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17 de noviembre de 2005

Mi conjunto de pastillas (coctel)

De la misma manera que Alberto Cortez se detuvo a expresar su amoroso vínculo con un árbol centenariamente amado, yo, amarrado por mis permanentes dolencias a las pastas,

Por: Álvaro Bejarano

pastillas y quizás a simples placebos, puedo decir que si pudiese superar la inmovilidad de una silla de ruedas, estoy seguro de que al menor movimiento sonaría cual si me hubiese transformado en una ruidosa maraca. A esto hay que agregar que a estas alturas, de tanto consumir pastas, yo encarno y soy la imagen nerviosa de un pastillo-dependiente.
De joven, antes de atender prescripciones médicas, comencé a consumir las célebres y olvidadas Píldoras del doctor Ross, que fueron el producto más promocionado cuando era adolescente. Tenía por ese entonces una noviecita a la que le empezaban a asomar los senos, y ella, cuidadosa de sus atributos físicos, tomaba unas pastas llamadas Pilules Orientales que, según la propaganda, garantizaban "unos senos hermosos". Sucedió que un día me asaltó una cefalea y la solícita novia, queriendo curarme, se adentró en su casa a traerme un Mejoral ("mejor mejora mejoral") y equivocó los frascos y me incrustó en la boca dos pastas de las Pilules y si bien no me hicieron ningún efecto me quedó la hermosa costumbre de seguir tomando de sus incipientes pezones los montones de Pilules que ella se había ingerido.
Después vinieron a la vida y a la maltrecha salud de los hombres las llamadas sulfas, y ahí comenzó el dolorido periplo de la pastillomanía que me ha acompañado en los últimos cuarenta años de mi dolorida fisiología, al punto de que un día mío es la ingesta galopante, a lo que hay que añadir que por ser jubilado del Seguro Social y por los precios de las medicinas, solo alcanzo a adquirir unas pocas a pesar de haber interpuesto algunas tutelas.
En razón de ser un récord mundial en intervenciones quirúrgicas en mi columna y una cruel diabetes, desarrollé una vaina que llaman aragnoiditis y una neuropatía que me hacen vivir el día ("los días que uno tras otro son la vida", dijo el poeta) de la siguiente manera:
4:00 a.m.: una pasta de Plavix de 75 miligramos, para hacerle frente a una lesión cerebral ($140.000 mensuales) y una pasta de Aspirineta.
8:00 a.m.: una pasta de Neurontin de 400 miligramos y en el curso del día se ingieren tres pastas más, para tratar de mitigar un dolor en mis piernas de diabético que es superior a ver la progenitora bailando en una casa de lenocinio en Girardot (y de paso gastar otros $90.000 semanales). En veces, para reforzar al Neurotin, tomo dos pastas de Lyrica, una nueva droga lanzada al mercado por los mismos fabricantes de Vincra, que es quizás la única droga que no experimento por razones de edad, y si la ingiriese se comprobaría que estoy fuera de contexto con mi reloj de arena, que es el único que no se para ($120.000 semanales).
9:00 a.m.: una pasta de Detrusitol de 2 miligramos para las incontinencias propias del avance cronológico.
5:00 p.m.: Otra pasta de Detrusitol de 2 miligramos.
Hay más: Hidroxicina de 25 miligramos (ya olvidé para qué diablos sirve, pero la tomo por costumbre o vicio), Lasix por 40 miligramos (es otro misterio, pero la tomo una vez al día por prudencia), Amitriptilina de 25 miligramos (para prever convulsiones, una pastilla en la noche y en veces se refuerza con Trileptal 300 miligramos y duermo más que un parlamentario), Tramal (olvidé las dosis y cantidades, pero tengo la incorregible costumbre de sembrarme al menos dos diarias) y entreverado con el mundo de medicamentos, y quizás por adicción, suelo reforzar toda la carga con una o dos pastas de Tylenol extra.
A nadie le podrá caber duda de que esta carga de pastas le produce acidez, así que para neutralizarla mantengo al alcance un tarro de Tums y casi siempre mi boca tiene dos de estas pastas entre inocuas e inútiles pero de cierto saborcillo. Reconfortante para un diabético que, como yo, no puede orinar en campo abierto, so pena de que se le suban las hormigas por el chorro.
No continúo con el listado, porque es la patentización de casi un vicio, cuando lo que he pretendido resaltar es mi amor a la vida y demostrar que ese elefante blanco que se conoce como el Seguro Social no proporciona jamás estas drogas, quizás porque las han vendido previamente para demostrar, como dijo Cantinflas, que es muy social pero muy poco seguro.
El generoso lector deducirá si soy un adicto o un sobreviviente. Ambas cosas me sirven, pero más a los laboratorios. Quedo a la espera de que el Invima me contrate como muestra médica.