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7 de marzo de 2008

Nueva versión de Caperucita Roja

Los tiempos han cambiado y por eso la historia de Caperucita Roja no puede ser la misma. Humberto De La Calle Lombana reescribe para SoHo uno de los cuentos más populares de la historia.

Por: Humberto De La Calle Lombana
| Foto: Humberto De La Calle Lombana

Érase una niña muy bonita nacida en el seno de un hogar fervientemente liberal. El abuelo había sido guardaespaldas de López Pumarejo. Por eso, la mamá le tejió una capa roja, rojita, que usaba todos los días, algo que le reprochaban sus amiguitas, especialmente Lucinda, hija del dueño de una lavandería en seco. Solo dejó de usar la capa roja, rojita, cuando Chávez decretó el socialismo del siglo XXI.

Un buen día la mamá de Caperucita le dijo que llevara unos pasteles a la abuelita, que vivía más allá de la iglesia de La Valvanera, en Chía.

—Tienes que tener mucho cuidado —le dijo—. Por ahí merodean varios violadores de menores. También hay un lobo feroz, de esos que usan cadena de oro y zapatos de cuero peludo de vaca. Su héroe era Vicente Blel.

La niña salió con su iPod en el oído y la canasta de pasteles de fibra, 85 calorías por ración, cero colesterol, omega 3 y condoitrin para la artritis de la abuela.

En el camino vio un cultivo de amapolas y pensó que a la abuela le agradaría si adornaba los pasteles con un manojo de esas flores silvestres. Pero no había tal. Era un cultivo bien guardado. Quincenalmente salían diez gramos de heroína para Ámsterdam. El guachimán del entable, escondido en un cambuche, vio cuando apareció el lobo feroz y le preguntó a Caperucita para dónde iba.

—Detrás de La Valvanera, a casa de mi abuelita, repuso la niña.

Ni corto ni perezoso, el lobo llegó a la vivienda estrato tres inaugurada por Juan Lozano y se comió a la abuelita, algo que castiga el código penal en el capítulo de respeto a los cadáveres. Se puso el gorrito rosa fabricado en seda de la abuelita y el camisón de lino blanco. Se metió a la cama y esperó.

Poco después, entró Caperucita, que había sido sometida recientemente a un tratamiento para la ambliopía. Por eso no reconoció al lobo, ya que las drogas para la dilatación de la pupila habían nublado su visión.

—Abuelita, abuelita, qué ojos tan grandes tienes.

—Son para ver mejor las fotos de Eva Rey en SoHo.

—Abuelita, abuelita. Que orejas tan grandes tienes. Como para trabajar en inteligencia militar.

—Son para oír mejor las suaves homilías de Uribe.

—Abuelita, abuelita, que dientes tan grandes tienes.

—¡Son para comeeeeeeerte mejoooooor!

Y se abalanzó sobre Caperucita, pero en ese momento entró la directora del Icbf y le dijo: No te atrevas a comerte la niña. Ya viene Gilma Jiménez y te colocaremos en el muro de la infamia en plena carrera séptima.

El lobo trató de insistir y recitó la parte resolutiva de la tutela que tumbó los tales muros, pero la funcionaria del Icbf cambió de estrategia y le dijo:

—Si molestas a la niña, te mandaremos como secretario de Piedad Córdoba en la próxima gestión humanitaria.

El lobo achicopalado bajó la cabeza y lloró compungido.

—No, por favor, déjenme ir.

Pero en ese momento entró el guachimán del cultivo de amapola y dijo:

—Devuélvanme la amapola que esta china maleducada robó de mi cultivo. Ayer subió el precio de la heroína en el barrio rojo de Ámsterdam y no se puede perder ni un gramo.

El lobo, apenas oyó eso, energizado como cuando salió la última vez del consultorio de Santiago Rojas, se abalanzó sobre la amapola y trató de huir.

El guachimán lo cogió de la cola y le abrió el estómago con su puñaleta suiza inoxidable. Cuando iba a llenarle el buche de piedras para ahogarlo en un humedal, llegó el ex contralor González Arana y le dijo:

—Aunque lobo es lobo, hay que proteger la naturaleza. Y, además, no se pueden echar residuos sólidos al humedal.

Caperucita, pese a todo, sintió una gran tristeza al ver al lobo chapaleando. Llamó una ambulancia, pero nunca llegó porque los policías de TransMilenio le pusieron un parte por andar por el carril reservado.

El lobo murió, el guachimán pagó una multa, la abuelita se comió los pasteles y Caperucita hoy es una próspera empresaria... en Ámsterdam.