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22 de junio de 2012

Cuento

La vejez de Jason, el de viernes 13.

La causa de su estado era una carta de la Federación internacional de asesinos en serie, en la que le anunciaba la pérdida de su licencia por no haber matado a ninguna persona, animal o cosa, ni siquiera a un cantante de reggaetón, en los últimos dos años.

Por: Efraim Medina

1. Jason había comprado aquel enano cojo y adolescente unos años atrás en un negocio de Miami, y lo usaba para todo, incluso para eso. Había cumplido su sueño de mudarse a Nueva York, tenía ya 84 años, usaba jeans y no soportaba escuchar la palabra vejez. Todos pensaban que amaba el jockey, pero si llevaba aquella estúpida máscara, era porque se le había quedado atorada en los pómulos y no conseguía despegarla. A él, los jugadores de jockey le parecían una manada de pendejos; su deporte favorito era el béisbol. Había seguido desde niño las hazañas de los Yanquis de Nueva York y esa tarde había hecho una larga fila para entrar al estadio y luego ocultarse con su enano y su machete en el camerino del equipo visitante. Estaba por jugarse el séptimo y definitivo partido de la Serie Mundial de aquel año y Jason temía lo peor. Cuando el equipo Medias Rojas de Boston (rival de los Yanquis) estaba vistiéndose para saltar al campo, Jason le dio la señal al enano para que apagara la luz, y se lanzó contra los peloteros con machete en mano. Sin embargo, todas las cabezas que cortaba volvían un instante después a su lugar; aquellos beisbolistas del más alto nivel consumían tantas sustancias raras para mantener su rendimiento que, sin saberlo, se habían convertido en mutantes indestructibles. Cuando todo el equipo de Boston, incluidos a los masajistas (que también se dopaban), terminó de golpear a Jason, el enano lo sacó de allí como pudo y lo llevó a la habitación que compartían en un hotelucho de Brooklyn. Jason sangraba copiosamente por todos los ángulos de su inhumanidad. Hasta el orgullo le habían destrozado, pero solo la máscara permanecía intacta. Él mismo le pidió al enano solicitar aquella sesión con el doctor Plátano que su colega y amigo Freddy Krueger le había aconsejado tantas veces. El doctor Plátano era un célebre psicoanalista de asesinos en serie, y entre sus logros estaba haber convencido a Krueger de su talento como bailarina y cantante, incluso lo había acompañado al quirófano y elegido Rihanna como su nombre artístico. A pesar de esto, Jason desconfiaba del doctor Plátano y le parecía humillante tener que pagar una fortuna para revelar su intimidad a un extraño. Pero se culpaba de la derrota de los Yanquis y necesitaba ayuda para salir de la depresión y recuperar su instinto criminal.

2. Antes de iniciar el tratamiento, el doctor Plátano le dijo a Jason que si quería resultados, debía ser completamente honesto con él y quitarse la máscara. Jason lo tomó literalmente y le pidió al enano que buscara ayuda. El enano trajo a un carnicero que logró finalmente despojar a Jason de ese lastre. Para el doctor Plátano fue sorprendente descubrir que el rostro de Jason no había envejecido al ritmo de su cuerpo y que tenía un increíble parecido con un célebre expresidente colombiano. Jason le confesó al doctor Plátano que la derrota de los Yanquis lo había afectado solo en parte y que la verdadera causa de su estado era una carta que había recibido de la Federación Internacional de Asesinos en Serie, en la que le anunciaban la pérdida de su licencia por no haber matado a ninguna persona, animal o cosa, ni siquiera a un cantante de reggaetón, en los últimos dos años y tener una relación sospechosa con un enano. El doctor Plátano trató de tranquilizarlo y le contó que aquel expresidente colombiano a quien tanto se asemejaba había venido a consultarlo por el mismo problema.
—¿Tenía un enano? —preguntó Jason.
—No —dijo el doctor Plátano, con una extraña sonrisa—. El enano era él.
Jason le pidió al doctor Plátano olvidarse de aquella historia y darle una solución. El doctor Plátano le sugirió irse a Colombia, donde podía explotar su flamante cara siendo el doble más doble en algún programa de televisión de aquel triplehijueputa. Jason se levantó del diván y, hecho una furia, acuelló al doctor Plátano.
—¿Cree que soy un idiota como Krueger? No quiero ser una celebridad de mierda, soy un serial killer y quiero recuperar mi imagen y mi licencia.
—Te juro que Colombia es el país perfecto para eso —dijo el doctor con un hilo de voz.

3. Al enano, que no era enano sino que había nacido en una vereda de Boyacá, la noticia que se iban de vacaciones a Colombia lo hizo saltar en un solo pie (el otro lo había perdido de niño por culpa de una mina quiebrapatas). Sabía que Colombia era el único lugar donde podía volver a degustar una elegante sopa de habas, pasar por alto y aspirar a 50.000 votos para hacer lo que le viniera en gana. Ese mismo día, él, Jason y su inseparable machete tomaron un vuelo a Bogotá, y aunque salir del aeropuerto Eldorado y llegar al Hotel Tequendama les tomó tres meses, se divirtieron viendo asaltos callejeros, putas de todas las pelambres, manadas de perros sin dueño y venta indiscriminada de drogas en cualquier esquina. Al entrar al hotel, todos inclinaron la cabeza con respeto, y Jason recordó la historia del doctor Plátano sobre su cara y la de aquel expresidente. Después de instalarse en la habitación, Jason ordenó al enano (que era más alto que la mayoría de transeúntes que había visto) averiguar si cerca del hotel había campamentos de estudiantes. Su plan era realizar tres o cuatro masacres lo más rápido posible y volver a Estados Unidos por su licencia. El enano estuvo un par de horas afuera y cuando regresó, le dijo a Jason que los estudiantes de la ciudad no iban a campamentos por temor a los asaltos y a los secuestros, y que a los niños abandonados que —según la guía turística que habían comprado en el aeropuerto de Nueva York— poblaban las calles ya los había asesinado años atrás un tal Garavito, y los nuevos habían escapado ante el anuncio que el tal Garavito estaba por salir de la cárcel.
—¿Estás seguro de que no hay nada? —preguntó Jason desencantado.
—Lo único sería atacar a unos de esos grupos de yagé, pero deben estar más zombis que aquel equipo de béisbol. Para realizar masacres hay que ir a las zonas rurales, pero la competencia es poderosa y desleal. Nadie defiende a esos campesinos. Quien primero llega primero masacra y nosotros no conocemos el terreno.
—Tenemos que hablar con ese colega Garavito. Si dices que mató a tantos niños, sabrá aconsejarme.

4. En la calle, todos se volvían a mirar a Jason, algunos se le acercaban y trataban de abrazarlo o besarle la mano. Otros lo insultaban. Y entre uno y otro bando se insultaban entre sí.
—¿Qué les pasa a estos idiotas?
—Es por tu cara, ya sabes.
—¿Y qué hizo de especial ese expresidente?
—Comparado con él, dicen que Garavito es un principiante.
—¿Era un asesino en serie ?
—No, lo era en serio. ¿Sabes qué son todos esos huecos en las calles?
Jason negó con la cabeza.
—Tumbas comunes: este país está repleto de minas quiebrapata y cadáveres.

EPÍLOGO
El enano entró a la cárcel a visitar a Garavito y jamás volvió a salir. Jason no pudo recuperar su licencia ni regresar a su país, porque lleva años en un taxi atrapado en un trancón de la 26. El expresidente con el que confundían a Jason contrató como asesor al doctor Plátano y sigue trabajando en la sombra. Su nuevo objetivo son los grupos de yagé y los sexólogos.

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