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9 de mayo de 2003

Los diez



Ambiente de una fiesta en el Gun Club.
Foto: Gun Club



El trago del momento: chicha en totuma.


Escena de cortejo.
Foto: Gun Club



Tranvía.
Cortesía: Revista Jet-Set



La moda masculina.
Foto: Fashion, The Twenieth Century


Sitio: clubes sociales. Carro: no había, solo tranvía de mulas y coche. Vicio: la chicha. Sex symbol: sex ¿qué?? Moda: traje de paño negro, paraguas y casi invariablemente sombrero.
En los albores del siglo XX, cuando a décadas estaba siquiera el nacimiento de la palabra "rumba", Bogotá era una capital provinciana, más desarrollada que todos los pueblos colombianos, pero lejos del aire metropolitano de Buenos Aires o México. Lo que podríamos llamar la clase media y alta eran un grupo social muy reducido. La gran masa de la población ciudadana eran los que los ricos y los arribistas llamaban "indios", es decir, la pobrería de peones, sirvientes, artesanos y el también incipiente grupo de los obreros.

Para las élites criollas lo inglés es lo in. Son los últimos minutos de la hegemonía británica.

Las damas de la high, en pomposos trajes largos de múltiples enaguas y encajes, practicaban el tenis, la hípica y el golf en los clubes campestres que se fundaron a finales del siglo anterior: Gun y Jockey en Bogotá, Unión en Medellín, La Popa en Cartagena. Compañías de teatro españolas de segunda categoría y aventureras troupes de ópera italiana venidas a menos (la Ópera Sigaldi que arribó en 1910, por ejemplo) daban funciones que eran lejanos ecos de la vida cultural europea al alcance de la élite tropical.

Para la pequeña clase media urbana, la diversión quedaba relegada a los documentales del primer cine mudo y para el pueblo, el espectáculo más agradable era un toreo sin reglas, rudimentario, pero muy cercano a los quehaceres de las haciendas sabaneras. El pueblo se emborrachaba con chicha. Las calles más tradicionales de la ciudad estaban llenas de chicherías que recibían su cuota diaria de parroquianos obreros y peones de ruana y calzón de manta, poco amigos del baño en el altiplano, descalzos en muchos de ellos sus anchos y cuadrados pies por no haber recibido nunca la horma de un zapato, fáciles a veces para la gresca con la piedra, el garrote, el cuchillo o el machete. La cerveza de Bavaria, Germania y otras empresas artesanales bogotanas, que envasaban en botella de vidrio de la fábrica Fenicia, hacían competencia a la bebida de maíz con cervezas de diversas marcas: Bavaria, La Pola, Doppel o Bavaria Negra, La Pita, El Quijote. La Pita era una cerveza espumosa tapada con corcho y cordón de pita. Los adultos, en los pueblos, se entretenían jugando tejo, cucunubá (juego de puntería con bolas), bolos rústicos sobre piso de tierra y la taba, que consistía en un juego de suertes con una articulación de la rodilla de un carnero cuyas posiciones al caer se valoraban distintamente.

La moda femenina de etiqueta en esos primeros años de siglo exhibía medias de seda, zapatos de charol, encajes, pelo largo pero recogido. Los trajes eran largos a la altura del tobillo y la falda solía acompañarse de miriñaque. Los hombres usaban trajes de paño negro, paraguas y casi invariablemente sombrero. En ocasiones la levita con cubilete y, al decir de algunos, en exteriores de climas menos fríos y oportunidades muy especiales, el traje blanco. Se trataba de una sociedad pacata y parroquial, si bien a comienzos de siglo emergió el antimoralismo de José María Vargas Vila, cuyas páginas se reeditarían sin pausa en las dos primeras décadas del siglo. Isaacs, con su María, le significaría al pornógrafo radical alguna tímida competencia entre los editores.

(Con información tomada de los libros La mentalidad del colombiano y Los años veinte en Colombia, de Carlos Uribe Celis)