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16 de noviembre de 2004

Florencia, Caquetá

Por: Efraim Medina Reyes

En medio del camino de la vida vine a encontrarme en esta selva oscura porque la justa senda había extraviado Dante Alighieri.

1. En Italia no existe una ciudad llamada Florencia, y para el veterinario, profesor e historiador Arturo Salas la fundación de Florencia (Caquetá) está en entredicho; según él, sería más legítimo llamarla La Perdiz, que es como la conocieron sus verdaderos fundadores. Desde esa perspectiva mi crónica sobre las dos Florencias perdía todo sentido ya que, luego de recorrer una y otra, la única cosa que parecían tener en común era el nombre. Firenze es como los italianos de hoy llaman a la cuna del Renacimiento y su fundación se remonta a los tiempos del Imperio Romano e incluso antes si consideramos las ruinas prehistóricas encontradas cerca del río Mugnone. Por su parte, aún llamándose La Perdiz o Ciudad Hacha, el origen de nuestra Florencia no iría más allá del siglo XVIII. Según la Enciclopedia Práctica Planeta, Florencia (Caquetá) fue fundada en 1908, la misma fecha aparece en la Gran Enciclopedia Ilustrada Círculo. En ambos tomos las referencias históricas se agotan en cuatro líneas y en eso está de acuerdo el profesor Salas: "Florencia no tiene historia". Del otro lado del atlántico un fiorentino, que abordé en un bar frente a la Piazza del Duomo, ante mi inquietud sobre la importancia que los italianos les daban a Roma y Firenze contestó risueño: "Roma es el pasado y Firenze la historia". Y no exageraba, las calles de Firenze estaban repletas de referentes históricos y artísticos de incalculable valor para la humanidad. Por esas calles se había paseado el formidable poeta cuyos versos sintetizaban la industria y el horror de la Edad Media. Por supuesto que nuestra Florencia también tiene poetas y mientras recorro la calle principal en compañía del profesor Salas uno de ellos lo saluda. El profesor nos presenta y luego de una breve charla el poeta se despide. Acordé con el profesor una nueva cita al final de la tarde y caminé hasta el hotel. La presencia militar era intensa, la gente parecía tranquila y al mismo tiempo expectante. Las calles del centro estaban invadidas de almacenes. No era una ciudad fea ni sucia, tenía cierto orden, pero se respiraba ese aire impersonal y fronterizo de los lugares de paso. En el lobby me esperaba, cámara en mano, Camilo Rozo. Habíamos acordado hacer juntos una visita a los principales monumentos de la ciudad para las fotos de rigor.
2. Florencia está situada al suroeste de Bogotá, justo al lado de la cordillera Oriental. Llegamos un martes al mediodía; desde el pequeño avión de Satena, antes de aterrizar, tuve la impresión de que se trataba de un improvisado campamento perdido en medio de la selva. En el aeropuerto fuimos recibidos por hoscos militares. Un destartalado taxi nos llevó hasta el hotel Caquetá, que el taxista había asegurado era "el mejor que tenemos". Después de registrarnos fuimos al restaurante, donde ocupamos mesa en medio de una algarabía de lenguas indígenas. El mesero nos informó que tenían copada casi la totalidad del hotel por una convención de tribus. Algunos indígenas tenían penachos y camisas blancas de lino adornadas con signos tribales, pero el gusto de la mayoría sin duda se inclinaba por desgastados zapatos Nike y descoloridas camisetas Tommy Hilfiger.
-¿Qué van a comer?- -preguntó el mesero.
-Algo típico -dije-. ¿Cuál es el plato típico de Florencia?
-La bandeja paisa -dijo el mesero-. O, si prefieren, el sancocho costeño.
El calor y la humedad se imponían al aire acondicionado; los indios devoraban bandejas paisas y sancochos costeños. Camilo me propuso salir y buscar otras opciones. Después de visitar cuatro restaurantes entendimos que Florencia no tenía un plato típico y él se resignó a una carne a la llanera y yo a una sopa de fríjoles. Tampoco había librerías ni museos, a menos que contemos como tal el Museo de Antropología (una escueta sala con vitrinas de tienda donde la curia había metido objetos de los pueblos huaques y andaquíes que habitaron ese territorio hasta su exterminio por parte de los encomenderos a mediados del siglo XVI). En cuanto a monumentos, el panorama seguía siendo triste; no había estatua del supuesto fundador, tan solo una escultura en homenaje a los colonos y en la plaza principal dos horribles obeliscos recordaban el reciente centenario de la ciudad que, contrariando las enciclopedias y complaciendo intereses políticos, se había celebrado en 2002. El monumento más importante de Florencia está en el parque Santander. Se trata de una gigantesca escultura llamada Diosa del Chairá (más tarde, de regreso al hotel, le pregunté a uno de los indígenas de la Convención por esa diosa y él respondió molesto que la tal Diosa del Chairá era un "cuento de blancos" porque en la mitología de sus pueblos nunca había existido ese personaje1). Ni siquiera una placa del cura Doroteo Pupiales pudimos encontrar. Al profesor Salas le parecía lo más justo porque "ese cura sólo estuvo aquí unas horas y si bautizó (no fundó) la ciudad, hasta entonces llamada La Perdiz, como Florencia fue para congraciarse con un comerciante italiano de apellido Ricci".

3. En la historia de Firenze se entrecruzan épocas de esplendor y de decadencia. Muchos conflictos a lo largo de los siglos han abatido su territorio y el recuerdo cruento de la Segunda Guerra Mundial aún está vivo en la memoria de los más viejos; sobre todo ese 3 de agosto de 1944 cuando los alemanes, acosados por las tropas estadounidenses, destruyeron los magníficos puentes sobre el río Arno cuya reconstrucción demoró más de veinte años. De Milano a Firenze son tres horas en tren, un viaje apacible por paisajes de sueño y pequeñas ciudades de origen medieval. Por fortuna, el lluvioso otoño hizo una tregua aquel jueves y un tibio sol acompañó mi llegada a la estación de donde caminé seis cuadras hasta el hotel. Por las calles iban y venían los elegantes y amables fiorentinos a quienes la presencia de gringos, japoneses, latinos y toda suerte de turistas les era natural. Firenze es uno de los destinos turísticos más importantes del mundo; para conocerla un poco los expertos aconsejan al menos dos semanas de intensa actividad entre maravillas arquitectónicas, museos y restaurantes. La cocina toscana es una de las más auténticas y apreciadas de Italia; en ella las verduras, los fríjoles y la carne de animales silvestres como el jabalí juegan papel preponderante. Otro atractivo importante de Firenze son los festivales de música lírica, de teatro y cine independiente. Mi primera visita la hice al centro histórico regido por el imponente Duomo, el Palazzo Strozzi y el Palazzo Vecchio. En esa parte es notable la influencia romana. Por el contrario, en los barrios aledaños al Arno prevalece lo medieval. Los toscanos son gente muy agradable y de fácil trato, en algunas partes de Italia se les considera pretenciosos. Ellos no niegan que están orgullosos de su cultura y que su antiguo dialecto sea hoy el idioma oficial de los italianos.
4. Hernán Arenas, director de la Cruz Roja en Caquetá, nos llevó al anochecer en un jeep de la institución a las partes más altas de la periferia florentina para que Camilo pudiera hacer alguna panorámica. Más allá de esas colinas estaba la impenetrable selva, tan oscura como la que Dante anunciaba en sus versos y con gente quizá mucho más extraviada que la que se nombra en los infernales círculos de la Divina Comedia. Aunque Florencia no había sufrido un ataque directo para el director de la Cruz Roja, estaba claro que los habitantes debían convivir con el miedo y la angustia. La selva estaba tomada por guerrilleros y paramilitares en franca lucha por controlar la industria del secuestro y el narcotráfico; a medida que la guerra aplastaba pueblos, los sobrevivientes huían hacia Florencia, cuyos índices de miseria y desempleo seguían aumentando. Muchos creyeron que el hecho de que durante la tregua hubieran servido de marco para las conversaciones de paz iba a generar desarrollo y oportunidades para la región, pero luego del fracaso lo único que habían logrado era el estigma de ciudad peligrosa a la que nadie quería venir, ni siquiera de paso, y mucho menos invertir. A la soledad y el olvido de siempre se había agregado el terror. En el jeep también venían el profesor Salas y un amigo suyo de apellido Silva, que lideraba un proyecto cuyo objetivo era hermanar a Florencia con Firenze; para él eso, que ya habían hecho otras ciudades colombianas con europeas del mismo nombre, podría ayudar a mejorar la imagen de Florencia y conseguir ayuda de fundaciones italianas.
-¿Qué tenemos en común con Firenze? -preguntó el profesor Salas.
-En ambas ciudades se comen fríjoles y la gente se resfría -respondió Silva.
-Tienen más que eso -dije terciando-. Al poeta que nos encontramos esta mañana usted lo llamó Dante.
El profesor hace memoria y luego él y su amigo ríen:
-Le dije Danta, no Dante -replica el profesor-. ¿No le viste la cara? Le decimos así por el animal, no por el poeta.
5. Florencia y Firenze. El Dante y la Danta. Me detengo ante un cartel que anuncia un concierto de música fiorentina y me acuerdo que Florencia no tiene baile típico y para las eventos culturales usan el sanjuanero y hasta el mapalé. El hecho es que fue fundada por colonos que venían de regiones tan diversas como Antioquia o la Costa Atlántica. Firenze también fue hecha por gente que venía de muchas partes, en su momento fue un cruce de caminos y un lugar estratégico. La guerra y el miedo también se pasearon por sus calles y ha necesitado cada momento de su historia para ser la apacible y confortable ciudad que es hoy. Su cultura, como todas las culturas, es un palimpsesto que el tiempo aquilata lentamente. El italiano de apellido Ricci en cuyo honor se bautizó Florencia era un comerciante del caucho, como tantos otros aventureros que estuvieron allí durante la bonanza cauchera, quinera y canelera, hizo dinero y se largó. Lo importante para una ciudad es la gente que se queda, los colonos que desafiando la violencia siguen echando raíces y los indígenas que aún vestidos de Nike y Hilfiger discuten en su lengua y tratan de salvaguardar sus tradiciones. De la comida, el baile y hasta de un nombre típico para el resfriado florentino ya se encargará el tiempo. La identidad, a diferencia de las estatuas, no se puede ordenar por decreto: es el resultado de la vida. Florencia y Firenze. El Dante y la Danta. Los lugares para visitar aquí son innumerables; entre los que he visto, mi favorito es el Campanile di Giotto. Oscurece y las luces de la ciudad se encienden. La noche es fría y cientos de personas siguen descubriendo las maravillas de Firenze. Consulto el reloj. En Florencia serán las 11:30 de la mañana y habrá mucho movimiento en su calles; cuando llegue la noche esas calles quedarán desiertas y será como una ciudad fantasma: esa es la función del miedo, convertirnos a todos en fantasmas. Entro a un restaurante cercano a la Piazza della Signoria y ordeno una zuppa di fagioli. Parecen los mismos fríjoles de siempre, a la sopa le falta un poco de sal y un toque de pimienta. La pongo en su punto exacto y mientras me llevo la cuchara a la boca cierro los ojos y regreso a Florencia.