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16 de octubre de 2003

La vida sin pelo

Por: Fernán Martínez

Lo juro. No me importa ser calvo. Es más, me burlo de mi calvicie. Y ese es otro motivo para que Paola, mi mujer, me regañe.
"Si tú no dices nada, la gente ni se da cuenta de que eres calvo", argumenta.
La semana pasada mi hija Isabella, de cuatro años, que es una intensa observadora, apenas se dio cuenta de que soy calvo. Seguramente alguien le dijo en el parque o en la escuela que los que no tienen pelo como su padre son calvos. Y se lo dijeron con maldad porque viene, me mira burlonamente y me grita: "¡Calvito, papi, calvitooooo!", y sale corriendo como si yo fuera a reaccionar de mala manera, como ese fotógrafo loco que había en el parque Caldas y que nosotros cuando salíamos de la escuela le gritábamos "¡Tijeras!", y salía a perseguirnos con ganas de ahorcar a algún muchacho para que escarmentáramos.
Comenzaba diciendo que no me importa ser calvo. Manolo Martínez, el calvo más famoso, inteligente y macho de Popayán, mi papá, vivía orgulloso de su falta de pelo como orgulloso era de su pueblo, su familia, su pecho peludo, sus brazos peludos y su cara peluda. Nunca lo oí quejándose de ser calvo, a no ser por los estragos que hacía el sol sobre la piel que cubría su cráneo.
Antes de los 25 años yo ya sabía que iba a ser calvo. Lo que me preocupaba no era que se me cayera el pelo, sino que no fuera un tipo alto. Por cuatro o siete centímetros más (de altura) me hubiera hecho lo que fuera, de hecho me tomé muchos frascos de aceite de hígado de bacalao, Emulsión de Scott, porque mi mamá me prometía que con esa porquería yo iba a ser alto y fuerte .
Mi mujer a veces pelea porque alguien le dice que yo soy bajito y si le dicen además que soy gordito llega a la casa a reclamar. "Que seas calvo no me importa, pero que además seas bajito y gordito no lo acepto, las dos primeras ya son incurables. Pero si te engordas me voy de la casa y por supuesto me llevo a la dos niñas", me amenaza y yo dejo, durante dos noches, de comer galletas Oreo con Coca-Cola antes de acostarme.
Me preocupan más otras caídas que las del pelo. La caída del ánimo, la caída de la barriga, la caída de las nalgas, la caída de la papada, la caída de la bolsa, la caída de Chavez, la caída de los huevos y la otra gran caída que gracias a Dios, a mi mamá y a la inmunda Emulsión de Scott me mantiene fuerte y vigoroso.
Las épocas de mis amigos las clasifico por las drogas a que se han ido enviciando, a saber: anfetaminas, cocaína, Minoxidil, Mylanta, Éxtasis, Prozac y Viagra.
Lo más fuerte que he probado es la Mylanta.
Cuando salió el Minoxidil y leí que eso podía detener la caída del pelo pero que causaba otras caídas, no quise ni tocar un frasco. No entiendo para qué quieren tener pelo y verse mejor si después sus mujeres van a tener que buscar juguetes en el vecindario.
Eso del Minoxidil es una estafa. La cabeza de un hombre adulto debe de tener 400 mil pelos. yo también pensaba que eran millones, pero la cuenta es muy fácil: son unos 700 ó 800 centímetros cuadrados de cuero cabelludo (depende del cabezón) y en cada centímetro hay 400 materitas o poros capilares con un pelo cada una. Un frasquito de Minoxidil vale 30 dólares y dura un mes. A un calvo se le han caído por lo menos 200 o 300 mil pelos, si el tratamiento comienza a los 30 años y cada mes recupera 100 pelos, lo cual es una exageración: cada pelo le sale a 30 centavos, los 200 mil pelos valen 60 mil dólares y lo peor es que se demorarían 2.000 meses para salir, es decir 350 años. ¡Para qué coños quieren pelo a los 380 años!
Me da lástima ver a los hombres con peluca, mucha más lástima que cuando veo a un hombre con una pierna artificial, pero todavía me da más lástima ver a los hombres con injertos de pelo, con la cabeza que parece la cuca de una muñeca. Deben de ser muy desgraciados en la vida, deben de sufrir mucho frente al espejo, como aquellos calvos que peinan para arriba y la cabeza se les ve como una cebolla.
Mi amigo Pepe Guindi, mexicano y judío, tiene una de las pelucas más horribles que he visto en mi vida: parece que tuviera una ardilla muerta en la cabeza. Se levanta dos horas más temprano que los demás para peinarla y ponérsela, no se puede meter a la piscina ni puede practicar deportes de alta velocidad.
El mejor charro del mundo, Vicente Fernández, me contaba que una vez en Acapulco lo condecoraron y tenía que quitarse su sombrerote para que le colgaran la medalla. Cuando se fue a sacar el sombrero sintió que la peluca se había quedado engarzada, no tuvo mas remedio que recibir la medalla en su manos y besarla y besarla para que nadie notara el incidente. Después me comentó, y lo repito porque me lo dijo en cámara, que decidió hacerse el transplante, "es fácil como sembrar maíz". No estoy de acuerdo.
Otro amigo, Isaac Mildemberg, judío de la 82, es más calvo y orgulloso que yo: "No se puede tener pelo y dinero", asegura, y vive feliz.
Tengo otro amigo, o mejor, conocido, que es muy joven, cantante, famoso y mala paga, a quien la vida se le está acabando con la inevitable llegada de su calvicie y vive embutido en unos gorros horrorosos que antes usaban solo los sordomudos. Le pasa exactamente lo contrario que a mi otro gran y brillante amigo calvo, Julio Sánchez Cristo, que no se pone gorra ni para jugar tenis en Miami un domingo de 10 a 12 de la mañana del mes de agosto.
He leído que la alopecia es producto del exceso de testosterona, lo que indica que los calvos tenemos más de esa hormona que es la gasolina de la virilidad. Lo que no entiendo es por qué ahora hay tanto calvo marica. Misterios de la ciencia.
Obviamente me sé todos los chistes de calvos y ya no me hacen gracia. Lo que sí noto es que siempre me los echan aquellos que tienen mucho pelo, poca inteligencia, poco buen humor, poca plata y pocas novias. Me dan risa (ellos).
Cuando los pelos se me quedan en el cepillo o se escapan por el sifón me causan impresión por lo antihigiénico pero nunca lástima, pesar o complejo. Confieso que hay algo que me tiene bien, pero bien cabreado y es que me está saliendo pelo en las orejas, eso sí es grave.
Todas las mañanas reviso bien que no quede uno solo de esos pelos orejeros vivos para que mi Isabella no lo note. Si se me burla de eso me muero de tristeza.