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1 de diciembre de 2010

Testimonios

Qué se siente... No comer durante 135 días

Cuando uno se monta en una huelga de hambre no puede estar pensando si se le va a parar el hígado, los riñones o el cerebro. Uno simple y llanamente está haciendo la huelga de hambre para llevar al gobierno contra la pared a través de la muerte de un opositor. Y si uno se muere, se muere.

Por: Por Guillermo Fariñas, disidente cubano, Psicólogo y periodista, premio Sajarov 2010 a la Libertad de Conciencia

Cuando uno se monta en una huelga de hambre no puede estar pensando si se le va a parar el hígado, los riñones o el cerebro. Uno simple y llanamente está haciendo la huelga de hambre para llevar al gobierno contra la pared a través de la muerte de un opositor. Y si uno se muere, se muere. (Qué se siente... una caída libre desde monserrate)

Una huelga de hambre es, en primer lugar, un hecho espiritual. Los no religiosos plantean que hay que preparar la psiquis para aguantar la ansiedad porque entre los cinco y siete días iniciales uno tiene muchos deseos de comer. Para enfrentar esa necesidad física hay que hacerlo con convicción. Siempre que tenía la necesidad de tomar algún líquido o comer algún alimento pensaba en las convicciones que me llevaron a ser opositor pacífico del gobierno de Cuba y asumir esta protesta.

Comencé la huelga el 24 de febrero de 2010 y la única alimentación que tenía eran las bolsas de suero intravenoso que el doctor Rodolfo Martínez Hernández me ponía en mis esquivas venas y sin las que, difícilmente, hubiera sobrevivido 135 días. El cuerpo comenzó a sufrir. Tuve un desmayo al octavo día y me llevaron al Hospital Provincial de Villa Clara, donde me dijeron que ese hospital no estaba en función de los contrarrevolucionarios. Me dieron apenas un poco de suero con destroza para estabilizarme y me enviaron nuevamente a mi casa. Esto demostró que en Cuba hay discriminación hasta para la atención médica, pues por ser contrarrevolucionario y antifidelista no reconocían en mí a un ciudadano cubano con el derecho de tener asistencia médica, como lo dice la Constitución de la República.

A los 15 días fui por segunda vez al hospital, desvanecido y con pérdida de conocimiento, y esta vez sí me llevaron para la sala de terapia intensiva. Me costaba mucho trabajo caminar, eso empezó a suceder a los diez días del ayuno. Tenía que usar muletas y tenía que apoyarme en hermanos míos de lucha para poder ir al baño a orinar. En este momento mi cuerpo estaba entrando en una etapa de debilidad en la que empezó a buscar todos los líquidos de reserva. Por eso, tuve mal olor en la orina. Pero a diferencia de muchos que hacen ayuno de hambre y de sed y se les cuartea la lengua, a mí no me pasó porque me lavaba la boca a diario. (Qué se siente perder el control de un avión)

Otra cosa que sentía eran calambres en los pies, dolor en las articulaciones, sobre todo en tobillos y rodillas, y mucha pesadez de las piernas. Para ahorrar energía trataba de moverme lo menos posible y no llegué a perder la motricidad, salvo cuando tuve pérdida de conocimiento. Tampoco hubo problemas circulatorios, pero mi corazón tenía menos palpitaciones por la poca energía que tenía. Hubo varias etapas críticas. La primera, estaba en el día veintitantos, cuando me dio un fuerte dolor en el pecho y pensé que era el final.

Después de una serie de pruebas, los médicos determinaron que era un gas, me dieron puño percusión (golpes en la espalda), comencé a expulsar los gases y se me quitó el dolor. Fue un momento muy tenso.

La segunda etapa crítica no fue precisamente una situación clínica, sino una situación emocional. El 4 de abril escuché decir al presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, general Raúl Castro, que la revolución no se iba a dejar chantajear y que el huelguista que estaba tratando de desestabilizar la revolución “si no cambiaba su actitud autodestructiva lo iban a dejar morir”. Mi equipo de trabajo y yo redactamos una carta diciéndole a Raúl Castro que estábamos dispuestos a continuar a pesar de esa amenaza. Yo me dije: la vida me va a dar la oportunidad de morir ante el mundo con mis ideas y no puedo retroceder ni acobardarme, porque el daño que se le va a hacer a la oposición va a ser irreversible. (Qué se siente... sufrir 4 derrames cerebrales)

No sentí miedo por dejar a mi familia sola. Ellos no querían que muriera, pero respetaban mi decisión. Eso fue muy duro y muy sentimental.

Los hombres y, por supuesto, las mujeres lloramos. Llegó un momento en que pensé que moría en verdad. Había decidido que ningún organismo del gobierno podía entrar a mi cubículo del hospital porque no hablaría con ellos. No tenía mediador hasta que decidí hablar con la alta jerarquía católica. El gobierno decidió poner en libertad a casi la totalidad de los presos políticos a cambio de que yo depusiera la huelga. Yo no acepté por no creer en él.

Se paralizaron las negociaciones hasta finales de junio, cuando se me empezó a inflamar el lado izquierdo de la cara, el brazo y parte del tórax. La hinchazón era a causa de un trombo en la confluencia de las venas yugular y subclavia izquierdas. No sentía dolor alguno cuando me detectaron eso, pero luego caí en estado de semiinconsciencia: me dormía, no recordaba las cosas. En esas condiciones, me quedaban entre siete y 14 días de vida. De ahí sale la famosa entrevista hecha al doctor Armando Caballero López, en la que se explicaba mi estado crítico, y el gobierno dio la orden de publicitar mi estado para preparar a la opinión pública sobre mi muerte. Incluso aquí, en la ciudad de Santa Clara, se arregló la funeraria.

Luego, el 7 de julio, supe por medio de representantes de la alta jerarquía católica que el gobierno había decidido comenzar a liberar a unos 50 de los 78 presos. Al otro día, el compromiso salió publicado en el Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el diario Granma. Por eso, al siguiente día decidí hacer una carta posponiendo la huelga de hambre.  A partir de ahí comenzó un proceso de readaptación del organismo a ingerir alimentos, eso se llama lactación.

Lo primero que tomé fue agua, los primeros dos buches fueron terribles. Ahí si pensé que me iba del todo, no sentía el cuerpo y perdí el conocimiento momentáneamente. Así me la pasé la primera semana. Después, empecé a tomar jugos naturales con poca azúcar, luego pasé a ingerir lácteos, caldos claros y luego espesos con trozos de carne. Cuando me dijeron que podía comer, lo primero que comí fue un buen pedazo de pollo frito, que es mi preferido. Lo asimilé fácil y no tuve problemas de digestión. (Qué se siente... Perder y recuperar la conciencia)

De todas formas, tenía debilidad, no podía caminar, me movía con una silla de ruedas.  A los 21 días de salir del hospital y de la huelga tuve una operación, porque al empezar el proceso gástrico la vesícula se me llenó de cálculos. Comencé a vomitar, a tener diarrea y temblores como secuela de la huelga. De eso me queda una cicatriz de 24 puntos en el abdomen que aún me duele.

En este momento estoy con un tratamiento para la trombosis que tengo en mi lado izquierdo, tomo un anticoagulante para mantener el nivel de coagulación bajo en sangre para que fluyan bien los líquidos por venas y arterias. No puedo hacer ejercicio porque se me puede desprender el trombo y me muero. Puedo caminar, lo hago dentro de la casa sin muletas, pero cuando tengo que dar la vuelta a la manzana lo hago con un par de muletas porque sigo con dolores en los tobillos, las rodillas y la cadera.

El principal logro de mi huelga es que por primera vez el gobierno cubano cedió ante factores internos. En 52 años nunca lo había hecho. Cedió desde el punto de vista humanitario, pero públicamente ante factores internos y, en este caso, mi huelga.  El Premio Sajarov 2010 a la Libertad de Conciencia que me otorgó el Parlamento Europeo no es para mí, sino para el pueblo cubano. Si no llego a obtener los permisos para salir de Cuba y recibirlo personalmente, el plan es que todos los compañeros de lucha que ya se encuentran fuera lo reciban, y como símbolo de protesta habrá una silla vacía en mi ausencia. (Qué se siente... recibir un puño de Pambelé)

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