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16 de octubre de 2003

La vida sin música

Por: Andrea Jimena Bernal

Soy sorda. Debería responder que no sé cómo es la vida sin música, pero siento los compa-ses bajos y su ritmo. No siento la música de la misma ma-nera que quienes pueden escucharla, pero sé cómo es mi vida con ruidos. No niego que en ausencia de la música estoy rodeada de tanto silencio, que encuentro sosiego en mi espíritu. Mi discapacidad auditiva se manifestó desde que nací. Desde entonces vivo encerrada en mi silencio. Es parecido a lo que siente cualquier persona cuando está nadando, por debajo del agua. Aunque los sordos no podemos oír nuestra propia respiración, sí podemos sentirla y darnos cuenta de que estamos vivos y de que Dios desarrolla en nosotros otras percepciones.
'Oigo' gracias a las terapias que recibí en el Instituto Colombiano de Audición y el Lenguaje (ICAL), que consisten en discriminar e interpretar las vibraciones que recorren el cuerpo (por ejemplo en los pies, cuando 'escucho' salsa: los tonos bajos transmiten sus vibraciones al piso y yo percibo si son de cadencia lenta o rápida). Esa técnica de sentir e interpretar los 'ruidos' por el ritmo musical y corporal se llama verbotonal.
El mundo está lleno de vibraciones a las que una persona que oye no les pone mucha atención, porque no las necesita. Pero para mí una vibración es una pista, una seña vital. Además, me contagio con la alegría de las personas que están cerca cuando hay música. No sé cómo suena un clarinete porque mientras más agudo sea el sonido, menos vibraciones produce. En cambio sé muy bien lo que se siente con un tambor africano y tengo muy claro que una de mis favoritas es Madonna. Cuando 'oigo' Like a prayer o alguna canción de Ricky Martin, como María, me emociono. Lo que más fácil se entiende es el rock, la cumbia, el pop, la salsa y el rap. Los boleros no me llaman la atención porque no entiendo las letras de los cantantes y me aburro. Este año empecé a conocer nuevas cosas como Eminem y Gorillaz. También vi un DVD de U2 y me impactó, porque sentí algo distinto que me gusta en la guitarra que toca The Edge y la voz de Bono. La música clásica, en cambio, me gusta cuando estoy trabajando en el computador. Me trae tranquilidad, lo mismo que el jazz y el blues. De Beethoven, la Novena
sinfonía coral, porque es como llegar lejos y elevarse a ple-nitud, y el primer movimiento de la Quinta Sinfonía, porque me doy cuenta de que se dan muy buenos cambios entre notas suaves y fuertes. Para la fiesta, salsa, merengue,
vallenato, cumbia, rock y hasta rap, que está tan de moda.
Tengo unos audífonos de gran ayuda, y a través de ellos, por allá en el fondo, he sido capaz de percibir algo de música como ustedes la perciben cada vez que quieren. Me alcanzan a llegar los ritmos, y esa información auditiva, complementada con mi percepción de las vibraciones, me ayuda a marcar diferencias.
He tomado clases de rítmica y de música con más amigos que no oyen. Este año estamos aprendiendo a cantar, pero no es tan fácil. Poco a poco vamos aprendiendo a entender la música para pronunciar palabras y repetirlas acompañadas de las palmas y los pies. Tal vez algún día podamos aprender a tocar un instrumento.