12 de septiembre de 2005
Testimonios
Mi dedo mocho
Enrique Peñalosa habla sobre su dedo mocho
Por: Enrique PeñalosaTenía once años cuando me volé la falange del dedo índice con un "torpedo" de volador. Después me enteré de que así se llamaban.Son las pequeñas bombas envueltas en papel, con una mecha, que van dentro de los voladores y que producen los "golpes", o estallidos del volador en el aire. Algunos de esos torpedos no estallan y caen al piso. Allí lo encontré. No sabía qué era, pero era evidente que era pólvora y que estallaba. Lo que no sabía es que esas mechas son hechas para que quemen en instantes, de modo que estallen en el aire; o en la mano, como ocurrió en mi caso.
Fue un estallido ensordecedor. Luego, la imagen de una mano derecha ensangrentada con dedos incompletos. Había ingresado al grupo de decenas de miles de niños colombianos quemados por la pólvora. Muchos años después, cuando llegué a la Alcaldía, me encontré que los jueces habían tumbado la prohibición establecida por el alcalde Mockus a la venta de pólvora en Bogotá. Por supuesto hice hasta lo imposible para mantenerla, con toda clase de estrategias legales. Promovimos en cambio los espectáculos pirotécnicos realizados por profesionales, que llevamos a todos los rincones de la ciudad. Lo obvio por supuesto era que el gobierno nacional liderara la prohibición de la venta de pólvora, cosa que no hizo. De todas maneras restringimos muy severamente la venta de pólvora y realizamos múltiples campañas para reforzar la iniciativa de Mockus, lo que llevó de todas maneras a una reducción muy importante en el consumo de pólvora y en el número de niños quemados con relación a la situación anterior a las restricciones.
Hasta hoy, ningún gobierno nacional ha asumido esa responsabilidad, obvia para cualquier sociedad civilizada, para proteger a los niños: prohibir la venta de pólvora para uso casero. Todavía me preocupo mucho en las novenas en que los padres conversan en una sala con trago en mano, mientras los niños echan pólvora afuera, incluso esa tan aparentemente inocua como las luces de bengala.
Por muchos años fui consciente de mi dedo índice mocho, y del pulgar que quedó también algo mocho y anormalmente gordo. Cerraba discretamente mi mano para esconderlo. Después se me olvidó. A los niños pequeños les impresiona y se acercan a pedirme que les muestre el dedo.
En la cédula quedó mi índice izquierdo y una anotación al respecto. Hace un par de años, viajé a los Estados Unidos al día siguiente de la implantación del registro de huellas digitales de todos los que ingresan a ese país. Cuando el funcionario me ordenó colocar la yema de mi dedo índice sobre la pequeña pantalla lectora, le dije que no tenía falange. Aparentemente esa eventualidad no había sido incluida en el entrenamiento que les habían dado para la toma de huellas, ni estaba en las instrucciones. Llamó al supervisor. Y este a otro. Pasó más de media hora hasta que al fin me permitieron utilizar otra falange para el efecto. Fuera de ese breve episodio, en realidad no me ha hecho mucha falta ese pedazo de dedo.
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