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19 de julio de 2007

Me mamé a una “estrella” en un casting

Todo el mundo se imagina que la vida de un publicista es pura rumba, modelos, cocteles, grandes figuras, eventos, más modelos, más personajes, más rumba, más modelos y grandes presupuestos para filmar comerciales y tomar fotos en playas paradisíacas con más modelos, más rumbas, más cocteles y más personajes.

Por: Samuel Estrada
| Foto: Samuel Estrada

 
Bueno, pues la verdad a mí me ha tocado más bien poco de este supuesto mundo de la publicidad, pero aunque sí he tenido la oportunidad de conocer algunas figuras y personajes destacados ninguna como la celebridad de las que les voy a contar aquí. Estos sí son realmente gajes del oficio.

Teníamos que hacer un comercial para una promoción de una marca de juguetes y consistía en tres niñas de unos seis años que hablaban entre ellas mientras tomaban el té. El diálogo no era mucho, pero era muy importante para poder transmitir la idea que se quería. Hicimos un casting y escogimos a nuestras protagonistas. Niñas absolutamente preciosas. Preguntamos si podían actuar y nos dijeron que por supuesto, pero eso es como preguntarle al mesero de un restaurante si el plato que uno va a pedir está bueno. Llegamos al sitio de filmación, les dimos a cada una de las niñas sus diálogos que, repito, no eran muchos y empezamos a filmar. Todo sucedía de la manera más normal en una filmación, las niñas se comían una que otra palabra en el texto, errores que producen risa (tipo noticiero del 28 de diciembre) y, cuando ya teníamos todo afinado y parecía que la toma finalmente iba a salir, una de las niñas dijo que ella no iba a hacer más tomas, que ella ya había hecho su trabajo (seis años, recuerden). Le preguntamos que si necesitaba un tiempito para descansar, comer algo, tomar algo o hasta jugar un rato (en otras palabras si quería ir a su camerino a descasar, tomar agua de treinta y cinco dólares la botella y hacer un poco de yoga). Ella rehusó todas las propuestas. Su afirmación había sido categórica. Ya había hecho su trabajo y no iba a hacer más tomas.

Teníamos todo un tinglado montado, luces, escenografía, los juguetes, equipo técnico, planta, actores, maquilladores y nuestra estrella del comercial no quería hacer nada más cuando todo lo que habíamos hecho era ensayos. En ese momento empezamos a recurrir a métodos extremos de persuasión, como ofrecerle además de su pago cualquiera de los juguetes que teníamos en el set, y para decirles la verdad había juguetes de alto turmequé. Juguetes que tenían a muchos adultos babeando. Pero ella rechazó la oferta tajantemente. De hecho nos preguntó si no habíamos entendido bien lo que ella había dicho. Su trabajo ya estaba hecho. En este punto y hora decidimos recurrir a uno de los métodos de convencimiento más utilizados: rogar. Empecé rogando yo, después el director y yo, después el director, la mamá de la niña, el director de fotografía, un técnico, la dueña de la casa, la señora de alimentación, las otras niñas actrices y yo. Pero nuestras súplicas no fueron escuchadas. Ella se mantuvo en su posición. Entre el desespero de todo el equipo ya se había llamado para averiguar quién tenía un amigo, un primo, un familiar o hasta un enemigo que tuviera una niña de esta edad. Y afortunadamente apareció un angelito que lo hizo y en una sola toma. Pero todos, ese día, aprendimos algo absolutamente inútil: cuando una estrella dice no, es no.