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10 de septiembre de 2007

Infiltrada en un prostíbulo

La escritora cubana que estuvo en Bogotá 39, aprovechó su estadía para entrar a un prostíbulo capitalino y ver qué es lo que los hombres ven en estas mujeres y cómo es la vida que llevan ellas.

Por: Wendy Guerra
| Foto: Wendy Guerra

1. DESDE EL FONDO DE LA PISCINA

He tocado el fondo. Me he querido ir a otro mundo, tal vez para encontrar la tierra prometida en la infancia. ¿Recuerdan, muchachas, el minuto en que les prometieron ser princesas y no plebeyas? He avanzado al borde de la piscina para probar el agua azul, pero he vuelto a mí. No he caído al vacío. ¿Qué me ha salvado? No lo sabré jamás. Me he infiltrado en uno de aquellos recursos duros, ese lugar del que es ya imposible regresar: un prostíbulo. Nunca supe lo que es el viaje sin retorno. Regresar es tener la posibilidad de volver a casa, pero el recuerdo, el maldito recuerdo de dar y dar a cambio de abalorios te persigue.

2. DE CLAVADO EN LA PISCINA

Entré a La Piscina con escudo: envestida en mi traje rojo y con el cuerpo protegido por fotógrafos y personal de vigilancia. Terminé desnuda de prejuicios al ver que las mujeres tenemos un mismo sentimiento, sueños, ganas de volar y miedos comunes.

3. VEO VEO

Primero desamores ahogados en esas aguas negruzcas, tragos fuertes. Algunas mujeres con poca ropa no me parecían extrañas. En la isla en que nací somos casi nudistas por el calor, por la música, por la gestualidad y la vida misma. Me llamó la atención la separación entre los hombres que bebían solos y las mujeres que se movían juntas al borde de la piscina.

4. ELLAS DANZAN SOLAS

Besos entre mujeres, ritual de apareamiento poco común, para atraer al macho sentado en su lujuria dolorosa, hundido en el trago de sus recuerdos. Pero ellas danzan solas. Nadie las puede salvar. Dicen que en estos sitios no entra Dios, ni Buda, ni Lenin. Es un mito. Algunas de esas mujeres, yo las vi, tenían una virgen prendida entre la ropa interior y su pecho. Me he preocupado por el tiempo que existe desde que el hombre elige a las muchachas, entran en la aproximación, hacen el trato, bailan bien pegados y suben al privado.

5. PROHIBIDO BESAR. NO LOVE

Mientras la música corre, si el cliente no es usual, ellas le comentan sus nombres falsos, sus gustos, falsos o reales. Recrean como la más imaginativa de las escritoras un universo de ficción. Luego les plantean lo que suelen cobrar y, finalmente, luego de "romper el hielo" de esa piscina helada, suben al privado. Todo esto sin un beso. Prohibido besar. No besos. No ligaduras. No love. Ese es el principio fundamental de esta filosofía. De este antiguo oficio que no se extingue mientras existan el rencor, el desamor, la necesidad, la amnesia, el desconocimiento de otros caminos menos dolorosos y el deseo de matar por unos cuantos pesos la insoportable soledad.

6. ELEGIR A CAROLINA MENDOZA

Cuando vi a Carolina Mendoza no estaba sola. Ella besaba a una de sus colegas en la barra que da al abismo de la piscina. Mi equipo se infiltraba conmigo en unas mesas alejadas y ella ignoraba algo más que su propósito. Hacerse desear. Carolina es robusta, alta. Viene de Medellín. Madre soltera con ganas de sacar adelante a un hijo de cinco años que ignora, por supuesto, su oficio.

Adora la media luz y si le preguntas con valentía, así mismo responde. Transparente, pero con un seudónimo imborrable.

—¿Le molesta la palabra puta?

—Prefiero prostituta. Prefiero que nadie lo sepa.

—Usted es muy bella. Si algún productor de TV la descubriera, si esa teleserie la hiciera ganar plata, si le fuera bien. ¿Volvería aquí?

—Quizás sí.

—Pero… ¿por qué?

-Porque me siento protegida. Tenemos peluquería. Nos hacemos chequeos médicos. Salimos hasta las seis de la tarde. Puedo enviarle dinero a mi hijo, a mi familia. Voy a verlos una vez por mes.

—Pero si fuera una estrella todo eso lo tendría de un modo normal, como cualquier mujer, independientemente de un sitio así.

—Creo que volvería alguna vez. Aquí hay chicas casadas que se fueron a Europa, luego regresan con sus esposos y bailan en el puente de La Piscina. Sus esposos las traen y las ven bailar.

—¿No ha tenido una mala experiencia con los clientes?

—Aquí no, pero me enamoré y me sacaron un arma. Eso es por descuido.

—¿Se siente segura aquí en La Piscina?

—Hay cámaras.

—¿Las espían?

—Nos cuidan.

—¿Qué significa que las cuiden?

—Estar segura. No salir por seguridad. Si salgo, saber que puedo avisar cualquier cosa.

—¿Se siente presa?

—No, estoy aquí porque quiero.

—¿Su familia lo sabe?

—Mi familia lo sabe desde que empecé hace diez años. Nunca se lo oculté. Mi padre no lo sabe porque no lo veo y mi madre murió ya. Son mis hermanas quienes lo saben todo. Pero mi hijo no va saberlo nunca, no, no, no.

—¿No verlo en un mes no le da la sensación de estar presa?

—Pero hay personas que no pueden ir a su país porque están lejos y sí se sienten presas. Aquí conocí a una cubana como usted que no podía volver a su casa, ella creo que era guerrillera o fue guerrillera. Yo no, yo puedo hacer lo que quiera, también si no regreso acá no pasa nada. ¿Por qué? Hago esto porque yo quiero, niña, yo no me escondo de nada. Estoy trabajando y eso me gusta.

—¿Alguna vez le han hecho un daño físico involuntario?

—¿Cómo así?

—¿Un dolor por hacer sexo fuerte, por ejemplo?

—Yo hago las cosas a mi modo, quizás me lo pregunta porque le puede pasar a usted, pero a mí no. Yo se cómo manipularlos.

-¿Cuánto dura el acto sexual, el proceso todo?

—Van tan calientes al privado después de bailar y de vernos juntas. Van tan ardidos que duran quince minutos y listo.

—¿Luego, cuánto le pagan los clientes y cuánto le da usted a La Piscina?

—Me dan como cuarenta dólares. Yo doy el veinte por ciento más o menos, porque aquí tengo todo.

—¿Es cierto que los médicos vienen a cuidar a las chicas que se hacen cirugías estéticas?

—Allá arriba hay uno cuidando a una que se operó hoy.

—¿Este mundo le parece perfecto, entonces?

—Perfecto no. Es duro y hay que ser fuerte.

—¿Por qué es duro?

—Nadie quiere hacer estos trabajos.

—¿Cree que pueda hacerlo yo?

—No, porque no es discreta. Parece una niña, eso sí que les gustaría a ellos. Son morbosos los clientes.

—¿Por qué cierra los ojos cuando le toman fotos si tiene un antifaz?

—Es que me da vergüenza.

—¿No le da vergüenza mostrarle su cuerpo a un extraño?

—Te digo la verdad. Tengo un novio en Medellín y no quiero que me vea los anillos y menos que descubra mi cara.

—Pero esconda las manos. El antifaz la está protegiendo.

—No, olvídese.

—¿Por un hombre cambiaría todo, también esta vida?

—Yo no hago esto porque quiero. Me gusta comprar mis cosas. No quiero que nadie me controle. Ni la TV, ni un hombre. Pero si me enamoro, qué le vamos a hacer.

—Y eso, enamorarse, ¿le ha ocurrido?

—Una vez, pero no por su cuerpo, sino porque me hablaba bonito.

—¿Por qué no los besa?

—Por protección. Eso lo sabe. Me quiero ir, dígale que me quiten la luz.

7. LOS ESCENARIOS

Subí a las recámaras, a los sitios de placer. Hablé naturalmente con quienes preparan los escenarios. Hombres que construyen fantasías para otros hombres.

Me puse en el lugar de "ellas", pero nadie está en la piel de esas mujeres. Hay que vivir para contarlo, como dice el maestro.

Me pregunto si se puede caer tan hondo, bajar, bajar a pescar allá, al fondo de la piscina oscura y emerger.

Una de las chicas va vestida de militar, marcha y mueve el vientre, es de una exótica belleza inimaginable. Subo con ella al puente que separa en dos partes la vida. ¿Qué me hace mejor? Baila como una diosa. Se convierte en niña. Está poseída por un traje marcial. Le pido que gire y gira. Le pido que baile como cualquier noche en una discoteca de barrio, pero ya no puede. Es una bella pero peligrosa posesión. De ángel a diablo sin permiso de nadie. Solo ellas se pueden salvar. Si uno no se siente en peligro no hay caso. Muchas se ven asustadas. Las veo llegar con sus carteras, sus maquillajes. Aterrorizadas o relajadas, en un acto de maquinal indiferencia. Otras hacen de eso un ejercicio del cuerpo y a dormir.

En la mañana salen a los bancos como hormiguitas a depositar el dinero salido del sudor de su sexo.

¿Es justo que sus hijos coman de ese dinero?

¿Ese es un prejuicio mío? Yo que no estudié en una escuela católica, a qué le temo. ¿Por qué me voy de allí llena de miedo por ellas?

Rompí el límite. Visité sus cuartos, pude oler sus sábanas. Entré en sus baños. Les pregunté sobre sus vidas. Aún no me recupero de sus respuestas ni de lo que he visto. Tengo miedo a escuchar muchas más respuestas, pero soy valiente y sigo el rastro.

8. DE DÓNDE VIENEN LAS NADADORAS

Son hijas de papá que han decidido este camino por rebeldía. Pueden ser drogadictas o ex drogadictas. O mujeres necesitadas y desorientadas sin instrucción que no ven más allá de esa luz fatua.

Niñas abusadas que no han podido repararse durante el crecimiento. Tal vez bellezas robadas de un lejano cafetal abandonado.

Y hay las que disfrutan, como desde la antigüedad, este oficio de carne y lujuria. Lo ejercen porque sí, como natural medio de vida. Eso último me ha costado mucho entenderlo, pero lo escuché en mi infiltración.

¿Quiénes las llevaron a esa natación interminable? No ha sido precisamente un apuesto salvavidas. Las personas que las cuidan saben lo frágiles y expuestas que se encuentran. Las que les llevaron por ese camino ignoraron ese detalle fatídico. Espero que las cuiden tal y como nos los describieron durante nuestra entrevista. Salgo a la calle con sus caras tatuadas en mi rostro. La música suena a música, pero en realidad arde hoy en mi cabeza como un lamento.

9. LO QUE BUSCAN LOS BAÑISTAS

En esa enorme piscina se bañan tantas personas y personajes, día a día, que podíamos llamarle: El mar negro o El mar muerto. Respetando el concepto de dichos territorios marítimos.

No hace falta que redefina el concepto enciclopédico de burdel. Pienso que se trata de un museo de la decadencia, el salón para maquillar o adormecer dolor. Lo sospechan quienes lo frecuentan y lo saben quienes trabajan allí. Esos que corren el domingo a misa porque el sábado fueron con una puta para ahogar su desenfreno reprimido. Esos que conducen a sus hijos a iniciarse a lo que llamara el escritor Senel Paz, con el más fino humor: "prostíbulo pedagógico", concepto, sin duda, agridulce. Ahora hay burdeles más frecuentados por uno cada día: empresas, bancos, ministerios, hogares torcidos, instituciones o falsas fundaciones que enfangan las relaciones prostituyendo todo. Depende de la depauperación de la que hablamos, del punto de mira del cazador a su presa.

¿Quién caza a quién?

Ellas quieren "matar al último venado". Van a disparar aunque sea el punto rojo del colimador quien las persiga. Tienen toda la ternura guardada en un paquete lacrado para cuando llegue el momento, escapar. No han perdido el ideal de ser salvadas, aunque sea inconsciente. Ser libres de lo que creen les ha hecho independientes. Llegar al final de la trampa. Hay algo que une a todas las mujeres libertas de este universo. La familia. Sus madres, sus hijos. Cada una de las mujeres con las que hablé, teme por sus hijos, citan a su madre. Si saben o no su condición, si se alimentan bien, si enferman o sanan. Si pueden o no juzgarlas de algún modo. Siguen queriendo, silenciosamente, volver a casa. Olvidar que han matado ese último venado y cerrar los ojos para recordar solo el trozo de realidad que prefieren llevar consigo de regreso.

10. TODAS SOMOS IGUALES

Ambas quisimos un hogar y un trabajo diario, independencia a toda costa. Alimentar nuestras familias, salir adelante. Ciertas mujeres dedicaron la vida a estudiar, otras no quisieron hacer el largo recorrido del conocimiento y hoy prefieren desnudar el alma y el cuerpo para sobrevivir.

Algunas prefieren mantener ese oficio que se narra como sucio, oscuro… la historia lo ha definido así. No podemos reescribir la historia.

Las he visto hermosas y humanizadas al borde de la piscina. No puedo correr su suerte, pero al salir, dejarlas allí me produjo una tristeza inenarrable.

Mañana temprano quizá ya desaparecieron, cambiaron de identidad. Murieron en el campo de batalla pasional, atrapadas en su diseño de alto riesgo. Estoy segura de que no nos volveremos a ver, pero si así fuera, quizás ya no las reconocería. En La Piscina se ven representadas, afectadas. Fuera de esas aguas, no son diferentes a las demás. La exuberancia se esconde con la cotidianidad. La luz del día lava el maquillaje, las libera de su máscara, les deslumbra la realidad.