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22 de junio de 2012

Cuento

La vejez de Darth Vader

En algún lugar en el interior de ese casco oscuro brilló un fogonazo de melancolía. Pero no se dejó vencer. Había ganado batallas más difíciles, aunque fuese en la época en que su próstata funcionaba.

Por: Santiago Roncagliolo

EL CABALLERO del gracioso traje negro se acercó al mostrador llevando su ticket con el número 347. Cojeaba ligeramente, y le faltaba una mano:
—Perdone… creo que es mi turno.

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La funcionaria levantó la cabeza. Parecía furiosa con el mundo en general, pero sobre todo en ese preciso momento, con ese hombre, o robot, o lo que fuera:

—¿Cómo que “creo”? —refunfuñó—. ¿Es su turno o no es su turno? ¿No sabe ver el panel electrónico?
—Usted disculpe… Es mi turno. Positivamente.
—Pues siéntese y hable —dijo ella, clavando el ticket en un punzón de su escritorio, como si quisiera atravesarle los riñones—. No tengo todo el día.
—Yo… he reclamado una pensión de jubilación…
—¿Nombre?
—Pero no he recibido respuesta, y quisiera saber si…
—¿Nombre? —repitió ella, exasperada.
—Vader. Darth.
La funcionaria tecleó rabiosamente en su computadora. Y esta vez, ni siquiera levantó la cabeza para responder:
—No figura en los registros.
—¿Cómo que…
No puede ser.
Ella se limitó a mirarlo. Ya decidiría su computadora lo que podía o no podía ser. Él dejó escapar un suspiro, que bajo su máscara sonó como una locomotora en marcha. E hizo otro intento:
—Pruebe con Skywalker. Anakin.
Ella ingresó la información en el sistema:
—Tenemos un Skywalker. Pero se llama Luke.
—Es una larga historia.
—¿Ocupación?
—Caballero Jedi. Detentor de la Fuerza. Comandante en Jefe de los Ejércitos Imperiales.
La mujer parecía a cada segundo más impaciente:
—¿Ocupación? —repitió.
—Empleado público.
Como llegado de las profundidades de Andrómeda, un polvoriento recuerdo aterrizó sobre la mente de esa mujer. Dijo:
—Aaah… sí… Perdimos muchos registros cuando explotó la Estrella de la Muerte. Es posible que el suyo se encuentre ahí.
En algún lugar en el interior de ese casco oscuro brilló un fogonazo de melancolía. Pero no se dejó vencer. Había ganado batallas más difíciles, aunque fuese en la época en que su próstata funcionaba. Miró fijamente a los ojos de la mujer, concentrando en su mirada la fuerza hipnótica del Mal, y estiró la mano hacia adelante, con los dedos extendidos.
—Siente el dolor… —murmuró.
Pero ella ni se inmutó:
—No se retuerza acá. El baño está al fondo a la derecha.
El caballero bajó la mano. Carraspeó:
—Debe haber una manera de resolver… mi solicitud.
—Tiene que conseguir un testigo –respondió ella, y comenzó a tamborilear con los dedos sobre la mesa.
—¿Un qué ?
—Alguien que certifique por escrito que usted cumplió funciones en la administración imperial.
—¿Está bromeando? Lo vieron en el cine cincuenta millones de personas.
—Pues llame a uno. Pero debe ser un testigo con credibilidad. Alguien que haya estado ahí, y pueda probarlo. Le aconsejo que no nos traiga a un freak con acné. Eso es todo. ¡Siguiente!

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***
Como todas las noches de los jueves, el caballero del gracioso traje negro asistió al club de la tercera edad. Su partida de dominó con los viejos amigos quizá era una costumbre patética, pero no le sobraban distracciones. Además, el médico del seguro le había recomendado hacer vida social.

—Así que ahí estaba yo —decía uno de sus compañeros cuando llegó él—, después de recorrer todo Tatooine, solo frente al todopoderoso Sarlacc. Una lucha mucho peor que la que tuve con Jaden Korr…
El jugador que tenía al frente puso los ojos en blanco:
—Hemos escuchado esa historia cuatrocientas veces, Boba Fett. Y estoy seguro de que es mentira. Todo el mundo dice que saliste corriendo.?—Ya empezamos —protestó Boba Fett, y luego remedó con voz pituda—, “Jabba el Hutt nunca corre”, “Jabba el Hutt no se escapa”. Me envidias porque tengo piernas. ?—Ya cállense —interrumpió el tercero, el de la capucha—. Ahórrenle sus monsergas al recién llegado. ¿Cómo va todo, Darth?
El caballero del gracioso traje negro se sentó. Resoplaba como un caballo cansado, o en su caso, como una tostadora estropeada.
—Alguien debería poner un ascensor en este club.

Los ojos de Boba Fett brillaron, pero nadie los vio, porque llevaba puesto el casco:
—Eso me recuerda la vez que perseguí a Gilramos Libkath. Un bicho de cuidado. ¿Sabían que…
—¡Oh, cállate ya! —dijo Jabba el Hutt—. ¿Estás bien, Darth? Te ves un poco decaído.
Al caballero del gracioso traje negro no se le daban bien las confidencias, pero qué demonios, si no lo escuchaban estos ancianos, no lo escucharía nadie. Admitió:

—Necesito un testigo que certifique mi trabajo. Por lo de la pensión y eso.
—Bueno —dijo el encapuchado—, yo puedo dar fe de que tus servicios en el lado oscuro de la fuerza fueron de primera calidad.
—Ese es el problema, Emperador —replicó el caballero del gracioso traje negro—. Necesito un testigo que no sea responsable de crímenes masivos ni sabotaje industrial.
Jabba el Hutt levantó su manito con entusiasmo, pero el caballero se apresuró a añadir:
—Ni de trata de blancas.
—No fue trata de blancas. La princesa Leia estaba enamorada de mí. No todos los días se encuentra un cuerpo como este.
Pero no lo dijo con convicción. Al contrario. Como siempre que hablaban del pasado, un halo de nostalgia se cernió sobre la mesa, y terminaron sumidos en un triste silencio. Al menos, esta vez, Boba Fett interrumpió el momento con una nota de esperanza:
—Bueno, hay alguien a quien puedes llamar.
Los demás levantaron la cabeza e intercambiaron miradas. Nadie había querido pronunciar ese nombre. El propio caballero del gracioso traje negro movió lentamente su casco a un lado y otro:
—¿A él? No, no podría hacerlo.
—¿Por qué no? Dicen que está muy bien situado ahora.
—Ya, pero…?El Emperador lo interrumpió:
—No es tan mala idea. Después de todo, ¿qué puedes perder?
—El orgullo. La dignidad. El amor propio.
Jabba el Hutt miró a su alrededor, hacia todos los ancianos verdes con múltiples cabezas que un día habían sido sus siervos y ahora los acompañaban en las clases de fisioterapia.
—Bueno —dijo—, a estas alturas, no creo que debas preocuparte por esas cosas.

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***
De vuelta en casa, el caballero del gracioso traje negro se colocó su mantita sobre las piernas e intentó distraerse con algún reality show: casi llama su atención uno sobre 14 mandalorianos que sobrevivían juntos en una nave espacial, pero en realidad, no duró mucho viéndolo. Su cabeza solo podía pensar en su encuentro con la funcionaria y en la conversación con sus compañeros de dominó.
Se pasó un par de horas rumiando la idea hasta que comprendió lo inevitable: tendría que hacer esa llamada. Se levantó y buscó el teléfono en sus agendas viejas. Llevaba mucho tiempo sin hablar con según quién.
Encontró el número en la agenda negra, la que decía “enemigos a muerte y rebeldes infectos”. La lista de nombres de la agenda volvió a traerle recuerdos, pero los reprimió. Era hora de vivir en el presente. Sacando fuerzas de flaqueza, marcó el número. Del otro lado, una voz familiar le contestó:
—¿Hola?
A su alrededor se oía música, ruido de vasos chocando, voces de chicas:
—¿Hola? —repitió la voz.
El caballero del gracioso traje negro estuvo a punto de colgar, pero se sobrepuso. No tenía más alternativa. Al final, las palabras salieron de su boca por sí mismas, como si estuvieran escritas en un guion:
—Luke, soy tu padre.

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