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9 de marzo de 2006

Mi peor negocio

Cuando les comento a mis amigos o clientes que en realidad soy una persona tímida, todos me miran con gran incredulidad.

Por: Violy McCausland

Y les digo que hablen con cualquiera de las personas que fueron conmigo al colegio, entre ellos la doctora Annie Revine, o con amigos de la niñez como la crítica de arte Ana María Escallón, y ellos les darán fe de que, aún hoy, soy introvertida.
Al poco tiempo de llegar a Wall Street, sin embargo, me di cuenta de que si no aprendía a hablar, a expresar mis opiniones y a defender mis ideas y los intereses de mis clientes, me iban a encasillar como "una persona muy inteligente, que es estratégica y analista pero a quien le pediremos su opinión de vez en cuando". El problema era que con esta actitud no iba a ganar el dinero suficiente para educar a mis hijos en esta ciudad tan cara. ¡Entonces tocó aprender a hablar! Y, a pesar de que mis transacciones durante los años ochentas y principios de los noventas habían conseguido mucha cobertura de prensa (como la compra por Baccardi de Martini Rossi, o las grandes compras de Cemex en España, o la creación de un virtual monopolio minero en el sector cobre en México) la realidad era que la empresa se enfocaba en describir los proyectos y las transacciones y poco se enfocaba en la banquera. Me parecía fantástico; siempre he pensado que es muy bueno ser subestimado y que la gente piense que uno sabe menos de lo que sabe.
En 1992, el presidente de Morgan me pidió que liderase el equipo para estudiar la posibilidad de invertir en un banco español llamado Banesto. Durante catorce meses viajé semanalmente a España todos los domingos y de regreso los miércoles a Nueva York. Trabajé de la mano de mi equipo con ahínco, día y noche. Teníamos un grupo de expertos españoles en todos los ramos ayudándonos, y con gran esfuerzo por fin logramos que no solo Morgan decidiera invertir en Banesto, sino que se hiciera una emisión de acciones, la más grande de Europa. Todo se veía espectacular, viento en popa, pero a los pocos meses el gobierno socialista español decidió intervenir a Banesto y concluyó que había créditos morosos no reportados que ponían en peligro la viabilidad del banco. En el momento de la intervención, y dada la enorme popularidad del presidente del banco, Mario Conde, la prensa mundial se volcó en masa sobre esta historia, y cuál no sería mi sorpresa cuando yo, que me había enfocado durante los últimos doce años en números, proyectos, estrategias, manejo de operaciones financieras interesantes, pero de muy de bajo perfil, casi ignorada, pasé a ser descrita, en particular por el Wall Street Journal, como la diminuta banquera colombiana que "brought down the house of Morgan!" ("acabó con Morgan"). Además, el Wall Street Journal decía que yo era una un "flame-broiled banker" ("banquera quemada") que hacía fiestas escandalosas donde cundían "rivers of champaigne and the mountains of caviar" ("ríos de champaña y montañas de caviar") y donde además los clientes recibían relojes suizos de presentes. Todo esto salía en la primera página.
La verdad es que para una chica colombiana que se fue de Barranquilla y que estudió en la Universidad de Alabama, ser señalada como la banquera flame-broiled que, por sí sola tumbó y destruyó The House of Morgan, fue algo realmente asombroso. Verme de repente en los periódicos en todo el mundo descrita como una persona con tanto poder era algo que me hacía sufrir. Yo pensé que era el fin de todo por lo que yo tanto había trabajado y luchado. Sin embargo, a la media hora de yo haber leído la historia, mi entonces socio, James Wolfensohn, ahora presidente del Banco Mundial, me llamó a su oficina y me dijo que un gran cliente quería hablar conmigo. Esta persona era el señor Marriott, dueño y presidente de los hoteles que llevan su nombre. Marriott le dijo que quería tener el honor de conocer a esta banquera tan brillante que había sido capaz solita y con su propia mano de derrumbar la casa Morgan. Él había pedido que yo fuera la encargada de su cuenta porque lo que más quería era que liderara, no solo transacciones espectaculares, sino fiestas tan interesantes como las que describía el periódico. Como buena barranquillera, ¡claro que me entusiasmó la idea de organizar dichas fiestas!
Epílogo: El banco Morgan no retiró sus acciones en Banesto, se quedó como inversionista cuando el banco fue vendido a Emilio Botín, dueño del Banco Santander Central Hispano, y años, muchos años después, las vendió a una ganancia bastante significativa dando un justo retorno a los inversionistas del fondo que invirtieron en Banesto.