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13 de mayo de 2010

Zona Crónica

La despedida de El pibe

Es el día primero de febrero de 2004, son las ocho de la noche en el Estadio Metropolitano de Barranquilla, la Puerta de Oro de Colombia, la casa de la Selección.

Por: Carlos Vives
Andrés Barrientos | Foto: Carlos Vives

Hace 30 grados de temperatura y hay 56.000 espectadores que no dejan de gritar emocionados. Mi nombre es Carlos Alberto Vives, juego en el equipo local y estoy formado en el centro de la cancha al lado de Faustino Asprilla, Adolfo ‘el Tren‘ Valencia, Freddy Rincón, Anthony de Ávila, Leonel Álvarez, René Higuita, ChichoSerna, Iván René Valenciano, Víctor Danilo Pacheco, Claudio Rodríguez, Oswaldo Mackenzie, Didí Valderrama y, obviamente, nuestro capitán y centro de toda la celebración: Carlos Alberto ‘el Pibe‘ Valderrama. Todos de uniforme blanco cantamos el himno, los flashes de los fotógrafos no me dejan abrir los ojos, y yo me pregunto: ¿Qué carajo estoy haciendo aquí?

En la tribuna está Diego Armando Maradona, a mi derecha una impresionante terna arbitral, encabezada por Chucho Díaz, y un poco más allá, en el equipo visitante, están Bam Bam Zamorano, Enzo Francescoli, Álex Aguinaga, Jorge Campos, el Beto Acosta, José Luis Chilavert, el Diablo Etcheverry, todos ellos me miran y se sonríen. Crece la ovación y yo me sigo preguntando: ¿Qué carajo estoy haciendo aquí?

La historia realmente comienza unos días atrás. Es 25 de diciembre, día en que llego a Santa Marta con mi familia y con la ilusión de pasar unas vacaciones con mi papá, pero con una agenda bastante cargada debido a la realización de las fotos para el álbum de El rock de mi pueblo. Entre los encuentros con la modista, las clases de spinning, la dieta de Gloria Estefan, las horas en la peluquería (por mi brillante idea de hacerme dreads y la más brillante aún de nuestro publicista de ponerme unas extensiones) sé que no me va a quedar tiempo para disfrutar en familia.

Ese 25 de diciembre al entrar con mis maletas a la sala de la casa oigo la voz de mi hermano Juan Enrique, el menor, el médico, hincha a morir del Unión Magdalena y deportista consagrado, que me dice en tono emocionado: "Te llamó el Pibe", me muestra el celular y me dice: "Llámalo, está esperando tu llamada, es para que colabores en el partido que se hace a beneficio de los soldados heridos en combate, tienes que jugar este año porque vienen muchas figuras". Y yo le digo: "¿Y por qué no juegas tú y me reemplazas?". A lo que él me contesta: "Nombe, a mí no me dejan jugar en el equipo del Pibe pero ya estoy en lista de espera para jugar en el equipo rival". Lo miro sonriente y pienso: "La intensidad futbolística de mi hermano Juan no tiene límites".

Los partidos que el Pibe organiza todos los diciembres ya son un clásico de la alegría futbolera y musical de nosotros los samarios, el evento en el Country Club es solo el comienzo, ese mismo día el Pibe también juega un partido en Gaira y remata casi al anochecer en Pescaíto. Les confieso que hasta el encuentro en La Castellana, semillero del futbol samario, nunca he llegado vivo.

Al final del partido, en una de las fotos en la que los dos Carlos Albertos, samarios modelo 61 posamos con unos niños, el Pibe me habla de su despedida oficial en Barranquilla y me invita a formar parte de la alineación al lado de sus amigos, una constelación de estrellas del fútbol mundial. Agradezco la invitación del Pibe pero la entiendo realmente como un gesto de caballerosidad porque siempre ha contado conmigo para sus causas. Nos despedimos con un abrazo y, como siempre, regreso rengueando a casa.

Con el paso de los días, ya inmerso en la rutina de mi trabajo y convencido de que el Pibe olvidaría su invitación, oigo en una pequeña radio de la cocina la alineación para la despedida. ¡No lo puedo creer! Mi nombre está en la lista. Mi hermano Juan me abraza y celebra mi inclusión. Salgo huyendo de mi casa y al pasar frente a los taxistas del hotel Tamacá me llaman para leerme la alineación que el periódico también reseña esa mañana. Días después la lista cambia, ya no aparezco y los taxistas me vacilan de lo lindo: "Ñerda, Carlo, te pusieron en la banca". Mi vida se estaba haciendo imposible, mi hermano Juan quiere llevarme a todos sus partidos para que llegue en forma a Barranquilla. Toda Santa Marta me ve como un héroe porque el Pibe me ha señalado para formar parte del gran evento. Guardo la esperanza de que con tantos invitados especiales y reales amigos del oficio, el Pibe se olvide de mí y ya no tenga que preocuparme de nada, solo de salir dignamente en las fotos de mi nuevo disco.

Pero un día antes del partido, mi hermano Juan entra a mi cuarto con un celular en la mano y me dice escuetamente: "El Pibe quiere hablar contigo". Así es como al día siguiente estoy rodeado por los titanes de aquella gloriosa Selección Colombia. Entro al Metropolitano sentado en mi puesto del bus como si yo formara parte de todo aquello, pero en mi mente aflora un inquietante pensamiento: ¿Qué carajo estoy haciendo aquí?

Los camerinos son una explosión de júbilo y amistad entre jugadores, periodistas, políticos y viejas glorias del fútbol; es un momento de abrazos, cuentos y muchas fotos. Llega la hora, el Tino Asprilla me entrega el uniforme y formamos en la boca del túnel para salir. El locutor oficial del Metropolitano da los nombres de los jugadores que saltan a la cancha seguidos por una ovación estruendosa del público. Se pronuncia mi nombre y entro, el Metropolitano me recibe con mucho cariño. Formamos en el centro para periodistas y fotógrafos de todas partes, el partido va en directo por televisión. Cantamos el himno y saludamos a los invitados internacionales, es impresionante verlos allí muy cerca.

Hay buenas noticias: el profesor BolilloGómez lee la lista y no estoy en la alineación inicial, así que me voy muy feliz para la banca. Los jugadores de la reserva son de gran nivel: Abello, Gamero, Iguarán, todos indiscutibles mejores opciones que yo para una eventual sustitución y eso me da tranquilidad. Pero más pronto de lo pensado el profesor Bolillo me llama y me dice: "Mire, Vives, si no lo pongo a jugar el estadio me va a linchar, así que juegue de medio izquierdo adelantado, dígale a Leonel que se retrase un poco, que lo cubra, que usted va al ataque". Voy corriendo a la línea, espero la orden del auxiliar para entrar al campo y corro como una flecha. Al llegar frente a Leonel olvido las indicaciones de Bolillo y regreso corriendo nuevamente donde el profesor que me recibe con un "Vives, no sea guev...." me repite la orden y entro de nuevo al campo. El Pibe juega tirado hacia la izquierda, el Tino más al centro, recibo un balón en la mitad de la cancha, veo que Valenciano va corriendo por la derecha, bien pegado a la raya, le pego un zapatazo al balón con la izquierda —lo que llaman un pase de profundidad— que le queda a Valenciano justo en el pie derecho. El estadio se emociona con mi pase y el Bombardero le pega tremendo cañonazo, pero el balón pasa lamiendo el palo de la portería de Chilavert.

La presencia de tantas figuras en la delantera hace que desobedezca la orden del profesor Bolillo y comience a retrasar mi juego. Leonel, cariñoso conmigo, cree que me estoy cansando y me dice: "Coja aire, papito, vaya pa‘lante con el Mono, vaya por su gol". De repente gano el balón en el centro, avanzo con la esférica y Valenciano, que viene por la derecha, me pide el pase. Pero veo a otro jugador que viene por la izquierda y se la toco. El Pibe, Asprilla y yo entramos a la zona de candela esperando el centro pero Faustino está en fuera de lugar y el auxiliar levanta la banderola. Valenciano, en tono poco amigable, me culpa del fuera de lugar y yo también en tono caliente le respondo que el off-side es del Tino. El Tino se ríe y sale corriendo.

Regreso un poco al medio y de nuevo Leonel, preocupado por mí, se me acerca y me dice: "Tome aire, papito, allá arriba", y yo un poco más decidido voy al ataque. Una jugada que comienza conmigo y termina con el Pibe desemboca en una pena máxima que Carlos Alberto se dispone a cobrar. La bola pega en la parte inferior del vertical izquierdo y se desliza por toda la raya por detrás de Chilavert hacia el palo contrario. El Pibe la rescata en el cruce de las cinco con cincuenta con la raya final, y al ver que voy entrando solo me la toca con mucha clase. Quedo frente a Chilavert, le pego al balón con la zurda y el balón se va por encima.

¡Boté ese gol! El "erda" que grita el estadio es impresionante. Chilavert se me viene encima, me coge por los dreads y me dice: "Cómo te lo comiste". Hasta el árbitro Chucho Díaz me vacila por mi pésima definición. El ridículo ha podido ser peor: es un milagro que la leyenda paraguaya no se haya quedado con una de mis extensiones en la mano. El árbitro da los pitazos para el primer tiempo pero para mí es el final. Hay en la banca verdaderos jugadores de futbol deseosos de compartir con el Pibe su despedida. Antes de regresar a la boca del túnel el público me hace dar una vuelta olímpica que agradezco con alegría. Para rematar esa noche maravillosa, ya cuando salimos aparece Diego Armando Maradona, quien me da un abrazo que me deja sin aire y me cuenta divertido cómo se había tirado al piso cuando casi le hice el gol a Chilavert.

Voy de regreso para Santa Marta preguntándome todavía por qué estuve allí. Y a medida que me acerco a la Perla de América empiezo a entender que aunque yo no era un futbolista, ese día era el representante de millones de colombianos, que como yo, amamos este deporte y tenemos una deuda de agradecimiento con el Pibe y todos sus titanes.



NOTA: Dejo para otro capítulo la vacilada que me pegaron en Santa Marta durante años por haberme comido el gol frente a Chilavert.

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