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14 de julio de 2004

La carrera del amor

Mientras más amamos, más nos confunde el amor. Y mientras más confundidos estamos, más amor necesitamos. Es decir, de cualquier forma estamos perdidos

Por: Camilo Durán Casas
Las carreras del amor

¿Cuál será la razón para que existan facultades universitarias de Arquitectura, Medicina o Filosofía, y no se conozca ninguna que prepare al hombre para solucionar los problemas sencillos y normales de la vida? ¿Se imaginan ustedes un grado universitario en Tusas y Decepciones Amorosas? ¿Qué tal un doctorado en Amistad, una especialización en Manejo de Vecinos Incómodos , o un máster en Mamagallismo? ¿Se sentiría una mujer atraída por un hombre graduado en Ternura y Comportamientos Afines? ¿Le gustaría que su hijo fuera profesor de Solidaridad y Consuelo, en vez de Cálculo y Trigonometría? Tomemos como ejemplo el caso del amor.
Sobre el amor todo está dicho. "Pueda que sí como pueda que no", dicen en el campo... Novelas, poemas, cartas y, en general, la literatura universal se ha ocupado de él desde que el hombre tiene recuerdos y letras, e innumerables películas y boleros han explorado casi todos sus vericuetos desde que los avances tecnológicos nos ayudaron a redescubrir el placer de ver y oír.
De hecho, despertar enamorados o desvelarse por un amor no correspondido es tan natural a la esencia humana como lo es saciar el hambre o sentir calor o frío. Sin embargo, siendo el amor algo tan propio a nuestra condición, sorprende la facilidad con la que nos enredamos entre sus leyes y principios. Mientras más amamos, más nos confunde el amor. Y mientras más confundidos estamos, más amor necesitamos. Y si nos falta el amor, más ansiedad por conseguirlo nos despierta su ausencia. Es decir, de cualquier forma estamos perdidos.
Lo curioso es que casi nunca estamos preparados para amar ni para dejar de ser amados. Algo semejante ocurre con la muerte. Siendo, como se dice popularmente, lo único seguro que tenemos, llama la atención el poco tiempo que utilizamos en prepararnos para su llegada. Normalmente nos sorprende, como si desde nuestro nacimiento no fuera evidente que su acaecimiento es inseparable de nuestra existencia, y que morir es parte de la vida, de la misma manera que no podría existir la noche sin el día. Volviendo al punto: a nadie se le ocurriría viajar al Polo Norte sin provisiones o sin ropa térmica, pero cuando iniciamos un viaje hacia las profundidades de otro ser humano, hecho que casi siempre es en búsqueda del amor, lo hacemos desprovistos de los más elementales utensilios de supervivencia. Nos sentimos fuertes e invencibles. Por alguna extraña razón, tenemos tanta confianza en nuestra capacidad de amar y ser amados, que no contemplamos siquiera la posibilidad de equivocarnos. Y nos puede coger la noche sin abrigo.
Siempre he creído, o al menos he querido pensar, que así como el mundo tiene unas leyes naturales que gobiernan a todos los organismos con vida, también existen unas leyes naturales que gobiernan el amor entre los seres humanos. Algo así como una ecología del amor. Cada quien nace con su pan debajo del brazo, dice un refrán popular. Yo añadiría que cada quien nace con un amor en su corazón. Y depende de cada uno encontrarlo. O no encontrarlo. Este ecosistema afectivo establece un equilibrio de afectos y desafectos en virtud del cual todo amor genera un desamor, y todo desamor es a su vez un amor en potencia. Si el amor entre dos personas acaba, el equilibrio se mantiene. Si alguno de ellos encuentra un nuevo amor, alguien lo pierde y alguien lo gana. Y a cada instante nace y muere un amor. Por cada suicida despechado, un nuevo enamorado equilibra misteriosamente la ecuación de amor en el mundo, y cada lágrima es anulada por un nuevo beso. Una misma canción produce en algún lugar un recuerdo y en otro una esperanza. No creo en la posibilidad de amar sin ser correspondidos. Creo, por supuesto, en la incapacidad de encontrar a nuestro amor equivalente, pero no creo en que no exista. Alguna vez escuché que mientras pensemos en otra persona, esa persona también piensa en nosotros. No sé si sea cierto, pero debería serlo. Además, las cosas que queremos sean ciertas, acaban siéndolo. Incluso he conocido personas que gozan su tristeza. "No me quiten esta tristeza tan linda", decía algún amigo.
Propongo por lo tanto que se creen carreras universitarias cuyo objetivo fundamental sea el de preparar a los hombres y mujeres del mañana a solucionar todos aquellos problemas que se presentan por estar tratando de solucionar problemas que ya se solucionaron.