Home

/

Historias

/

Artículo

9 de mayo de 2003

Los cincuenta

Por: Bernardo Hoyos


Mujeres con la "minifalda" de la época
Cortesía: Revista Jet-Set


Chaleco: lo clave de la pinta


Triumph

Sitio: Cerro Nutibara (en Medellín), Green Europa, Green Colombia, Cashbah (desnucadero encima del Mogador), As de Copas (Cra. 13 con 54), Quintraña (Jiménez con 5a), Miramar (en la 17, frente al teatro Apolo), La Pompa (en la 13, entre calles 60 y 63). Carro: Triumph y Chevrolet convertible modelo 55. Vicio: Ron con Vinol y cigarrillos Parliament. Sex symbol: Doris Gil Santamaría, Merceditas Baquero, Luz Marina Zuluaga, Marilyn Monroe. Moda: chaleco, camisa con mancornas (de Camisería Francesa) y paraguas.
Los cincuenta eran 'zanahorios' pero se pasaba bien. Por razón de mi trabajo en la Radio Bolivariana no disponía de mucho tiempo nocturno. Sin embargo, en la Cabaña o el Colón ?bullicioso el uno, discreto el otro?, los cafés del Pasaje La Bastilla, se hallaba el centro de la actividad cervecera después de los exámenes finales en la facultad de Derecho. La enorme Bastilla al frente era el café de los políticos jóvenes como Iván Duque, de estudiantes de ingeniería, de economistas que apenas comenzaban a funcionar y de las tertulias políticas. La reina de la Bastilla era Josefina, imponente, seria y diligente, parecida al David de Miguel Ángel en mujer. El primer rock vino en el 54, Al compás del reloj, con Bill Haley y sus Cometas. Después vendría Presley. Oíamos buen jazz gracias a las emisoras culturales y al Centro Colombo Americano, Ellington, Basie y Hines. La Orquesta de Pérez Prado tuvo una presentación sensacional en el Junín, donde también estuvo la Filarmónica de Nueva York en 1958, dirigida por Bernstein. El Junín era un amplísimo teatro que albergaba el Gonzalo Mejía (1926), quizá el edificio neoclásico más hermoso de la ciudad, derruido a finales de los sesenta por Coltejer para levantar una torre moderna. Se repetía así una absurda destrucción, la de 1954 del viejo y querido teatro Bolívar, echado a tierra por el propio municipio. En las décadas posteriores, por fortuna, la ciudad ha dado ejemplos notables de preservación y remodelación de su patrimonio urbano.

Solo se olía marihuana en los poemas de Barba Jacob. Las muchachas usaban pescadores los fines de semana. Las damas de Medellín, así tuvieran poca plata se vestían muy bien con faldas y blusas. Las medias de nylon aparecieron hace cincuenta años, eran transparentes pero la gente se acostumbró pronto a ellas. Las 'titinas', o sea las muchachas pudientes, se vestían de Norka, un almacén muy elegante de Junín, o de Nueva York. Mary Luz Uribe y Estella Restrepo rompieron los moldes al posar como modelos y salir en propagandas, siendo muchachas de sociedad.

Había tres casas nada clandestinas que ya son casi de leyenda, entre otras cosas porque Fernando Botero las ha inmortalizado en sus pinturas. Era el esplendor pecaminoso de las casas de Marta Pineda, Ana Molina y Canducha la del Fundungo. Esta era una calle breve, vecina del cementerio llamado de los ricos, cuyos notables ejemplos de arte funerario han sido preservados en forma ejemplar.

La cerveza Águila era símbolo de distinción. Un poco más cara que la Pilsen, el emblema cervecero de Antioquia, tomarla parecía una traición a la industria de la ciudad. El mejor trago era el ron con Vinol, una bebida de sabor singular. "Del alma de la uva", decía su leyenda grabada en la pequeña y elegante botella al pie de unas vides. Cuando de pronto me encuentro con el doctor Carlos Ardilla Lülle, mi insistente reclamo es sobre la desaparición del Vinol, tan entretejido en el alma de Antioquia, y orgullo de sus bebidas.

El símbolo sexy de los cincuenta fue para este cronista y para miles de silenciosos admiradores la Pandora, una misteriosa secretaria de fulgurante belleza y espléndida figura, a quien llamaban así porque se parecía mucho ?aunque más alta que ella? a la célebre actriz Ava Gardner, quien había filmado en 1951 la cinta Pandora. Cuando Pandora paisa pasaba por Junín, las tres cuadras centrales de Medellín que durante años fueron el escenario natural para los desfiles de belleza de las seis de la tarde, surgía un hálito de masculina conmoción cívica. Las reinas de belleza antioqueñas de los cincuenta fueron Amparo Uribe y Doris Gil, quienes precedieron la imponente belleza de Marta Ligia Restrepo, la reina de belleza que tanto impresionara al director de cine Josef von Sternberg en Cartagena. SoHo me pregunta por las muchachas más bellas de esa década. Fueron para mí Astrid Molina y Luz Helena Escobar. Como dice el narrador del Tiempo Perdido, no sabe uno qué vientos las trajo ni qué vientos las llevó, pero sí sé que seguiremos prisioneros de su aroma para siempre.