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23 de septiembre de 2010

Testimonios

La Historia de mi cáncer

SoHo invitó al relacionista público y periodista Fernando Corredor a que contara cómo ha asumido la vida desde que le diagnosticaron cáncer. Un abrebocas de su libro Mi vida con el cangrejo, de reciente publicación.

Por: Fernando Corredor Gaitán
| Foto: Fernando Corredor Gaitán

El año pasado, luego de una serie de molestias intestinales y de muchos exámenes, me descubrieron más de 30 pólipos en el colon, cuando el promedio de la gente es de tres o cuatro. Mi diagnóstico fue ‘linfoma del manto‘, uno de los tantos nombres que tiene el cáncer (bastante elegante, por cierto). En ese momento todo se derrumbó, fue la situación más difícil que había tenido en mi vida. Me sentí como si tuviera la cabeza en la guillotina, como si estuviera solo en el mundo. Eso sí, pronto recuperé mi buen humor: si he mamado gallo a todo en la vida, ¿por qué iba a hacer lo contrario con el cáncer?

Aquí vale la pena contar que además de mamagallista también soy un tipo de buenas: mi primo Armando Gaitán Gaitán es un oncólogo eminente, y ha estado observando y asesorando paso a paso todo mi proceso junto a otro monstruo de la oncología: Carlos Castro. Al doctor Castro se me ocurrió preguntarle que si me iba a morir, y su respuesta me tranquilizó en esos días negros: "Todo el mundo se va a morir y muchos antes que tú. Cuando te toque, lo más seguro es que sea por otra causa".

Luego vino la etapa de aceptación, el respaldo fundamental de mis hijos, el apoyo familiar y de los buenos amigos. También se empezó a desarrollar mi parte espiritual. No sé cómo explicarlo bien, pero antes del cáncer un pajarraco negro en la ventana de mi cuarto era una mancha borrosa o un avechucho, ahora es el espíritu santo. Luego me enfrenté a las tan temidas sesiones de quimioterapia y una vez terminada la primera etapa supe la importancia que tienen: uno no se cura a punta de jugo de guanábana, aleta de tiburón o espárragos cocidos.

Entonces me impuse una misión: quitarle la solemnidad al cáncer y reposicionarlo con una campaña de relaciones públicas. Todas las enfermedades son delicadas, pero el cáncer nos lo vendieron unos tipos que, sin duda, son malos relacionistas. ‘Cáncer‘ quedó asociado con ‘asesino sin piedad‘. ‘Cáncer‘ siempre ha sido igual a ‘horror‘ y ‘muerte‘. La silla eléctrica tiene mejor imagen que el cáncer. Pero si lo pensamos mejor, todas las enfermedades pueden ser mortales: una gripa mata, una alergia o una indigestión también. Pero el cáncer es la enfermedad mortal por antonomasia. Si uno dice "tengo cáncer", el interlocutor pone cara de velorio.

Pero... ¿cómo mejorarle la imagen al cáncer? Pues mediante un libro, me sugirió mi amigo Evaristo Obregón Garcés. Y arranqué. En el libro no abordo los métodos científicos de curación o de alimentación, ni presento un dramático testimonio de vida de un condenado a muerte. Cuento, más bien, cómo alguien con sentido del humor y con cariño puede vivir con una enfermedad grave.

Por ejemplo, una tarde estaba sentado en la sala de mi casa leyendo el periódico. Justo cuando entró Manuela, mi hija menor, estaba en la página del horóscopo. Ella me saludó por detrás con un beso y se quedó leyendo por encima de mi hombro. De pronto me preguntó: "¿Qué dice cáncer?". Me dio duro, pero ella como que no se dio cuenta. Al rato me acordé de que ella nació un 1 de julio.

Cualquier día estoy en plena quimio, supercómodo en mi silla, acompañado por mi hijo Andrés. Marcela, una de las enfermeras, se acerca y me pregunta: "Don Fernando, ¿y usted a qué se dedica?". "Toda mi vida he trabajado en relaciones públicas. Me vinculé con grandes compañías y he conocido a Raimundo y todo el mundo. Ahora estoy un poco alejado del medio...", le contesto. "Entonces usted tiene que ser una persona que conoce mucha gente". Ahí interviene Andrés para decir mientras me mira los brazos: "Exacto, mi papá es un tipo muy conectado y, sobre todo, un tipo muy pinchado".

Tengo que decir que la quimioterapia fue benévola conmigo. Una vez me encontré con unas amigas, un poquito mayorcitas ellas, y me dijeron que no podían creer lo bien que estaba. "Te ves como de 20", me dijo una. En medio de las risas y los agradecimientos de rigor otra de ellas preguntó: "Disculpa, Fernando, ¿y dónde te hacen la quimioterapia?". Me extrañó la pregunta, y le contesté con otra: "¿Y eso por qué?". La respuesta de mi amiga todavía me hace reír: "¡Pues para ir ya mismo!".

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