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9 de julio de 2008

Lo que no soporto de Carlos Antonio Vélez

Reproducimos para nuestros usuarios la columna de Daniel Samper Ospina publicada en la revista Fútbol Total, en la que cuenta por qué no soporta al comentarista Carlos Antonio Vélez.

Por: Daniel Samper Ospina

No tengo nada personal en contra de Carlos Antonio Vélez. Al revés: conozco a su hijo y me parece una muy buena persona; y alguna vez, en un partido de fútbol de mujeres que organizó SoHo, la publicación en que trabajo, en apoyo a la inauguración de una cancha sintética su propia hija nos dio el privilegio de jugar con la camiseta de la revista.

De modo que mis quejas contra él son profesionales: me parece que su arrogancia le hace creer que él es más importante que la noticia que cubre; y también me parece imperdonable que sea un comunicador profesional, que vive de la palabra, y maneje tan mal el idioma.

Hace unos días me enviaron por internet apartes de un programa matinal que él protagoniza, llamado “Palabras mayores”, para seguir con esa humildad tan suya: palabras mayores como si hablara un genio.

Pero no hablaba un genio. Hablaba, simplemente, Carlos Antonio Vélez: el Carlos Antonio de siempre, que esta vez se iba lanza en ristre contra mí y contra el periodista Mauricio Silva. Evitaba menciones de nombres propios, no sé si como una prevención jurídica para salvarse de demandas, o por simple cobardía. De Mauricio Silva sugería que era drogadicto, lo cual es falso, y tendrá problemas en el momento de demostrarlo en un juzgado; de mí, lo de siempre: un diluvio de insultos personales en los que, dentro de muchas otras cosas como decir que mi familia es mafiosa, advierte que soy una especie de Madame Rochy, un proxeneta deleznable por dirigir una revista en la que salen modelos; modelos de cuyo trabajo me siento orgulloso, en cuya honra creo, y algunas de las cuales, como Carolina Cruz, Andrea Serna y tantas otras, comparten set con él en el noticiero RCN. Reprochable que tenga esa imagen de sus compañeras de trabajo.

En ese mismo comentario salía lo peor que tiene Vélez: eso que tanto le critico y que representa, en términos de oficio, aquello que nunca quiero ser. Primero: hablaba con un énfasis similar al de los pastores evangélicos. Como si fuera dueño único y absoluto de la verdad, su discurso no permitía un espacio saludable para la duda. Al revés: pontificaba sin darle un espacio a la ironía, con palabras de piedra y en términos absolutos. Siempre he creído que como periodista, y aun como persona, es más importante tener preguntas que tener certezas; preguntar que responder; oír que hablar: siempre he creído, como periodista y como persona, que es fundamental no creer jamás que uno se las sabe todas.

Vélez representa lo contrario. Dicta cátedra de todo; nunca se burla de sí mismo: se sienta sobre su propia arrogancia, y desde ahí cree que ese valle que queda abajo, es decir, el fútbol, las personas, el mundo, es un paisaje menor que apenas le sirve de contexto a sus conceptos imbatibles.

Y lo otro que me molesta es una consecuencia de esa arrogancia, y es que es un ignorante. Las dos cosas suelen ir de la mano: mientras más arrogante es uno, más ignorante se vuelve. Como Vélez cree que nació para enseñar y no para aprender, seguramente nunca puso mayores cuidados en prepararse, en leerse unos libros: en cultivarse un poco. Por eso su voz está llena de fisuras gramaticales, de hendiduras verbales excusables en cualquier persona, pero no en alguien que vive de manejar la palabra. Vélez no dice díganme sino dígamen; háblenme, sino háblemen.

Lo anterior para no entrar en muchos detalles. Sé de un periodista que está preparando un extenso artículo con todos los errores gramaticales o de información que Vélez suelta cada vez que habla, y que él ha ido grabando con juicio, como sustento probatorio de todo lo que quiere demostrar: que no hay derecho a quien quizás sea el periodista deportivo más famoso de este país, cometa tantos errores en la más asombrosa impunidad.

Creo que Vélez tarde o temprano pasará, y que en su estela quedarán pocas cosas. Vélez es el icono de una generación de periodistas deportivos con escasa formación intelectual, que creían que la emoción era buen sustituto de la información, y que aun hoy suponen que para triunfar basta dar patrioteros gritos de júbilo, o cebarse en contra de alguien, como si la preparación no fuera un requisito.

Pero esa es una generación que va pasando. Gracias a la globalización, los hinchas de ahora tienen opciones de información de los que antes carecían, que les permiten hacer comparaciones y exigencias. Cualquiera tiene cable, cualquiera puede ver lo que hace un periodista deportivo cuando es serio. Vélez pasará tarde o temprano; se hundirá en el olvido más temprano que tarde, y sé que la generación que lo sustituirá será mejor; le dará al fútbol el estrato intelectual del que hoy carece, y que personas como Hernán Peláez han tratado de ofrecerle.

Pobre Vélez, en el fondo. Debe ser triste creer que el mundo empieza y acaba en uno; debe ser triste creer que las únicas palabras mayores son las que uno dice entre balbuceos matinales.