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9 de enero de 2020

Crónica

la revista porno de los Escobar

El Patrón no solo estaba en el negocio de la cocaína. Parte de su liquidez la dedicó a financiar la primera revista sexual de Colombia, dirigida por un tocayo de apellido. Las fotos internas son inpublicables pero SoHo cuenta la historia.

Por: Fernando Salamanca*

Tengo una revista singular que encontré hace un par de meses en una tienda de librero en el centro de Bogotá. Se llama Cuerpos (magazín erótico mensual para hombres y mujeres, exclusivamente adultos), y la publicó en 1980 Édgar Roberto Escobar, jefe de comunicaciones del Cartel de Medellín y pionero de la industria del entretenimiento adulto en Latinoamérica. En la portada aparecen cinco parejas desnudas, sin retoques de tonalidad cromática ni perfeccionamiento de sus cuerpos y sus rostros, detrás de dos frases en letras mayúscula sostenidas: “FOTOS ERÓTICAS DE MODELOS NACIONALES”, y debajo, “UN MUNDO DE SEXO, EL CLUB DE CUERPOS”. Tiene un formato pequeño y discreto que cabe en cualquier pantalón o bolso de mano, y una veintena de páginas que se leen en pocos minutos. El precio de este número publicado hace cuarenta años era de 500 pesos en Colombia (la décima parte del salario mínimo de entonces), y tres dólares en el extranjero. Quizás estas dos razones expliquen que este experimento sea un referente del porno nacional.

Cuerpos fue la primera forma accesible de pornografía de los colombianos. Cuando no se lograba conseguir un ejemplar de Playboy o Hustler, cumplía todas las fantasías. Las fotografías de portada y de interiores, en la que aparecen modelos colombianos, están acompañadas de versos cursis, como: “Hembra y macho. Energía que atrae. Imán de sexo que los une hasta la fatiga, y se mueren para volver a nacer después de un orgasmo”. En estas fotografías de parejas en pleno acto sexual, después del coito, o simplemente de mujeres y hombres solos, está la clave de su éxito.

Para decirlo pronto: era una revista para todos, hombres, mujeres, homosexuales, lesbianas y transgénero. La sección editorial titulada “Criterio”, siempre firmada por Édgar Escobar (conocido como el Poeta, Juan Carlos o 24), trataba temas relacionados con la mirada erótica. En un orden establecido por la dirección, iba después la sección más popular e inteligente: “Consultorio”, donde absolvía cualquier duda de los lectores con la ayuda de médicos. A continuación, publicaban los avisos clasificados, y luego el “Cuento erótico” y “Testimonio”, que ocupaban el mejor espacio. Esta era la estructura básica, que luego evolucionó a las fotonovelas pornográficas, relatos personales y el directorio sexual de Colombia. Fueron diez años y decenas de números en los que Cuerpos se masificó y reinventó la escenificación textual de la obscenidad, además de renovar el contenido literario erótico.

En esta década de furor, desnudos y gemidos, la revista fue el timonel de una industria pornográfica nacional en expansión. Luego, desapareció. No quedó nada: apenas el rastro de números en el rincón de un quiosco que se empolvaron con los años; algunos terminaron en el apartamento de su productor que logró salvaguardarlos de las vendettas entre mafiosos; otros quedaron en manos de coleccionistas pragmáticos... Fue uno de ellos quien me dio a conocer la revista. Él pagaba cada mes unos 1000 pesos para que el nombre de su negocio apareciera en la pauta publicitaria.

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En este parteaguas de 1980, las posibilidades de acceder al entretenimiento para adultos en Colombia (incluyendo películas, teatros y libros abiertamente eróticos) eran en extremo limitadas. Si bien ya existían salas clandestinas de cine porno en los años cuarenta, el precio de la entrada era seis o siete veces más costoso que los cines convencionales, que oscilaban entre uno y tres pesos (un empleado público ganaba cuatro pesos diarios). Veinte años después, Hernán Hoyos publicó su libro Crónicas de la vida sexual, una serie de relatos de la intimidad de los vallunos. Conversó con gente de la aristocracia, con intelectuales y periodistas, casi todos de clase media; con prostitutas, travestis y proxenetas de la zona de tolerancia de Cali; incluso con delincuentes en la cárcel. En una entrevista, Hoyos contó que llevó su obra a la Librería Nacional de la Plaza de Caicedo, y en menos de quince días agotó los 2500 ejemplares distribuidos solo en ese punto de venta. Por las tardes, la gente hacía fila para comprarlo. Incluso un amigo suyo había sorprendido a su abuela encerrada en el baño leyéndolo.

Por aquellos años, Hernán Díaz realizó el primer desnudo fotográfico reproducido en una publicación en Colombia: era el cuerpo –del pecho al pubis– de Fanny Mickey. La imagen fue una de las ilustraciones de La vida pública (de una mujer pública, por demás), del poeta Arturo Camacho Rodríguez. Luego, en 1967, Abdú Eljaiek realizó una serie de fotografías de desnudos de Dora Franco –una modelo bellísima que pasaría a ser una destacada fotógrafa de moda y sociedad– y las presentó en el Centro Colombo Americano, el único lugar que se atrevió a exponerlas. En los registros, Eljaiek captó a la modelo desde arriba, frontal, explícita, pronta al sacrificio, como escribió Eduardo Mendoza Varela en el poema que se pensaba ilustrar con estas fotografías, que estaría en la esquina inferior de la imagen. Una composición similar adaptada en los desnudos de Cuerpos.

En este punto, vale la pena preguntarse cómo nos definimos los colombianos a través del porno, e incluso, de lo erótico. Una de las secciones más populares de Cuerpos fue “Fantasía”, en la que la gente redactaba su ficción erótica y la hacía llegar a las oficinas de la revista. Un tal Gerardo Grisales escribió que su delirio de cada noche era hacer el amor con el cantante mexicano Emmanuel. “De solo oír sus canciones en la radio, me excito profundamente –escribió–: estoy seguro de que él es bisexual y que disfrutaría esto enormemente”. Otro clasificado decía: “Tengo 35 años. No soy fea, pero sí ardiente. Estuve casada por diez años y perdí a mi marido. Ahora me atraen fundamentalmente los hombres jóvenes y demasiado activos en cuestiones de sexo. Ojalá que estén sin iniciarse sexualmente, para mostrarles el auténtico placer. Estoy dispuesta a ayudarlos incluso económicamente. Escriban pronto con fotos ojalá al desnudo…”.

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En su primer editorial, Édgar Escobar se lanzó al ruedo con sus consideraciones. “Lo erótico está ligado a las vivencias más legítimas del ser humano –escribió–. Lo pornográfico en esencia es la definición generalizada de lo erótico. La diferencia entre una y otra está en la mentalidad de cada persona dependiendo de su educación sexual”. Esta idea de lo erótico pornográfico la trasladó a sus cuentos; por ejemplo, en La canción de Madonna relata la evolución sexual de Manolo, un chico de 12 años cuyo récord de conquistas incluye a su hermana menor, su madrastra, amigos del colegio, prostitutas y adictos sadomasoquistas. Al final, Manolo es una fuente incontrolable de sexo que termina por derramarse en la caja del disco de Madonna mientras escucha Who’s that girl (1987).

Antes de escribir cuentos pornográficos, Escobar fue libretista de telenovelas en RCN Televisión y del programa de Todelar La ley contra el hampa, que convertía los crímenes de la época en vibrantes radionovelas policiacas, uno de los programas de mayor audiencia en la historia de la emisora. Una nota de Semana, de julio de 1990, cuenta que el Poeta vestía siempre de gabardina negra, no fumaba ni tomaba trago y le molestaba sobremanera que le llamaran “marica”. Simón Posada cuenta en su libro Días de porno que Édgar llegó al negocio cuando conoció, durante una comida en un hotel de Medellín, a Alexei Cherniakof, quien trabajaba con la realizadora South Park Productions y había viajado desde Los Ángeles para hacer una película porno. El extranjero le pidió algo casi imposible: conseguir una docena de mujeres dispuestas a grabar al día siguiente, pero Édgar Escobar cumplió el reto y se asociaron. En los créditos de Trópico Producciones (El jardín del amor, Cuerpos de fuego, Aroma de sexo y Juegos ardientes, que vendió 7000 copias en videocasete solo en Colombia), Cherniakof aparece como director y Escobar como guionista.

El Poeta camufló sus actividades con el cartel a través de dos empresas destinadas al negocio de la pornografía: Trópico Producciones (un estudio donde se filmaban videos porno protagonizados por hombres entre los 16 y 30 años) y E.E. Ediciones, que se creó para apoyar su labor de relaciones públicas. En sus oficinas se imprimían y distribuían los comunicados de Los Extraditables, también se escribían y editaban las revistas pornográficas Cuerpos, Póker y Sueca, cuya redacción padecía, desesperada, la guillotina del cierre y contaba con colaboradores permanentes (Malcolm Peñaranda, Juan Carlos Cuello, los doctores Augusto Rivera y Alexander Korzyniewsk, el caricaturista Vito, entre otros) y ocasionales (Álvaro Vélez Restrepo, Guillermo Zapata Isaza) que daban una mano en las emergencias de última hora. Édgar aparecía con su fotografía y nombre completo en la página editorial y en la bandera de la publicación, pero con el tiempo –cuando avanzaron sus relaciones con el cartel– decidió poner su segundo nombre, Roberto, y firmaba los artículos con el seudónimo de Roberto Denicolas debajo de una fotografía en la que llevaba pelo engominado, barba bien cuidada y unas gafas gruesas estilo hípster.

La relación del Poeta con el jefe del cartel de Medellín tuvo matices reveladores. Uno de los primeros fotógrafos de Cuerpos fue Édgar Jiménez Mendoza, conocido como el Chino, un compañero de colegio de Pablo Escobar que fue después su fotógrafo privado. Cuando estudiaba en el Liceo Antioqueño, el Chino les tomaba fotos a sus compañeros de clase y, en especial, a su novia Amparo y a las jovencitas que se dejaban impresionar por su cámara. Sus primeros desnudos los hizo con chicas del barrio, como Marcela Barbosa y Paola Luna, modelos en varios números de Cuerpos. Cuando comenzó a trabajar para Pablo Escobar, en su época de mayor prestigio, sus amigos de parranda le apodaban el “pornonarcofotógrafo”. Por otro lado, varios de los modelos de Póker (una revista abiertamente gay) fueron asesinados en vendettas en los ochenta y cuando se crearon Los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar). Algunos de los sicarios de Escobar, con un prontuario terrible, eran clientes de los prostíbulos travestis en Lovaina, Medellín, se enamoraron de los modelos y se los llevaron lejos para no compartirlos con nadie. En aquellos años, muchos travestis terminaron llevando pistolas y granadas en sus carteras, junto con el maquillaje; otros más decididos se convirtieron en matones a las órdenes del Patrón.

El esplendor del Chino como pornofotógrafo coincidió con el auge de las empresas de Édgar Escobar. Cuando la editorial tomó vuelo y sus publicaciones se las arrebataban a los vendedores de quioscos, el Poeta decidió ampliar su portafolio. Los lectores podían adquirir por 700 pesos los primeros títulos de la colección erótica: Juegos ardientes, Es más tierno al amanecer, Aroma de sexo, Historia prohibida y Cuerpos de fuego, entre otros; también decidió incursionar en el mercado de salud y bienestar, se publicaron libros sobre la interpretación de los sueños, aforismos, cuidados de mascotas, y novelas policiacas y western. La abundancia desorbitante no parecía tener techo. Sin embargo, la realidad se impuso como un puño de hierro para el Poeta y la editorial, pues fue capturado en julio de 1990 en una operación liderada por Harold Bedoya, entonces comandante de la IV Brigada. Dos semanas después, en una nota de Semana, Bedoya declaró: “Los hilos de comunicación de Pablo Escobar con el resto del mundo se han cortado”.

La pornografía pertenece al mundo del derroche y del exceso. Édgar Escobar personifica –y contradice, como hemos visto– esta doble condición. Después de ser liberado por falta de pruebas (Gustavo Salazar fue su abogado), él se esfumó y las oficinas de las revistas cerraron, no se volvió a publicar ningún número de Cuerpos y Póker. El juego de la revista terminó cuando los límites se estrecharon: no sobrevivió a la caída de su creador y del cartel de Medellín. Para 2009, Édgar vivía con sus papás, un perro faldero, unos kilos de más, anteojos y producía películas gay para Italia y Europa, de forma exclusiva y cediendo todos los derechos. Sus películas no se consiguen en Colombia.

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Cuerpos mantuvo una línea de arte y fotografía de modelos de calle, jovencitas y muchachos bien parecidos que se animaban a enviar una fotografía desnudos con su nombre completo real, domicilio, edad, color de pelo y de ojos, y sus intereses por aparecer en la revista. La publicación apostó por alejarse del prototipo borderline que trata a su pareja como carne fresca, la golpea y se derrama en su cara. Rocco Siffredi no hubiera encajado ahí. No se trata de una publicación “erótica” o de contenido soft, tampoco de porno duro y puro; creo que la apuesta va más allá, pues propone otras estéticas y otros clichés: chicas guapas (tirando o posando) con muchachos normales (en lugar de tipos atléticos follándose a barbies); hay una sugerencia por alejarse de los viejos códigos de la sexualidad, similar a producciones actuales del posporno, influenciadas por la filósofa Beatriz Preciado

Asimismo, el juego, los imaginarios del goce, del sexo, de lo prohibido y obsceno cambian según los umbrales de tolerancia colectiva y moral. La aparición de una revista porno corre paralela a la creación de un alma sensible; de lo íntimo y lo privado; de historias de onanismo, cunnilingus, enfermedades de transmisión sexual; de la sodomía o el sexo grupal, y sobre todo, de la primacía de lo visual. De esta manera, Cuerpos participa a su manera en el progreso, en conocer y reconocer el cuerpo de la gente de a pie, un cuerpo que es perfectible. Ese es su aporte: un supermercado del gemido durante la época más difícil del país. Una fiesta del yo.

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