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12 de junio de 2006

Lo que el fútbol me enseñó de la física

Por: Roberto Rivelino

Chutar bien la bola es un don divino. Desde que era un niño fue clave en mi juego. Con mi hermano competíamos en el jardín de mi casa y él se enojaba porque yo pateaba muy fuerte. No puedo decir que practiqué para mejorar mi estilo. Mi goce era jugar fútbol en la calle, en los campos de tierra, en cualquier sitio. La buena pegada fue como una bajante del cielo que yo aproveché cuando me hice jugador profesional.
Siempre me gustó pegarle de zurda, con tres dedos y fuera del área, buscando la curva para engañar a los arqueros. La pelota parecía que se iba desviada, pero tomaba el efecto justo para meterse al ángulo en el último tramo de su trayectoria. Esa fue mi especialidad. Con pelota parada o en movimiento siempre tuve un alto índice de acierto.
En los tiros libres buscaba una referencia en la barrera. La posición ideal, por ser zurdo, era la derecha. Pateaba con la parte interna del pie, apuntaba a la cabeza del segundo hombre de la barrera para que la pelota fuera en curva y se fuera alejando del arquero. Era infalible, pues si uno le entra bien al balón, con la velocidad adecuada, el arquero nunca tendrá defensa.
Como variante, y siempre para desorientar a los rivales, manejábamos con mis compañeros algunos códigos o señas antes de ejecutar un tiro libre. Por ejemplo, cuando le guiñaba el ojo a Mirandinha, que era rapidísimo, significaba que mi remate iba fuerte y abajo para que el arquero diera rebote. Ahí llegaba primero mi compañero para completar la jugada.
Me paraba junto a la pelota como si fuese a acariciarla por arriba de la barrera al ángulo izquierdo. Cuando el arquero se movía hacia ese sector, yo aprovechaba mi bola rápida y lo engañaba con un disparo hacia su derecha. En Brasil, lo llamamos "contrapié". Así le convertí un gol muy importante a Checoslovaquia en el Mundial del 70.
El mejor gol que hice de tiro libre fue en el Mundial del 74 contra Alemania oriental. Le entré tan bien al balón que no lo sentí en mi pie. Eso ocurre muy pocas veces. Casi le arranco la cabeza a Jairzinho, con quien había practicado esa jugada. Yo apuntaba a su cabeza en el medio de la barrera y él se agachaba. En el partido tardó en hacerlo y casi lo descabezo. El remate salió con tanta potencia que golpeó la red y la bola salió despedida casi hasta el área grande. Fue un gol muy bonito.
Los futbolistas que se destacan en el remate de media distancia tienen el pie pequeño. Debe haber un fundamento técnico para que eso suceda. Algunos dicen que le entran a la bola con más precisión. Pero yo no puedo hablar mucho, porque calzo 40, lo que no es precisamente un pie de princesa.
Nelinho, el lateral de Brasil en el Mundial del 78, fue el jugador que mejor vi patear desde afuera. Él siempre practicaba en la playa y descalzo, así lograba mayor sensibilidad en el pie. Nunca me voy a olvidar del gol que le convirtió a Zoff en el partido por el tercer puesto. Le pegó desde la derecha con pelota en movimiento y con tres dedos. La pelota se iba lejísimos del arco, pero se fue cerrando y entró justo. Fue impresionante.
Lo importante de un remate es que combine potencia y precisión. Usted ve a Roberto Carlos, que patea y patea, cinco o seis veces por partido. Fuerte, pero no tiene mucha precisión. Cuando falla, es por mucho. No lo considero un especialista en tiros libres; convierte muy poco en relación con la cantidad de intentos por partido. Tampoco me convence Beckham. Mucho se habla de su gran pegada, pero para mí es un buen tirador de centros, no más. Cualquiera, hasta yo con mi sobrepeso, puedo cruzar la bola al área con más competencia que él. Los mejores hoy en día son Riquelme y Marcos Assunçao, del Betis.
Si yo jugara hoy con estas pelotas tan livianas, hubiese hecho el doble de los goles que anoté. En mi época, la bola pesaba como mil kilos, se hacía más difícil dirigirla a los ángulos, porque no obedecía tan fácilmente al chuteador. Ahora están diseñadas para que se anoten más goles y para perjudicar a los arqueros, que no pueden retenerla como antes y además se confunden con los efectos que toman en su trayectoria. El mayor trauma en mi carrera deportiva fueron los penaltis. No me sentía a gusto enfrentando a un arquero sin defensa. Mis compañeros me decían que con mi facilidad para colocar la pelota donde quisiera, tenía que intentar más seguido, pero yo ejecuté no más de cuatro o cinco en mi vida. A mí me gustaba tener una barrera enfrente, eso me hacía bien. Quizá si los penaltis fueran con barrera.