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24 de febrero de 2009

Oda al pedo

Resulta increíble que a estas horas de la vida haya gente que siga denostando del pedo, percibiéndolo incluso con una mueca de desagrado, para no entrar en los terrenos de la Urbanidad de Carreño

Por: Roberto Posada García-Peña (D´Artagnan)
| Foto: Roberto Posada García-Peña (D´Artagnan)

Publicó El Tiempo del domingo 22 de octubre del 2006 una noticia muy alarmante: los gases intestinales pueden acabar hasta con un matrimonio de años. Las conclusiones son del médico William Otero en el XIX Congreso Colombiano de Medicina Interna y, aunque por desgracia no asistí, entiendo que el galeno presentó una conferencia tan científica como divertida, que terminó en carcajadas por cuenta de las explicaciones sobre el origen, la formación y las consecuencias, médicas y sociales de la flatulencia.

 Lo grave, a mi juicio, es que el gastroenterólogo suministró un dato que francamente hubiera podido evitar, desde el punto de vista de la estabilidad conyugal. Dijo que los flatos no son necesariamente una enfermedad, si uno expulsa menos de veinte al día. Si son más, es muestra de desórdenes alimenticios y prácticamente una enfermedad para tratar con urgencia.

 Resulta increíble que a estas horas de la vida haya gente que siga denostando del pedo, percibiéndolo incluso con una mueca de desagrado, para no entrar en los melifluos terrenos de la Urbanidad de Carreño. Sin embargo, la sociedad colombiana —distinta de la suciedad colombiana— se ha estancado en esta materia. Recuerdo como si fuera hoy que cuando el hombre llegó a la Luna, el 20 de julio de 1969, mi abuelo, Roberto García-Peña, publicó la columna habitual de Gonzalo Arango, sin reparar previamente en su lectura. Se trataba en dicha ocasión de un poema breve pero ilustrativo, en el que el ilustre nadaísta hacía un símil sobre el aterrizaje del ser humano en la Luna con el hecho explosivo de tirarse un pedo. Poema que, cual pequeña breve joya literaria, reproduzco a continuación:

 Según estaba previsto por los computadores de la Nasa,

Siendo exactamente las 20:19

(Greenwich MeanTime)

en el Centro Espacial de Houston,

el selenauta Neil Armstrong

abrió la escotilla del "Lunar Module",

descendió uno a uno, lentamente…

los nueve peldaños de la escalerilla

y puso pie en la Luna

a 330.000 kilómetros de su casa.

Era un momento eterno, ¡aterrador!

En una mano empuñaba la bandera

de su Patria. ¡El Colón de la Luna!

Lo embargaba una emoción tan tremenda

que no pudo evitarlo y soltó un pedo.

En la majestad del silencio selenita

delató la presencia del hombre en la Luna.

Aunque el incidente no estaba previsto

en el riguroso programa espacial,

pasará a la historia.

Fue un pedo sublime.

¡Nadie lo niega!

Pedo sublime que le costó al maestro la inmediata expulsión de las páginas editoriales, por orden perentoria del doctor Eduardo Santos. Ello produciría hoy hilaridad, y sería excesivo calificar el tema como vulgar, después de todo cuanto nos muestran las novelas de televisión con ordinariez a la postre espantosa. Años luego, Hernando Santos volvió a reincorporar al poeta selenita a las páginas del periódico, con todas sus irreverencias.

 Científicamente hablando, la flatulencia está compuesta por nitrógeno y no por metano, como comúnmente se cree. La palabra es definida por el Diccionario de la Real Academia Española como "ventosidad que se expele del vientre por el ano". Así, el verbo asociado es peer (del latín pedere) y no pear, según suele decirse con frecuencia. Se conjuga como leer; por tanto, no se debe decir "el niño se pió o se ha peado", sino "el niño se peyó o se ha peído".

 Todo ello no tuve que escudriñarlo en ninguna investigación, sino simplemente meterme en Google, que tiene más datos enciclopédicos sobre el tema que cualquier vademécum. Aunque el citado doctor Otero advierte que echarse más de veinte vientos cotidianos es ya una cuestión inquietante, cuando los pedos salen repetidamente debe usarse el verbo pedorrear; es un pedorro, pedorrero o pedorriento quien se pee sin reparo, larga y seguidamente. Y, en países como México, aquellos gases que no son sonoros pero que encierran una notable fetidez equivalen al denominativo de "pedo cebado". Para no hablar  de aquellos aires húmedos que dejan una huella casi imborrable en los  calzoncillos del sujeto o en los calzones de la dama, y cuyo pincelazo los españoles llaman palomino. Aires mojados más infieles y pérfidos que el mismísimo Judas Iscariote.

 Hay pedos de todos los olores y para todos los disgustos. Pero el más traicionero es aquel 'cuesco' silencioso que sueltan no pocos atrevidos, en reuniones sociales y cocteles, con cara de yo no fui. Cosa distinta sería una fuga inevitable y pasajera en escenarios tan masivos como El Campín o la Plaza de Santamaría... Nada, pues, más insoportable que aguantarse el pedo de otro. Está claro que, debido al ácido butírico, que tiene olor a mantequilla rancia, y a compuestos del azufre como el sulfuro de hidrógeno, identificado con un olor a huevo podrido, tal olorcillo es incluso desagradable para el propio autor de la obra. ¿Por qué? Sigo con Google: los flatos también contienen partículas aerosolizadas de caquita, aunque en cantidades minúsculas.

 Tal vez el único realmente saludable —y además respetable— es el famoso pedo mañanero, ya que constituye el primer acto individual de autonomía, cuando amanece. Resulta difícil manejar la situación si hay consorte de por medio y, si en actitud de inconciencia deliberada, uno levanta las sábanas para poder olerlo en su integridad, ¡quién dijo miedo! Ignoro si constituye causal de divorcio, como al parecer ya se planteó en algunos foros o, por el contrario, si se trata de un acto de cortesía y generosidad para reemplazar la siempre impertinente alarma del reloj.

 Lo cierto es que frente a unos buenos fríjoles consumidos vorazmente el día anterior, o ante semejantes atentados gástricos —no gastronómicos— como los que cometen anfitriones desconsiderados en comidas elegantísimas, con recetas a base de repollo, coliflor, las malditas coles de Bruselas o la cebolla cabezona, dejar que un pedo se escape casi voluntariamente en horas muy matinales es, como lo escribió Gonzalo Arango, no solo un acto sublime, sino un hecho consumado e irreversible.

 Tal vez sería por eso que Juan José Botero (poeta, humorista, novelista y dramaturgo), nacido en Rionegro (Antioquia) se inspiró líricamente cuando escribió, sin mayores reatos, ¡y en pleno 1840!, lo siguiente:

 Que un pedo bien olido, bien gustado,

 bien saboreado a solas por su dueño,

 es perfume de rosa… ¡quinta-esencia

 de rico pebetero…!

 En fin: reza la Biblia que "polvo eres y en polvo de has de convertir". Si es cierto que, como dice Gabo, polvo no echado es polvo perdido, sacrificar un pedo, aun en aras de la armonía conyugal, no resulta un pecado espiritual sino corporal que a veces puede ser mortal. Médicamente, ¡sé por qué se lo digo! En el fondo equivale a retener —haciendo esfuerzos con frecuencia inútiles— un ruido indomable que, como el del eructo, en otras civilizaciones constituye señal de buena educación. ¡Quién lo creyera! Civilizaciones más abiertas en todos los sentidos y, sin duda, menos represivas. ¿O reprimidas? ?