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17 de noviembre de 2005

Mi pastilla para la acidez (Mylanta)

Pechoelata me dijo que los panecillos de San Nicolás de Tolentino eran la garantía de sacar buena nota en los exámenes de trigonometría. Un panecillo por pregunta.

Por: Humberto de la Calle

Se comen en ayunas antes del examen y San Nicolás se encarga de dar las respuestas correctas.
Pasé, entonces, por la sacristía de la iglesia de los Agustinos y -es mejor llevar paraguas por si llueve- compré veinte panecillos. Aunque don Heriberto (el siniestro profesor de trigonometría, con esa nariz aguileña que inspiró una famosa curva de la carretera Bogotá-Girardot) solía hacer no más de cinco preguntas, uno nunca sabe. "Es mejor que zozobre".
Cuando estaba respondiendo la pregunta número tres, la erupción volcánica detrás de mi esternón ya tenía caracteres bíblicos. Don Heriberto autorizó mi salida a la enfermería, siempre y cuando estuviese escoltado todo el tiempo por un grandulón de sexto grado, un sapo de primera línea, de esos que cierra los ojos durante el rezo del rosario y le recibe el maletín al profesor al comienzo de clase.
Ese día conocí el milagro de la Mylanta, pastilla prodigiosa que no me ha abandonado nunca.
Desde la inefable resaca después de una juerga sabanera, hasta las ácidas contracciones esofágicas que produce el temor al primer examen de próstata, Mylanta es lo indicado.
Pero, en verdad, no son pocos los que han ido más allá de lo obvio. Mi profesor de derecho romano, por ejemplo, recibía la incómoda visita de un herpes labial cada que una damisela aceptaba sostener con él una cita clandestina para poner en práctica la entrega por longa manu. El problema se resolvió cuando, por pura serendipity (ese hallazgo accidental que permitió a Newton descubrir la ley de la gravedad cuando simplemente quería una torta de manzana) puso una pasta de Mylanta en el labio. El herpes huyó despavorido y mi profesor logró poner en práctica sus lecciones de derecho romano. La pelandusca entendió que un apretado abrazo acompañado de la palabra spondeo era muestra de acuerdo de voluntades. Y de allí en adelante hasta el coitus interruptus pasando por la fellatio in ore y otras acrobacias.
Creo que fue Sigifredo Paniagua el que encontró otro uso colateral de la Mylanta. Otro caso de serendipity. No se crea que es fábula. Cualquiera sabe que el Viagra tampoco tenía que ver con la púdica disfunción eréctil sino con la presión arterial. En todo caso, Sigifredo siempre sostuvo que una pasta de Mylanta 15 minutos antes de la cópula, era la mejor protección contra un embarazo indeseado. El problema era convencer a la pelandusca de introducir la Mylanta en el lugar adecuado. He sabido, sin embargo, que en la Universidad de Cracovia se adelanta un estudio sobre este procedimiento, el cual ha encontrado un inesperado fundamento: como la Mylanta modifica el Ph de las susodichas mucosas, no hay espermatozoide que resista semejante desequilibrio ácido-básico, una especie de Katrina celular.
Ahí está pues. Que no falte la Mylanta en el bolsillo. Sin Mylanta, ni pío.