12 de febrero de 2002
La confesión
Jorge Marona, uno de los integrantes del legendario Les Luthiers, aceptó la invitación que le hicimos para que escribiera, en exclusiva para nuestro país, un sketch de humor sobre la masturbación.
Por: Jorge MaronaPadre, vengo
a confesarme.
Hijo, por tu voz aguda deduzco que eres muy joven.
Bueno, es que yo soy...
Calla, no me digas tu nombre; para mí sólo eres un alma
atribulada en busca de consuelo. ¿De qué pecados te acusas, pequeño?
¿Acusarme? De ninguno.
Vamos, que por algo estarás aquí...
Me mandaron, yo no quería venir.
Algún pecadillo habrás cometido. A ver, ¿has realizado
autotocamientos?
¿Dice si toqué un auto? ¿Es pecado?
No, tontuelo: te pregunto si has tenido goce estimulándote manualmente.
No entiendo.
Digo, si has cometido el pecado de Onán.
¿Quién?
Onán, el que arrojó a tierra su simiente.
¿Susi miente? ¿Quién es Susi?
A ver si me entiendes: Onán fue el primer hombre en tener placeres
solitarios.
¡Ah, ahora sí lo entiendo! ¿Él lo inventó?
¡Qué genio! ¡Gran tipo este Onán! Pero, pensándolo
bien, ¿el primer hombre no era uno que se llamaba Adán?
Por supuesto.
¿Y él, nunca se...?
¡No!
Pero a mí me contaron que Adán estuvo solo, cuando todavía
no estaba esa chica Hebe.
Eva, dirás. En efecto, Adán vivió solo.
Entonces Onán fue el segundo en arrojar a tierra. Y
Susi miente para que nadie se entere.
Calla, no entiendes nada, no puedes saber más que las Escrituras.
Sospecho, jovenzuelo, que tú también has practicado ese vicio.
¡Por supuesto!
Es una falta grave, debes arrepentirte.
¿Por qué?
Porque te espera un tremendo castigo: Masturbatio punitorum, perpetuum
infernorum.
¿Qué dijo?
Que te achicharrarás en el fuego eterno.
¿Dónde lo encienden?
En el infierno, ignorante.
Pero padre, yo no soy el único en hacerlo: también lo hacen
mis amigos, mis primos, mis compañeros...
Porque el astuto demonio tienta con lo cercano, con algo que el hombre
tiene siempre a mano; y así ese asqueroso vicio se practica en todas
las latitudes.
¡Y en diferentes longitudes!
¡Te callas, puerco! Cuéntame, ¿lo has hecho a menudo?
Unas veinte, treinta veces.
¿En este mes? ¿En todo este año?
Por día, padre; todos los días.
¡Pero eso es un exceso terrible, hijo mío!
Sí, se me fue un poco la mano...
Desde aquí no puedo verte bien, pero imagino que tendrás
ojeras y las palmas de las manos peludas. ¡Es otro castigo por esa infame
práctica!
¡Padre, cómo no voy a tener pelos, si soy un mono!
¡Ahora te burlas de mí!
No, padre, que soy un chimpancé: Lucas, el Simio Parlante,
del Gran Circo Internacional Rex.
¿Qué dices, tunante? Déjame salir del confesionario,
y te daré... ¡Oh, cielos, es cierto! ¡Milagro! ¿Pero...
cómo puedes hablar?
Me enseñó mi cuidador, con mucha paciencia. Me dio algunas
lecciones de cultura general y ahora también quiere que tenga una religión.
Dijo que, tratándose de mí, debía ser una religión
monoteísta.
¿Tu cuidador te envió aquí?
Sí, es muy creyente.
Estás en buenas manos.
Padre, no me recuerde ese tema.
Digo, estás en el buen camino: el Señor te ha otorgado el
don del habla para que abandones esa sucia práctica, característica
de tu especie, y puedas seguir el sendero de la virtud.
Pero padre, el Señor me creó con estas apetencias. ¿Usted
cree que elegí ser mono y vivir en un circo? Yo hubiera preferido ser
ejecutivo o actor de cine y poder acostarme con modelos, en lugar de tanto amor
propio.
Disculpa la curiosidad, pero, ¿en qué piensas cuando...?
En la mona Chita: me vuelve loco, tengo todas sus películas. También
me encanta la Mona Lisa, con esa sonrisa sexy... Me alucinan las fotos desplegables
de las revistas PlayMonkey y PentCircus. Y desde que me enseñaron a hablar
también me gustan las chicas: el abuelo King Kong no era ningún
tonto.
Qué perversión, eso debe llamarse humanofilia
y también debe ser un gravísimo pecado. Tienes que resistir, pensar
en los buenos ejemplos: recuerda a San Antonio, que soportó terribles
tentaciones.
Los simios no creemos en santos; a lo sumo en San Simión.
Mira, esto te ayudará: es una estampita de la beata Sor Impoluta
de Zaragoza. Para derrotar al deseo, la beata hizo voto de mantenerse siempre
con las piernas juntas: la llamaban La Hermana Saltitos. Contémplala,
inspírate en su ejemplo y elévate. Observa ese rostro ascético,
ese cuerpo austero.
Ese rostro... ese cuerpo... mmm...
Pero... ¿a dónde vas? ¡Baja del confesionario y devuélveme
la estampita! ¿Qué haces, cochino? ¡No hagas ESO allí
arriba! ¡Serás excomulgado! ¡No miren, señoras, no
miren! ¡Es el demonio! ¡Llamen a los bomberos! ¡Traigan bananas!
¡¡¡Un exorcista, por favor!!!