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15 de noviembre de 2001

Música para camaleones

Desde el lanzamiento de Vespertine, la islandesa más famosa del mundo ha tenido menos de tres contactos con la prensa mundial. SoHo estuvo en uno de ellos.

Durante toda su vida, Björk se ha dedicado a hacer lo que le viene en gana. Desde las primeras presentaciones de los Sugarcubes hasta cualquiera de sus trabajos como solista, la diva de los ojos rasgados no ha cedido un solo milímetro de creatividad. Por eso, demostrando que lo que le importa es transmitir y no vender discos, el camaleón más famoso del mundo aprovechó las segundas vacaciones de su vida para rediseñar el tour de su nuevo disco Vespertine. Inmersa en el paisaje de Groenlandia, la islandesa se dio cuenta de que debía meterle mucho invierno a las presentaciones de su disco, y tomó medidas al respecto.

Aunque un coro inglés de 60 personas había funcionado a la perfección en el estudio, ahora venía la gira y con ella los cambios. Por eso, obedeciendo a una mezcla de intuición y aventura, Björk se dio a la tarea de recorrer Groenlandia colgando avisos de audiciones en pequeñas tiendas de comida. Al cabo de unos días algunas niñas de la región se sometieron a más de cuatro horas diarias de ensayo. Björk apenas se pudo dar cuenta de la maravilla que había logrado: dos semanas antes del lanzamiento de su disco, un vasto grupo de nativos del continente blanco —que jamás habían dejado sus pueblos— hacían fila para conseguir las visas necesarias que les permitieran recorrer el mundo al lado de la voz de Björk.

¿Qué se le va a hacer? A sus 36 años, la cantante islandesa está convencida de que, más allá de no tener que abrir puertas o ceder puestos en el metro, ser mujer equivale a la facultad ilimitada de reinventarse cada vez que le da la gana. Pero, un segundo: ¿es posible que Björk se haya reinventado una vez más?

Tememos que sí. Esta vez, como en todas, el demonio de la nieve ha vuelto a sorprender. Tras recorrer los estadios del mundo durante cuatro años y someterse a la desalmada rutina de las actrices de cine, Björk ha regresado a la sala de su casa para componer. Cansada de los amplificadores de diez metros, los directores histéricos y los demás excesos de Homogenic y la Bailarina en la oscuridad, la artista de Post y Debut trae Vespertine: un ruido sutil que sabe a invierno y a chocolate, a sueño recurrente que se olvida al despertar, a soledad y a cambio…

“Aunque Vespertine parte del último corte de Homogenic (Always Full of Love) el cambio es total. Si Homogenic era electricidad, Vespertine es acústica. Es la posibilidad de componer un disco sin nada diferente a la vista que ofrece la ventana de la cocina; una excusa perfecta para condensar en un álbum el volumen con el que vives tu vida y hablas por teléfono con tus amigos”.

A pesar del volumen todo sigue igual. En medio de una deliciosa y desequilibrada combinación de misterio y extroversión, Björk —mezcla de gnomo y geisha— sabe que sus canciones son tan lacrimógenas como sensuales, que sus melodías son una tierra de nadie en la que cada cual puede encontrarse con su propia melancolía.

“Seguir pensando que las canciones son para emocionar o alegrar a alguien más es un poco ingenuo. Sin embargo, nada más me motiva. La esencia de mi trabajo es poder entregarlo a los demás. Si los artistas no quisiéramos dar no estaríamos en esto. Lo que pasa es que no creo que para poder compartir sea necesario renunciar a mi intimidad. Para mí, exponer el trabajo a los medios es como hacer un nuevo amigo: Si éste llega a tu casa antes de que te despiertes, y es muy intenso, te hostiga, mientras que si acuerdan una cita para verse al día siguiente, o en cualquier otro momento conveniente para ambos, la cosa cambia. A veces los medios entran y toman sin preguntar y tienen qué entender que eso no es justo”.

El pretexto del ego
Entender a Björk resulta casi imposible, pero intentarlo proporciona la excusa perfecta para concentrarse durante horas en lo extraño y maravilloso de su música. ¿Quién más, sino ella, podría darse el lujo de tener una multitud de músicos participando en el más íntimo de sus discos?

“Aunque suene difícil de creer, tener muchos músicos en el escenario fue una manera de escapar al ego. Estar en bandas en las que nadie mandaba a nadie durante tanto tiempo me ha permitido llegar al punto de confiarle mi música a otras personas. Aunque yo hice más del 80 por ciento del álbum, luego se lo dejé a los especialistas invitándolos a que me acompañaran y crearan conmigo. Es difícil de explicar, pero creo que cuando se lleva solo un buen tiempo y se empieza a disfrutar verdaderamente esa soledad, ya no se está solo. De un profundo nivel de introspección se llega a algo universal. La música que empiezas a oír en tu cabeza ya no son susurros sino coros gigantescos y necesitas contarlo al mundo”. Por eso, convirtiendo su soledad en el mejor pretexto para explotar, Björk y los implacables coros de su cabeza se han dado a la tarea de exponer esa intimidad y regalársela al planeta bajo el nombre de Vespertine. Esta vez, la traducción del vacío vino con 12 cortes de violines y voces en formato de CD.

“Traducir esa soledad fue un proceso larguísimo. Cocoon —corte dos—, por ejemplo, era un libro de casi 300 páginas antes de entrar al disco. Aun así tengo fe en no haber dejado nada por fuera. Creo que por momentos encontré un fluido de doble vía donde ni escondo ni excedo lo que muestro; hallé un lugar mágico en el que sin llegar a violar la intimidad tampoco se coartó la universalidad de lo que canto”.

Música de mariposas
Aunque el trabajo de Björk nunca ha sido fácil de rotular, el lugar del que parte —o quizás al que llega— Vespertine hace aun más difícil su descripción. Oírlo significa estar ante algo que duele pasito, frente a una especie de Cuasimodo que, sin saber cómo es, está orgulloso de sí mismo. Un jorobado de la música que disfrazado de pop busca un santuario entre los arreglos acústicos.

“Cuando empecé a planear el tour era muy lógico que no podía llevar el show a escenarios de rock. Vespertine es música de mariposas transparentes que le entran a uno por los oídos, sonidos de cajas de música, algo definitivamente distinto a la banda sonora de noches cerveza y estridencias rockeras. Empecé a buscar lugares alrededor del mundo en los que, a pesar de estar susurrando, la música siguiera sonando como dulce de leche. Y encontrarlos no fue nada fácil: mientras que en algunas ciudades tocaba darle en una iglesia, en otras había que acoplarse a una casa de ópera. Eso, sin embargo, nunca querrá decir que me haya vuelto ni religiosa ni clásica; para mí es muy importante que se sepa que sigo haciendo música pop para la gente común y corriente, y estoy muy orgullosa de ello”.

De cualquier modo, no importa si es ella misma quien lo dice. La música de Björk jamás podrá ser común y corriente. Como si se tratara de una tortura amable, su conjuro —al igual que la soledad— no le pertenece a ningún lugar.

“Introducir otras voces a Vespertine fue algo tan difícil como maravilloso. Me sirvió para ver que sin importar de dónde seas o dónde estés, la música conmueve en todas las culturas. Mira lo de los coros por ejemplo: la mayoría traen una nacionalidad muy marcada y basta oírlos para saber si son de Georgia —antigua Unión Soviética—, de Bulgaria o de Suramérica. Yo quería deshacerme de esas nacionalidades y por eso escogí un excelente coro inglés de 60 miembros; ellos estaban dispuestos a experimentar y eso nos funcionó muy bien en un comienzo, pero luego vino la gira y con ella las niñas de Groenlandia. Con la música nunca se sabe”.

Un par de meses más tarde, el hada madrina del pop y su nueva tribu recorren el mundo con un nuevo trabajo a cuestas. Convencida de estarse acercando cada vez más a ese universo–invierno que desde siempre le ha dado vueltas dentro de su cabeza, Björk hace una pausa y concede este espacio disfrazada de acuarela. Detrás de una c