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14 de mayo de 2008

La identificadora de los N.N.

Por: Giuseppe Caputo C. Fotografía: Noelia Tóbalo
Cecilia Amparo Gelves tiene como función principal recibir a diario en la Oficina de Información de Personas Fallecidas de Medicina Legal a hombres y mujeres que llevan días buscando a sus familiares. | Foto: Giuseppe Caputo C. Fotografía: Noelia Tóbalo

Seguro le regalaría una sonrisa. Porque ella seguro le sonreiría. Cecilia
Amparo Gelves: rizos, calma, sonrisa. Haga usted de cuenta que la espía. Está ahora en un rincón de su oficina:

—Cuéntenme ustedes a quién están buscando —pide ella.

—A nuestro hijo (y los padres dan un nombre).

—¿Cuántos años tiene él?

—Treinta y cuatro.

—¿Tiene un apodo, un sobrenombre?

—No.

—¿Dónde vive?

—En la localidad de Bosa.

—¿Y cuándo fue el último día que lo vieron?

—La madrugada del 5 de abril. Él salió con dos amigos por Plaza de las Américas y les echaron escopolamina a los tres. Uno está internado en el hospital, el otro está bien y mi hijo no aparece.

—Entiendo…

Cecilia trabaja en la Oficina de Información de Personas Fallecidas del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Desde hace 17 años, una de sus principales labores consiste en confirmar a las personas que están buscando a alguien —casi siempre a un ser querido— que, efectivamente, la información que le están suministrando sobre un desaparecido corresponde a los datos registrados en su computador sobre un cuerpo sin nombre (N.N.) que ha llegado al instituto debido a una muerte violenta, un accidente o una muerte súbita.

Cecilia tiene 45 años y atiende descripciones sin mirar el reloj. Rizos, calma, sonrisa. No mira el reloj.

—¿A qué grupo sanguíneo pertenece? —pregunta.

—Es A positivo.

—¿Y su estado civil?

—Soltero.

—¿Podrían decirme si tiene señales particulares? ¿Un lunarcito, un tatuaje, un bracito fracturado?

—No, nada de eso.

—¿Y algo que nunca se quite?

—El reloj… Pero seguro que si le echaron escopolamina se lo quitaron.

Cecilia le hace una entrevista al familiar que está en Medicina Legal con el fin de completar el Formato Nacional para Búsqueda de Personas Desaparecidas. Al finalizar la última de las entradas, ella dice algo como: "Sumercé, necesito que esté calmadita. Le voy a mostrar unas foticos y usted me dice si alguno se parece a su pariente".

Entonces saca un álbum y muestra las fotos. Fotos que no deben describirse. En una carpeta negra y argollada. Agradecida debe estar la persona que nunca ha tenido que mirarlas. Son fotos de la muerte transmutada en horror: una señora de ojos abiertos y boca descolgada; un joven pálido, tan pálido, que cuesta creer que una vez vivió; un hombre con puñaladas en la frente. Fotos que no deben describirse.

Ella no se acostumbra a darles a las personas la noticia de la muerte. Aunque un promedio de 15 cadáveres al día son registrados en Medicina Legal —y en este punto es importante aclarar que no todos los fallecidos reportados son sin nombre: en su oficina atiende únicamente a las personas que buscan a alguien cuya muerte no ha sido comprobada y el álbum que utiliza solo contiene fotografías de sujetos que, al ser encontrados, no poseían identificación alguna— ella asegura que todo la afecta. Y si usted considera: "Debe estar acostumbrada: ¡17 años en la misma labor!". Ella responde que no, que no, que "uno nunca se habitúa. Y siempre me da susto hablar con los entrevistados, confirmarles eso. Algunos lloran, gritan, golpean las paredes. Hay que dejarlos que exterioricen el sentimiento, que expresen su dolor".

—¿La dentadura la tiene completa? —continúa.

—Sí

—¿Está en buen estado?

—Sí.

—¿Y al sonreír se le ven los dientes completicos o amontonados?

—No, él los tiene derechitos.

Suena el celular. La madre contesta, cierra los ojos y se pone a llorar.

—¡Lo encontraron en el Hospital de San Blas! —anuncia.

Y Cecilia le responde con una sonrisa, con alegría sincera por la dicha ajena.

Hasta el 31 de diciembre de 2007, 4.830 cadáveres de personas que fallecieron en Bogotá de manera violenta, en un accidente o por causa de una muerte súbita, ingresaron a Medicina Legal. Y hasta el 7 de abril de este año se han reportado 1.304. La principal causa de muerte es el proyectil de fuego. Y la segunda, las armas cortopunzantes.

Dadas las cosas, y como es de suponerse, no siempre el proceso de búsqueda de desaparecidos termina en las entrevistas que hace Cecilia u otra trabajadora social de Medicina Legal. Algunos simplemente no están en el instituto y siguen sin ser encontrados. Para este tipo de casos, existe la "Ruta de búsqueda para desaparecidos", documento que contiene una serie de recomendaciones destinadas a facilitar dicho proceso. Uno de los puntos más importantes del instructivo advierte que "antes de reportar un caso en cualquier entidad es importante tener en cuenta que el concepto de dar una espera de 72 horas no está legalmente contemplado en el país. Sin embargo, es básico tomar un tiempo prudencial durante el cual usted debe agotar todos los recursos disponibles en el entorno en que se desenvuelve la persona desaparecida. Averigüe con amigos, allegados, compañeros de trabajo o estudio y vecinos".

El documento también indica que, para todos los casos, se debe acudir inicialmente al Instituto Nacional de Medicina Legal (los trámites no tienen costo alguno) y a las líneas de atención al usuario de las siguientes instituciones: Secretaría de Salud de Bogotá, Secretaría de Tránsito y Transporte, Bienestar Social, hospitales e incluso al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec). "Nosotros tenemos picos de volumen", explica Cecilia. Y se acomoda los rizos mientras constato que, debajo de esa bata blanca, ella usa botas y falda de bluyín. "¡Tan jovial que se ve!", diría usted.

"Las muertes se incrementan notablemente cuando es quincena, cuando es fin de mes o, en general, cuando hay celebraciones. Diciembre es un mes muy pesado para nosotros: muchas personas se desaparecen, hay cadáveres... En vacaciones, a mitad de año, también hay incrementos". Y agrega que le es grato sentir que, de alguna manera, puede orientar en algo a algún familiar angustiado, desolado.

"Me agrada ayudarle a la gente —afirma—. Y sentir que uno está haciendo algo para colaborar".

Su palabra preferida es felicidad. Y su felicidad: su hija Gabriela, de siete años de edad. Cecilia no ha pensado aún en la profesión que quisiera para la niña, pero siempre le dice que la apoya en lo que ella quiera ser. Piensa que tendrá una inclinación hacia lo social porque, a su corta edad, a Gabriela le impacta mucho ver todas las desigualdades sociales.

No obstante, y al considerar el hecho de que los padres suelen tratar de ahorrarles a los hijos las angustias o sufrimientos que tuvieron, Cecilia asegura que preferiría ver a su hija desempeñándose en un trabajo distinto al suyo.

"Quisiera para ella una vida más descomplicada, más tranquila", dice.

La doctora Edna Sánchez, coordinadora de la Oficina de Información de Personas Fallecidas del instituto, advierte que para poder sacar un cuerpo de Medicina Legal es necesario cumplir con los trámites requeridos por la ley: practicarle la necropsia al extinto y contar con su documento de identidad. Sin embargo, en ocasiones los familiares del difunto no tienen el documento y es necesario elaborar un informe de identificación, llevarlo a la Fiscalía y esperar para recibir la orden de entrega. Una vez realizados estos procedimientos, Medicina Legal hace entrega del cadáver a una funeraria, que se encarga de maquillarlo para luego entregarlo a los familiares. Y ese es el primer momento en que el doliente tiene contacto con el cuerpo. Ningún familiar accede a la morgue luego de ratificar que, efectivamente, la foto que está viendo en el álbum corresponde a su ser querido. Está prohibido, son normas de sanidad: en la morgue hay neveras que contienen cadáveres aún luego de dos meses de hallados.

Ya lo imagino preguntando: "¿Cómo explicar esos trámites a una persona que acaba de enterarse de la muerte de su ser querido?".

Esto responde Cecilia: "Yo los dejo que ellos exterioricen todo el sufrimiento, que saquen todo el dolor que tienen que sacar. Y ya luego, cuando están más calmados, les digo: ‘Lo que sigue ahorita es lo siguiente‘. Ellos mismos propician eso. Después de que han explotado, ellos quieren saber: ‘Bueno, ¿qué pasó

‘ Y empiezan a hacer preguntas. Entonces ahí uno los va orientando".

Y si usted insiste: "¿Pero cómo se le dice a una persona que su familiar se encuentra ahí, en Medicina Legal? ¿Cómo maneja ese momento?". Ella contestaría: "Depende un poco de la persona que sea, de la fortaleza que uno le vea. Pero siempre hay que hacerlo con mucha honestidad. Ellos quieren saber qué pasó, dónde pasó, cómo pasó… Y en la medida de lo posible, contestarles lo que yo puedo contestar. Casi siempre digo algo como: ‘Mire, sumercé, tenemos a una persona registrada acá con esos mismos datos…‘"

Cecilia no solía pensar mucho en la muerte antes de ejercer este oficio. "Veía la muerte lejos", sostiene. Y sin embargo, ahora el morir es tema recurrente de su pensamiento. Ella es consciente de que en cualquier momento le puede tocar.

Recuerda la tragedia del bus escolar del Colegio Agustiniano Norte, ocurrida el 28 de abril de 2004, en la que 21 niños perdieron la vida luego de que una recicladora de asfalto cayó sobre el bus que los transportaba hacia sus hogares, y asegura que ese ha sido uno de los casos más dolorosos que ha tenido que atender en sus 17 años de trabajo en Medicina Legal.

"No tienen por qué morirse los niños y jóvenes", considera, luego de explicar que su vida por fuera de su turno laboral, que va de 7:00 de la mañana a 1:00 de la tarde, está dedicada a Gabriela. "Uno se sugestiona mucho, vive marcado, muy marcado, y se vuelve muy sobreprotector por todas las historias que se oyen acá".

En una ocasión, le hizo una entrevista "terrible" a un familiar de una niña que se subió a la taza del baño a cepillarse los dientes.

"Resulta que la niña se resbaló y cayó encima del lavamanos, que era de porcelana. El lavamanos se partió, un pedazo se le enterró y la nena murió. La trajeron acá. Apenas terminé la entrevista, llamé a mi casa porque, claro, eso hacen las chiquitas: se encaraman ahí en el baño. Entonces, uno vive muy asustado. Otro día ocurrió que una niña estaba saltando en la cama. Se resbaló, se cayó, se pegó en la cabeza y listo: murió. Entonces, claro, yo le digo a Gabriela: ‘Nena, no saltes en la cama‘".

Cecilia también explica que, aunque generalmente los familiares se rehúsan a aceptar que su ser querido se encuentra ahí, en Medicina Legal, a veces ocurre que un hombre o una mujer insisten en decir que sí, que esa foto del álbum es la de su pariente o amigo. Y ella les dice: "No, no, no es. Esa persona ya fue identificada". Pero ellos insisten: "Sí, sí, sí es". Y no es.

"Porque la esperanza siempre queda", según la psicóloga Marianela Vallejo, experta en duelos. Es el camino sin recorrer en el que quizás la persona vaya a volver. El doliente no ha tenido la posibilidad concreta de verificar la pérdida. Y es así como la situación de incertidumbre de si el otro vive o no genera muchísima ansiedad: siempre queda en el fondo un residuo de la fantasía de un reencuentro.

"Entonces, si no se pueden reencontrar, la persona cree verificar que ese que está viendo, así no lo logre identificar, es la persona que está buscando", explica.

Haga usted de cuenta que la espía. Está ahora con Cecilia: ?

—¿Y sumercé por qué está tan alterada? ¿Vino solita?

—Estoy buscando a mi hijo —dice la señora—. Lleva ocho días que no aparece. (Y pronuncia el nombre del desaparecido.)

—¿Cuántos años tiene él? —interroga Cecilia.

—Veintitrés. Nació el 15 de febrero de 1984.

—¿Y es la primera vez que esto ocurre?

—Sí, señora.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?

—El 24 de marzo…

—¿La desaparición ocurrió aquí en Bogotá? —continúa nuestra protagonista.

—Sí.

—¿Y dónde vive él?

—En Altos de Cazucá.

—¿Y a qué se dedica su hijo? ¿Él qué hace?

—Trabaja en construcción…

—¿La dentadura la tiene completa?

—Atrás le hace falta una muelita, pero de frente tiene todos los dientes…

—¿Y cuánto mide él? —sigue Cecilia.

—No sé, es un poquito más alto que yo.

—¿Y es delgado, o ni gordo ni flaco?

—Más bien delgado.

—¿Y los ojos?

—Cafecitos…

—Me decía que tiene una fractura en el bracito y un tatuaje…

Cecilia llegó a este trabajo por concurso, aunque también asegura que fue por azar. Anteriormente trabajaba en el Hospital San Juan de Dios: se encargaba de la valoración social de los pacientes y se responsabilizaba de su rehabilitación física. Ella asegura que en su actual oficio resulta imperativo tener respeto por el dolor de los demás. "Y uno siempre tiene que estar pensando con quién se está comunicando —dice—. Uno entrevista aquí a todo tipo de gente. Entonces, yo tengo que estar muy pendiente del vocabulario que uso para que ellos entiendan. Incluso a veces ocurren anécdotas chistosas que, en medio de esto, causan risa. Por ejemplo, yo pregunto: ‘¿Estado civil

‘ Y ellos responden: ‘Sí, señorita, él ya prestó el servicio militar‘. En otra ocasión, yo pregunté: ‘¿Cómo es su contextura

‘ Y ella me contestó ‘fornicadito‘, en lugar de decirme ‘fornido‘".

Su debilidad son los chocolates, los postres y los hojaldres. Y aunque considera que su trabajo es duro y emocionalmente complejo, nunca ha perdido el apetito por cuenta de su día a día. Cuando hay desastres, por ejemplo, ni siquiera hay tiempo para comer.

—¿Cómo es el tatuaje? —insiste.

—La verdad es que no sé. Como nunca he estado de acuerdo con eso… Pero a él tampoco le terminó gustando. Por eso usa saquitos largos.

—¿De qué color es?

—Como azulito…

—¿Y lo tiene en el mismo brazo donde tiene la fractura?

—No, en el otro.

—¿Otras señales, cicatrices, lunarcitos…?

—Lunarcitos acá en el pecho y en esta parte de acá (se refiere al antebrazo).

—¿Los compañeros que lo vieron la última vez le dijeron cómo iba vestido?

—Se me olvidó preguntarles…

La madre retoma el llanto.

—No, no se preocupe. ¿Me permite su cédula? Voy a dejar sus datos registrados.

Rizos, calma, sonrisa. No mira el reloj.

—Ahora vamos a mirar unas fotos —explica con su implacable dulzura—. No son muy agradables de ver. Sumercé tiene que estar calmadita…

—Sí, señora…

—Miremos desde el 15 de marzo para estar más seguras…

—Sí.

—Desde el 15 de marzo es desde acá. Entonces, usted va a mirarlos uno por uno y me dice si alguno se le parece a él.

—No. Ninguno se parece a él —vasegura la doliente.

—¿Ninguno le causa duda?

—No…

—De los más jóvenes, el que podría tener 23 años es este chico que está acá. ¿No le causa duda este chico?

—No…

La señora sigue mirando el álbum.

—¿Y ellos no tienen nombre?

—Son sin nombre, por eso tenemos las fotos…. Para que usted los… ¿Ninguno le causa inquietud?

Hay silencio. La señora madre se detiene en una imagen.

—Es que no se si sea este…

—¿Cuál? Dígame cuál. ¿Cuál le causa duda?

—Este…

A Cecilia no le gustaría tener otro trabajo. Considera que la experiencia que ha recogido no se puede desperdiciar: "Y no todo el mundo puede desempeñarse en esto. Se necesita que a uno le guste".

Y en este punto, pues, yo no me atrevería a asegurar que usted estaría interesado en preguntarle a Cecilia cómo le gustaría morir. Pero sí pongo las manos en el fuego por la siguiente idea: que aunque sea una mujer dulce, que aunque se sacuda por el dolor ajeno, y que aunque use palabras suaves como un intento por mitigar el llanto, usted, al igual que ella, es plenamente consciente de que nada, absolutamente nada, suaviza la noticia de la muerte.

¿Que cómo le gustaría morir a Cecilia? Yo puedo decírselo, pero en voz bajita. A Cecilia —y esto me lo admitió ella a mí— le gustaría morir de cualquier forma menos violentamente.

Ella cierra el álbum y acompaña a la señora hasta la puerta.

Usted deja de espiarlas.

Y yo, señora madre, recreo su reencuentro con ese hijo suyo que es un poquito más alto que usted.