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13 de julio de 2006

Zona Crónica

Lo que nadie sabe de la entrevista con Garavito

Lo que nadie sabe de la entrevista con Garavito Pirry revela detalles de la jornada periodística que lo llevó a conversar con el asesino en serio Luis Alfredo Garavito y aprovecha para decirles un par de cosas a sus críticos.

Por: Pirry - Edición: 75
Lo que no puedo entender es que algunos periodistas y críticos que hasta admiten solo haber visto unos minutos del documental se despachen, como si prefirieran que Garavito saliera libre a que saliera en televisión | Foto: Pirry - Edición: 75

Tenía 15 años cuando leí A sangre fría, donde Capote te lleva del odio a la compasión, de la comprensión al deseo visceral de ver rodar una cabeza. Impecable. Más que una novela, un documento periodístico, un seguimiento juicioso de un caso que había muerto en la memoria del público. Tal vez la obra máxima del periodismo literario, la razón por la que hago lo que hago y por la que, aunque nunca pisé una facultad de periodismo, me dediqué a este oficio.

Hace dos años me encontré con un caso que me puso los pelos de punta. Ya sabía de los atroces crímenes de Luis Alfredo Garavito, pero ignoraba que los beneficios y las rebajas le permitirían salir libre pagando once años de cárcel. Comencé a investigar. No solo era cierto, sino que parecía no importarle a nadie, tan solo a un puñado de investigadores de la Fiscalía y a los familiares de las víctimas. Para ellos el Estado no tenía una respuesta concreta y ningún medio de comunicación le quería meter muela al asunto. Comenzó para mi equipo y para mí un proceso largo y desgarrador, pero lleno de esperanza y de sentido de país. Tal vez podíamos hacer algo.

Logramos llegar al asesino a través de su abogado. Convencerlo de la entrevista no fue el único obstáculo: lograr autorización del INPEC fue otra batalla. Mientras negociábamos con las dos partes comenzamos a desenterrar expedientes, a hablar con las víctimas y a reconstruir casos. Después de un año, teníamos una fecha para la entrevista. En los meses siguientes, antes del encuentro con el asesino, junto con un grupo de perfiladores del FBI y algunos investigadores y psiquiatras vinculados al caso, elaboramos una estrategia para la entrevista. El asesino había puesto condiciones: que no se le llamara monstruo, no se le tratara de manera descalificadora y que no podíamos hablar sino de su vocación cristiana y su supuesto cambio. Desenmascarar a este individuo y su estratagema cristiana se constituía en todo un reto. Cinco horas duró la conversación, en las que tras aprovechar la vanidad y el narcisismo del psicópata, logramos que se dejara ver en su cinismo, confesara crímenes y entregara información por la que ahora será llamado de nuevo a indagatoria. Los lineamientos del FBI habían dado resultado. Cinco horas en las que dejó en claro que es un asesino despiadado, que está lejos del arrepentimiento y que miente con la misma frialdad y facilidad que lo hacía antes de ser capturado. Después vino una maratón que nos llevó a Washington, Miami y España, a consultar con más de treinta expertos en cuatro países sobre el caso. Ellos, durante el documental, desarmaron cada argumento del asesino y le dejaron saber al país que, de salir libre, este hombre volverá a matar. Creí que habíamos logrado algo y, en cierta manera y con mucho sentido de la proporción, sentí que había logrado mi pequeña versión de A sangre fría.

La televisión hay que hacerla a prueba de idiotas y, lo peor, a prueba de egos. Entiendo que aunque haya salido a las 11:15 de la noche, horario bastante alejado del prime y del rating, a algunos espectadores les haya parecido terrible ver al asesino en televisión. Pero mi responsabilidad no es mostrarle a la gente lo que quieren ver, es mostrarle la verdad. Lo que no puedo entender es que algunos periodistas y críticos que hasta admiten solo haber visto unos minutos del documental se despachen pastorales sobre lo que se debe ver o no en televisión, sin reparar en el fondo del asunto. Como si prefirieran que Garavito saliera libre a que saliera en televisión. Cómo un director de revista, que entre otras cosas ha entrevistado a Pablo Escobar y a Mancuso, sale, indignado, a decir que le tocó ver a un asesino convertido en estrella de televisión. Mientras junto a estas familias y a miles de ciudadanos indignados intentamos conformar un frente para exigir respuesta estatal, algunos periodistas y críticos -en medio de brutalidades como confundir a Garavito con el Monstruo de los Andes- siguen furibundos. ¿Qué les habrá molestado tanto? ¿Será un problema de conciencia por lo que no hicieron al respecto durante este tiempo? ¿Sus egos heridos no les permiten dormir? Solo sé que esta investigación no termina aquí y que tenemos una responsabilidad, sobre todo con la niñez violada por curas, padres y Garavitos.

Un aparte de El complejo de Ulises, de Santiago Gamboa, me resulta especialmente adecuado ahora que pienso en la hipocresía de algunos: "Siento piedad por ese club de escritores fracasados que juzgan a quienes sí se atrevieron a escribir, algo irritante y estúpido, como si los castrados y eunucos fueran los encargados de juzgar mis feroces coitos, ya sé que el mundo está gobernado por imbéciles, por qué debería ser de otro modo en la triste opereta literaria". Creo que este texto también le viene bien al periodismo. A propósito, no soy periodista: soy zootecnista.

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