954.?De su adolescencia se conoce muy poco, salvo que era un muchacho avispado, vivaz, de brillante fluidez verbal y gusto desmesurado por la lectura. Así lo recuerda Oydén Rojas, el párroco del municipio de Aipe, quien fue su compañero de estudios en el seminario. Rojas era partícipe de las congregaciones que el seminarista solía hacer en las tardes, cuando, después de las clases de Teología y Doctrina Cristiana, se sentaba en medio de varios muchachos que lo oían atentamente hablar de literatura y arte.

Cuando el episodio del embajador tuvo lugar, el sacerdote volvió a saber de Torres. Para ese entonces, Rojas era párroco de la iglesia del Perpetuo Socorro, en el barrio Campo Núñez de Neiva. El padre Oydén no supo si había recibido la visita de Torres días antes o después de ser descubierto, pues según cuenta, su taimado amigo nunca hizo mención de su engaño.

¡Hoy todavía hay personas que se empecinan en ocultar o revestir el hecho de intrascendental por resultar nocivo para su buen nombre. Sin embargo, es contundente que Torres pudo demostrar en el poco tiempo que duró su farsa —apenas cinco días— la insuficiencia y veleidad de la clase dirigente que imperaba en Neiva.

¡De esta lección dan fe varios periodistas y escritores del Huila. Félix Ramiro Losada, lingüista y literato de la Universidad Surcolombiana, recreó la historia a manera de cuento en un libro titulado El Embajador de la India y otros relatos.

En él deja ver cómo hizo el embajador para engañar a los neivanos y la repercusión que tuvo el hecho en los medios de comunicación de la ciudad: “Los periódicos publicaron la noticia del escándalo con gran despliegue, a un lado de la renuncia del gobernador, la de los secretarios de despachos y ‘el oso’ de la dirigencia local. Después, decenas de artículos y fotos se publicaron en los diarios, y en la radio no dejaba de sonar el caso que pasaba de boca en boca, haciendo énfasis en que la fantasía había conmovido a las fuerzas ocultas del estamento sin proponérselo en medio de sus extravagancias”.

El entonces director del diario El Debate, Guillermo Plazas Alcides, escribió en un editorial a seis columnas en la edición del 27 de diciembre de 1962: “El advenedizo Jaime Torres Holguín evidenció públicamente la falta de visión, la escasez de prudencia, la mentalidad yérmica, la cortesía y la espesa ignorancia que distingue a nuestra empinada élite político-social. Y su concepto sobre sus integrantes es cruelmente realista: ‘tienen un distraído aire de tontos aduladores’”.

Además de condenar el comportamiento de Torres, Plazas Alcides fue severo con el pueblo huilense, tanto así que comparó la lección que le dio a la ciudad el falso embajador con las palabras de Darío Silva Silva pronunciadas en el descubrimiento de un mural surrealista del maestro huilense Luis Cháux en Neiva: “En el Huila es falsa la grandeza y la ignorancia es superabundante”.

Eduardo Hakim, arquitecto y diplomático huilense, dejó consignada la historia del embajador en un libro llamado Neiva, Moscú e intermedias. En una narración de “pobres líneas y relatos inconexos”, según la describe Hakim en el prólogo, se advierte a un Jaime Torres o “Juvenal Torrentes”, como se nombra en el relato, mitómano, artero y a la vez elocuente, por el que el folclor del Huila se divide en dos: antes y después de su aparición.

Al final de la historia, Hakim, quien hizo su debut como actor en la película de Mario Ribero Ferreira, cuenta que tuvo dos encuentros posteriores con Torres: “Volvimos a saber de él ocho años más tarde, cuando en compañía de los arquitectos Jaime Salazar Díaz y Fabio Afanador Tobar asistimos al Congreso Panamericano de Arquitectos en San Juan de Puerto Rico; allí se nos presenta el mismo personaje, pero ahora como profesor de Humanidades de la Universidad Católica de San Juan, y nos invita a una comida con la promesa de amenizarla con la historia del embajador de la India, narrada por el protagonista mismo”.

El segundo encuentro se dio en Neiva, cuando Jaime Torres volvió de incógnito, pero sin turbante de embajador: “Nos volvimos a reunir las mismas personas y realizamos la malograda comida en La Cabaña, que antaño impidiera el coronel Enrique Millán”.

Tiempo después, cuenta Hakim que se topó con un médico amigo que acababa de salir de prisión; este le envió saludos de Torres, pues el exembajador había ido a parar a la cárcel Modelo de Bogotá a causa de unos cheques sin fondos. El médico también le dijo que Torres se había hecho nombrar enfermero en la cárcel y organizaba la Cooperativa del Recluso, “de la cual era fundador, gerente y casi propietario, con salida diaria al comercio de Bogotá ¡a surtir de mercancía el negocio!”.

A Jorge Villamil, el reconocido cantautor de pasillos y boleros, este episodio le sirvió para componer una canción que hacía honor a la osadía del pícaro más recordado del Huila:

Señores, voy a contarles,
lo que en Neiva sucedió,
que ha llegado de la India
un supuesto embajador [...]
a muchas damas de Neiva
las medidas les tomó
para enviarles de la India
el traje de la nación,
Calcuta, Calcuta,
ya viene el embajador,
Sumatra, la Sutra
contesta el gobernador.

El cine no escapó a esta historia. Mario Ribero alborotó a toda Neiva cuando en 1986 quiso retratar uno de los casos que describen la candidez y la malicia indígena que caracterizan a los colombianos llevando al celuloide al falso embajador.

A raíz del filme, los neivanos revivieron la patraña de Torres. Carlos López, botones del hotel Plaza, cuenta que cuando se hizo el rodaje, la gente se enteró de cómo el embajador engañó a todos en la ciudad.

—Era un pillo, un aprovechado. Comió y bebió a costa de todos; hasta paseó gratis. Yo salgo en la película cargando una canasta en el homenaje que le hacen en San Agustín y me enteré de cómo fue todo.

—¿Usted cree que todo lo que pasa en la película es verdad?

—Claro, esos homenajes fueron como en la vida real. Se la pasaba de pieza en pieza haciendo “cagaditas”, que llaman. Incluso eso de que estuvo con la hija del alcalde también fue cierto.

—¿Hay alguien en el hotel que pueda atestiguar el hecho?

—Aquí hay mucha gente antigua, pero ninguno que haya estado cuando el embajador se hospedó en el Plaza. Doña Elvira Ferro, que sí lo conoció, murió hace poco.

Al preguntarle sobre el episodio a Orlando Mosquera Botello, el periodista encargado de la historia regional del Diario del Huila, contestó:

—No conocí al embajador de la India, pero sí la algarabía que se formó.

Mosquera dice en una columna del 1 de julio de 2007 que fueron muchas las versiones tejidas alrededor de Torres; algunas se volvieron ficción y otras, hipérboles. Pero asegura que si Jaime hiciera lo mismo ahora, en Neiva no dejarían de creerle, pues era tan habilidoso con los idiomas, tan natural en las conversaciones y su aspecto físico tan parecido al de un hindú que “cualquiera se comería el cuento [...]. Esto solo lo puede lograr una persona mitómana, histriónica, cínica y preparada”.

—Después de eso nos llamaron: opas, cretinos, idiotas.

Afortunadamente fue un paisano y no un paisa; eso hubiera sido un golpe muy fuerte para los huilenses.

—Se dejaron engañar por un políglota que les hablaba de la India.

—¿Quién más me puede hablar de él, don José Eustasio?

—Todos. Esta es gente decente a la que puede abordar; el más indecente soy yo. Ramiro, ¡deje de ver culos y venga para acá!

—Don Ramiro, ¿usted sabe qué pasó después con Jaime Torres?

—Ese se casó con una hija de Luis Felipe Quintero, con Berenice.

—¿Quién era Luis Felipe Quintero?

—Un señor de Ibagué que visitaba Neiva muy seguido; con él hice negocios.

—Y Torres, ¿dónde vivió con Berenice?

—Ellos vivieron un tiempo en Ibagué; después se fueron a vivir a Estados Unidos. Lo último que supe es que los dos se murieron en España. Primero murió Jaime, a principios de los años noventa, y hace seis meses murió Berenice. Las cenizas de los dos quedaron por allá.

—Hasta se moriría haciendo picardías.

—Igualito que nosotros, porque nosotros lo que hacemos es mamarle gallo a la vida; claro, sin hacernos pasar por nadie.

—Ahorita la vida de nosotros es esta: mirar traseros y hablar popó. Pero no crea, que administrar el ocio es bien difícil.

—Un día paga los tintos Camilo; después, Campo Elías; después, Jaime; después, Ramiro; después, Alberto; después, yo... Y así todos los días hasta que alguno se muera.

—En la tarde, después de los tintos y “El culódromo”, ¿qué hacen?

—Por la tarde nos vamos para el parque principal, al frente de donde se hospedó Torres. Allá nos reímos hasta que cae el sol, porque para nosotros, los abuelos, la risa es salud.

—Imagínese, qué más podemos hacer nosotros: una manada de viejos agónicos y prostáticos que viven horas extras.

—Cada mes nos compramos una botellita de whisky y vamos a tomárnosla a donde una mujer que nos trata muy bien.

—¿Cómo es eso?

—No nos cobra el descorche, nos deja sentarnos en un lugar cómodo.

—... Y se nos sienta en las piernas.

—Pero eso sí, el tema de conversación siempre es la próstata.

—¿Cómo los conoce la gente en Neiva?

—Nos hacemos llamar Asopacai.

—¿Asopacai?

—Asociación de Palomas Caídas.

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