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30 de enero de 2014

Testimonios

Qué se siente... cagar en el espacio

Antes de cagar y orinar en el espacio hay que aprender a hacerlo en tierra. Porque en la Nasa todo hay que simularlo.

Por: Mike Mullane, astronauta

Hasta esto. Especialmente esto. Es un entrenamiento inolvidable, y vaya si necesitábamos practicar. El toilet espacial es básicamente una aspiradora. El orinal es una manguera de succión. Tan buena que un compañero mío le propuso matrimonio. Pero hay que tener cuidado de no poner el apéndice muy profundo dentro de la manguera porque el astronauta descuidado puede perder esa amada parte de la anatomía. Las mujeres usan una especie de cono que también se amolda a su propia figura. Más allá de eso, ni idea.

La orina se recolecta en un tanque y cada tantos días se bota al espacio. Y es espectacular ver aquello: el fluido se congela inmediatamente en miles de cristales y sale al espacio como balas amarillas.

El n.° 2, sin embargo, es el que exige más práctica. Uno se tiene que sentar en la taza, que a diferencia de las terrestres tiene un agujero pequeño, de unos ocho centímetros, conectado a un corto tubo aspirador. El tubo, a su vez, está conectado a una bolsa que luego es empacada al vacío, como los jamones de exportación, y eso sí regresa a tierra.

Pero sentarse en el trono cósmico no es tan fácil, porque al estar flotando uno debe, primero que todo, meter los pies en unas correas. Y luego hay que proceder a “acoplar” el trasero con el pequeño agujero debajo. Para que la tarea sea milimétricamente exacta, como todo lo que hace la Nasa, hay que entrenarse duro y parejo. Para ayudarnos a encontrar el centro del culo, el simulador tiene un monitor de TV que está conectado a una cámara allá abajo en la taza. Uno sabe que está bien colocado cuando, después de acomodar las nalgas una y otra vez, una lucecita verde aparece en el centro del monitor, en lo que recuerda el periscopio de un submarino o avión de guerra.

Una vez la luz se activa, uno tiene que memorizar exactamente su posición en relación a unos marcadores que hay a los lados y enfrente. Porque en el espacio uno tiene que duplicar exactamente la misma posición, dejar caer las bombas en todo el centro del tubo de transporte, y accionar la palanca de succión. El truco es no dejar que se rompa el sello entre las nalgas y el trono cuando uno está flotando en gravedad cero porque, bueno, ya se imaginará.

Más de un comandante de una misión espacial ha amenazado a su tripulación con algo cercano a la muerte si no aprenden a usar el toilet como es debido.

Pero para nosotros los hombres hay algo peor que eso. Y es la sesión de prueba del condón abierto, un dispositivo que uno tiene que usar cuando sale a dar una caminata espacial. Porque esas caminatas duran hasta ocho horas seguidas, y hay que orinar dentro de una bolsa de látex. Y para que la orina no se salga de la bolsa, el condón debe tener el tamaño exacto.

La tortura es que eso es una emasculación total. Muchas veces la persona encargada de hacerte medir tu tamaño es una niñita joven y dulce que mira con ojos de inocencia y te va pasando distintas muestras para que ensayes. Los astronautas somos muy competitivos y queremos ser los mejores en todo y los más grandes. Naturalmente que yo comencé pidiéndole el tamaño Terminator. Pero tratar de meter un pene flácido entre un condón es como meter crema de dientes dentro del tubo. Finalmente me rendí a la evidencia de que mi cobarde amigo no daba para tanto.

Y me dieron ganas de gritarle a ella: “¡Haz de saber que he tenido tres hijos con esto!”.

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