Home

/

Historias

/

Artículo

14 de mayo de 2008

Hombre Topo

Hombre Topo

Por: Alejandro H-Rivera. Fotografía: Steven King
Huberney y su equipo de trabajo le han arrancado a la montaña 160.000 metros cúbicos de todo tipo de piedras. El túnel tendrá 8.554,50 metros. | Foto: Alejandro H-Rivera. Fotografía: Steven King

A él lo aplastan 850 metros de montaña. Está ansioso, piensa en sus mujeres, en una deuda, en la casa soñada, en su vida. Calza botas de caucho y viste pantalón sintético amarillo. Se introduce los tapaoídos de inserción; luego mete su cabeza en un talego de tul blanco y después, para más protección, en una capucha de soldador de tela azul; se acomoda las gafas que tienen una malla metálica para evitar que filamentos apuñalen sus ojos. Los compañeros lo observan como si fuera al patíbulo. Además, se ajusta el casco y la chaqueta, para que la aspereza del concreto no le queme el cuello. Para impedir que el ruido lo taladre, se pone otros tapaoídos pero de copa; y por último, enfunda sus brazos hasta los codos en unos guantes calibre 40. Huberney va, con pasos embarrados, por el lodo grisáceo. Avanza por entre la fría oscuridad y bajo lluvias sectorizadas. Toma la manguera que está conectada a la mezcladora de hormigón. Hay silencio de expectativa, aunque los ruidos flotan en cada rincón de aquella profunda caverna. Es una escena alienígena. LA LUZ DEL TÚNEL A las 5:50 a.m., en una esquina de Cajamarca, los obreros abordan el bus que los llevará a la obra. La radio les vomita el “¡Oh gloria inmarcesible! ¡Oh júbilo inmortal!”, pero poca atención le prestan. Entre ellos está Huberney Fonseca Martínez, o ‘Lanza‘ para sus amigos. Sus rasgos físicos se diluyen en la mente de quien apenas lo conoce: su estatura, su piel y sus ojos, su barba incipiente, sus movimientos y hasta su vestimenta son olvidables. Es un paisano más. El sueño aún le tiene sellados los párpados y pegada la lengua. Balbucea que nació hace 33 años en Umbita, Boyacá, pero se crió en Cajamarca, pueblo tolimense enclavado en la cordillera central, escenario de la Violencia vieja, la de hace sesenta años, y de la nueva, la de las Farc; pero también es famoso porque en su sinuosa, pendiente y nublada vía de La Línea ocurre la mayoría de accidentes de tránsito del país; y es una tortura para los ciclistas. De niño, él se iba en bicicleta detrás de los coleros de la Vuelta a Colombia, dizque para cazar a Lucho Herrera, pero solo ganaba baldados de agua que le arrojaban los espectadores. De la infancia le quedaron la habilidad de leer y sus conocimientos sobre el cultivo de la arracacha. Como conductor de buseta, lo deslumbró un lunar coqueto en el borde del párpado inferior izquierdo de una adolescente llamada Luz Adriana Maca. “Fue amor a primera vista”, y lo santificaron en el altar y con dos hijas, Michell Xiomara y Nicol Adriana. Sus estudios de lácteos en el Sena le permitieron montar un negocio de quesos, kumis y leche, pero la traición de su socio lo dejó con una deuda en el banco y con la necesidad de buscar un nuevo empleo. Hace un año lo encontró aquí. Poco sabía de la envergadura del proyecto, “ni siquiera había pasado por un túnel”. La urgencia de tener mejores vías de comunicación apuró el postergado sueño colombiano de construir un conducto que atravesara la cordillera, y redujera el trayecto entre Bogotá y el puerto de Buenaventura en el Océano Pacífico. El consorcio Conlínea asumió la ejecución del túnel piloto, que aseguró la factibilidad de edificar el principal. En el 2004 comenzó la obra que tendrá 8.554,50 metros de distancia. Va del portal Quindío, en Calarcá, hasta el portal Bermellón, en Cajamarca; y se trabaja en esos dos frentes: En el primero se ha excavado, hasta finales de abril, 3.062,50 metros y en el segundo 4.603,60, para un total de 7.666,10 metros. En junio se unirán las dos excavaciones. Cuando eso ocurra, habrá francachela y comilona, pero los proletarios quedarán vacantes, a la espera de que los contraten para la construcción del túnel definitivo. Este estará a cuarenta metros del piloto, tendrá dos carriles, entrará a operar en el 2012 y será el más largo de Latinoamérica. El otro se usará como pasadizo de rescate del principal. La inversión total es de 655.000 millones de pesos. El bus arriba a las 6:30 a la portería. Un aviso del consorcio fijado en la garita sugiere: “Señor empleado: Recuerde que el proyecto Túnel de La Línea es su segundo hogar y usted labora en él. Cualquier pérdida de material le ocasionará un perjuicio a la empresa, a usted, a su salario, a sus intereses y a su estabilidad laboral”. Así sea. Los obreros llegan, se despojan del sueño y se visten de amarillo: botas, pantalón, chamarra, casco. Como el agricultor Clemente Osorio perdió su cosecha de papa y fríjol, empezará desde hoy a jornaliar socavando la tierra. Los nervios están en su mirada asustadiza. Wílmer Martínez, el polvorero, le explica los peligros que puede correr: que la presencia de gas metano ante una chispa podría generar un estallido; que los 13.200 voltios de la maquinaria, más un cortocircuito, más agua, más metales y más seres humanos sumarían una tragedia; que cuando haya una explosión hay que estar resguardados; que las máquinas pueden desestabilizarse y herirlos; que... Pero este inframundo parece amenazar a los campesinos que viven sobre la montaña. Según Néstor Ocampo Giraldo, director de la fundación ecológica Cosmos de Calarcá, la obra ha causado la contaminación de las fuentes de agua, como la de la quebrada La Gata... Además, teme que si el hirviente volcán Machín, a seis kilómetros de distancia de La Línea, entra en erupción, dejaría un millón de víctimas, el país incomunicado, la economía en crisis porque cerca del 40% del comercio exterior transita por esta vía, y el túnel “serviría para criar murciélagos”. Tiene otro temor. Los pueblos aledaños no tienen entidades aptas para atender una tragedia que ocurra dentro del conducto, como una explosión, un incendio, un derrumbe. Para argumentar estas advertencias, Ocampo recomienda leer el Estudio de Impacto Ambiental (2001) elaborado por la firma Gómez Cajiao y Asociados. Mientras que en Bogotá, Uriel Gallego, ministro de Transporte, les asegura a los periodistas que “hay toda la información para construir el túnel de La Línea con el mínimo riesgo”. Pero estos trabajadores no son expertos en asuntos políticos, económicos, ecológicos y menos apocalípticos. Ellos simplemente marchan uniformados de amarillo hacia el boquete de la cueva, parecen una banda de pollitos rumbo a un asadero. Suben a la locomotora. A la entrada, en un pequeño nicho, una virgen de yeso los despide. Es Carmen, según unos, porque es la patrona de los camioneros; para otros es Santa Bárbara, porque protege a los polvoreros; para quienes no se enredan en discusiones sacras, es sencillamente la Virgen del Túnel, y punto. La oscuridad cae sobre la humanidad de estos hombres que apenas han visto la luz mortecina del amanecer. Quedan embovedados entre cuatro metros de alto por cuatro de ancho. Huberney ingresó primero como ayudante eléctrico en el frente, en el fondo de la caverna, en donde la adrenalina se dispara por el indugel, las lluvias, los 13.000 voltios, la amenazante maquinaria, las piedras, el ruido, la falta de un rayito de sol, el roce de los cuerpos amarillos... Hasta que un día un superior les preguntó a todos: “¿Quién quiere coger este cargo?”. Silencio. “Ser lanzador de concreto no es muy peliado, es complicadito… Hasta que dije que yo”. Otro automotor viene al encuentro del portal. Delante de los proletarios diurnos desfilan los ‘pollos‘ de la jornada nocturna, llevan en sus rostros la fatiga de un sueño constante y se pierden en las tinieblas. El automotor avanza y desciende por el interior de la cordillera. Atraviesa los 520 metros de la temida falla de La Soledad, en la cual las placas Continental y del Pacífico se chocan; pero, según los ingenieros, los riegos están controlados. Luego de treinta minutos de viaje llegan al frente, 4.603,60 metros adentro. La primera labor de los asalariados es sacar los escombros que dejó una explosión hecha en el turno anterior. Con la pala rezagadora se recoge ese material y es llevado en vagonetas, en varios viajes, hasta el portal. Estos hombres le han arrancado a la montaña cerca de 160.000 metros cúbicos de piedras de metadiabasas, pórfidos andesíticos y esquistos cuarzo-grafitosos negros y verdes; aunque pocos entienden de minería. “¡Vamos es a hacele!”, así anima Huberney a los otros en esta labor. Entretanto, cuenta que su amigo Wilfredo Pinchao, quien le enseñó a lanzar concreto, dejó este cargo porque le ofrecieron un mejor trabajo en una mina de oro, pero ya fue cerrada. Ahora él se la pasa “lavando carros en el parque, y esperando una vacante aquí”. A Fonseca le gustaría manejar otro aparato, algo que no pusiera en riesgo su vida. Luego de devorar un trozo de carne y sorber una sopa y un café, su segundo desayuno del día, relata el momento que más ha estado cerca de la muerte. Eso ocurrió cuando era soldado del batallón Navas Pardo en Arauca, y en un combate no vio que tres subversivos lo iban a matar. “¡Hijuepucha!, sentí un miedo horrible, y abrí fuego contra ellos. Mi compañero ‘Careguayo‘ lanzó una granada y explotó cerca de mí. Hubo bala ventiada. Cuando acabó, vimos a los guerrilleros muertos. Uno de ellos tenía los ojos abiertos, me miraba. Los llevamos al batallón y el muerto seguía mirándome…”. Luego dice para sí: “Tanto miedo que le tengo a la muerte y que me maten, no”. Por eso no quiere una segunda cita con la parca, y menos aquí. “Es muy bacano vivir, comiendo mierda, pero vivir es bonito”. “¡El almueeerzo!”, anuncia una voz chillona por el teléfono. Es Ana Mireya Solano Hernández, quien les trae la comida. Los hambriados no comen afuera porque tendrían que caminar, a paso rápido, media hora hasta la salida, y llegarían bañados en sudor. Esperan en una mesa, cerca del fogón en el que calientan una aguapanela, y una viga en la que cuelgan ropa y mochilas. Los muebles de este ‘segundo hogar‘ son ambulantes, van corriéndose en la medida que avanza la obra. A la 1:34 p.m. llega la locomotora y adelante, como Rose en la proa del Titanic pero sin su Leonardo, va la ojigrís Mireya, la reina de este mundo subterráneo. —¡El almueeerzo! —imita ‘Lanza‘ su voz chirriante. —¿Quién es ese güevón que me remeda? —pregunta. —Pues el Fonseca —le sapea alguien. —Mucho malpa... Esta madre soltera habla gritadito y sueña con conducir la locomotora. Pero sus compañeros arguyen que estas labores no son para una dama. Ella no cree en esa excusa. Además, sabe que eso despertaría más los ardores de sus esposas. “Si los celan estando yo afuera, imagínese que esté siempre metida aquí”. Otro, pero que pocos conocen, es el mito de que la presencia de mujeres en los túneles trae la sal. La ‘Pierrito‘, la llaman así por chiquita, revela que entre sus obligaciones tiene una que nadie, ni siquiera Huberney, quisiera hacer: lavar el baño portátil. Este se encuentra a unos 100 metros del comedero, es azul y estrecho, contiene un sanitario, un orinal, el cesto para el papel y… lo otro. Ella se desgañita llamando a los comensales. Verifica que tengan su porción y que firmen el recibo de pago del sueldo quincenal. Estos peones ganan el mínimo mensual de 516.000 pesos, pero como laboran diariamente doce horas, obtiene un poco más de 700.000, sin contar los descuentos legales y las deudas que asumen para subsistir. Huberney percibe 120.000 pesos más que los otros porque su tarea es muy arriesgada, por eso aceptó su oficio. Como el fantasma del desempleo los agobia, se conforman con lo que tienen. Aunque las condiciones son tan duras que no falta quien prefiera la vagancia. Además no hay un sindicato que los defienda. De los cerca de 40 ‘topos‘ de este turno, casi todos son jóvenes y “recocheros, muy patos”; algunos son famosos por sus apodos, como ‘Chocolate‘, ‘Laisa‘, ‘Colombianito‘, ‘Chimbita‘, ‘Condorito‘, ‘Chuki‘, ‘Sacapuntas‘, ‘Pequeñín‘... Tienen un equipo de fútbol y compiten contra los policías, buseteros y camioneros de Cajamarca; en el pueblo también “cotizan” con las nenas, ellas los ven como héroes por su arrojo; y no faltan quienes pasan las noches en las cantinas Galileo, San Blas, o en los prostíbulos Bombillo Rojo y Picardía. ‘Lanza‘ asegura no pertenecer a este selecto grupo. A barriga llena... nada de cigarrillos, ni de escuchar radio porque las ondas sonoras no llegan, ni tampoco de hacer una siesta. “Haga un sueño si es tan verraco”, reta Álvaro Gamba, o el ‘Godo‘, a los patos. Aunque aclara que ‘Chocolate‘ tiene la extraña habilidad de caminar dormido mientras camella. Así que luego de media jornada de sacar músculos a punta de explotar, cavar y taladrar la montaña; de levantar y cargar rocas; de sudar, sudar y sudar, las hormonas de estos hombres se vuelven adolescentes en los minutos de descanso, se enredan en juegos de manos, se palmotean, empujan... Pero la jornada tiene que seguir. Sobre el piso son extendidos quince metros de rieles, su rechinar y el martilleo para fijarlos retumban en la bóveda. Por esta vía llega la Jumbo, un aparato que tiene dos brazos de acero, de unos cinco metros de largo, manejados por sendos operarios que los despliegan en el frente. Taladran piedras, les hacen agujeros de 1 a 2.80 metros de profundidad y luego, unos diez topos les meten las cargas de indugel. Es una danza, en medio de la lluvia, de la máquina con la carne obrera, en la que cualquier falso movimiento podría enviar al más allá a uno de ellos. Entretanto, a Huberney lo aplastan 850 metros de montaña. Piensa en sus mujeres, en una deuda, en la casa soñada, en su vida... Está listo para realizar su oficio. La manguera rodea su cuerpo, él acciona el gatillo de la boquilla y suelta contra la pared el primer disparo de concreto, una mezcla de cemento, arena, triturado, agua, fibras metálicas, acelerante y plastificante. Sabe que la calidad del trabajo depende de su habilidad. El grosor del revestimiento de hormigón puede ser de veinte centímetros. Va de abajo hacia arriba. Se cuida de que las fibras metálicas no le reboten a sus ojos. Va subiendo. La manguera casi lo doblega, es como levantar pesas. Está atento a un desprendimiento de concreto, que no le caiga encima. El tapaboca lo aísla del olor del acelerante, pero aumenta el sofoco. Apunta al cenit, la mezcla golpea las rocas con una presión que podría tumbar y petrificar a un hombre. Termina exhausto. Su vestimenta ya es gris, se quita algunas prendas e intenta lavarlas; se limpia los pedazos de piel que va descubriendo. Su mirada está roja, su rostro cansado. El sueño comienza a dominarlo. Quiere estar en casa, pero la jornada aún no termina. Espera a que ocurra la explosión. Las actividades se suspenden. Wílmer ordena, “no dentran nadie sin autorización mía en el frente”. Enciende las mechas, tiene tres minutos para refugiarse con los demás en un nicho. Ocurre la detonación y oleadas de polvo recorren la caverna. Ahora hay que sacar los escombros. En los cuatro años que llevan viviendo en las entrañas de la montaña, la muerte no los ha visitado, ni siquiera han tenido accidentes de gravedad; aunque sí han tenido molestias respiratorias y pequeñas laceraciones en la piel. Son las 7:00 p.m. Fonseca aborda la locomotora para salir de allí. En el trayecto ve acercarse el otro automotor con los ‘pollos‘ del turno nocturno. Al fondo, alcanza a ver la luz, una luz artificial. LA CASA ROSADA Después de las 8:00 p.m. llega a su hogar, al final de una calle ciega, llena de algarabía por unos niños que juegan a la pelota. La fachada es rosada; en el patio crecen matas, la cocina es pequeña y huele a café caliente, las dos alcobas tienen en sus paredes dibujos infantiles y una fotografía de Huberney lanzando concreto; a la sala la alegran el rojo y el amarillo de la cuerina de las sillas, los cortinajes, los juguetes y las imágenes del televisor que emite La Sirenita. Aunque es arrendada, la vivienda tiene la magia amorosa de sus habitantes, es un hogar de mujeres. Allí, él vive con su esposa, sus dos hijas, quienes siempre tienen la visita de su suegra, dos cuñadas y una sobrina.Luz Adriana dice que cuando él sale a trabajar, le reza a la Virgen de los Pobres: “Dios lo bendiga, lo cuide, lo proteja, lo lleve y lo traiga con bien”. Hasta hoy se lo ha devuelto sano. La poca energía que le queda se la dedica a ellas y a ver la telenovela Nuevo rico, nuevo pobre; y cada quince días de descanso las lleva al parque para chupar helados. Así se relaja, “aunque las deudas me deprimen”, y hay que creerle. Mira a sus mujeres y con un dejo estoicismo murmura: “Mi sueño es tener una casita propia”. Que más da si este túnel es la obra de infraestructura más importante del país; si durante doce horas diarias tiene que inhalar el humo de las máquinas, tiritar de frío por las lluvias, sudar por el sopor del uniforme, arriesgar su vida en cada parpadeo; para Huberney todo valdría la pena si logra ver, al final del túnel, la luz de su propia casa. * Esta crónica se realizó con la colaboración de INVÍAS.